CAPÍTULO
79: LAS QUE ARRANCAN
SÛRAT
AN-NÂÇI‘ÂT
revelada
en Meca, 46 versículos
27.
â: antumû: asháddu jálqan ami s-samâ:* banâhâ
¿Acaso
vosotros habéis sido más difíciles de crear que el cielo? Él lo construyó,
28.
ráfa‘a samkahâ fa-sawwâhâ
elevó
su techo y lo niveló,
29.
wa ágtasha lailahâ wa ájraÿa duhâhâ*
y
oscureció su noche y mostró su claridad diurna.
30.
wa l-árda bá‘da dzâlika dahâhâ:
Y
la tierra, después de eso, la extendió,
31.
ájraÿa minhâ mâ:ahâ wa mar‘âhâ
y
sacó de ella su agua y su pasto;
32.
wa l-ÿibâla arsâhâ
y
las montañas, las fijó...
33.
matâ‘an lákum wa li-án‘amikum*
como
disfrute para vosotros y para vuestros rebaños.
El Corán nos ha
hablado en los primeros versículos de esta sûra de la fuerza latente en este
universo (que escapa al control y hasta al conocimiento del ser humano) y de la
arrogancia de los tiranos, que se endiosan en un mundo que ni dominan ni
conocen, atrayendo contra sí, sin saberlo porque son ignorantes, la Ira y
condenándose a la destrucción. Ahora, el Corán nos dirige de nuevo hacia el
universo para hacernos contemplar en él la acción del Creador Único, el Señor
Verdadero, descalificando con ello a quienes se someten a cualquier forma de
idolatría.
El Shirk,
la idolatría, el acto de asociar algo a Allah, es decir, imaginar existencias
separadas y diferenciadas de Él con autonomía o eficacia independiente del
Poder Creador, es la fuente de todos los males de los hombres: es una torpeza
que Allah no disculpa. En el polo opuesto está el Tawhîd, la concepción
unitaria de la existencia, que ve en Allah al Artífice Único de todo: el
universo entero, el material y el espiritual, lo físico y lo sutil, todo es
resultado del Querer de Allah, única Ley para el mundo.
Ahora, el Corán
orienta nuestras miradas hacia el mundo (el jalq,
la creación) que nos rodea y que a cada instante sugiere a Allah: â:
antumû: asháddu jálqan ami s-samâ:* banâhâ, ¿acaso
vosotros habéis sido más difíciles de crear que el cielo? Él lo construyó,...
Este versículo nos traslada del tema anterior al actual: después de
haber mencionado la Resurrección, que es negada por quienes dudan del Poder de
Allah, el Corán responde con sencillez preguntándoles si se consideran más
difíciles de crear (asháddu jálqan)
que el universo fascinante y de medidas colosales, como si en ellos se agotaran
todas las posibilidades de su Creador
(Jâliq). Allah ya ha creado algo más
grande que el ser humano, algo más contundente
(shadîd, término que aquí aparece
en su forma comparativa: ashádd, más
difícil, más contundente): el cielo
(samâ), que Él ha construido (banà-yabnî,
construir). El cielo sí debe servirnos para calibrar el Poder de
Allah, ¿cómo iba a resultar difícil -a quien ha creado de la nada el cielo-
hacer que resuciten los muertos? Sólo la arrogancia humana y la limitación de
nuestras perspectivas impiden reconocer algo tan sencillo.
Allah, el Uno-Único,
ha creado el cielo: ráfa‘a samkahâ
fa-sawwâhâ, elevó su techo y lo
niveló,... Allah ha elevado (ráfa‘a-yárfa‘) el techo
(samk) del cielo. En realidad, samk
significa altura, estatura, porte,
esbeltez. Con ello, el Corán alude a la armonía del cielo, a su
espectacular grandeza, a su apariencia de bóveda que corona la tierra, a su
solidez protectora... El cielo ha sido elevado y ha sido nivelado (sawwà-yusawwî, nivelar): Allah
lo ha hecho equilibrado, un espacio en el que todo está ajustado. Estas
expresiones aluden a la grandeza, solidez y perfección, del cielo que nos
envuelve.
Dirigir la mirada la
cielo, intentar medirlo con el entendimiento, ello produce en el ánimo una
sensación de vértigo y asombro ante lo envolvente, lo sobrecogedor a causa de
su grandeza. Pues bien, Allah ha creado ese espacio
surcado por estrellas y planetas, y, a pesar de la inmensidad del
universo, su Creador es aún infinitamente más Grande, y domina con su Voluntad
y su Poder esas desmesuras: wa ágtasha
lailahâ wa ájraÿa duhâhâ, oscureció
su noche y mostró su claridad diurna..., quiere decir que Allah es la razón
de la oscuridad de la noche (ágtasha-yúgtish, hacer que la
noche sea oscura) y de esa tiniebla sacó (ájraÿa-yújriÿ, sacar,
extraer) la claridad vespertina (duhâ),
es decir, en medio de la oscuridad hizo surgir la luz, y este prodigio se repite
cada día. Este versículo es un ejemplo más de la maestría en el uso de la
lengua árabe, jugando con su sonoridad y su capacidad de sugerir en medio de un
contexto perfectamente medido: la creación del cielo, inmenso y a la vez
equilibrado en todo sus detalles, y en el que se suceden la noche y el día,
todo ello majestuoso y a la vez visible, signos de algo más grande,
infinitamente más portentoso: el Creador que gobierna ese universo admirable.
A continuación, el
Corán nos devuelve a la tierra que nos soporta, y en ella nos muestra los
signos del Poder Creador: wa l-árda
bá‘da dzâlika dahâhâ, y
la tierra, después de eso, la extendió,... El verbo dahâ-yadhû
significa aplanar, extender. Que Allah
haya aplanado la tierra (ard)
quiere decir que la sometió, que la ‘preparó’ para contener la vida y su
desarrollo, que la capacitó para que fuera sede de algo insólito. Es como si
en sus inicios la tierra estuviera en ebullición y fue calmada, como si en sus
principios fuera inhabitable e inhóspita y Allah la dulcificó, la suavizó, la
allanó para las criaturas que debían poblarla: ájraÿa
minhâ mâ:ahâ wa mar‘âhâ, sacó
de ella su agua y su pasto,... Una vez la hubo pacificado, extrajo (ájraÿa-yújriÿ)
de la tierra agua (mâ) potable, ya sea del mar a través de la evaporación, o del
subsuelo, y con el agua empezó la vida, dando la tierra su primer fruto (mar‘à,
el pasto): wa l-ÿibâla arsâhâ,
y las montañas, las fijó... y asentó
(arsà-yursî, fijar, asentar)
las montañas (ÿibâl, plural de ÿábal),
quedando la tierra estable, preparada al final para recibir al último huesped,
el ser humano: matâ‘an lákum wa li-án‘amikum,
como disfrute para vosotros y para
vuestros rebaños... El ser humano disfruta de todo lo anterior (la
existencia entera es matâ‘, algo
ofrecido al disfrute): el hombre se ha encontrado con todo ello, no ha
tenido que esforzarse para crear el cielo que lo cobija y de donde le viene luz,
calor y agua, ni la tierra que lo soporta y que le da agua y plantas, todo ello
es para el ser humano un matâ‘, un
disfrute, para él y para sus rebaños
(an‘âm) de los que presume y en
los que cifra su riqueza y su poder (tal como hacen los nómadas): hasta sus
animales viven de lo que Allah crea, no de lo que ha creado el ser humano...
Somos los pobladores de un universo anterior a nosotros, huéspedes que
aprovechan los dones de un Anfitrión Supremo, para al final descubrir que somos
sus criaturas, que somos lo que Él quiere en medio de lo que Él quiere.
Todo lo anterior nos
habla de quién es Allah y quién es el hombre, de la relación entre ambos
extremos, de la íntima dependencia del hombre, y del favor que le ha sido
dispensado: a pesar de su extrema pobreza, a pesar de su vacío, es enriquecido
por Allah, es más, el ser humano ha coronado la creación, es su objetivo, el
que realmente ‘goza’ de la existencia posibilitada por Allah. Pero el ser
humano responde con ignorancia, con desagradecimiento y aislándose en lo que le
ha sido dado, y haciendo de ello algo que lo aparta de la verdad en lugar de
sumergirlo en ella.
34.
fa-idzâ ÿâ:ati t-tâ:mmatu l-kubrà
Cuando
llegue la Gran Explosión,
35.
yaúma yatadzákkaru l-insânu mâ sa‘à
el
Día en que el hombre recuerde aquello en que se esforzó
36.
wa búrriçati l-ÿahîmu li-man yarà*
y
el Yahîm sea mostrado a todo el que vea.
37.
fa-ammâ man tagâ
El
que traspasó los límites
38. wa â:zara l-hayâta d-duniâ
y
prefirió la vida inmediata,
39.
fa-ínna l-ÿahîma hiya l-ma-wà*
el
Yahîm será su refugio.
40.
wa ammâ man jâfa maqâma rabbihî wa nahà n-náfsa ‘áni l-hawà
Pero
quien temió el Rango de su Señor y prohibió al ego la frivolidad,
41.
fa-ínna l-ÿánnata hiya l-ma-wà*
el
Jardín será su refugio.
La vida
(hayât) en el mundo
que nos rodea (dunià) es disfrute (matâ‘). Pero
la misma palabra matâ‘, en árabe,
alude a su carácter precario y transitorio, es como provisión temporal para un
viaje (matâ‘, efectivamente,
significa también provisión, equipaje),
algo con lo que se nos facilita el tránsito a algo aún más grande, al-Âjira, el Otro Mundo, el
Universo de Allah, cuyas puertas se abren con la muerte.
El matâ‘,
la provisión con la que Allah hace
posible el viaje de la vida, es la precisa conjunción del cosmos entero para
hacer posible nuestra existencia. Algo impensable -nuestro ser, nuestra
presencia en el universo- es así hecho algo posible por el Señor de los
Mundos. Pero es matâ‘, algo que se
agota con ese viaje. Y cuando llega la
Gran Explosión (at-Tâmma
al-Kubrà), la Gran Calamidad -la muerte de cada uno y el Fin del Mundo al
cabo del tiempo-, anegándolo todo, apoderándose de todo, deshaciéndolo todo,
entonces, el universo perfectamente diseñado, la conjunción equilibrada de
cuanto existe, se desvanece ante el Poder de Allah: fa-idzâ
ÿâ:ati t-tâ:mmatu l-kubrà, cuando llegue la Gran Explosión,... La sonora palabra Tâmma
significa Eclosión acompañada de una
intensa violencia, y su fuerza es subrayada con el superlativo Kubrà, la Mayor (en
inevitable consonancia con al-Aya al-Kubrà,
el Gran Signo, mostrado por Moisés a
Faraón). La aniquilación de la existencia, su disolución, son los signos del
Predominio de Allah, su Eternidad por encima de todas las cosas; son la
manifestación de su Verdad.
Cuando llegue
(ÿâa-yaÿî) la Tâmma
en toda su grandeza, arrasando cuanto existe, reduciendo a polvo todo aquello
que posibilita la vida del ser humano, entonces yaúma yatadzákkaru l-insânu mâ sa‘à, el Día en que el hombre recuerde aquello en que se esforzó... En
ese momento terrible de la muerte y la resurrección -con el hombre como
testigo- se produce el Recuerdo cuando mueren los dioses del hombre: el ser
humano (insân) recordará (tadzákkara-yatadzákkar) cuáles han sido sus esmeros, aquello por lo que se ha
esforzado, la estupidez en la que había entretenido su tiempo, y se sumirá en
el desengaño.
El hombre recordará
aquello tras lo que fue (sa‘à-yas‘à, empeñarse en algo,
ir con ansia por algo). En lugar de haber vivido en Allah, en lugar de haberse propuesto a su Señor, el hombre ha
perdido su vida en ambiciones, miserias, preocupaciones, viviendo entre
fantasmas y quimeras, hundido en su propio ego, disfrutando de lo que Allah le
ha dado, es decir, viviendo, sin saber nada, sin conocer la hondura de su ser,
sin percatarse de la inmensidad en la que que existe, sin agrandarse en esa
desmesura, habiendo perdido, en definitiva, su oportunidad...
Entonces, en el seno
de la muerte y de la resurrección, en medio de la Gran Explosión, en la
Calamidad Mayor, tendrá lugar algo aún más terrible: wa
búrriçati l-ÿahîmu li-man yarà, y
el Yahîm sea mostrado a todo el que vea... La materialización del
desengaño, del dolor y la frustración, de la ignorancia y maldad del ser
humano -el infierno (ÿahîm)-, se mostrará (búrriça-yubárraç,
ser mostrado, aparecer). El Yahîm,
de violencia desatada por la energía de la Gran Eclosión, aparecerá ante cada
criatura y ante la humanidad entera, dejándose ver (raà-yarà)
y amenazando con engullir en su furia a todo ser: fa-ammâ
man tagâ, el que traspasó los
límites... en cuanto a aquél que, en vida, traspasó
todos los límites (tagâ-yatgà),
el tirano, el déspota, el que se aisló en sí y dio rienda suelta a su mal, el
que no contuvo su perversidad, wa â:zara
l-hayâta d-duniâ, y prefirió
la vida inmediata,... el que se dejó seducir por la
vida del mundo inmediato (al-hayât
ad-duniâ), el que la prefirió (âzara-yuâzir) a toda cosa, amando apasionadamente algo que estaba
destinado a perecer, el que se apegó al matâ‘
de Allah, el que en lugar de atarse a Allah se ató a lo que Allah le daba para
un tiempo, ése será engullido en el Fuego de la desesperación, en el dolor de
su fracaso: fa-ínna l-ÿahîma
hiya l-ma-wà, el Yahîm será
su refugio... el Yahîm será
lo que lo acoja, lo que se apodere de él, será su mâ-wà, su albergue, su
morada en la eternidad de al-Âjira.
El tugyân
(la extralimitación, la agresión,
la tiranía, la injusticia)
es la actividad del fuego, es la ‘inquietud’ misma que agita al fuego, como
si fuese su sustancia: existe una estrecha correlación entre el infierno y la
naturaleza interior del déspota (término que tiene un sentido muy amplio, máxime
si tenemos en cuenta que el Corán define así a todo el que ‘se deja seducir
por el mundo inmediato’). El conflicto insatisfecho (o satisfecho en la
autocomplacencia) del ser humano manifiesta un fuego en los adentros que es
infierno en la eternidad de al-Âjira.
El conflicto personal, el aislamiento del ‘ego’ (el nafs), la incapacidad para fluir con el ser, todo ello genera los
actos propios del déspota, el tâgî,
que cuando se endiosa recibe el nombre de tâgût,
el demonio.
Pero existe el
extremo opuesto: wa ammâ man jâfa maqâma rabbihî wa nahà n-náfsa ‘áni l-hawà,
en cuanto a quien temió el Rango de su Señor
y prohibió al ego la frivolidad,... El conflicto interior al que
denominamos tugyân (el
remolino en que se manifiesta el fuego, el hervor del ego, la perturbación que
es la esencia misma del fuego, la rebeldía del ‘ego’ que se satisface en sí
mismo y que proyecta toda su perversidad, el despotismo, en definitiva, de la
inmadurez humana) tiene su contrario en el temor a Allah (el jáuf):
quien teme (jâfa-yajâf)
a su Señor (Rabb), o dicho de
otro modo, quien es consciente del Rango
(Maqâm) de su Señor, quien se ha
situado en la existencia, conociéndose a sí mismo y a su Señor, y se sabe en
Manos de la Verdad, a merced de su voluntad,... entonces la humildad retiene la
expansión de su ego, y refrena (nahà-yanhà) su frivolidad (hawà)
recuperando la serenidad interior, fa-ínna
l-ÿánnata hiya l-ma-wà, el Jardín
será su refugio..., el ma-wà de
ése será el ÿanna, el jardín eterno, el placer supremo, la satisfacción absoluta.
El
temor a Allah (al-jáuf min Allâh)
pone límite al ego (el nafs), le impide degenerar y consumirse en su propia naturaleza ígnea,
lo devuelve al estado de paz que está en todos los orígenes. El temor eficaz
es el que surge del conocimiento y la sensibilidad,
de la má‘rifa y el îmân. Para alcanzar el grado del temor, es necesario conocer a
Allah, tal como nos lo describe el Corán, y una vez intuimos su carácter
absoluto, su poder irreductible, su grandeza sin límite, su libertad para la
que no hay obstáculo, su fuerza contra la que no hay recurso, entonces -si
tenemos además la suficiente sensibilidad, una verdadera esponjosidad a lo que
significa e implica Allah- nacerá en nuestros corazones el temor que nos guiará
a Él y a su Jardín, y el temor acaba convirtiéndose en Amor, y el Amor tiene
consumación en el ma-wà, en el refugio
acogedor de Allah, opuesto al ma-wà
que es el seno del Fuego.
42.
yas-alûnaka ‘áni s-sâ‘ati ayyâna mursâhâ*
Te
preguntan por la Hora y su llegada...
43.
fîma ánta min dzikrihâ*
¿Quién
eres tú para decirlo?
44.
ilâ rábbika muntahâhâ*
A
tu Señor corresponde que llegue su cumplimiento.
45.
innamâ: ánta múndziru man yajshâhâ*
Tú
sólo eres un advertidor para quien la tema.
46.
ka-ánnahum yáuma yaraunahâ lam yalbazû: illâ ‘ashíatan au duhâhâ*
El
Día que la vean les parecerá que no permanecieron (en la vida) más que una
tarde o su mañana.
Ésta es la última
parte de la sûra, un último párrafo que sella con contundencia un capítulo
que, desde el principio, nos ha sumergido en una sucesión vertiginosa de
visiones sobrecogedoras.
Muchos de los
compatriotas de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), cuando le oían hablar de la Hora
(Sâ‘a) en la que acabaría la
existencia actual del universo quedando inaugurada la
Otra Vida (al-Âjira),
preguntaban cuándo llegaría ese terrible momento: yas-alûnaka ‘áni s-sâ‘ati ayyâna mursâhâ, te preguntan por la Hora y su llegada... Vienen a ti, oh Muhammad, y
te preguntan (sáala-yás-al)
cuándo y cómo (ayyâna)
tendrá lugar (cuándo será su mursà
-o marsà- su fondeadero, cuándo anclará, cuándo se afianzará). Y lo hacen por
ansiedad, curiosidad o con ironía.
Pero Allah se reserva
ese dato. Nadie lo conoce: fîma ánta
min dzikrihâ, ¿quién eres tú para
decirlo?... El Corán no ha sido revelado para satisfacer la curiosidad de
nadie sino para expresar las exigencias de Allah. Viene a remover los cimientos
de cada ser humano, no a ‘informarle’ ni a saciar su frivolidad o su ansia.
La mención (dzikrà) de esa
cuestión no atañe al Profeta. Sólo a Allah incumbe: ilâ rábbika muntahâhâ, a
tu Señor corresponde su cumplimiento... Es tu Señor (Rabb) a quien
pertenece el límite (muntahà),
el cumplimiento, en esta cuestión, es decir, todo lo relacionado con ella le
pertenece en exclusiva.
Se trata de frases
cortantes, difíciles de traducir satisfactoriamente, y con las que se pone las
cosas en su sitio. En resumen, Allah se dirige al Profeta para que responda a
los que con insistencia le preguntan por el momento en que tendrá lugar la
Hora, el Momento Decisivo, cuando suceda la Gran Explosión, la Calamidad Mayor
(at-Tâmma al-Kubrà), diciéndoles
que él no lo sabe: innamâ: ánta múndziru man yajshâhâ, tú sólo eres un advertidor para quien la tema... tú, oh Muhammad,
sólo eres un múndzir, un advertidor,
enviado a quien -ante el anuncio de la Hora- se sobrecoge (jáshia-yajshà,
temer reverencialmente) y quiere prepararse para ese momento fatal.
Allah es Inmenso, e inmensa será la Hora del encuentro con Él. La partícula innamâ,
solamente, únicamente, restringe -a la vez que reafirma- el papel
que debe realizar Sidnâ Muhammad (s.a.s.): él es alguien que lanza la voz de
alarma, y en eso consiste su misión. Lo demás, todo lo demás, está en Manos
de Allah.
Por último,
subrayando el dramatismo de esa Hora en que cada ser y la humanidad entera se
congregue ante su Señor en el seno de la muerte y la resurrección, el capítulo
acaba de este modo: ka-ánnahum yáuma yaraunahâ lam yalbazû: illâ ‘ashíatan au duhâhâ,
el Día que la vean les parecerá que no
permanecieron (en la vida) más que una tarde o su mañana... El tiempo pasa
y la gente se relaja, pero cuando se establezca la Hora, todo el tiempo anterior
y el océano de la muerte parecerá un momento insignificante. Otra interpretación:
por lejano en el futuro que parezca que vaya a producirse la Hora, cuando tenga
lugar todo lo anterior se disipará como si hubiese durado lo que tarda en pasar
una sola tarde (‘ashía)
o las primeras horas de una mañana (duhà).
Cuando la humanidad se alce ante Allah saliendo de la ‘tumba’, cuando vean (raà-yarâ) la Hora, es como si no hubiesen permanecido (lábiza-yálbaz) en el sueño de la muerte (o de la negligencia) más que una breve tarde o una corta mañana. Y es porque con ello salimos de los límites estrechos del tiempo (por lento que nos parezca ahora), abandonamos la existencia precaria y fugaz en la vida del mundo inmediato (al-hayât ad-duniâ), para trasladarnos a la infinitud de la eternidad de al-Âjira.