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Aunque el intento de derrocar al
gobierno sirio tiene muchos puntos de similitud con la maniobra
contra Libia, los resultados son muy diferentes debido a las
particularidades sociales y políticas de los países en que se
desarrollan. El proyecto tendiente a acabar simultáneamente con
esos dos Estados ya había sido enunciado desde el 6 de mayo de
2002 por John Bolton, el entonces subsecretario de Estado de la
administración Bush. Nueve años más tarde, su puesta en práctica
por parte de la administración Obama está enfrentando numerosos
problemas.
Al igual que en Libia, el plan inicial
contra Siria consistía era un golpe de Estado militar, lo cual
rápidamente resultó imposible a falta de lograr encontrar los
oficiales necesarios para ello. Según la información que hemos
recibido, también estaba prevista la aplicación de un plan
idéntico en el Líbano. En Libia, la existencia del complot se
supo antes de tiempo y el coronel Kadhafi logró arrestar al
coronel Abdallah Gehani [1].
No quedó entonces otro remedio que someter el plan original a
una revisión en medio del inesperado contexto de la
«primavera árabe».
La acción militar
La idea principal [en Siria] era
provocar desórdenes en una zona bien delimitada y proclamar allí
un emirato islámico que pudiera servir de base para desmantelar
el país. Se seleccionó el distrito de Daraa porque se encuentra
en la frontera siria con Jordania y con el Golán ocupado por
Israel, lo cual facilitaba el envío de todo tipo de ayuda
material a los secesionistas.
Se orquestó allí un incidente
artificial mediante el uso de estudiantes de la enseñanza media
que realizaron una serie de provocaciones, táctica que funcionó
más que satisfactoriamente debido a la brutalidad y la estupidez
del gobernador y del jefe de la policía local. Cuando comenzaron
las manifestaciones, francotiradores emplazados en los techos
dispararon al azar contra la multitud y contra las fuerzas del
orden, escenario idéntico al que se aplicó en Benghazi para
suscitar la revuelta.
La planificación incluía más
enfrentamientos, siempre en distritos sirios fronterizos como
medio de garantizar bases de retaguardia, primeramente en la
frontera norte del Líbano t posteriormente en la frontera con
Turquía. La misión de los combates estaba en manos de unidades
pequeñas, a menudo de unos 40 hombres, en las que se mezclaron
individuos reclutados localmente con una dirección conformada
por mercenarios extranjeros provenientes de las redes del
príncipe saudita Bandar ben Sultan. El propio Bandar estuvo en
Jordania para supervisar el comienzo de las operaciones, en
contacto con oficiales de la CIA y del Mossad.
Pero Siria no es lo mismo que Libia y
el resultado ha sido contrario a lo esperado. Libia es un Estado
creado por las potencias coloniales que unieron por la fuerza
las regiones de Tripolitania, Cirenaica y Fezzan mientras que
Siria es una nación histórica, que las mismas potencias
coloniales redujeron a su más simple expresión. Libia está por
lo tanto sometida a fuerzas centrífugas que pueden expresarse de
forma espontánea.
En Siria, por el contrario, existen
fuerzas unificadoras que esperan reconstruir la Gran Siria, que
incluiría la actual Jordania, la Palestina ocupada, el Líbano,
Chipre y una parte de Irak. La población del país que
actualmente conocemos como Siria se opone por lo tanto, de forma
espontánea, a los proyectos tendientes a dividir la nación.
Por otro lado, también es posible
comparar la autoridad del coronel Kadhafi y la de Hafez el-Assad
–el padre de Bachar el-Assad. Los dos llegaron al poder en la
misma época y combinaron la inteligencia y la brutalidad para
imponerse. Por el contrario, el actual presidente sirio Bachar
el-Assad no tomó el poder. Ni siquiera esperaba heredarlo.
Aceptó la presidencia porque su padre
había fallecido y a sabiendas que únicamente su legitimidad
familiar podía evitar una guerra de sucesión entre los generales
de su padre. El ejército sirio fue a buscarlo a Londres, donde
Bachar ejercía apaciblemente su profesión de oftalmólogo, pero
fue el pueblo quien lo consolidó en el poder. Bachar el-Assad
es, sin dudas, el líder político más popular del Medio Oriente.
Hasta hace 2 meses, era también el único que no utilizaba
escolta y no tenía el menor reparo en mezclarse con las
multitudes.
La operación militar tendiente a
desestabilizar Siria y la campaña de propaganda desatada
simultáneamente contra ese país fueron organizadas por una
coalición de Estados en la que Estados Unidos ejerce el papel de
coordinador, exactamente de la misma manera en que la OTAN actúa
como coordinador de los Estados –miembros y no miembros de la
alianza atlántica– que participan en la campaña militar de
bombardeos contra Libia y en la campaña tendiente a denigrar a
ese país.
Como ya señalamos anteriormente, los
mercenarios fueron proporcionados por el príncipe saudita
Bandar, quien tuvo incluso que hacer una gira internacional
hasta Pakistán y Malasia para reforzar su ejército personal,
desplegado desde Manama hasta Trípoli. Podemos citar también
como ejemplo la instalación, en las oficinas del ministerio
libanés de Comunicaciones, de un centro de telecomunicaciones
creado especialmente para este asunto.
Lejos lograr indisponer a la población
siria contra el «régimen», el baño de sangre dio lugar al
surgimiento de un movimiento de unidad nacional alrededor del
presidente Bachar el-Assad. Concientes de que existe la
intención de arrastrarlos a la guerra civil, los sirios
conformaron un bloque. Las manifestaciones antigubernamentales
han reunido únicamente entre 150 000 y 200 000 personas en un
país que cuenta 22 millones de habitantes, mientras que las
manifestaciones a favor del gobierno han reunido multitudes
nunca vistas anteriormente en Siria.
Ante los incidentes, las autoridades
han dado muestra de sangre fría. El presidente ha emprendido
finalmente las reformas que desde hace tiempo quería
implementar, reformas que la propia población había frenado
hasta ahora por temor a una occidentalización de la sociedad.
El partido Baas aceptó el
multipartidismo para evitar caer en el arcaísmo. Contrariamente
a lo que afirman los medios de prensa de Occidente y Arabia
Saudita, el ejército sirio no reprimió a los manifestantes sino
que combatió a los grupos armados. Por desgracia, sus oficiales
superiores, formados en la desaparecida URSS, no supieron dar
muestras de tacto con los civiles atrapados entre dos fuegos.
La guerra económica
Se produjo entonces una evolución en
la estrategia común de Occidente y Arabia Saudita. Al darse
cuenta de que la acción militar no lograría hundir a Siria en el
caos a corto plazo, Washington decidió actuar sobre la sociedad
a mediano plazo. La idea es que la política del gobierno de
El-Assad estaba dando lugar a la formación de una clase media
–única garantía eficaz de democracia– y que es posible utilizar
contra esa misma clase media contra el gobierno. Para lograrlo,
hay que provocar un derrumbe económico a nivel nacional.
El principal recurso de Siria es el
petróleo, aunque su producción no alcanza un volumen comparable
al de sus ricos vecinos. Para comercializar ese petróleo, Siria
necesita tener en los bancos occidentales los llamados assets
(haberes o valores), que sirven como garantía durante las
transacciones. Basta con congelar esos haberes para matar el
país. Por lo tanto, resulta importante y conveniente manchar lo
más posible la imagen de Siria para que la opinión pública
occidental acepte la adopción de «sanciones contra el
régimen».
Para el congelamiento de los haberes
de un país es necesaria, en principio, una resolución del
Consejo de Seguridad de la ONU, que en este caso es algo
altamente improbable. China, que en el caso de Libia se vio
obligada a renunciar a su derecho de veto so pena de perder todo
acceso al petróleo de Arabia Saudita, probablemente tendría que
plegarse nuevamente. Pero Rusia sí pudiera recurrir al veto ya
que, de no hacerlo, perdería su base naval en el Mediterráneo y
su Flota del Mar Negro se ahogaría detrás de los Dardanelos.
Para intimidarla, el Pentágono ha enviado al Mar Negro el
crucero USS Monterrey, como estableciendo que de todas
maneras las ambiciones navales de Rusia son irrealistas.
En todo caso, la administración Obama
puede resucitar la Syrian Accountablity Act de 2003 para
congelar los fondos sirios sin esperar por la adopción de una
resolución en la ONU ni una votación en el Congreso
estadounidense. Como ya lo ha demostrado la historia reciente,
específicamente en los casos de Cuba y de Irán, Washington puede
convencer fácilmente a sus aliados europeos para que se plieguen
a las sanciones que Estados Unidos adopta de forma unilateral.
Es por ello que la verdadera batalla
se ha desplazado actualmente hacia los medios de difusión. La
opinión pública occidental se traga fácilmente cualquier cuento
debido a su total ignorancia sobre Siria y a su fe ciega en la
magia de las nuevas tecnologías.
La guerra mediática
En primer lugar, la campaña de
propaganda focaliza la atención del público en los crímenes
atribuidos al «régimen» para evitar cualquier interrogante sobre
la nueva oposición. Estos grupos armados no tienen absolutamente
nada que ver con los intelectuales contestatarios que redactaron
la Declaración de Damasco. Vienen de medios extremistas
religiosos sunnitas y son fanáticos que rechazan el pluralismo
religioso del Levante y sueñan con instaurar un Estado concebido
a su propia imagen y semejanza. Si luchan contra el presidente
Bachar el-Assad no es porque estimen que se trata de un
individuo demasiado autoritario sino porque es un alauita, lo
que para ellos equivale a ser un hereje.
Desde esa óptica, la propaganda contra
Bachar el-Assad está basada en una inversión de la realidad.
Un ejemplo que puede mover a risa es
el caso del blog «Gay Girl in Damascus», creado en
febrero de 2011. Para muchos medios de la prensa atlantista ese
sitio, editado en inglés por la joven Amina, se convirtió en una
fuente de información sobre Siria. La autora describía lo
difícil que era para una joven lesbiana la vida bajo la
dictadura de Bachar el-Assad y la terrible represión desatada
contra la revolución que se estaba desarrollando en Siria. Como
mujer y gay, Amina gozaba de la protectora simpatía de los
internautas occidentales, que llegaron incluso a movilizarse
cuando se anunció que los servicios secretos del «régimen»
la habían arrestado.
Resultó, sin embargo, que Amina no
existía. Su dirección IP permitió comprobar que el verdadero
autor del blog de Amina era un «estudiante» estadounidense de 40
años llamado Tom McMaster. Este propagandista, que supuestamente
está haciendo un doctorado en Escocia, estaba participando en el
congreso de la oposición siria prooccidental que reclamó en
Turquía una intervención de la OTAN contra el gobierno de Bachar
el-Assad. Por supuesto, no estaba allí en como estudiante [2].
Lo más sorprendente de esta historia
no es la ingenuidad de los internautas que se tragaron las
mentiras de la supuesta Amina, sino la movilización de los
defensores de las libertades en defensa de gente que lo que
realmente hacen es luchar contra las libertades. En la Siria
laica, la vida privada es considerada un santuario. Es posible
que sea difícil defender la vida privada en el seno de la
familia, pero eso no sucede a nivel de la sociedad.
A pesar de ello, aquellos a quienes
los medios de prensa occidentales están presentando como
revolucionarios, y a quienes nosotros consideramos
contrarrevolucionarios, son en realidad violentamente homófobos
e incluso planean instaurar castigos corporales y, en algunos
casos, hasta la pena de muerte para castigar de ese «vicio».
Ese principio de inversión de la
realidad se está aplicando a gran escala. Sólo hay que recordar
los informes de la ONU sobre la crisis humanitaria desatada en
Libia: decenas de miles de trabajadores inmigrantes huyen de ese
país para escapar a la violencia. Los medios de prensa
atlantistas utilizaron ese hecho para concluir que el «régimen»
de Kadhafi debe ser derrocado y que hay que apoyar a los
sublevados de Benghazi. Pero el responsable de ese drama no es
el gobierno de Trípoli sino los supuestos revolucionarios de la
región de Cirenaica, que desataron una verdadera cacería de
negros.
Movidos por una ideología racista, los
«revolucionarios» afirman que los negros están al servicio de
Kadhafi y los linchan cuando logran atraparlos. En el caso de
Siria, las cadenas de televisión de ese país transmiten imágenes
de grupos de hombres armados parapetados en los techos de las
casas, desde donde disparan al azar sobre las multitudes y las
fuerzas del orden. Pero las cadenas occidentales y sauditas
retransmiten esas mismas imágenes atribuyendo los crímenes al
gobierno de Damasco.
En definitiva, el plan de
desestabilización en marcha contra Siria no está dando los
resultados esperados. Si bien ha convencido a la opinión pública
occidental de que ese país vive bajo una terrible dictadura, su
efecto en Siria ha sido el de unir a la inmensa mayoría de la
población en torno de su gobierno. Algo que puede acabar
resultando peligroso para los creadores del plan, sobre todo
para Tel Aviv. En enero y febrero de 2011 fuimos testigos del
surgimiento de una ola revolucionaria en el mundo árabe, a la
que ha seguido en abril y mayo una ola contrarrevolucionaria. La
balanza todavía está en movimiento.
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Ver videos de las
manifestaciones del pueblo sirio en apoyo a su presidente,
Bachar el-Assad, manifestaciones que tuvieron lugar el 20-21
dejunio de 2011.
ciudad de Damasco