LA COSMOVISIÓN DE LOS MUSULMANES ('AQÎDA)

Y LA PRÁCTICA DEL ISLAM ('IBÂDA)

 

 

      La unidad, idea primordial del Islam, exige la totalidad. Las prácticas que hacen volver al hombre a la unidad engloba forzosamente la totalidad de lo que es su vida. Esta vida será contradictoria si deja algún aspecto fuera de su órbita.

      En consecuencia, el Islam rige toda la existencia humana sobre el plano individual así como el colectivo. En todas las reglas que conlleva, todos los ritos que ordena, todo el estilo que imprime a las formas y a las actividades de la vida, permanece presente de una manera o de otra y en grados variables esta intención fundamental: hacer volver de la multiplicidad a la unidad o, lo que volviendo a lo mismo, de la periferia al centro.

      Aquí y ahora, se constatará que el Islam está exactamente a contracorriente de la civilización cuantitativa actual que, orientada hacia la multiplicidad y la periferia, es alejamiento y negación de la unidad, de quien ella manifiesta especialmente esta caricatura que es la uniformidad. Todo, en el mundo moderno, está marcado por la idea de división, etimología griega de la palabra “Diablo”, de la que el árabe ha hecho Iblîs, significa literalmente "que desune" y el átomo mismo, también usado por los antiguos para designar "aquello que no se puede dividir", ha sido roto y desintegrado, con todas las consecuencias inquietantes que se conoce. El hombre de esta "edad de conflictos", que es cada vez más incapaz de vivir en buena armonía con sus semejantes contra los que está constantemente enfrentado, está cada con más frecuencia dividido contra él mismo y no llega a encontrar la paz interior en este mundo donde todo conduce al exterior, donde nada reúne, muy al contrario, todo lo dispersa.

      La práctica del Islam ofrece los medios concretos y eficaces de resistir a este movimiento de disgregación que conduce al hombre y a la sociedad a la ruina. Sus reglas y usos tradicionales implican todas, de una manera o de otra, una referencia a la unidad. Ello hace también de la vida musulmana un constante recuerdo renovado del Uno, mientras que la vida del mundo moderno secularizado es olvido sistemático e indisciplina a la vez organizada y caótica en lo múltiple.

      Las prácticas del musulmán se asientan en cinco obligaciones mayores denominadas "pilares" (Arkân) del Islam: la Shahâda, el Salât, el ayuno del Ramadân (Sawm), la solidaridad activa (Zakât) y la peregrinación (Haÿÿ).

      La Shahâda ocupa una posición central en relación con las otras cuatro obligaciones prescritas, que no son más que los efectos o las aplicaciones en la vida de los creyentes y de la comunidad. Ella es testimonio o certificado, de que “no hay más divinidad que Allâh y que Muhammad (s.a.s.) es el Enviado de Allâh”. (Lâ ilâha illa llâh, Muhammadun rasûlullâh). El hecho de pronunciarla determina definitiva e irrevocablemente la condición de musulmán y la pertenencia a la Umma (la Nación Musulmana).

      En la práctica, la Shahâda no conlleva un rito determinado, pero ella acompasa toda la vida musulmana como una llamada constante de la Unidad y de toda la potencia de Allâh. Es lo que se dice en la oreja del niño que acaba de nacer, es lo que todavía el moribundo debe esforzarse en pronunciar mientras pueda y que los asistentes deben pronunciar justo en su último aliento. Esta es la Shahâda que proclaman los almuédanos que, cinco veces al día, llaman a los musulmanes a volverse hacia Allâh. El cumplimiento de las demás prácticas islámicas comporta también su frecuente repetición y no es nada raro que los musulmanes particularmente fervientes o “místicos” la reciten mentalmente sin parar, no perdiendo un instante el recuerdo (Dzikr) de la única Realidad.

      La calidad de musulmán exige, así como la recitación de la Shahâda, la adhesión a un conjunto “creencias necesarias”, toda una Cosmovisión ('Aqîda) que se derivan más o menos directamente.

      En primer lugar, el reconocimiento de su Unidad (Tawhîd) implica la creencia en los atributos de Allâh: creador, todopoderoso, omnisciente, absolutamente trascendente, a quien nada podrá ser asociado ni comparado, Él posee todas las cualidades que expresan simbólicamente los Nombres por los que es designado en la Revelación y que están todos contenidos en el primero y más esencial, Allâh.

      El Islam manda a continuación creer en los Malaikas, en los Libros revelados y en los Profetas portadores del mensaje divino. Estos elementos de la creencia musulmana se encuentran resumidos en un versículo coránico que citamos a continuación:

 

      El Profeta (s.a.s.) ha creído en lo que descendió sobre él de parte de su Señor. Él y los creyentes todos han creído en Allâh, en sus malaikas, en sus Libros y en sus Profetas. No hacemos distinción entre sus Profetas. Ellos han dicho: "Nosotros hemos oído y nosotros hemos obedecido". (II, 285)

 

      Entre los Libros revelados, el Islam reconoce explícitamente la autenticidad de la Torah (Pentateuco), de los Salmos y del Evangelio, pero considera que estas Escrituras de los judíos y los cristianos han sufrido en el transcurso de los tiempos graves deformaciones que han alterado su sentido. Ello no excluye la posibilidad de que los libros de otras religiones, como los de Asia, se remonten a un lejano origen auténtico.

      Muhammad (s.a.s.), "Sello de la Profecía", ha cerrado la larga serie de Enviados llegados antes de él a anunciar o repetir a los hombres el mensaje eterno de la Verdad Creadora. Es pues un deber creer en estos Profetas pues el Corán menciona a muchos, pero sobre todo a Mûsâ (Moisés), y a 'Îsâ (Jesús).

Los musulmanes creen por tanto en la misión divina del "hijo de María", nacido sin intervención del hombre, pero, rechazando la idea de la encarnación, estiman que esto es idolatría (shirk), y es una desviación adorarle como a un ser divino o llamarle "hijo de Dios", ya que él fue en realidad servidor y mensajero como los otros Profetas. Por otra parte, el Islam no admite que Jesús haya sido matado por los hombres que, en realidad, fue solamente crucificado la apariencia de su cuerpo. Sin embargo, enseña que ha sido elevado al Cielo, de donde habrá de volver entre los hombres cuando los tiempos sean cumplidos. En cuanto a la Virgen María (Maryam), es igualmente objeto de una veneración particular por parte de los musulmanes que la colocan en el número de los Profetas.

      Creer en el Día del Juicio y en la justa retribución de nuestros actos durante la vida terrestre es uno de las creencias sobre las que el Islam pone mayor insistencia, como hemos tenido ya ocasión de manifestar. Según la escatología musulmana, este último desenlace será precedido de una serie de acontecimientos funestos y espantosos. Entonces Allâh se manifestará como "Rey del Día del Juicio", como lo dice la sura de Apertura del Corán, pronunciada por los musulmanes en el curso de todos sus Salât cotidianos, y todos los hombre resucitarán para aparecer delante de Él. Colocados detrás de su Profeta, los musulmanes encontrarán en él un intercesor particularmente eficaz.

      Los justos irán al Jardín (Yanna) donde todas las alegrías les serán otorgadas para siempre, en tanto que la proximidad de Allâh constituye el grado supremo y la más excelente recompensa sobrepasando todas las alegrías que son posibles de imaginar. El Yahanna será la retribución de los injustos que deberán soportar el fuego hasta que Allâh les conceda su gracia, pues según la opinión más extendida, todos los agravios terminarán por ser perdonados, a excepción de la incredulidad de aquellos que estén obstinados en no reconocer la Unidad divina.

A la lista de “creencias necesarias” en la calidad de musulmán, es necesario añadir la predestinación (Qadar). Se trata en suma del pretendido “fatalismo” musulmán que, en realidad, corresponde a la actitud fundamental del Islam de sumisión a Allâh cuya voluntad le lleva siempre sobre las de los hombres. Toda la historia del Islam puede testimoniar que la conciencia del decreto de Allâh rige todas las cosas aquí abajo, no excluyendo de manera alguna el esfuerzo humano y que la aceptación del destino no implica pasividad.

      Tales son, muy brevemente resumidos, los principales elementos constitutivos de la creencia musulmana (Îmân). Estos son generalmente aceptados sin hacerlos objeto de controversias mayores por parte de los miembros de la Umma. Sólo su rechazo –muy excepcional de hecho- puede hacer perder la condición de musulmán que conservan –en teoría- aquellos que no observan las obligaciones prácticas del Dîn del Islam.

      Volverse hacia Allâh, corolario de la aceptación de Allâh, se expresa ante todo en el Salât, segundo pilar del Islam. Se trata de un deber  indispensable y fundamental que constituye la única verdadera “liturgia del culto musulmán”. Su cumplimiento impone una disciplina estricta y relativamente penosa que marca la vida entera de su ritmo y, del alba a la noche, hace volver al creyente hacia Allâh, impidiéndole dejarse abrumar por las preocupaciones materiales y profanas.

      El acto de ponerse ante Allâh que es el Salât, que algunos traducen no por “rezo” sino por “oficio”, se debe realizar en estado de pureza ritual. A tal efecto están prescritas las abluciones, mayores o menores (gusl ó wudû) según los casos. Otras prescripciones se refieren a la limpieza corporal y a la vestimenta, así como al lugar donde él cumple su deber ritual. Estas exigencias están todas dotadas de significación simbólica y espiritual; sobre un plano más material y práctico, contribuyen profundamente a la higiene individual y colectiva de los musulmanes.

      Anunciada desde lo alto de los alminares por la voz del muecin, todos los Salât se hacen en común en la mezquita pero, de hecho, se acude allí en gran número para la reunión del viernes que constituye una obligación. Cada uno es libre de cumplir con todas las demás en su casa, en su lugar de trabajo o en cualquier lugar que se encuentre, aunque sean más recomendables en la mezquita, de tal suerte que, en una sociedad musulmana todavía suficientemente marcada por la tradición, el  Salât no sólo está solamente integrado a la vida, sino que marca todo su ritmo.

      El Salât de la mañana (Subh) se lleva a cabo a las primeras luces del alba, el segundo (Duhr) inmediatamente después del paso del sol por el meridiano, el tercero (`Asr) desde la mitad de la tarde, el cuarto (Magrib) después de la puesta del sol, y el quinto y último ('Ishâ) por la noche.

      Es importante resaltar que esta sucesión de prácticas espirituales poniendo al hombre ante Allâh conlleva un ritmo verdaderamente cósmico, no solamente porque sigue el movimiento natural del sol, sino también por el hecho de la aceleración que la caracteriza. En efecto, los intervalos entre los Salât disminuyen a medida que avanza el día, el más largo está entre el Subh y el Duhr, y el más corto entre el Magrib y el 'Ishâ.

      El mismo movimiento universal de aceleración es perceptible en cada una de nuestras vidas humanas y lo que se llama “la aceleración de la historia” es así mismo una manifestación evidente. El Corán mismo lo expresa: Al comienzo del Corán aparecen las suras más largas y al final las más cortas, es lo mismo que, en un ritmo más o menos jadeante, insistiendo sobre lo perecedero de aquí abajo y sobre la inminencia de la Hora final.

      Así, el musulmán que cumple sus obligaciones rituales, no solamente cumple un acto de aceptación y expresa su sumisión a Allâh, sino que se pone en armonía con el ritmo universal que rige todas las cosas creadas. Al mismo tiempo, se integra en el círculo  ininterrumpido centrado sobre la Kaaba de la ciudad de Meca, ya que siempre en cualquier parte del mundo el momento del Salât y, después del catorce siglos, la humanidad del Islam no ha dejado jamás ni un solo instante de rendirse al Todopoderoso repitiendo las palabras de la Fâtiha, primera sura del Corán y principal elemento invocador:

           

        Alabanza a Allâh, Señor de los mundos,        

        El Clemente, el Misericordioso,

        Rey del Día del juicio.

        Eres tú al que adoramos,

        Eres tú al que imploramos.

        Guíanos por la vía correcta,

        La guía de aquellos sobre los que está tu gracia,

        No de aquellos sobre los que recae tu cólera

        Ni de aquellos que se extravían.

 

      El Salât, que no es un simple trámite mental, pero empeña todo el ser del creyente, conlleva cuatro posturas principales: posición de pie, inclinación, prosternación, posición sentado sobre los talones. Cada una está dotada de significaciones simbólicas y espirituales que han sido objeto de muchos comentarios tradicionalmente. Según uno de los más corrientes, el Salât islámico sintetiza las formas de sumisión de todos los seres creados; los árboles y las montañas se quedan de pie, los astros de elevan y se inclinan, los animales están inclinados y todo lo que saca su alimento de la tierra.. Así, por el Salât, el creyente vuelve a la posición central a la que Allâh había destinado al hombre en la creación. Los espíritus superficiales no ven en estos gestos y posturas más que un formalismo del que su sentido les escapa, o un ejercicio de gimnasia del que ellos no pueden por otra parte negar que es excelente para la salud.

      El musulmán y la musulmana que, por una razón o por otra,  esté impedido para cumplir el Salât en el momento prescrito tiene la posibilidad de recuperarlo más tarde. Puesto que el Islâm está hecho para adaptarse a todas las circunstancias y, una vez dado a la humanidad, Allâh no les quiere imponer una carga muy pesada, teniendo muy en cuenta su debilidad.

      Es necesario añadir que la espiritualidad musulmana tiene otras formas de dirigirse a Allâh además del Salât. Es normal, después del cumplimiento de éste, dirigirse individualmente a Allâh con peticiones y súplicas (Du`â) por las que los musulmanes piden su auxilio. Existen también numerosas fórmulas, a menudo sacadas del Corán, que se repiten con una sarta de cuentas (Subha o Tasbih), así como  alabanzas y bendiciones hacia el Profeta (s.a.s.).

      En fin, una práctica característica del Islam es el Dzikr (literalmente “recuerdo o mención”), que consiste en repeticiones, rítmicas o no, de una fórmula o simplemente del Nombre de Allâh, en reuniones o individualmente en todas las circunstancias de la vida. En cierta manera toda la práctica del Islam es Dzikr, recuerdo de Allâh, bajo una forma u otra. Y hay razones para pensar que esta invocación ininterrumpida de la comunidad musulmana proporciona a toda la humanidad beneficios incomparablemente preferibles a todos aquellos del “progreso” o del “desarrollo” y que, si ella pone fin, el mundo, probablemente, se hundirá.

      El ayuno (Sawm) del mes de Ramadan, tercer pilar, es un esfuerzo penoso que obliga a los miembros de la comunidad a una disciplina y un dominio de sí mismo realmente duro y totalmente contrario a las tendencias “relajadas” de la mentalidad moderna. Consiste en abstenerse totalmente, desde antes del alba y durante todo el día hasta la puesta del sol, de comer, de beber, de fumar y abstenerse de relaciones sexuales.

      La abstinencia se suspende desde el momento en que el muecín anuncia el Magrib desde lo alto de alminar. Las noches de Ramadán vienen entonces seguidas de fiestas donde se disfruta hasta la saciedad, hasta tanto que la oscuridad impide distinguir un hilo blanco de uno negro. (Esto se basa en una expresión coránica (II, 187). En efecto, el ayuno comienza en el momento en el que se puede percibir la línea del horizonte en dirección al levante). Pero esto no atenúa mucho las dificultades de la abstención misma, sobre todo cuando los días son largos y calurosos, y que es necesario negar a su cuerpo todo lo que se le da tan afanoso en tiempo ordinario. En todo caso, para medir equitativamente el rigor de este régimen, es necesario tener hecha uno mismo la experiencia. No se dejará de admirar que los pueblos islámicos continúen tanto tiempo  sometidos.

      Los beneficios espirituales así como materiales del ayuno son tanto mayores en cuanto su práctica es rigurosa. En particular, conlleva una anulación momentánea de la dependencia del hombre con relación al mundo de la materia, lo que restaura su disponibilidad respecto de Allâh. Rompiendo la rutina de la vida terrestre y cotidiana, el ayuno proporciona una ocasión de dominar sus instintos. Deber de obediencia y de lucha, esfuerzo (Yihâd) que acerca a Allâh, el ayuno de Ramadán no está  desprovisto de alcance social, pues somete a ricos y a pobres a las mismas privaciones, y por tanto, según el uso tradicional, la solidaridad islámica se manifiesta particularmente durante el mes de Ramadán por el pago y reparto del Zakâk (único impuesto legítimo para los musulmanes en el Islam) y otros actos de generosidad hacia los indigentes.

      Si, por regla general, la práctica del ayuno es beneficiosa para la salud, existen dispensas en favor de los enfermos, de las mujeres embarazadas o personas postradas en la cama, a los viajeros y a las personas obligadas de realizar un esfuerzo asimilable al Yihâd. Pero estos que disponen de esta posibilidad, están obligados a compensar los días durante los cuales no ayunaron por las abstenciones equivalentes en otros momentos del año o, si no pudieran, por el pago de una sadaqa (en dinero o especies) de las que la tradición determina el importe.

      Es importante resaltar ahora lo siguiente: en virtud del calendario lunar en vigor en el Islam, el mes de Ramadán se desplaza regularmente con relación al año solar, que avanza cada año de diez a doce días. Hace de este modo la vuelta las estaciones en todas las regiones geográficas del globo, a los efectos de repartir equitativamente los rigores del ayuno entre los pueblos musulmanes en el norte o en el sur del Ecuador.   

      Los sabios y juristas han previsto igualmente diversas excepciones para las regiones próximas a los polos donde, en verano, la brevedad de la noche podría hacer la práctica del ayuno difícilmente tolerable. Una de las soluciones más frecuentemente adoptadas consiste en  basarse sobre el horario en vigor sobre el paralelo 45, aplicándolo a todas las latitudes superiores.

      Es inevitable que las mentalidades no tengan en cuenta  que la “productividad” y las normas cuantitativas del “desarrollo” denuncien como “antieconómico” la práctica del ayuno, puesto que ellos no perciben los inmensos beneficios espirituales y cualitativos.

      Por el contrario, en muchos otros países del Islam, permanece punible comer, beber o fumar en público a las horas del día donde toda la población se abstiene. Numerosos son evidentemente los que se someten a esta disciplina sin profundizar en su sentido y para adaptarse al uso general, pero hay todavía bastantes que permanecen conscientes del hecho de que el ayuno del Ramadán constituye uno de los medios más eficaces y más simples para el ser humano de escapar de la esclavitud de la materia y de la animalidad.

      El sentido primero de la palabra Zakât, designa el “pilar” que constituye el impuesto legal, es "purificación". En efecto, se purifica dando de sus bienes (XCII, 18) equivaliendo también a un sacrificio que quita el aspecto maléfico de la superabundancia en las posesiones terrestres del hombre, haciéndoles participar de lo eminentemente cualitativo que el Islam confiere a toda la vida.

      En la práctica, sin embargo, el Zakât expresa sobre todo la solidaridad, virtud típicamente islámica. Obligatoriamente pagado solo por los ciudadanos musulmanes, es, en principio, dedicado a la ayuda social, a diferencia de la ÿiçya, tasa impuesta a los miembros de otras comunidades religiosas, ingresadas en el tesoro público y destinada a los gastos del Estado.

      En la sociedad islámica tradicional, la institución del Zakât, que dependía de la administración gubernamental o comunitaria, se adaptaba exactamente las prescripciones del Corán:

        Las aportaciones son destinadas: a los pobres y a los necesitados; a los que están encargados de recaudarlas y de repartirlas; a aquellos cuyos corazones son blandos; para rescatar a los cautivos; para los que están cargados de deudas; para la lucha en el camino de Allâh y al viajero. Tal es la orden de Allâh. Allâh sabe y es justo. (IX, 60)

 

      Este texto marca claramente los objetivos de solidaridad social asignados al Zakât dando prioridad a los más desposeídos. Así mismo si las rentas de esta forma de fiscalidad pueden también ser utilizadas para los progresos del Islam, hay que apuntar que los no-musulmanes necesitados pueden a veces ser admitidos en el número de beneficiarios de estos recursos financieros exclusivamente para musulmanes.

      Las escuelas jurídicas tradicionales han fijado en todos los detalles las modalidades de pago del Zakât. Esto se aplica a los bienes y rentas siguientes: el oro y la plata, a los comerciantes y beneficios comerciales (al tipo del dos y medios por ciento), los productos de la tierra, al ganado (diez por ciento).

      En la mayor parte de los Estados musulmanes modernos, el Zakât es percibido por la administración fiscal al mismo tiempo que otros impuestos desprovistos de todo alcance islámico. Esto, inevitablemente, le ha hecho perder una parte de su carácter islámico. Pero el pago del Zakât al-Fitr con ocasión del fin del Ramadán ha permanecido como un deber del que pocos musulmanes se quedan sin cumplir. Los musulmanes tienen otras formas de practicar la solidaridad bajo diversas formas de aportaciones (Sadaqas) más o menos marcadas por la tradición, inspirándose en este versículo coránico: <<Si tu haces un hermoso préstamo a Allâh, el te lo devolverá el doble y te perdonará.>> (LXIV, 17)

      La peregrinación a Meca, quinto pilar del Islam, (se la hace aparecer con frecuencia en cuarta posición, delante del Zakât), está dotada de significaciones múltiples. Pero ante todo, es el regreso al Centro. Puesto que la Kaaba de Meca, considerada por los musulmanes como el centro del mundo, es, de cualquier manera, la proyección sobre la tierra del Centro absoluto que es Allâh.

      Cumpliendo la obligación que consiste en acudir físicamente al Lugar hacia el que él se gira constantemente para hacer el Salât, el musulmán expresa concretamente la aspiración que le empuja a acercarse a Allâh. En efecto, la Kaaba está designada como la Casa de Allâh (Baitu Llâh), y por tanto cada uno sabe que está vacía y que no contiene nada visible. Esto puede hacer recordar al peregrino que lo esencial es el retorno espiritual ya que el viaje a Meca no es más que la expresión simbólica, al mismo tiempo que le permite ver una explicación del hecho de que el Haÿÿ no es obligatorio en el mismo grado que los otros “pilares”, no siendo necesidad imperativa más que para los musulmanes que disponen de medios materiales.

      Todo creyente se vuelve a Meca consciente de viajar de la periferia al Centro, sede de la Unidad. Pero al mismo tiempo, afirma la unidad del universo islámico. Puesto que los peregrinos, que representan a las etnias y pueblos más diversos, no son más que una nacionalidad, esto es la Umma, cuando ellos se acercan al espacio vedado por Allâh, el Haram, espacio que rodea la Kaaba. Entre ellos está abolido todo lo que les separa y les distingue, puesto que todos llevan el Ihrâm, vestimenta hecha de dos piezas de tela blanca sin costuras, las mujeres la cara descubierta, están igualmente cubiertas de blanco.

      Cada uno repite la misma invocación que ya pronunciara el Profeta (s.a.s.) y sus compañeros cuando ellos se acercaban a la Kaaba hace catorce siglos, y que todos los peregrinos han dicho después de ellos: Labbaïka, Allahumma, labaïk... ¡Heme aquí, oh Allâh,  heme aquí! ¡Tú no tienes asociados, heme aquí! ¡A Ti la alabanza, la gracia y el reino! ¡Tú no tienes asociados!

      El cumplimiento de la peregrinación conlleva una serie de actos todos dotados de profundas significaciones espirituales y simbólicas y cuyo origen se remonta generalmente a tiempos remotos bastante anteriores al Islam. El primero es el Tawâf, circunvalación de siete vueltas alrededor de la Kaaba, que señala la llegada al Centro y constituye el homenaje que él le ha dado. Este acto es seguido del Sa`y, marcha acelerada entre las dos colinas de Safa y Marwa, actualmente comprendidas dentro del recinto de la mezquita al-Haram, que conmemora la carrera desesperada de Agar, mujer de Abraham, en la búsqueda de agua para su hijo Ismail, amenazado de morir de sed en el desierto y salvado por el surgimiento del manantial de Çamçam que no ha parado de fluir desde entonces.

      Los otros actos del Haÿÿ tienen lugar en los alrededores inmediatos de la ciudad. En Mina, los peregrinos lapidan, por medio de pequeños guijarros, tres columnas de piedra que representa a Shaitán (todo lo que niega a Allâh), que Abraham había rechazado cuando él se le había aparecido en este lugar.

      Pero es en la llanura de 'Arafat, al pie del monte de la Abundancia (Jabal ar-Rahma), donde son cumplidos los actos que marcan el punto culminante de la peregrinación. En este ancho valle árido tiene lugar el gran Sacrificio (Adhâ), una vez más en recuerdo de Abraham que, en un gesto de total obediencia a Allâh, se dispuso a sacrificar a su hijo (Ismail para el Islam, no Isaac), el cual fue sustituido por un carnero. Los peregrinos conmemoran el acontecimiento degollando miles de borregos, mientras que, en todos los países donde se encuentran, los musulmanes hacen lo mismo, ya que ese día, el décimo del Haÿÿ, es el de la fiesta más grande  ('Îd al-kabîr) del año islámico.

      La breve enumeración de estos actos permite constatar que  constantemente se hace referencia a Abraham en el transcurso del Haÿÿ. Pero es significativo dejar claro que el recuerdo de Adán está también unido a los lugares del Islam. Una tradición cuenta  también que el primer hombre y la primera mujer, después de que fueron expulsados del favor de Allâh (Yanna), fueron separados el uno de la otra y se perdieron sobre la tierra, hasta que el favor de Allâh les permitió reencontrarse al fin en 'Arafat. Se dice igualmente que la primera Kaaba había sido edificada por Adán y destruida después del Diluvio antes de ser reconstruida por Abraham, devuelta después por Muhammad (s.a.s.) al recuerdo de Allâh, olvidado por muchas generaciones.

      Así, el peregrino que se vuelve al Centro, representado sobre la tierra por Meca, confirma no solamente su pertenencia a la comunidad de Muhammad (s.a.s.), sino su incorporación a la tradición de Abraham y así mismo a la de Adán. En el lugar mismo donde la  primera pareja humana había encontrado el favor de Allâh, él tiene conciencia de "lavar sus faltas", ya que el día de 'Arafat es el día del perdón.

      Esto con el sentimiento de ser regenerado en la fuente de la Revelación universal que, el Haÿÿ propiamente dicho está terminado, se vuelve a Medina para visitar la tumba del Profeta (s.a.s.), acto no obligatorio, pero que atienden casi todos los peregrinos. Y cuando la situación lo permite todavía, buen número de ellos van a Jerusalén, tercera ciudad del Islam, donde se recogen en la mezquita Al-Aqsa y cerca de la Roca de donde Muhammad (s.a.s.) se había elevado al cielo cuando la noche del Mi`râÿ, y donde él no dejó de testimoniar su adhesión hacia todos los Profetas, a Jesús y a su madre, así como a los mensajeros de la eterna  Verdad.       

      Uniendo en lo sucesivo en su nombre el título de Haÿÿ, el peregrino volverá a entrar en su casa  dotado de un prestigio nuevo. Su pueblo, o su barrio, festejarán su vuelta, puesto que él vuelve portador de la Báraka, la influencia espiritual beneficiosa que emana del Centro por la que los hijos de Adán restablecen el vínculo con su origen intemporal.

      El desarrollo de las comunicaciones ha incrementado fuertemente el número de peregrinos, sobre todo después de la Segunda Guerra mundial. Su número, difícil de evaluar exactamente. Pero a los participantes del Haÿÿ, o gran peregrinación, que tiene lugar regularmente en el mes lunar de Dzu l-Hiÿÿa, se puede añadir los fieles que, en otros momentos del año, realizan la `Umra, o peregrinación menor. Se limitan a una visita del Haram y a los actos que le son asociados, lo que comporta un menor mérito, pero mantienen un flujo constante y bastante considerable de visitantes, si bien  el número total de peregrinos que acuden cada año a Meca  ciertamente sobrepasan varios  millones.

      Este flujo de peregrinos representa a la totalidad del mundo musulmán, es decir, prácticamente a todas las etnias de la tierra. Los países aparentemente secularizados o “laicos” como Turquía, están lejos de dar los menores contingentes, al mismo tiempo que el notable fervor de todos, testimonian todavía la extraordinaria vitalidad con la que el Islam resiste el declive de las "religiones".

      Aunque no sea un “pilar” con el mismo título que los otros, el Yihâd, que los musulmanes traducen por "esfuerzo colectivo, lucha, superación, sacrificio", figura generalmente entre las obligaciones del musulmán. Se basa en el hecho de un deber un poco comparable al que los Estados modernos imponen a sus súbditos en caso de conflicto armado, exigiendo que cada uno aporte su contribución al esfuerzo de la defensa nacional e incluso que dé su vida por la patria. El mismo sacrificio es tradicionalmente requerido al creyente para la defensa del Islam. Sin embargo, para que el Yihâd sea oficialmente proclamado por las personas autorizadas en el Islam, hace falta un cierto número de condiciones, que es muy raro que se den en nuestros días. Así, se le interpreta actualmente en un sentido más amplio que abarca toda forma de esfuerzo o lucha para la preservación  y los progresos del Islam. Se puede recordar un hadîz según el cual el Profeta (s.a.s.), a la vuelta de una batalla, había calificado de "pequeño Yihâd" la guerra mantenida contra los enemigos del exterior, y de "gran Yihâd" aquella que los creyentes libran con ellos mismos para su crecimiento en el Islam.

      La circuncisión de los hijos varones (Jitân), tradición de un carácter abrahámico particularmente marcado, es una práctica generalmente observada en todos los pueblos musulmanes y que los juristas declaran como necesaria pero no absolutamente obligatoria. Ya que no es una institución coránica ni se impone como necesidad imperativa a aquellos que se convierten al Islam.

      La práctica del Islam comprende todavía una serie más o menos grande de prescripciones que, con los “pilares”, marcan con su huella la vida individual y colectiva de los musulmanes. Entre las reglas más imperativas, es necesario mencionar de entrada las que afectan al consumo de la carne de cerdo y de las bebidas embriagantes.

      Los Occidentales, así como los orientales, no ven es esos rechazos más que el aspecto higiénico. Pero tienen en realidad un sentido más profundo. Así, la abstención del cerdo, animal nada higiénico que se alimenta no importa de qué, recuerda a los creyentes la necesidad de abstenerse, pero no solamente sobre el plano alimenticio, sino de todo lo que es rechazable en la creación. Ciertamente resulta un verdadero beneficio para la salud, pero eso no es lo esencial.

      En cuanto al consumo de alcohol, así como de otras drogas embriagantes y de estupefacientes, tiene la exigencia impuesta a los creyentes, como el hecho de los cinco Salât cotidianos, para ser constantemente capaz de dirigirse a Allâh y de no perder un instante la medida de sí mismo. Seguramente, los poetas como Ibn al-Fâridz han cantado la embriaguez y el “vino” pero en un sentido místico solamente, ya que el “vino” autorizado en el Islam es solamente el del éxtasis ante la embriagadora presencia de Allâh en el Yanna.

      Hay Que dejar claro que estas normas no tienen un carácter absoluto y que en esto, como en toda la práctica del Islam, lo esencial reside en la intención del creyente. El Corán es perfectamente explícito a este respecto:

        "Allâh excluye solamente el animal muerto, la sangre, la carne de cerdo y todo animal sobre el cual se invoque otro nombre que no sea el de Allâh. Ninguna falta será imputada a aquel que se vea obligado a comer sin que por ello sea rebelde ni trasgresor. Allâh es el que perdona, Él es misericordioso". (II, 173)

 

      Entre las cosas que se rechazan en el Islam, conviene señalar todavía dos más, afecta una al préstamo con interés, considerado como usura (Ribâ) incluso a un tipo moderado, y la otra se refiere a todo lo que es juego de azar (Maîsir), calificado por el Corán (V, 90) de "obra del Shaitan".

      El rechazo de los préstamos con interés ha sido objeto de fuertes y abundantes comentarios de autores antiguos y modernos, de la que muchos se han esforzado en poner de manifiesto los aspectos morales y sociales, así como las ventajas prácticas desde el punto de vista económico. Nos limitaremos aquí a apuntar una vez más que la legislación tradicional del Islam, del que los objetivos se sitúan a un nivel incomparablemente superior a toda idea de “progreso” o de “desarrollo” económico y social, tiende de entrada a preservar al hombre de la esclavitud del mundo material y cuantitativo. Ahora bien, es innegable que la imposibilidad de hacerle producir intereses reduce notablemente la fuerza del dinero. Por otra parte, actualmente, esta defensa tradicional pone en problemas considerables a los países musulmanes ligados más o menos estrechamente al sistema económico mundial de origen no islámico. Se exageraría si afirmáramos que las soluciones adoptadas dan plena satisfacción a las actuales exigencias de musulmanas. Sea como sea, en una sociedad islámica normal y no contaminada todavía por las corrientes modernas, el rechazo de la Ribâ combinada con el pago del Zakât, es un factor positivo que contribuye al equilibrio de la vida económica, la cual no sería tener sus propios fines en sí misma, pero debe quedar en su sitio en la jerarquía de valores conforme a la perspectiva del Islam.

      En cuanto a los juegos de azar, manifiestamente contrarios a los sentidos de responsabilidad que el Islam busca siempre de inculcar a los hombres, su exclusión apunta al origen, especialmente un uso de los árabes preislámicos que, teniendo que tomar decisiones importantes, consultaban la suerte por medio del lanzamiento de flechas. Este rechazo se aplicó después a todas las formas de juegos de azar, comprendiendo las loterías y las apuestas sobre las carreras de caballos. En tanto que ejercicios deportivos, sin embargo,  las carreras no son en absoluto rechazadas, muy al contrario fomentadas, pues, según un hadîz, el Profeta (s.a.s.) mismo no había desdeñado de librarlas con sus compañeros.

      Las relaciones entre los sexos y la situación de la mujer en el mundo musulmán a menudo han sido objeto de falsas interpretaciones por parte de los Occidentales, sobre todo en un tiempo en el que se pretende instaurar entre el hombre y la mujer una igualdad total, la cual, por otra parte, no va siempre sin contradecir la vocación profunda de cada uno en el orden cósmico. En realidad, y como ha estado ampliamente demostrado, el Islam tiene considerablemente mejorada la condición de la mujer con relación a las sociedades antiguas así como a las reglas en vigor en las comunidades judía y cristianas, reconociéndoles un derecho nuevo como el de herencia, así como garantías jurídicas en su papel de esposa y madre.   

      Así mismo, es importante resaltar que hizo falta esperar al código de Napoleón para que derechos equivalentes les fueran reconocidos en Occidente. Pero lo que sin duda mejor resume la mejor situación que el Islam reserva a la mujer, es la palabra "dignidad". Porque esto desde el principio es así, en contraste con el envilecimiento resultante para ellas por la obsesión sexual contemporánea, que siempre ha estado asegurada a las mujeres en toda sociedad verdaderamente musulmana, en detrimento del egoísmo de los hombres y de su frecuente inobservancia, si no en la letra al menos en el espíritu de las prescripciones islámicas.

      Se resalta menos que el Islam admite la poligamia y que cada musulmán puede tomar simultáneamente hasta cuatro esposas. Pero el Corán anuncia esta autorización, no sin cierta reserva:

        Casaos, como os plazca, dos, tres ó cuatro mujeres. Pero si vosotros teméis no ser equitativos, tomad una sola mujer...(IV, 3)

        Vosotros no podréis ser perfectamente equitativos con respecto a cada una de vuestras mujeres, si no tenéis la intención. (IV, 129)

 

      Esta tolerancia deja sobreentendido que la monogamia es, en el fondo preferible, ha dado en la legislación tradicional suficiente flexibilidad para responder a las diversas situaciones que puedan surgir en una sociedad humana y, en su realismo, tiene también dada a menudo ventajas a las mujeres que, en tierra del Islam, en general siempre han podido ser integradas en una célula familiar sin ser abandonadas o "dejadas por cuenta". Sin embargo, los límites suficientemente amplios que la legislación ha establecido no suelen ser transgredidos en ningún caso y toda relación entre hombre y mujer fuera del marco legal está vista como Zinâ (fornicación), acto condenable y punible.

      Tratando en el mismo sentido las realidades humanas, el divorcio está tradicionalmente autorizado, pues, según el hadîz, es "de todas las cosas permitidas, la que Allâh detesta más". Sobre este punto como sobre otros, el Islam evita abrumar al hombre de cargas que sobrepasen sus fuerzas y reserva sus exigencias absolutas, no a la ética, relativa por definición, pero sí al ámbito de la creencia. El conjunto de prescripciones tradicionales de las que venimos de esbozar las principales constituyen la Sharî`a, Ley de inspiración “divina” a la que deben someterse todos los hombres que acepten el Islam. Ella abarca todos los aspectos y guía todos los actos de la vida, la cual se encuentra sacralizada y puesta en armonía con la voluntad del Creador.

      La interpretación de la Sharî`a y su aplicación en la existencia individual y colectiva hacen el objeto del Fiqh, el cual, como por otra parte los otros conocimientos del Islam de carácter no jurídico que, se inspira en cuatro grandes fuentes: a) El Corán, b) la tradición (Sunna) del Profeta (s.a.s.) definida por el conjunto de hadîz, c) la deducción por analogía (Qiyâs) en los casos no mencionados explícitamente por el Corán o la sunna, d) el Iÿmâ` o consenso de la comunidad de creyentes, la cual, según las enseñanzas del Profeta (s.a.s.) "no será jamás unánime en el error".

      La tradición enseña que a partir de estas fuentes, la solución a todos los problemas deben ser buscados con la ayuda del Iÿtihâd, "esfuerzo personal". Sin embargo, la práctica de éste está reservado a los doctores poseedores de las cualificaciones necesarias, ya que el Islam no sabe de "libre examen" tal como existe por el ejemplo en el cristianismo protestante, y no se admitirá que sea posible a los hombres modificar la Ley según sus conveniencias o al capricho de las tendencias de una época. Y para bien recalcar que la Sharî`a existe en su forma definitiva que se debe guardar hasta el último Día, ciertos estudios llegan a la conclusión de que la "puerta del Iÿtihâd" está cerrada y siguen oponiéndose a las tentativas hechas a lo largo del siglo XX por los modernistas, con vistas a reformar la Ley y su aplicación para adaptarla a los nuevos tiempos.

      Siguiendo estos principios, el derecho musulmán está constituido por un conjunto imponente y fuertemente elaborado que ha marcado con su huella a todos los pueblos de la Umma. Comprende diversas tradiciones jurídicas correspondientes a las grandes subdivisiones del Islam y a ciertas tendencias nacidas durante los primeros siglos de su historia.       

      Los sunnitas que constituyen más de la cuarta parte de la comunidad musulmana mundial, se reparten  generalmente en cuatro escuelas jurídicas, (Madzâhib, patrones, Madzhab), de  las que cada una es considerada como legítima por las otras tres. Estas escuelas han sido fundadas respectivamente por los imanes Abû Hanîfa, Malik, Al-Shâfi`î e Ibn Hanbal que vivieron en los siglos II y III de la Hégira. Estas escuelas no se distinguen más que por ligeras diferencias en la interpretación y en la aplicación de las reglas de la Sharî`a y no por verdaderas divergencias. Las cuatro son enseñadas en la universidad de Al-Azhar de El Cairo que, aunque fue fundada antaño por los shiitas, está considerada después de mucho tiempo como la fortaleza del sunnismo.

      Los shiitas siguen también las escuelas jurídicas procedentes de su propia tradición, habiendo tenido los imanes, en su elaboración, una parte determinante. En cuanto a la pequeña –pero muy antigua- minoría de los Jâriÿies, de los que los ibadíes constituyen el grupo más importante, es una aplicación particularmente literalista de la Ley tradicional.

      De forma general, estas diversas escuelas jurídicas enseñan todas la misma Sharî`a, de la que cada una pone  de relieve algunos aspectos particulares correspondientes a diferentes temperamentos y tendencias que se han manifestado en el transcurso de los siglos entre los pueblos del Islam. Sus diferencias más marcadas corresponden sobre todo a cuestiones de forma en la práctica del Islam, así como a la aplicación del derecho en el sentido restringido del término. Pero en el terreno general de la ética, es poco probable de encontrar desacuerdos de real importancia, si bien se puede hablar de moral islámica como de un conjunto de preceptos válidos para todo los musulmanes.

      El conjunto de reglas éticas que resultan de la Sharî`a -ya se han mencionado muchas de las más importantes y de las más características- ha garantizado a lo largo de los siglos la estabilidad y la armonía de la sociedad musulmana, estructurándola y asegurando su coherencia. Todos estos principios, que jamás han procedido de convenciones sociales, pero sí del Orden de Allâh, crean las condiciones favorables para el cumplimiento de la inclinación espiritual del hombre, así como a su desarrollo como criatura terrestre. Estos principios jamás han estado faltos de realismo, no pidiendo lo imposible y teniendo en cuenta las flaquezas de la naturaleza humana.

      Por otra parte, en la observancia de la Ley como en todos los demás actos de la vida, el Islam requiere tener toda la sinceridad y la intención recta. Una enseñanza fundamental del Profeta (s.a.s.), que figura a la cabeza de la mayoría de los hadices recogidos declara: "Las acciones valen según la intención".

      Esta máxima es de una importancia particular en un tiempo donde la práctica de la Sharî`a ha puesto de relieve problemas desconocidos para las generaciones precedentes, como el hecho de un ambiente general diferente y unas tendencias subversivas y hostiles a toda ley tradicional que la mentalidad moderna ha suscitado por todas partes. Porque, si según las posibilidades se puede dejar de cumplir alguna regla, en la intención de los creyentes se mantendrá el espíritu y será juzgado suficientemente.

      Es necesario reconocer efectivamente que, en el conjunto del mundo musulmán, la Sharî`a no es seguida como lo era hace una o dos generaciones. Más raros son los estados donde se aplica integralmente y la mayor parte de estos que se dicen musulmanes no hacen más que aplicaciones parciales combinadas con elementos jurídicos sacados de Occidente.

      En el plano personal y familiar, la ética tradicional inspirada por la Sharî`a está aún muy discutida, en particular por una parte de la juventud que, siguiendo a Europa y a América, rechaza las viejas costumbres y soporta cada vez peor toda forma de disciplina y autoridad. En casa, ocurre con las mujeres de la misma forma, los hábitos evolucionan y se demuestra una tendencia marcada por la negativa hacia las normas y costumbres que, después de catorce siglos, habían garantizado su seguridad y su dignidad en el marco del Islam, contrariamente a las opiniones y prejuicios demasiado frecuentes. Aunque sucede  de manera menos virulenta que el movimiento femenino de "liberación" en Occidente, esto puede tomar el cariz de una revuelta contra la estructura familiar tradicional que desde hace tiempo tenía asegurada la estabilidad de la sociedad musulmana.

      Estas corrientes han estado favorecidas por los trastornos sociales y económicos que, después de la Segunda Guerra mundial, han sacudido a los países musulmanes, imponiendo nuevos modos de vida generalmente en desacuerdo con la tradición islámica. Es innegable en adelante que la Sharî`a, norma de la vida humana conforme a la Voluntad de Allâh, sufre actualmente un declive al que nada, desde los tiempos del Profeta (s.a.s.) se le puede comparar. Seguramente, innumerables creyentes viven sinceramente sujetos pero, en el que el espíritu de negación y de rebeldía no deja de ganar terreno, su práctica requiere más y más perseverancia y esfuerzo.

      Aquellos que le guarden fidelidad no serán, en todo caso, privados de su recompensa ya que, según un hadiz deja entrever el ocaso que se debe extender inevitablemente sobre el mundo, "que, en los comienzos del Islam, por negligencia, una décima parte de la Ley se perderá; pero que, al final, una décima parte será salvada".

 

  

REFERENCIAS Y TESTIMONIOS

 

LA VERDADERA HUMILDAD

 

    La humildad no consiste en volver vuestra cara hacia Oriente o hacia Occidente.

    El hombre bueno es aquel que cree en Allâh, en el último Día, en los malaikas, en el Libro y en los profetas. Aquel que por el amor de Allâh, da de sus bienes a su prójimo, a los huérfanos, a los pobres, a los viajeros, a los mendigos y para el rescate de los cautivos.

    Aquel que cumple con el Salât; aquel que da limosna. Aquel que cumple sus compromisos; aquellos que son pacientes en la adversidad, en las desgracias y en los momentos de peligro: ¡he ahí a aquellos que son justos! ¡He ahí a aquellos que temen a Allâh!

  

                                                        (Corán II, 177)  

 

     

JESÚS Y SU MADRE SEGÚN EL CORÁN

 

      Los malaikas dijeron: ¡Oh María! Allâh te ha elegido, en verdad; Él te ha purificado; Él te ha elegido preferentemente entre todas las mujeres del universo.

                                                        (III, 42)

 

    Los malaikas dijeron: ¡Oh María! Allâh te anuncia la buena noticia de un Verbo que emana de Él: Su nombre es: El Mesías, Jesús, hijo de María; ilustre en este mundo y en la vida futura; él es del número de aquellos que están próximos a Allâh. Desde la cuna él hablará a los hombres como un sabio; él será del número de los justos.

    Ella dijo: ¡Mi Señor! ¿Cómo tendré yo un hijo? Ningún hombre me ha tocado jamás.

Él dijo: Allâh crea lo que quiere: Cuando Él ha decretado una cosa, Él le dice: ¡Sé! y ella es.

                                     (III, 45-47)

 

    Nos, les (los judíos) hemos castigado porque ellos no han creído, porque han proferido una horrible calumnia contra María y porque ellos han dicho: Sí, nosotros hemos matado al Mesías, Jesús, hijo de María, el Profeta de Allâh.

    Pero ellos no lo han matado; no lo han crucificado, eso es lo que a ellos les pareció.

    Aquellos que están en desacuerdo con este tema quedan en la duda; ellos no tienen un conocimiento cierto; ellos no siguen más que a conjeturas; ciertamente ellos no lo han matado, pero Allâh lo ha elevado hacia Él: Allâh es poderoso y justo.

    No hay nadie de entre las gentes del Libro, que no crea en él antes de su muerte, y él será un testigo contra ellos, el Día de la Resurrección.

                                                 (IV, 156-159)

 

    ¡Oh gente del Libro! No sobrepaséis la medida en vuestra creencia; no digáis, sobre Allâh, más que la verdad. Sí, el Mesías, hijo de María, es un Profeta de Allâh, su Palabra que él ha arrojado en María, un Espíritu emanante de Él.

                                      (IV, 171)

 

 

LA SHARÎ`A, CAMINO QUE CONDUCE A ALLÂH

 

    La Sharî`a es el modelo ideal de vida individual y la Ley que une a los pueblos en una sola comunidad. Ella es la actualización de la Voluntad de Allâh bajo la forma de enseñanzas específicas. Su aceptación y aplicación garantiza al hombre una vida armoniosa en este mundo y la felicidad en el otro.

    Etimológicamente, la palabra Sharî`a deriva de una raíz que significa “camino”. La Sharî`a es el camino que conduce a Allâh. El hecho de que la Ley de Allâh y la Vía espiritual, Tarîqa, dimensión interior del Islam, se fundan las dos sobre el simbolismo de la vía o del viaje tiene una gran significación simbólica. Toda vida es un paso, un caminar a través de este mundo transitorio, hacia la Presencia de Allâh.

    Ella ilumina todos los aspectos de la vida humana y sus preceptos guían el comportamiento del Musulmán para que esté en armonía con la Voluntad de Allâh. Conduce al hombre a la comprensión de la Su voluntad indicándole los actos y los objetivos que son, obligatorios (wâjib), aquellos que son meritorios o aconsejados (mandûb), aquellos que no son aceptados (harâm), reprensibles (makruh) o indiferentes (mubâ). Gracias a esta escala de juicios, el hombre conoce el valor de sus actos ante la mirada de Allâh y puede establecer la diferencia entre la "Vía derecha" y la vía del extravío.

                    Sayd Hussayn Nasr