CAPÍTULO
84:
EL
DESGARRO
SÛRAT
AL-INSHIQÂQ
revelada en Meca, 25 versículos
7.
fa-ammâ man ûtia kitâbahû bi-yamînihî
En
cuanto a quien le sea dado su Libro por la derecha,
8.
fa-sáufa yuhâsabu hisâban yasîran
será
interrogado de forma suave,
9.
wa yánqalibu ilâ: ahlihî masrûra*
y
volverá alegre junto a los suyos...
10.
wa ammâ man ûtia kitâbahû warâ:a zahrihî
Y
en cuanto a quien le sea dado su Libro por la espalda
11.
fa-sáufa yad‘u zubûran
invocará
la destrucción
12.
wa yusallâ sa‘îra*
y
será quemado en el Sa‘îr:
13.
innahû kâna fî: ahlihî masrûra*
¡estaba
alegre entre los suyos
14
innahû zánna an lan yahûra
creyendo
que no iba a volver!
15.
balâ*
¡Claro
que sí!
ínna
rabbahû kâna bihî basîra*
Su
Señor lo veía...
En primer lugar está el Fin o Destrucción del Mundo (as-Sâ‘a,
la Hora, an-Nába, la Noticia),
que es la representación, en su magnitud máxima, de la muerte del universo,
aquejado desde su creación por el carácter efímero y circunstancial de su
naturaleza. Lo que no es Allah es transitorio y está sometido al tiempo y a
la aniquilación, tanto individualmente como en conjunto: cada criatura, cada
especie y la totalidad de cuanto existe tendrá su fin, pues su misma
naturaleza consiste en ello. El Fin es el corolario de todo, y es su
inevitable destino que frustra todas las vanas esperanzas e ilusiones del
hombre, que debe desde ahora afrontar lo que significa esto y marcarse un
camino en función de estas certezas absolutas. Cada Fin es signo de la
supremacía de Allah, que es el Reductor, quedando todo bajo su Dominio.
Segundo, la Resurrección (al-Qiyâma, el Enderezamiento,
el Restablecimiento) alude a la Preeminencia de Allah y a la
subordinación de cuanto existe a su Poder, capaz de quebrar lo que en
apariencia es irremediable, como la muerte. En realidad, la muerte no es más
que la pasividad absoluta del ser humano, su exposición a Allah, a la Verdad.
Ni la muerte ni la destrucción ni la nada, ni lo que el hombre imagine,
piense o deduzca que es definitivo, nada de ello es para siempre, y sólo
Allah es eterno y sólo su Voluntad prevalece. No hay leyes para Allah, ni
lógica, ni sometimiento a apariencias y rutinas, ni obstáculos, ni se amolda
a lo que el hombre espera o sueña. Pensar en la Resurrección abre puertas
hacia Allah Libre e Incondicionado, Terrible, y en esa reflexión son abatidos
los últimos ídolos que pueden quedarle al ser humano tras haber descubierto
la falsedad de los demás, y esos dioses últimos son la muerte, el ego y la
nada, que acaban quedando atrás ante el esplendor del Uno-Único,
Irreductible...
Por último, están el ‘Ard,
la Exposición de los Actos, y el Hisâb,
el Ajuste de Cuentas, que es el Juicio de Allah, que establece el
destino de cada criatura en lo eterno de al-Âjira,
el Universo Infinito de Allah, un
Juicio en el que prevalecerán la Misericordia
(Rahma) o la Justicia
(‘Adl). La Rahma
configura el Jardín (Yanna)
en el que morarán quienes Allah ama en su Misericordia y el ‘Adl
da forma al Fuego (Nâr) que aguarda a los que Allah detesta en su Justicia, y todo
depende de Él... Y todas estas cosas las sabemos exclusivamente por la
Revelación, y si su trasmisión ha sido correcta -tal como sucede con el
Corán- no nos queda más remedio que aceptarlo tal como se nos describe
mientras remitimos a Allah el modo en que sean y tengan lugar esas cosas
fabulosas para las que no tenemos medida.
Queda así bosquejado uno de los temas centrales del Islam. Cada uno de
nuestros instantes actuales tiene, según lo anterior, resonancias infinitas.
Tras la muerte, cuando el cielo sea rasgado y la tierra de la realidad sea
invertida, el fruto de nuestro presente encontrará su madurez ante Allah, el
Señor de los Mundos, que ha vigilado cada uno de nuestros momentos y que le
dará su plenitud en la eternidad de al-Âjira.
Y el Corán nos habla de esas verdades con un lenguaje extraño, rebosante de
imágenes que nos sugieren fundamentalmente que estamos en Manos de Allah ahora
-y en cada instante tiene lugar la Resurrección en el entramado de nuestro
presente-, pero que nos daremos cuenta de ello verdaderamente entonces, tras
la muerte, cuando nuestra sensibilidad no sea entretenida por las cosas del
mundo sino que esté atenta -por la fuerza y rigor de la muerte- a las
verdades esenciales y las sienta con una intensidad que ahora somos incapaces
de imaginar.
Por ello, el Corán nos habla de un placer intenso (el Jardín) y de un
dolor violento (el Fuego) como sensaciones puras, que no serán menguadas ni
contaminadas por nada. El Jardín es una promesa (wa‘d) y el
Fuego es una amenaza (wa‘îd), y el primero depende de la Misericordia de Allah que
recompensará con ese placer a quienes hayan actuado según ordena la
Revelación, y lo hará por puro Favor
(Fadl) pues nada obliga a Allah, y con el segundo atormentará
a quienes hayan hecho oídos sordos a la Revelación, y lo hará según la
Justicia (‘Adl), es decir, de modo que los hombres verán que ese tormento
es justo y equitativo, e incluso eso es signo de su Misericordia, pues Allah
no está obligado a nada.
En todo momento, y sobre todas las cosas, lo único importante, lo
único eficaz, lo único verdadero y esencial, es Allah, Señor de todas las
cosas y en todas las cosas, el Eterno en cuya Verdad existimos como Él
quiere, estructurados en cada instante por su Poder, siendo por su Misercordia,
sujetos a su Voluntad, expuestos a su Saber, movidos y empujados por su
Fuerza, conducidos por su Deseo, quebrados por su Arrogancia, agigantados por
su Amor,... Todo lo demás son quimeras e ilusiones del hombre. El mûmin
-el dotado de sensibilidad espiritual
(Îmân)- se abandona por completo,
sin miedos ni reparos ni vacilaciones, a las resonancias de estas certezas, y
fluye con ellas comprobándolas en la marcha misma de cada instante de la
existencia, en la que todo está sujeto a la Verdad que lo hace ser y en cuyo
seno muere, pero cuyo seno es la eternidad impensable, en la que tienen lugar
los acontecimientos que sólo Allah puede revelar, tal como lo hizo a Muhammad
(s.a.s.), rompiendo su presente para, desde el vértigo de esa Revelación,
construir el Islam como sensibilidad
(Îmân) que descubre a Allah ahora
y se prepara para estar ante Él en la muerte.
El Corán describe los acontecimientos que tendrán lugar en la
Resurrección. Su espectacularidad sirve de marco para grandes reflexiones. Se
trata de un escenario en el que tienen lugar sucesos extraordinarios y cada
uno de ellos tiene una significación profunda amplificada por el carácter
tremendo de las imágenes que se nos ofrecen. Y así se nos dice que antes del
‘Ard o Exposición de los Actos ante Allah -que medirá las acciones de los
hombres según una Balanza de luz (Mîçân)-
a cada ser humano le será dado el Libro
de sus acciones (el Kitâb). A unos
se les entregará para que lo recojan con la mano derecha anunciándoseles con
ese gesto su fortuna; a otros se les ofrecerá el Libro desde detrás para que
lo tomen con la izquierda, quedándoles así anunciada su definitiva desgracia
en la eternidad de al-Âjira. El
sentido que pueda tener todo esto se nos escapa, y sólo queda acogerse a la
literalidad y dejarse llevar por la insinuación, que es lo importante.
Veámoslo en el texto: fa-ammâ man ûtia kitâbahû bi-yamînihî fa-sáufa yuhâsabu hisâban yasîran wa
yánqalibu ilâ: ahlihî masrûra, en
cuanto a quien le sea dado su Libro por su derecha, será interrogado de forma
suave, y volverá alegre junto a los suyos... Habrá, entonces, ante
Allah, a quien le sea entregado (ûtia-yûtà, ser
entregado) el Libro (el Kitâb) de sus
acciones para que lo recoja con la mano
derecha (yamîn), y ése será
el que haya complacido a Allah (alguien que ha complacido a Allah recibe el
nombre de mardí, derivado
de ridà, satisfacción).
El mardí, el que ha
satisfecho a Allah cumpliendo con lo que ha ordenado y apartándose de lo que
ha prohibido, desencadena en su favor la Rahma de Allah, cualidad trascendente en la Esencia de su
Señor que construye para él el Jardín,
el Yanna. El mardí será, pues, objeto de la Misericordia, la Bondad,
la Bendición y la Abundancia
de Allah,... la Rahma. El mardí pasará un examen (el Hisâb, el Ajuste de
Cuentas) que será ligero (yasîr);
es decir, el Interrogatorio (el Sûâl, que tendrá lugar durante el ‘Ard, la Exposición
de las Acciones) al que se le someterá será leve. Cada criatura será
interrogada (hûsiba-yuhâsab,
ser interrogado, serle exigidas cuentas a alguien, voz pasiva de hâsaba-yuhâsib, calcular,
pedir cuentas), y, salvo en el caso del mardí, será ésa una experiencia terrible. Y, tras ello, el
que ha satisfecho a Allah volverá (inqálaba-yanqálib,
volverse, regresar) hacia su gente
(ahl) -es decir, retornará junto a
sus semejantes, los que son como él- alegre
(masrûr), satisfecho de sus
esfuerzos y fatigas durante la vida. Su bondad y su bien habrán encontrado
ante Allah una recompensa infinita en la generosidad creadora de todas las
cosas.
En contraposición está el shaqí, el desafortunado,
el destruido por su propia acción, el que sufrirá su tormento en la
eternidad de al-Âjira, y al que le
será entregado su libro de forma irrespetuosa y violenta: wa ammâ man ûtia kitâbahû warâ:a zahrihî fa-sáufa
yad‘u zubûran wa yusallâ
sa‘îra, y en cuanto a quien le
sea dado su Libro por la espalda, invocará la destrucción y será quemado en
el Sa‘îr. En otras partes del Corán se nos habla de lo mismo pero
utilizando la expresión Libro de la
Derecha (Kitâb al-Yamîn) y Libro de la Izquierda (Kitâb
ash-Shimâl), pero ahora se nos ofrecen nuevas imágenes. Esos libros son
entregados por la derecha o bien desde detrás (desde la espalda, zahr),
seguramente para pasar a la mano izquierda. Habrá, pues, a quien le sea dado
(utia-yûtà, ser dado, ser
entregado) si Libro (Kitâb) -el Registro de sus acciones- desde atrás
(warâ) porque haya vuelto la espalda y no quiere enfrentarse a su
verdad, actuando como el que estuviera disponiéndose a huir. El Libro le
será entregado a la fuerza, mientras detesta tener que afrontar lo que hay en
él...
No sabemos lo que es el Libro, ni qué significa que será entregado,
ni lo que son la derecha ni la izquierda, pero adivinamos con facilidad que
los primeros versículos retratan la fortuna ante Allah tras la muerte
mientras que los versículos que comentamos en el párrafo anterior aluden al
infortunio a causa de las acciones realizadas en vida. Toda nuestra vida queda
registrada en un Libro misterioso, de cuya naturaleza no sabemos nada y que
nos será entregado ante Allah, y lo leeremos, y nos sentiremos satisfechos o
nos avergonzaremos, y comprenderemos que lo que Allah haga entonces con
nosotros será Misericordia (Rahma)
y Favor (Fadl)
suyos, o Justicia (‘Adl)...
Es decir, tras la imagen está el sentido que se pretende y es que tengamos
claro que tendremos que responder de nuestras existencias ante Allah, y que
cada uno de nuestros instantes está inscrito en un marco de eternidad. Cada
uno de nuestros actos, de nuestras grandezas y de nuestras frivolidades, todo
tiene repercusiones que no somos capaces de intuir.
El Corán, después de mencionar al mardí -también se le llama sa‘îd, el feliz-, nos
habla aquí del shaqí, el desafortunado,
y nos dice de él que, tras haber vivido en un constante esfuerzo,
en su kadh particular,
caminando sin saberlo hacia Allah, hacia la muerte, ahora todo lo suyo no ha
servido de nada, es más, lo encuentra en su contra, acusándolo ante Allah,
exigiéndole cuentas. El ÿahl, la ignorancia,
es la fuente de muchos males. Y junto al ÿahl
está el nafs, el ego, la debilidad...
Cuando se combinan conducen al hombre a su destrucción. El desafortunado, sin
darse cuenta, ha estado invocando (da‘â-yad‘û,
invocar) su propia destrucción (zubûr, perdición, ruina,
lamento en el que se pide la muerte), y ante Allah -en las eternidades de al-Âjira-
lo hará conscientemente, y será quemado (súllia-yusallà,
ser quemado, voz pasiva de sallà-yusallî,
quemar algo o a alguien, forma derivada de salia-yaslà,
quemarse) en el Sa‘îr, uno de los nombres de ÿahánnam,
el pozo sin fondo del Fuego (Nâr)
de Allah, expresión absoluta y terrible de su Ira
(Gádab).
Para los sufíes, Yahánnam
es, en la eternidad de al-Âjira,
precisamente el correlato de la ignorancia y el egoísmo que quemarán a los
que se hayan arrojado a él. Pero si hay algo realmente inquietante en la
descripción es que deja pensar también que el desafortunado, al invocar
contra sí la destrucción lo hace esperando encontrar en ella la salvación o
el alivio. Es como si quisiera que el dolor le hiciera sentir menos la Ira de
su Señor, es como si quisiera desaparecer en ese dolor, o bien que la muerte
lo sumerja en la inconsciencia, pero la muerte es precisamente su verdad, es
sensibilidad absoluta, porque en su soledad no hay nada que lo disperse...
La desolación en la que existirá el shaqí se contrapone a su situación anterior en el duniâ,
en este mundo: innahû kâna fî:
ahlihî masrûra, ¡estaba alegre
entre los suyos... y su alegría
(surûr) era resultado de su
acomodamiento, su desidia y su inconsciencia. Entre los suyos,
entre su gente (ahl, los familiares y amigos),
él estaba alegre (masrûr)
plenamante satisfecho de lo que tenía y con lo que hacía, sin presentir que
todo iba a desaparecer, porque todo se dirige hacia Allah. En esa ignorancia
(ÿahl) dejó de prepararse para el
liqâ, para el encuentro con la Verdad. Junto a esa ignorancia estaba el nafs,
el ego que hace destructivo al ser humano: es el ego que lo hace
insolidario, vil y destructor: Y ambos, la ignorancia
(ÿahl) y el ego (nafs), se combinaron
marcándolo en sus honduras, haciendo que su Destino junto a Allah fuera el
Fuego...
El desafortunado estaba alegre innahû zánna an lan yahûra, creyendo que no iba a volver!... suponía (zanna-yazunn,
creer, suponer) que no regresaría (hâra-yahûr, volver a algo
empequeñeciéndose a la vez) a su realidad, que es la de la Nada en las
Manos de Allah. Ésa es la suposición de la mayoría de los seres humanos,
que viven sin darse cuenta de que caminan inexorablemente hacia Allah, hacia
la muerte, hacia la Verdad de lo humano,... que es la Nada en Manos de Allah.
Y el Corán responde al desafortunado que vive en la inconsciencia
pensando que no habrá de retornar: balâ,
¡Claro que sí!... por supuesto que
sí va a retornar a Allah, por supuesto que el hombre va a morir, por supuesto
que volverá a ser Nada en Manos de Allah, y además ínna rabbahû kâna bihî basîra, su Señor lo ve... su Señor
(Rabb) -su Creador en cada
instante- está siempre presente, atento al hombre, y es Basîr, ve... y en
ello mismo está la clave de que le exija cuentas. La Visión de Allah es
signo de la perfección de su Ser y corolario de su Presencia y su Imperio, y
esa Visión, para tener sentido, conlleva e impone que Allah exija cuentas,
como resultado de ‘haber visto’ y también como manifestación de su Poder
y su Voluntad, y todo sumido en su Ciencia, lo que hace de Él el Supremo
Soberano.