CAPÍTULO 75: LA RESURRECCIÓN 

SÛRAT AL-QIYÂMA

revelada en Meca, 40 versículos  

índice

 

SEGUNDA PARTE

 

 

16. lâ tuhárrik bihî lisânaka li-tá‘yala bih*

No muevas tu lengua para acelerarlo.

17. ínna ‘alainâ yam‘ahû wa qur-ânah*

Nosotros nos hacemos cargo de su reunión y su recitación.

18. fa-idzâ qara-nâhu fáttabi‘ qur-ânahû

Cuando lo recitamos, ¡sigue su recitación!

19. zumma ínna ‘alainâ bayânah*

Luego, Nosotros nos hacemos cargo de su explicación.

 

 

          Hemos hablado, en la primera parte de esta sûra, de la Resurrección (al-Qiyâma) y de su correlato en el ser humano, la emergencia del Yo Censurante (an-Nafs al-Lawwâma). Se trataba de acontecimientos que quiebran la normalidad y la naturaleza y asoman al hombre a la desmesura del Ser de Allah. La sucesión rutinaria en la existencia engaña al hombre, que construye sobre ese fantasma la quimera de una lógica precaria que es interrumpida por la aparición de lo sobrenatural. Para el hombre común, la vida acaba con la muerte definitiva, certeza que el Corán destruye anunciando la Resurrección. Por otra parte, la aparición en el hombre de algo inaudito, la conciencia (el Yo Censurante), que es algo, si se medita, aún más sorprendente, anuncia la verdad del trasfondo de nuestra existencia, nos habla de Allah Infinito, al que ninguna barrera puede ser impuesta. Ambos temas se complementan y se explican mutuamente.

          Pero hay otra cuestión que se entrelaza con las anteriores: El Descenso del Corán (Nuçûl al-Qur-ân). Efectivamente, la Revelación (Wahy) es un fenómeno extraordinario: anuncia la Resurrección y habla al Yo Censurante del hombre. La Revelación invita a una transformación poderosa, en coincidencia con la desmesura de la existencia verdadera, la que no es limitada por la rutina de la sucesión en un mundo destinado a perecer pero cuya esencia está en Manos del Eterno.

          La autenticidad del Corán se apoya en todo lo dicho acerca de la Resurrección y el Ser Humano. La Libro Revelado tiene la fuerza que hay en esas dos sugerencias, las cuales encuentran eco en los corazones que intuyen la grandeza de la Verdad en la que existen. El que responde desde la profundidad de su ser, donde esas evocaciones encuentran eco, recibe el nombre de mûmin. El que se aferra a su mundo quimérico, prevaleciendo en él el Ego Imperante, es designado con el término kâfir.

          El Descenso del Corán tuvo como destino el corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). En él despuntó una luz tan poderosa como la de la Resurrección y la que acompaña al surgimiento del Ego Censurante, que es una invitación íntima a la transformación. Desde ese corazón, el Libro se desbordó para anegar el mundo. Los cuatro versículos de esta sección son órdenes dirigidas a Muhammad (s.a.s.), indicaciones de Allah que explican lo que es en esencia el Corán.

          El Corán es de Allah. Es su Discurso (Kalâm) y Él se hace cargo del Libro: Allah lo revela (Wahy), Él lo protege (Hifz), Él lo junta (Yam‘) y Él lo explica (Bayân). Muhammad es el Mensajero (Rasûl): su misión es la de portar el Libro (Haml) y comunicarlo (Tablîg), simplemente. Cuatro cosas incumben a Allah: Wahy (Revelación del Corán), Hifz (Protección del Corán), Yam‘ (Reunión del Corán) y Bayân (Explicación del Corán). Y dos incumben al Profeta: Haml (Portar el Corán) y Tablîg (su Comunicación a la humanidad).

          Yibrîl (Gabriel), el Ángel de la Revelación, comunicaba el Corán, fragmento a fragmento, al corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Como cualquier estudiante que debiera memorizar un texto, Muhammad (s.a.s.) cerraba los ojos y repetía con insistencia y mecánicamente las palabras que le eran reveladas, por temor a olvidarlas. Allah le dice aquí: lâ tuhárrik bihî lisânaka li-tá‘yala bih, no muevas tu lengua para acelerarlo... Es decir, la Revelación no es como una lección que deba ser memorizada. Al memorizar, el estudiante participa en lo que aprende. Pero aquí se trata de otra cosa. No debe haber ninguna participación de Muhammad (s.a.s.), como si la Revelación tuviera su propio curso, al margen del Mensajero. Por tanto, Allah le prohíbe mover (hárraka-yuhárrik) la lengua (lisân), como hace el aprendiz, buscando con ello acelerar (‘áyila-yá‘yal) la memorización.

          El Corán (al-Qur-ân) es una irrupción de Allah, es su Presencia trastornadora en medio de la existencia de los hombres. Allah es su garante: ínna ‘alainâ yam‘ahû wa qur-ânah, Nosotros nos hacemos cargo de su reunión y su recitación... Este versículo empieza así: innâ, ciertamente Nosotros... Es una forma poderosa de empezar la frase, una afirmación tajante, una declaración irrebatible. Allah habla en plural, y es como si, en ese Nosotros, dijera: Yo y todos mis Atributos. Pues bien, Allah, con todo su Ser, se hace cargo, se hace responsable, pesa sobre Él, la Reunión del Corán (Yam‘ al-Qur-ân). Es decir, Él reúne en el corazón de Muhammad (s.a.s.) todos los fragmentos del Libro y los afianza, sin que él tenga que realizar ningún esfuerzo. Él se hace cargo de la correcta Recitación (Qur-ân), de modo que nada sea olvidado. Con esto, Allah protege la Revelación. No la entrega al hombre, no la confía a la retención precaria de la humanidad, mucho menos la abandona a una institución, a una iglesia. Él mismo es su garante y su salvaguarda.

          Efectivamente, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) recordaba el Corán tras haberle sido trasmitido por Yibrîl, y lo comunicaba fielmente, y su Nación recogió el Mensaje, y fue guardado en la memoria y puesto por escrito, complementándose esas dos vías para asegurar el texto. El Corán, desde el principio, fue un bien público, y nunca fue monopolizado por nadie. El esfuerzo descomunal de los musulmanes, generación tras generación, de preservar y comunicar el Libro, son los signos de la continuidad del Hifz, la Protección que Allah ha brindado al Corán.

          Por tanto, cuando le era comunicado un versículo o un fragmento del Corán, Muhammad (s.a.s.) sólo debía escucharlo atentamente, seguir la recitación del Ángel, dejarse penetrar por la luz que descendía sobre su corazón: fa-idzâ qara-nâhu fáttabi‘ qur-ânahû, cuando lo recitamos, ¡sigue su recitación!... Cuando te lo leamos (qáraa-yaqrâ, leer, recitar), sigue (ittába‘a-yáttabi‘) la recitación, y el texto quedará fijado en tu corazón, y, precisamente porque no has participado en él, serás a su imagen y lo trasmitirás fielmente.

          Por último, Allah también se hace cargo de explicar el significado del Corán. No deja su interpretación a nadie: zumma ínna ‘alainâ bayânah, luego, Nosotros nos hacemos cargo de su explicación... Allah mismo aclara lo que significa cada una de las palabras del Corán. Sobre Él, sobre todo su Ser, pesa su explicación (bayân). La explicación del Corán es el Profeta mismo, su Sunna, su forma de practicar el Islam y lo que enseña el Corán. Sidnâ Muhammad (s.a.s.), gracias a su fidelidad a la Revelación, gracias a su inmersión completa y absoluta en su Señor, se convirtió en la imagen más perfecta de lo que Allah quiere decirnos. Así es como se complementan el Corán y la Sunna, protegiendo al Islam de las intromisiones.

          El Corán y la Sunna están estrechamente interrelacionados, al igual que el Creador y la creación. El Corán es de Allah y la Sunna es de Muhammad (s.a.s.) en una estrecha vinculación a la que llamamos Islâm, la absoluta e incondicionada rendición a la Verdad. Ambos, el Corán y la Sunna, son la imagen de la plenitud y de la paz, de la coincidencia de lo eterno y lo efímero, de la Resurrección y el Yo del ser humano. Comprender lo que son en esencia el Corán y la Sunna es la Vía hacia la comprobación de lo real en la existencia.

 

 

20. kallâ bal tuhibbûna l-‘âyilata

¡Pero, no! Amáis la Fugaz,

21. wa tadzarûna l-â:jira*

y descuidáis la Otra.

22. wuyûhun yaumáidzin nâdiratun

Ese Día, rostros brillantes

23. ilà rabbihâ nâzira*

hacia su Señor mirando.

24. wa wuyûhun yaumáidzin bâsiratun

Y rostros, ese Día, entristecidos,

25. tazúnnu an yúf‘ala bihâ fâqira*

creyendo que se hará en ellos una calamidad.

 

 

          La Resurrección (al-Qiyâma), la conciencia (el Yo Censurante, an-Nafs al-Lawwâma), la Revelación (al-Wahy),... el Islam en definitiva, son los signos en los que meditar para trazar una vía hacia la Verdad (al-Haqq). La existencia es un prodigio en el que desentrañar el secreto de la Inmensidad sobre la que se asienta. No hay nada definitivo ni sometido a reglas, todo es expresión de esa Inmensidad a la que el corazón se asoma cuando, por un momento, olvida el mundo que el apresuramiento construye en busca de un asidero paran la inconsistencia de la condición humana. Cuando el hombre se olvida, por un instante, de sí mismo, descubre el verdadero carácter de la vida, su desmesura. Y el Islam es la forma de vivir en consonancia con ese reto. El Islam es abandono, es fluir con lo que escapa al control del hombre, aceptando la propia inconsistencia como lanzadera hacia la Inmensidad.

          En los versículos que hemos visto en el apartado anterior, Allah prohíbe al Profeta (s.a.s.) la inclinación del hombre a anclar en su vida la intuición que puede tener de la Inmensidad. Lo invita, por el contrario, a seguir la Revelación, a dejarse llevar por ella allí donde le conduzca, confiando en Allah, en el que le ha dado vida, el que la sustenta, el que la enriquece. Se trata de un alegato contra la avidez del hombre: kallâ bal tuhibbûna l-‘âyila, ¡pero, no! amáis la Fugaz... Allah emplea la partícula kallâ, una negación cargada de reproche, ¡pero no!... Ese reproche va dirigido a la generalidad de los seres humanos, quienes en lugar de aceptar el desafío de la Inmensidad, se atan al mundo fugaz (al-‘âyila). El hombre ama (ahabba-yuhibb) el mundo inmediato (dunyâ), que es al que aquí se refiere el Corán dándole el nombre de al-‘âyila. Recordemos que, en los versículos anteriores, al Profeta se le prohibió mover su lengua repitiendo el Corán para acelerar (‘ayala-ya‘yil) la memorización. El apresuramiento (‘áyala) es lo que sumerge al hombre en el mundo fugaz, el de la prisa; por tanto, el de la caducidad.

          La avidez del ser humano, su precipitación, lo sumergen en la vorágine de las imágenes fantasmales del dunyâ, el mundo que le es inmediato. Inmerso en la sucesión, la alternancia, el desenfreno del mundo, olvida la Verdad: wa tadzarûna l-â:jira, y descuidáis la Otra... El hombre descuida (yadzar) la Otra (al-Âjira). Este término, al-Âjira, es clave. Significa la Otra, o la Última. Se trata de la existencia que hay tras la muerte. Es el escenario de la Resurrección.

          ¿Que hay tras la muerte? Primero hay que saber qué es la muerte según el Islam. La muerte es cuando cesa la vida entendida ésta como tiempo del hombre. Con la muerte, el hombre accede al Universo de Allah (al-Âjira), que ya no es su tiempo y no le pertenece. Es donde deja de ser protagonista para pasar a estar en Manos de la Verdad. El musulmán convierte su vida en al-Âjira desde el momento en que se entrega por completo a su Señor. Deja de ser impresionado por la Fugaz y descubre el trasfondo que lo sostiene y sostiene todas las cosas, al-Haqq, la Verdad.

          Tras la muerte, la paz conseguida en vida se prolonga infinitamente en la Inmensidad, mientras que la avidez se convierte en desesperación y Fuego: wuyûhun yaumáidzin nâdira, ese Día, rostros brillantes... Entonces, ese Día (yaumáidzin), el de la Resurrección en al-Âjira, habrá rostros (wuyûh, plural de wayh, rostro, cara) resplandecientes (dir). Son los rostros de quienes, en vida, se habían vuelto hacia Allah, y en al-Âjira estarán: ilà rabbihâ nâzira, mirando hacia su Señor... Ese Día, los rostros brillantes verán realmente a su Señor (Rabb). Encontrarán que es cierta la Verdad en la que se habían sumergido. Hay consonancia entre el resplandor de esos rostros (nadar) y la mirada (nazar) con la que comprobarán las dimensiones de Allah. Esa comprobación (tahqîq) es su éxito (falâh), su triunfo, es decir, su sobredimensión en la Verdad que sostiene los cielos y la tierra.

          La satisfacción en la Visión de Allah en al-Âjira significa, entre otras muchas cosas, lo siguiente. Si la contemplación de las bondades de Allah en este mundo llena de alegría a los hombres y expande sus corazones, si la belleza de cuanto nos rodea refresca al ánimo, si el espectáculo de la fuerza de la naturaleza agranda al espíritu, que son signos del Poder de la Verdad para quien va al fondo de las cosas y tiene tiempo para encontrar la paz, ¿qué no será la Visión de la Fuente de todos esos prodigios en al-Âjira, es decir, fuera de toda limitación? Ése es el Jardín anunciado por los profetas a todos los hombres. Esa satisfacción en Allah, ya no en su acción sino en Él mismo, es lo que significa la Visión.

          Por el contrario, el apresuramiento, la avidez, de quien ha vivido engañado por el mundo inmediato (dunyâ), sumido en la Fugaz (al-‘âyila), abandonando la atención que debe ser puesta en la Verdad, se convierte, ese Día, en penumbra y tristeza. La angustia que ata al hombre a los fantasmas de su mundo, su necesidad de controlar la realidad, ese Día, será pura frustración: wa wuyûhun yaumáidzin bâsira, y rostros, ese Día, entristecidos... Ese Día, el de la Resurrección en la Otra, habrá también rostros que estarán afligidos (bâsir). Son aquellos que se ven entonces privados de lo único con lo que contaban, la creencia en sí mismos. Sumidos en la Inmensidad para la que no tendrán recursos y apesadumbrados por el recuerdo de sus iniquidades, estarán en medio del desconcierto del que huían en vida y que resulta que es la Verdad Inmensa en la que existían y no dejan de existir. No escucharon la voz de Allah, que les invitaba a al-Âjira en vida. Para ellos, la Inmensidad de su Señor será causa de aflicción, dudas y dolor: tazúnnu an yúf‘ala bihâ fâqira, creyendo que se hará en ellos una calamidad... Es decir, creerán (zanna-yazunn) entonces en lo que se les había comunicado y serán objeto de la calamidad (fâqira), la destrucción que se hará (yúf‘al) en ellos. Como dicen los comentaristas del Corán, sus espaldas serán quebradas, es decir, toda su soberbia será humillada, la columna vertebral de su ser, su confianza en sí mismos, será abatida, y ese será su Fuego eterno.

 

Continuación