La vida al límite en Hebrón

Los ciudadanos palestinos resisten en el casco viejo de Hebrón

las agresiones de colonos y militares israelís

Enric LLopis

Rebelión

Una vida palestina en Hebrón da para mucho. Como la de Addam, un joven de 20 años que reside en la parte vieja. Ha sido detenido 15 veces por el ejército de Israel y su hermano otras 30.

La última, el pasado mes de agosto, cuando resistía con otros compañeros al cierre de tres tiendas en el casco antiguo. Addam fue detenido por militares israelíes cuando pretendía defender a su hermano. Los soldados les trasladaron al área de Qiryat Arba (el principal asentamiento de Hebrón), donde fueron torturados.

Explican que les taparon el rostro con trapos y después fueron golpeados. Por si no fuera bastante, los colonos de la parte vieja prendieron fuego a su casa en tres ocasiones.

Hebrón pasa por ser la capital del sur de Cisjordania. Una ciudad conservadora y con fuerte componente tradicionalista, convertida en el año 2000 en uno de los epicentros de la segunda Intifada.

Se trata, además, de una de las ciudades más antiguas del mundo, considerada sagrada por las tres religiones monoteístas. Este hecho ha dado lugar a numerosos conflictos, atemperados por otros elementos positivos de la ciudad, por ejemplo, su dinámico comercio y un entorno de huerta fértil.

Pero hay otro plano en el que destaca Hebrón. Es, junto a Jerusalén, la ciudad palestina en la que la colonización judía adquiere mayor crueldad, hasta el punto de extender el conflicto prácticamente casa por casa. De hecho, los asentamientos no se limitan a lo alto de las montañas sino que llegan a las calles del casco histórico y a sus viviendas.

Un ejemplo. Cuatro puestos de control militar salpican la parte vieja de Hebrón, por los que han de pasar forzosamente los ciudadanos palestinos. A ello se agregan cien vallas metálicas colocadas por Israel en lugares estratégicos de la ciudad.

La tensión se vive en cada rincón de la parte vieja, en la vida cotidiana de la gente. Resulta frecuente observar fincas en cuya planta baja reside una familia palestina; un colono judío ocupa el segundo piso y, en la azotea, protegiéndolo a él y a su familia, permanece un retén del ejército israelí. En el casco antiguo de Hebrón residen 400 colonos judíos con la protección de unos 1.500 soldados, reforzada por torres de control militar en todo el perímetro de la ciudad.

Un vecino del casco viejo resume la imposibilidad de la convivencia. “No podemos dormir; los colonos nos golpean las ventanas y arrojan agua cuando pasamos por debajo de sus casas; en una ocasión me lanzaron fuegos pirotécnicos”, explica. Hassan Afandy, otro ciudadano palestino que asiste atento a la conversación, asiente con firmeza: “éste es un caso habitual en Hebrón cuando uno vive pegado a los colonos”.

En ocasiones el conflicto se desborda y alcanza el delirio, como en 1994, cuando tuvo lugar la célebre “gran masacre de Hebrón”. Fue un episodio cruento que marcó la historia de la ciudad. El colono judío Baruch Goldstein ingresó en la mezquita y asesinó a 29 musulmanes mientras oraban; otros 125 resultaron heridos.

Unos 50.000 colonos residen en Hebrón y su entorno. Existen siete asentamientos, entre los que destaca Qiryat Arba, con más de 7.000 habitantes. A los colonos se les ve frecuentemente armados. Y no sólo eso, sino que en todo momento cuentan con protección militar. Así, cuando atraviesan las calles de la zona palestina lo hacen acompañados por soldados.

El urbanismo también refleja esta situación que raya en el apartheid. La principal avenida de Hebrón, de capital importancia pues conecta todos los asentamientos, se encuentra cerrada al tránsito para los ciudadanos palestinos. Las más de mil tiendas que estos regentaban en el entorno de la avenida tuvieron que cerrar sus puertas.

La ciudad se divide en dos sectores. El israelí (denominado H2) no es muy extenso, pero comprende la zona céntrica e incluye el control de los accesos a Hebrón. La parte restante (llamada H1) se halla bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina.

Sin embargo, más allá de las divisiones administrativas, los soldados israelís pueden cortar en cualquier momento las calles e impedir que los vecinos lleguen a sus casas, u ordenar el registro de cualquier pequeño comercio. A la hora de dirigirse a un ciudadano palestino, los malos modos y los insultos resultan frecuentes. Estos episodios forman parte de la vida cotidiana de Hebrón.

Una de las ONG que en la ciudad palestina trabaja sobre el terreno es la de “Cristianos por la Paz” que, a pesar de lo que su nombre pudiera sugerir, no tienen ninguna vocación misionera. La opinión de su coordinadora, Paulette Schroeder, resume el tenor de la resistencia: “hay veces que nos dirigimos a los soldados y nos contestan que somos de Hamás y, aún así, es más fácil hablar con ellos que con los colonos; la única pretensión de éstos es echar a los palestinos”.

Una de las labores prioritarias de esta ONG es sensibilizar sobre las causas de la ocupación. “No hay que olvidar que Estados Unidos proporciona 11 millones de dólares diarios en ayuda militar a Israel”, apunta Schroeder.

Lo que queda claro, tras visitar Hebrón, es que los asentamientos de colonos obedecen a una política perfectamente planificada por el estado de Israel. La colonización responde al proyecto sionista de construir un estado étnicamente “puro”, sobre la hegemonía de la nación judía, y en la que los ciudadanos palestinos cuentan muy poco (sirven, si acaso, como mano de obra barata). Y que la colonización sería imposible sin el apoyo permanente del ejército.

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