CAPÍTULO 81: EL OSCURECIMIENTO

SÛRAT AT-TAKWÎR

revelada en Meca, 29 versículos

índice

 

15. fa-lâ: úqsimu bil-júnnasi

¡No! Juro por los astros ocultos

16. l-ÿawâri l-kúnnasi

que siguen su curso y desaparecen,

17. wa l-láili idzâ ‘ás‘asa

por la noche cuando extiende su oscuridad,

18. wa s-súbhi idzâ tanáffasa

y por la aurora cuando respira...

19. innahû la-qáulu rasûlin karîmin

Ciertamente, es la palabra de un noble mensajero

20. dzî qúwwatin ‘índa dzî l-‘árshi makînin

dotado de fuerza ante el Dueño del Trono, ante quien está en una posición sólida,

21. mutâ‘in zámma amîn*

y es obedecido y digno de confianza.

22. wa mâ sâhibukum bi-maÿnûn*

Vuestro compañero no está loco:

23. wa láqad râ:ahu bil-úfuqi l-mubîn*

lo vió en el horizonte claro...

24. wa mâ huwa ‘alà l-gáibi bi-danîn*

No es tacaño en lo relativo al Ausente.

25. wa mâ huwa bi-qáuli shaitânin raÿîmin

No son palabras de un demonio maldito,

26. fa-áina tadzhabûn*

¿a dónde vais?

27. in huwa illâ dzíkrun lil-‘âlamîna

Se trata de un Recuerdo para los mundos,

28. li-man shâ:a minkumû: an yastaqîm*

para quien quiera de entre vosotros enderezarse...

29. wa mâ tashâ:ûna illâ: an yashâ:a llâhu rábbu l-‘âlamîn*

Pero no querréis hasta que quiera Allah, el Señor de los Mundos.

 

 

         En la primera parte de esta sûra (véase el número anterior de Musulmanes Andaluces) el tema era el del Yáum al-Qiyâma, el Día del Fin del Mundo y la Resurrección. Suficiente en sí, a la vez sirve para introducir adecuadamente a esta segunda sección en el que el tema es la Revelación (el Wahy, o también Nûçûl al-Qur-ân, el Descenso del Corán). Ambas cuestiones tienen idéntica fuerza, y el texto lo expresa con la intensidad apropiada: el cosmos da fe de la autenticidad del Corán. Por eso, la Revelación va precedida de un juramento que se remite a los astros, a la noche, al amanecer, como testigos de la veracidad de las palabras de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), y también subrayan la dimensión extraordinaria del asunto.

         El fenómeno de la Revelación tiene en el Islam un sentido profundo e inquietante. No es la simple comunicación de un mensaje a un profeta que, a su vez, lo trasmite a su pueblo o a la humanidad. Pensar lo que supone una Revelación como la del Corán -tal como se la representan los musulmanes- nos introduce en el marco de una espiritualidad en la que se vivencia lo tremendo que supone que se rasgue el Velo que separa la existencia de la Verdad que la sostiene, una Verdad -Allah- que es envolvente, que es esencialmente Una, y ante la que todo lo banal se disipa para mostrar el Poder subyacente a cada momento de la vida.

         Para sugerirnos el carácter tremendo y abismal de lo que significa la Revelación -término devaluado en el cristianismo a causa de su propia historia de falsificaciones-, el Corán, en lugar de intentar explicarnos las dimensiones extraordinarias del fenómeno, las sugiere en medio de un juramento (qásam), recurso que subraya definitivamente el valor que Allah quiere dar a sus palabras, apelando a los secretos de la naturaleza, que sólo intuye o descifra quien cuenta con una especial sensibilidad espiritual (el Îmân), la que está arraigada en la esencia misma del ser humano, en su esponjosidad original. Es así como se nos asoma a lo indecible...

         El juramento comienza así: fa-lâ: úqsimu bil-júnnasi l-ÿawâri l-kúnnasi, ¡No! Juro por los astros ocultos que siguen su curso y desaparecen. Primero, un rotundo ¡No!, que sirve para provocar la atención del lector. El Corán no trata sobre asuntos frívolos, por lo que es necesario centrar el ser entero ante él. El Corán no pretende satisfacer ninguna curiosidad ni distraer a nadie, sino hacer que algo despierte en el lector. De ahí su lenguaje muchas veces rotundo. Ese ¡No! con el que comienza esta parte nos advierte que estamos a las puertas de enseñanzas que requieren toda nuestra presencia.

         A continuación, Allah dice que Él jura (áqsama-yúqsim), y esto está en consonancia con el estilo general del Corán, en el que con insistencia se usan todos los recursos posibles en la lengua árabe para dar fuerza a una frase. El juramento (qásam) es uno de ellos, y tal vez el más poderoso, porque deja entrever una seguridad absoluta en lo que se va a decir, y por ello mismo interpela al lector de un modo directo, sin concesiones, entrañando exigencias.

         Los primeros testigos de la veracidad de lo que se va enunciar después del juramento son los astros ocultos que siguen su curso y desaparecen (al-júnnas al-ÿawâri l-kúnnas). Se refiere a las estrellas que siguen su órbita y llega un momento en que desaparecen de la vista del observador para reaparecer después en su punto de partida. El beduino es un buen escudriñador del cielo, y lo es por dos razones, primero porque las estrellas le sirven para guiarse por la noche en los desiertos, y segundo porque en los desiertos se disfruta de un cielo único, nítido, poblado de infinidad de astros cuya inmensidad se adivina en la grandeza infinita del cielo.

         En su Comentario, Sayyid Qutb llama la atención del lector sobre la agilidad de la expresión coránica que quiere trasmitir el movimiento de esos cuerpos celestes descomunales, y lo hace con la sucesión de tres sustantivos que describen, sin citarlas directamente, a las estrellas siguiendo y desapareciendo en sus órbitas fijas. Son inmensas moles inertes, sin embargo están dotadas de ‘vida’, porque la vida es el movimiento. Un resorte secreto las activa constantemente y las hace visibles o invisibles, desaparecer y retornar... Estos ciclos de las estrellas son imagen cósmica de muchas cosas: del retorno de la vida, de la posibilidad de la Resurrección, de la manifestación e inmanifestación de Allah, del carácter mismo de la Revelación con la que reaparece la Verdad...

         El segundo testigo del juramento es la noche: wa l-láili idzâ ‘ás‘asa, por la noche cuando extiende su oscuridad... La noche (láil) se expande (‘ás‘asa-yu‘ás‘is) cubriéndolo todo, haciendo que todo sea informe, como la muerte, como era la Nada de la que hemos surgido, como es la Realidad Esencial de Allah, inasequible a la reflexión, englobadora de todo, absoluta indeterminación,... La noche extiende su oscuridad y se apodera de todo, lo engulle todo, como la muerte al cabo de cada vida, como el Fin que aguarda al universo, pero a toda noche sigue un amanecer. Sayyid Qutb también subraya aquí el carácter sugerente del verbo empleado, que también insinúa un movimiento: en la quietud más serena, en la oscuridad más cerrada, sigue latiendo Allah en el seno majestuoso de su propio Misterio.

         El amancer es el último testigo sobre la autenticidad del Corán: wa s-súbhi idzâ tanáffasa, y por la aurora cuando respira... La aurora (subh) eclosiona tras la noche oscura y respira (tanáffasa-yatanáffas): la brisa del amanecer es signo evidente de vida y de claridad, permitiendo distinguir los matices de lo que la noche había sumido en la indiferencia de la muerte. Imagen de la Resurrección, el amanecer es también el Corán revelado, surgido de la Noche de Allah, del Océano de Unidad.

         Allah ha puesto como testigos a los fenómenos citados en los párrafos anteriores para afirmar lo que sigue: innahû la-qáulu rasûlin karîm, ciertamente, es la palabra de un noble mensajero... Además del carácter rotundo del juramento, el Corán emplea la partícula ínna, ciertamente, para añadir contundencia a esta frase decisiva, y, además, hace preceder al término siguiente del prefijo la-, que también es un recurso de intensidad: el Corán es una palabra, un enunciado (qául) de un mensajero (rasûl) noble (karîm), refiriéndose a Yibrîl (Gabriel), el ángel (málak) de la Revelación.

         ¿Quién es Yibrîl (‘aláihi s-salâm)? El Corán no se detiene en ningún momento a describir la naturaleza y entidad de los ángeles (malâika), no hace ninguna digresión metafísica para especializados. A los musulmanes les basta saber que son seres luminosos, intermediarios entre el Océano de la Unidad y nuestro mundo múltiple, son puros y trasmiten la verdad a quien se purifica. Pertenecen a una dimensión interior (el Malakût) hacia la que se vuelve cada musulmán en sus recogimientos. Negar el Malakût es impedir la espiritualidad, y afirmarla sin más o como dogma es convertir la espiritualidad en una religión, en una institución. Al no existir en el Islam ninguna Iglesia ni ninguna casta sacerdotal, el musulmán participa de esa dimensión interior inmediatamente, pasando ésta a formar parte de su cotidianidad, impregnando su mundo constantemente. El Malakût, por tanto, no es ofrecido a la fe, sino que es el constituyente básico de las intuiciones de los musulmanes, el entramado interior de sus vidas.

         Por tanto, los encuentros en el corazón con esos habitantes del mundo interior es una premisa que no necesita ser justificada. Cualquier teoría sobre los ángeles es irrelevante para quien se vuelve hacia sus adentros y contempla la riqueza de experiencias posibles en la intimidad. Así hizo Muhammad (s.a.s.), y tropezó con Sidnâ Yibril (‘aláihi s-salâm), al que el Corán describe aquí del siguiente modo: dzî qúwwatin ‘índa dzî l-‘árshi makîn, dotado de fuerza ante el Dueño del Trono, ante quien está en una posición sólida... Ha quedado dicho en el versículo anterior que Yibrîl es un mensajero (rasûl), un emisario de Allah, un portavoz que hace entendible lo que viene de las profundidades de Allah. También se nos ha dicho que es noble (karîm), que también significa generoso: Yibrîl es valorado por Allah y es desbordante. Y ahora se añade que es fuerte (dzû qúwwa, dotado de fuerza y energía).

         El trasmisor del Corán al corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) está necesariamente capacitado para trasladar algo inmenso. En otra parte, el Corán asegura que las montañas no hubieran podido soportar el ‘peso’ del Corán: sólo un ángel que sea dzû qúwwa y un corazón como el de Muhammad (s.a.s.) tienen la resistencia suficiente para albergar lo que es el Corán en su esencia, Palabra Increada.

         Yibrîl, por último, es firme (makîn), ocupa una posición sólida, está afianzado en un rango elevado, ante el Dueño del Trono (dzû l-‘arsh), es decir, Allah. Todas estas expresiones redundan en lo mismo, en la idea de poder: Yibrîl es fuerte, es firme y es apreciado por el Dueño del Trono. En su mismo nombre encontramos la palabra ÿabr, que significa poder reductor: Yibrîl es el ángel de la Energía de Allah que obliga a las criaturas. Es el comunicador ideal de la Verdad, porque viene directamente de Allah y es capaz de trasportarla sin aligerarla.

         Pero aún hay más sobre Yibrîl: mutâ‘in zámma amîn, es obedecido y digno de confianza... Yibrîl es mutâ‘, es obedecido por el al-Mála al-A‘là, el Pleroma Supremo, la Asamblea de los Malâika, es decir, todos los ángeles están a su servicio. Y es amîn, digno de confianza, por lo que la certeza inundó el corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), y la Verdad se adueñó de todos sus resquicios.

         El Corán, tras describirnos al Mensajero Interior, pasa a hablar del Mensajero Exterior, del ser humano que trasmitió a la humanidad el Corán, y el Corán lo hace expresando ideas sencillas y claras, suficientes para quien tiene el corazón sano: wa mâ sâhibukum bi-maÿnûn, vuestro compañero no está loco... Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es, aquí, vuestro compañero (sâhib), es decir, alguien conocido, de vuestra especie, un ser humano, familiar para quienes lo conocieron en persona y trabaron con él amistad (sus Compañeros, los Sahâba). Por ello mismo, sabéis que Muhammad (s.a.s.) no está loco (maÿnûn). Sus contemporáneos conocían a Muhammad, y cuando lo acusaron de loco para volver la espalda a su mensaje, todos sabían que era una excusa. Él dijo haber visto a Yibrîl, el Ángel de la Revelación, y no lo hacía porque se hubiera vuelto loco: al contrario, su vida es un ejemplo de cordura y sensatez, y de ello dejaron testimonio claro quienes estuvieron a su favor y también quienes combatieron contra él.

         Su visión no fue la de un demente: wa láqad râ:ahu bil-úfuqi l-mubîn, lo vio en el horizonte claro... Él vió (râa-yarà) a Yibrîl recubriendo todo el horizonte (úfuq), un horizonte claro (mubîn): no se trató de una imagen confusa entre penumbras. Ésta es una frase rotunda, iniciada también por otra partícula de confirmación (láqad).

         Sidnâ Muhammad (s.a.s.) era sâhib de sus conciudadanos, era una persona conocida y reconocida cuya cordura no se cuestionó más que como estrategia con la que intentar desacreditarlo, pero no tuvo éxito precisamente porque siempre se había destacado como hombre prudente y sólido. Pero también era renombrada su generosidad, y esta noble cualidad es la que se manifestaba cuando trasmitía a sus contemporáneos lo que descubría en el Mundo Interior: wa mâ huwa ‘alà l-gáibi bi-danîn, no es tacaño en lo relativo al Ausente... Él (s.a.s.) no se reservó nada, sino que ofreció la riqueza que encontró en su corazón: él no fue danîn, un tacaño que buscara su propio provecho. Comunicó a la humanidad lo que encontró en el Gáib, en la Ausencia, en lo Interior, en las Raíces del Ser.

         Muhammad (s.a.s.) se ausentó al mundo, se retiró a una cueva, y en esa soledad, y en seno de la intimidad de su corazón -ausencia en la ausencia- vio lo que Allah le mostró en la claridad de un horizonte de luz, entrando en contacto con verdades subyacentes, entró en el Malakût y saboreó al-Âjira, el Universo de Allah, y aprendió cosas tremendas que atañían a todas las gentes, y lo ofreció en consonancia con su propia naturaleza que era la generosidad.

         El Mensajero Humano (Muhammad) es el correlato perfecto del Mensajero Espiritual (Yibrîl). Son las dos caras de una misma esencia que se acompañaban solidariamente. Muhammad es la humanidad del Espíritu. Por eso, los sufíes ven en Sidnâ Muhammad (s.a.s.) la plenitud de la Verdad, y la expresan con un lenguaje apasionado, y por ello mismo insisten en la necesidad de disciplinarse en el amor hacia Muhammad (s.a.s.), pues sólo la pasión por él puede hacernos entender quién era en realidad: “Vió a Yibrîl en el horizonte claro, que es la región en la que que acaba el corazón y comienza el espíritu, y que es el lugar de la Revelación en la que sopla la brisa del Aliento de Allah. Y no pudo ser tacaño, ninguna acusación se puede hacer de escasez en lo que nos trasmitió porque en esa zona no tiene ningún poder el demonio, ni la alcanza la ilusión ni la imaginación tiene capacidad ahí de deformar nada. No se produjo, por tanto, ninguna mezcla, y las Palabras Puras sonaron en su verdad, sin que las recogieran la ilusión o la imaginación. Su inteligencia ahí estaba desnuda de recursos...”.

         Si Muhammad (s.a.s.) no estaba loco, y daba fe de una visión auténtica, ésta podía deberse a una posesión maléfica en lugar de ser la Revelación de un ángel. Efectivamente, el mundo interior está poblado por seres de luz (los malâika), pero también por sombras (los ÿinn o genios, demonios, a cuya cabeza está Shaitân al igual que Yibrîl está a la cabeza de los ángeles). El Corán recoge esta objeción: wa mâ huwa bi-qáuli shaitânin raÿîm, no son palabras de un demonio maldito... La Revelación que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) trasmite a la humanidad no es palabras (qául) susurradas a su corazón por un demonio (shaitân) expulsado de la luz (raÿîm, maldito, lapidado). Yibrîl es pureza y un bien que se desborda, mientras que Shaitân es confusión; por eso, para los sufíes, el primero está vinculado a la naturaleza primordial mientras el segundo es  contaminación y deformación por la presencia del ego. El espíritu humano entra en contacto con Yibrîl, pero el ego va en pos de Shaitân, el enemigo que acaba destruyendo al hombre.

         Allah recrimina a los que acusan a Sidnâ Muhammad de ser un poseido por Shaitân: fa-áina tadzhabûn, ¿a dónde vais?... Es decir, ¿qué es lo que realmente pretendéis? ¿Qué cosa absurda estáis diciendo? Conocéis a Muhammad y sabéis que no está loco, escucháis el Corán y sabéis que no contiene maldad, ¿a dónde vais (dzáhaba-yádzhab)? ¿Qué camino seguís, el de Yibrîl o el de Shaitân? ¿No seréis vosotros los que estáis poseídos por egos destructores, por demonios que perturban vuestros corazones y los bloquean?

         Respondiendo a los que acusan a Sidnâ Muhammad (s.a.s.) de poseído por un demonio, o simplemente completando la serie que consiste en describir al Mensajero (interior y exterior) y al Mensaje, Allah dice del Corán: in huwa illâ dzíkrun lil-‘âlamîn, se trata de un Recuerdo para los mundos... El Corán es Dzikr, un Recuerdo, un Recordatorio, dirigido a todos los seres (‘âlamîn, los mundos, plural de ‘âlam). No es una ensoñación, ni el fruto de una locura, ni inspiración de un demonio, al contrario, es la descripción de una senda li-man shâ:a minkumû: an yastaqîm, para quien quiera de entre vosotros enderezarse...

         Desde el principio de la Revelación del Corán (esta sûra pertenece al periodo de Meca) se señala el alcance universal del Mensaje. Las ‘ambiciones’ de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) no fueron creciendo conforme se iba dando cuenta de su ‘éxito’, tal como sostienen algunos arabistas. El Islam es un recordatorio para los mundos, una llamada de atención para hacer despertar las conciencias, para que recuperen la sensatez. La Revelación es una senda sobre la que puedan encauzarse quienes quieran (shâa-yashâ,querer) caminar rectos (istaqâma-yastaqîm, enderezarse, ponerse derecho). La Istiqâma, la Rectitud, es la virtud suprema: es una Resurrección (Qiyâma) del corazón, es la recuperación de lo primigenio, el fluir con el bien, el regirse según Allah.

         La Revelación es ofrecida a la voluntad (mashí-a) del ser humano. Quien desee una camino recto, que siga las enseñanzas del Corán, que vienen de un pilar sólido, y quien no quiera sino ir sin rumbo, que haga lo que quiera. Ahora bien, la sûra acaba con un versículo tremendo que devuelve todo esto a su esencia: wa mâ tashâ:ûna illâ: an yashâ:a llâhu rábbu l-‘âlamîn, pero no querréis hasta que quiera Allah, el Señor de los Mundos... El ser humano quiere (shâa-yashâ) cuando Allah quiere y lo que Él quiere, pues Él es Rabb al-‘Âlamîn, el Señor de los Mundos, el motor que los mueve, el corazón que palpita en ello, es lo que los hace ser lo que son.

         La Revelación nos va dirigida a nosotros, se pliega a nuestros sueños, nos estimula para que tomemos iniciativas, porque creemos tomarlas, que somos independientes, que nuestra voluntad es libre. Pero no es así en la raíz de la Verdad. Por eso, de vez en cuando el Corán nos devuelve al Fundamento, para que poco a poco vayamos tomando conciencia de lo que significa Allah en su sentido más tremendo. Pero conviene que lo hagamos despacio, asumiendo progresivamente su Grandeza envolvente, para no convertir en dogma una verdad que es necesario que vayamos integrando en nuestro ser hasta que se produzca el encuentro. Y, sobre todo, y con un sentido más practico, para que vayamos perdiendo ‘arrogancia’: nuestros avances han sido determinados en una eternidad que se nos escapa, han sido queridos por Allah antes de que existiéramos, y en nosotros se cumple lo que Él desea, no lo que nosotros queremos. Ésta certeza nos reconduce a Él siempre en lugar de hacernos admirar nuestros logros, ayudándonos aún más a reconciliarnos con el Inmenso.

         No queremos hasta que la Verdad que nos hace ser quiere que queramos: he aquí una gran ruptura que mata todos los dioses del ser humano para sumergirlo en el Océano de Allah. En nuestro universo ilusorio de realidades aisladas y desvertebradas, creemos en una autonomía que acaba creando dioses, forjando supersticiones, desviando esfuerzos, confundiendo al ser humano, dispersándolo en un laberinto de pugnas y tensiones, mientras que la Verdad es Una, que lo rige todo desde las profundidades de su Misterio Insondable. Hacia ese Corazón se vuelve el musulmán, y va haciendo de su Señor su único oriente, liberándose de las tinieblas de Shaitân en un proceso hacia la luz de su Dueño Verdadero. Descubre que el Destino -la Voluntad de Allah- es la urdimbre de su realidad, de que en todo momento todo se realiza como manifestación del Poder Creador que está en su raíz y en cada uno de sus instantes.

 

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