CAPÍTULO
86: EL
ASTRO NOCTURNO
SÛRAT
AT-TÂRIQ
revelada en Meca, 17 versículos
11.
wa s-samâ:i
dzâti r-ráÿ‘i
¡Por
el cielo que se repite!
12.
wa l-árdi
dzâti s-sád‘i
¡Por
la tierra que se quiebra!
13.
innahû la-qáulun fáslun
Es
Palabra decisiva,
14.
wa mâ huwa bil-haçl*
y
no es frivolidad...
15.
ínnahum yakîdûna káidan
Ellos
emplean una artimaña,
16.
wa akîdu káida*
y
Yo empleo una artimaña...
17.
fa-máhhili l-kâfirîna ámhilhum ruwáida*
¡Concede
a los kâfirîn una prórroga! ¡Un poco más de prórroga!
Las graves revelaciones hechas en la primera parte de esta sûra son
retomadas aquí para darles aún más fuerza, y por ello encontramos de nuevo
un juramento (qásam)
que añade claridad a las ideas expuestas: wa
s-samâ:i dzâti r-ráÿ‘, ¡por
el cielo que se repite!... Allah jura aquí por el cielo
(samâ) caracterizado por la periodicidad
(el raÿ‘, la repetición)
de sus fenómenos. Para algunos comentaristas, raÿ‘
significa aquí las lluvias estaciónales.
Es la misma palabra que se empleó antes para la devolución de la vida a lo muerto. Todo, en el cielo y en la tierra
-como veremos a continuación-, se renueva y se repite, y de lo inerte resurge
la vida, sirviendo esto de imagen para deshacer la oposición de los que
niegan la posibilidad de la Resurrección y la Vuelta a Allah. Y es,
sobretodo, imagen del Poder que hace ser a las cosas, testimonio de la Verdad
de Allah, que no sólo obró el prodigio de la creación, sino que la repite y
renueve, y a cada instante todo es rehecho por la capacidad abrumadora del
Uno-Único...
El juramento continúa para devolvernos a la tierra en la que también
hay signos en los que meditar: wa l-árdi
dzâti s-sád‘, ¡por la tierra que se quiebra!... En segundo lugar, Allah jura por
la tierra (ard) que es perforada por las plantas a las que Él ordena
salir a la luz del día. Ese resquebrajamiento
(sad‘) es testimonio de la
fuerza de algo aparentemente tan frágil como una brizna de hierba que sale
por entre medio de rocas. Nada se opone a la Voluntad de Allah, que hace que
su orden se cumpla y todo lo obedece aunque tenga que romper obstáculos
impresionantes.
Las lluvias periódicas, la hierba que brota del seno de la compacta
tierra, son signos del Poder (Qudra)
de Allah, son signos de algo serio: innahû
la-qáulun fáslun wa mâ
huwa bil-haçl, es Palabra decisiva,
y no es frivolidad... Por tanto, no se debe pasar al lado de estas
revelaciones como si fueran algo anecdótico. Vienen de lo que nos forja, de
lo que nos saca de honduras infinitas... Todo cuanto existe nos habla de
Allah, pero sólo puede despertar nuestro asombro, nuestro estupor, nuestra
inquietud. Una Revelación es una Palabra
(Qául), algo que añade sabiduría a lo que la existencia nos
aporta. La Revelación nos habla, y aquello que se nos mostraba en la grandeza
de cuanto nos rodea nos informa ahora de nuestro destino. Por ello, es un Qául
Fasl, una Palabra Decisiva,
definitiva, tajante, irrefutable... Quien mira
hacia el mundo con ojo penetrante es apabullado por la inmensidad de su
Creador, quien escucha la
Revelación -y no la tiene por frivolidad
o broma, haçl- se pone en
marcha. Encuentra en ella la reverberación del universo indicándole una
senda.
En el Corán se llama Kufr
al rechazo a la Revelación. En su
raíz, la palabra significa ingratitud,
pues la Revelación es un obsequio único... El Kufr es cerrazón, y kâfir
es el que se niega a mirar hacia cuanto lo rodea y escuchar la Palabra que le
llega del corazón del universo. Cierra los ojos y se tapona los oídos,
creyendo que esas argucias lo eximen: ínnahum
yakîdûna káidan wa akîdu káida,
ellos emplean una artimaña, y Yo empleo
una artimaña... Los kâfirîn
(plural de kâfir), los desagradecidos ante Allah, están aferrados a sí mismos, y buscan
protegerse ante la Revelación, que les ordena abrirse. Tienen miedo la
expansión a la que son invitados, una expansión que les obligaría a
abandonar el egoísmo en el que se sienten seguros, a ser generosos cuando
cifran el valor de las personas en las posesiones que el Islam les impone
compartir, tienen miedo a la muerte a la que el Corán les ordena
exponerse,... Para no ver la Verdad, la sustituyen con ídolos; para no
escuchar al Profeta, lo tachan de embustero: son la argucia
(káid) con la que quieren evitar
enfrentarse a lo real.
Ellos maquinan (kâda-yakîd), pero a la vez Allah está maquinando contra ellos. El káid
de Allah consiste en darles tiempo
-lo que ellos más desean-, y entonces se hunden en su ingratitud y son
destruidos por su propia maldad... Se vuelven completamente ciegos y sordos, y
ya no podrán saborear lo que Allah ofrece. Para ellos no hay un Jardín
aguardándolos, sino un Fuego devorador que es el correlato en la eternidad de
esa ignorancia en la que se han sumido. Es la má‘rifa,
-el conocimiento- lo que abre ante cada hombre las Puertas del Jardín.
Por último, Allah quiere integrar a su Mensajero (s.a.s.) en su
Voluntad: fa-máhhili l-kâfirîna
ámhilhum ruwáida, ¡concede a los
kâfirîn una prórroga! ¡un poco más de prórroga!... El Profeta debía
transmitir la Palabra, y se encontraba ante el rechazo de sus contemporáneos,
y ello lo frustraba. El Corán refresca su ánimo y le ordena dejar en Manos
de Allah el destino de las criaturas. No es él el encargado de que la Palabra
fructifique en los corazones, sino Allah. Por tanto, no debe apresurarse, sino
dejar que todo tenga el cumplimiento que Allah ha determinado. Debe dejar
transcurrir el tiempo, debe conceder una
prórroga (máhhala-yumáhhil, y también ámhala-yúmhil)
a los kâfirîn. En Allah, todo el tiempo es poco...