CAPÍTULO 89: EL AMANECER

SÛRAT AL-FAYR

revelada en Meca, 30 versículos  

 

índice

 

 6. a lam tára káifa fá‘ala rábbuka bi-‘âdin

¿Es que no has visto lo que tu Señor hizo con los ‘Âd,

7. írama dzâti l-‘imâdi

-Íram la de las Columnas,

8. l-latî lam yújlaq mizluhâ fî l-bilâdi

la cual nada como ella fue creado en el país-,...

9. wa zamûda l-ladzîna ÿâbû s-sájra bil-wâdi

y con los Zamûd, que horadaban la roca en el valle,...

10. wa fir‘áuna dzî l-autâdi

y con Faraón el de las estacas,...

11. l-ladzîna tágau fî l-bilâdi

con todos los que fueron déspotas en el país

12. fa-ákzarû fîhâ l-fasâda

y propagaron la corrupción?

13. fa-sábba ‘aláihim rábbuka sáuta ‘adzâb*

¡Tu Señor vertió sobre ellos el látigo de un castigo!

14. ínna rábbaka labil-mirsâd*

Ciertamente, tu Señor está al acecho...

  

            La sûra cambia de tono para referirse a pueblos extinguidos: los aditas, los tamudeos y los egipcios. El Corán los acusa de Kufr, ceguera espiritual, y  Tugiân, rebelión. Fueron naciones arrogantes a las que Allah envió profetas para someterlos y rendir su altanería ante la Verdad, pero los rechazaron, y fueron destruidos al desoír a quienes les anunciaban la ruina hacia la que se encaminaban.

            Se trata de la rebelión del ego (el exclusivismo, el aislamiento, la ignorancia, la indolencia), que se impone frente al corazón y conquista el poder en cada ser humano, reduciéndolo a la esclavitud y propagando la barbarie. Cuando el Kufr -la ignorancia- y el Tugiân -la soberbia- triunfan y el ego se endiosa, someten cuanto les rodea a su arbitrio y extienden sobre la tierra la corrupción (fasâd), que es el conflicto, la iniquidad, la crueldad, la banalidad y la injusticia. Pero esa degeneración es barrida por la Verdad, que es lo que siempre prevalece: la muerte y la aniquilación de las ambiciones del hombre debieran recordarnos nuestra esencia y reenviarnos a Allah.

            El Corán, haciendo preguntas con tono severo, dice: a lam tára káifa fá‘ala rábbuka bi-‘âdin írama dzâti l-‘imâdi l-latî lam yújlaq mizluhâ fî l-bilâd, ¿es que no has visto lo que tu Señor hizo con los ‘Âd -Íram la de las Columnas, la cual nada como ella fue creado en el país-...  El texto habla al corazón de cada hombre, se dirige a su sensatez, a su sensibilidad espiritual y a la agudeza de su entendimiento, y le recuerda el destino de generaciones ya pasadas, de las que hay vestigios que hablan de la grandeza que alcanzaron. Si poderosas naciones han sido borradas enteras por la destrucción y el paso inexorable del tiempo -manifestación del carácter reductor de la Verdad Suprema-, ¿cómo el hombre solitario es seducido por la creencia en su autosuficiencia y se niega a llevar la frente al suelo ante su Dueño? Sólo en Allah está la eternidad anhelada por el desasosiego humano.

            Los ‘Âd (los aditas) eran una pujante tribu árabe preislámica que vivía en el sur del país (entre Hadramaut y el Yémen). Eran pobladores de las dunas, entre las que construyeron una ciudad fabulosa -Íram la de las Columnas (‘imâd)- en torno a la que circulaban muchos mitos: era extraordinaria y no había en su tiempo nada como ella. No fue creado (júliqa-yújlaq, ser creado, voz pasiva de jálaqa-yájluq, crear) en toda la tierra (bilâd, el país, la tierra) nada semejante (mizl) a Íram. A pesar de ese logro de la habilidad humana, los aditas sólo subsisten como leyenda. Fueron tragados por algo que siempre se impone: la Verdad. La Verdad es que Allah es lo eterno, lo grande, y todo lo que no es Él es efímero y pasajero, y está sujeto a Él.

            Allah -la Verdad- actuó (fá‘la-yáf‘al, hacer) en ellos: ¿es que no has visto lo que tu Señor les hizo? ¿Y aún tienes pretensiones arrogantes y pones por delante tu fortuna o tu infortunio haciendo un mundo de tus circunstancias? Los ‘Âd construyeron Íram la de las Columnas, y sin embargo no quedan ni huellas de su obra. Lo que queda es lo que Allah hizo, que fue borrarlos de la existencia. Su esplendor permaneció en el recuerdo de los árabes para ser testimonio de Allah, de la Verdad que reduce todas las falsedades. Todo lo desvinculado de Allah es mentira, y la mentira acaba evaporándose al modo de un espejismo.

            Lo mismo debe decirse de los Zamûd, otra tribu árabe, instalada en el norte, entre pedregales: wa zamûda l-ladzîna ÿâbû s-sájra bil-wâd, y con los Zamûd, que horadaban la roca en el valle,... Los tamudeos eran poderosos, fuertes y arrogantes, y eran hábiles y capaces de horadar (ÿâba-yaÿûb) la roca (sajr) del valle (wâd) para construir en ella sus casas, sus templos y sus palacios. De ellos sólo quedan restos que suscitan la admiración. Sin embargo, a pesar de sus cualidades, se han desvanecido en el tiempo. Fueron consumidos por lo que consume a todas las criaturas. Sus afanes se vieron frustrados.

            Por último, abandonando el marco árabe, el Corán habla del antiguo Egipto:  wa fir‘áuna dzî l-autâd, y con Faraón el de las estacas,... Seguramente, Egipto es un exponente formidable de la soberbia humana. Sus pretensiones de eternidad son visibles en las estacas (autâd, plural de wátad) que han dejado: el Corán con probabilidad se refiere a las pirámides. El faraón (fir‘áun) es el arquetipo del ego endiosado, el tirano por antonomasia. Sus delirios no eran más que sueños que el tiempo ha desvanecido.

            Tu Señor (Rabbuk) -es decir, lo que realmente te hace ser y desaparecer- acabó con ellos: al-ladzîna tágau fî l-bilâd, con todos los que fueron déspotas en el país... El Poder de Allah los aniquiló y fueron consumidos en su eternidad Sin-Principio y Sin-Final. No sigas su ejemplo, porque sólo permanece Allah.

            Ellos se habían rebelado (tagâ-yat, rebelarse, imponerse, comportarse de modo tiránico) en la tierra (bilâd, país). Volvieron la espalda a Moisés e insistieron en sus afanes, continuaron su búsqueda de una eternidad basada en la arrogancia y el endiosamiento. El hombre, al margen de su Señor, se afirma a sí mismo destruyendo, pero la Verdad al final lo engulle.

            Para hacerse notar, para sentirse seguro en medio de la existencia -que está más allá de las posibilidades de controlar que tiene el ser humano- el hombre  impone su ego, que es su esterilidad, su arbitrariedad y su afán de dominio, y con ello extiende la injusticia y la destrucción: fa-ákzarû fîhâ l-fasâd, y propagaron la corrupción... El Corán habla del exceso (ákzara-yúkzir, propagar en exceso): esos pueblos llegaron al colmo, y la corrupción (fasâd) que extendieron los dominó finalmente.

            El Corán llama tâgia (o bajo una forma intensiva Tâgût, el Demonio, el Ídolo) al que se rebela contra la Verdad, y es sinónimo de tirano. El ser humano, cuando se separa de la Verdad, crea un mundo gobernado por la falsedad: nada tiene que ver con lo real, que es Allah. Es decir, ese mundo es reflejo de las tendencias más tenebrosas del Nafs, el ego separado de su Fuente. Por ello, en los relatos coránicos se habla del déspota que rige un mundo sometido a su injusticia y a su capricho. Esa realidad inventada por el hombre aislado de la Verdad es Fasâd, corrupción, destrucción, injusticia, ignorancia, degeneración y guerra: estos son los concomitantes del Fasâd.

            El tâgia, el tirano, es prisionero de sus vanidades y arrebatos. Carece de medida y de valores. Es motivado por la soberbia y se endiosa, creciendo su separación de su auténtico ser. Se ignora y lo ignora todo. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Auxiliad a vuestros hermanos, ya sean opresores u oprimidos”, y sus Compañeros (los Sahâba) le preguntaron: “¿Cómo vamos a ayudar a los opresores?”, y él les respondió: “Destruyendo la opresión”.

            Los súbditos del déspota, los que son sometidos por la desgracia, son esclavos hipnotizados o asustados por el aparato del que se rodea la fuerza que se abate contra ellos. El rencor, la envida y la ira anidan en sus corazones, desviándolos de la Verdad al igual que la soberbia lo hace con el tirano. Todo va pudriéndose y la Vida es olvidada. Ya nada está en su sitio y lo noble y sano van desapareciendo. Se dice entonces que impera el Fasâd, la corrupción. Quien se somete a un semejante por miedo o por ignorancia acaba perdiendo la dignidad y se convierte en miserable.

            La interrelación entre el tirano y sus súbditos crea un mundo falso, de mentiras que se encadenan para dar solidez a esa gran farsa. Lo verdadero y auténtico se va desvaneciendo hasta que se llega al exceso que acaba en destrucción, y Allah se impone. Con la destrucción de ese pueblo la falsedad se esfuma y queda lo eterno, lo inalterable: fa-sábba ‘aláihim rábbuka sáuta ‘adzâb, ¡tu Señor vertió sobre ellos el látigo de un castigo!... Allah descarga contra ellos lo que más temen, que es la muerte y el olvido. El verbo sábba-yasubb, verter, suena en árabe a desbordamiento, inundación. La destrucción no deja resquicio y todo se ahoga en las aguas de Allah. Se trata de un látigo (sáut) que golpea, un castigo (‘adzâb) porque en él -al quedar frustradas las esperanzas del ser humano- hay dolor. Un dolor de carácter insondable porque viene de lo más íntimo de la Verdad, viene de Allah.

            La injusticia, la ignorancia y la arrogancia del hombre son castigadas, conocen al final el dolor de descubrir su inconsistencia. Sus grandes e imponentes logros son abatidos por una Fuerza inconmensurable con la que no contaba: ínna rábbaka labil-mirsâd, ciertamente, tu Señor está al acecho... Tu Señor (Rabb) -la Verdad que configura cada uno de tus instantes, la que te hace ser y te rige- está al acecho (mirsâd), está atento, en el seno de un observatorio secreto (mirsâd). Allah lo cerca todo, está en todo: su Poder, su Ciencia, su Majestad, están en cada instante en cada realidad enorme o insignificante. Esa Presencia es su acecho. Tu Señor es lo real, y se impone con la naturalidad con la que se impone todo lo fuerte, todo lo auténtico, mientras los fantasmas se deshacen en su carácter ilusorio.

            Debemos ahora repasar lo anterior a la luz de los acontecimientos que tenían lugar en Meca cuando el texto era revelado. Los Quraish -la tribu hegemónica en la ciudad- vieron en el Islam una amenaza contra su poder. La llamada (Da‘wa) que surgía de las profundidades de la existencia cuestionaba su arrogancia y los invitaba a una reflexión que destruiría su soberbia. Los musulmanes eran los portavoces de esa convocatoria, y los poderosos les declararon una guerra en cuya estrategia cabía todo: desprestigiar a los musulmanes, sembrar la discordia entre ellos, la violencia física,... Los kuffâr eran como los aditas, los tamudeos y los egipcios, propagadores del Fasâd,... y finalmente fueron destruidos por Allah. En todo esto hay una amenaza que el Corán les dirige, y que se cumpliría. Los déspotas fueron finalmente destruidos y olvidados, y el Islam -la Verdad- se impuso y venció. La acechanza de Allah es una amenaza para los tiranos y un consuelo para los que fluyen con su Señor. La destrucción de los idólatras es triunfo de los sinceros. Y tanto la acechanza de Allah como el desvanecimiento de lo falso son una constante, una Tradición, son la Sunna de Allah, “la Sunna de Allah jamás se ve alterada”, tal como dice el Corán en otra parte.

            Lo mismo sucede en cada ser humano en el que, cuando despierta el corazón, todo se confabula contra él: la ignorancia, la envidia, la desidia, la arrogancia y la arbitrariedad del ego le declaran la guerra. El destino de cada hombre se forja en una cuestión crucial: en esa lucha interior ¿con qué bando se ha identificado finalmente?

 

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