Recuerdo hace años, cuando comentaba con mis amigos musulmanes que Israel era un buen aliado de Arabia Saudí, cómo se llevaban las manos a la cabeza, incrédulos, y afirmaban que eso era pco menos que imposible. Riad, custodio de los santos lugares del Islam, líder de la Liga Árabe, no podía ser aliado del mayor enemigo de la causa árabe, ocupante de Palestina y profanador de la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén, el tercer lugar más sagrado para el mundo musulmán.
Sin embargo, conforme el tiempo ha ido discurriendo, las sospechas y evidencias iniciales se han convertido en un mar de pruebas irrefutables a la vista de todo el mundo. La acostumbrada ligereza verbal de Trump, el presidente lenguaraz, retrató en noviembre pasado las relaciones entre Riad y TelAviv de manera muy gráfica: “Israel estaría en un gran problema sin Arabia Saudita” —dijo a varios periodistas. El contexto no podía ser menos edificante, Trump venía a decir, más o menos, que no iba a castigar a Arabia Saudí –por el asesinato y descuartizamiento de Khasoggi– porque ello perjudicaría gravemente a Israel. Un día antes, el propio Netanyahu había pedido a Trump protección para el príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman, calificándolo de socio estratégico. ¿Se puede ser más claro?
A pesar de las relaciones, más que evidentes, que ambos regímenes mantienen desde hace lustros, aún no han establecido relaciones diplomáticas oficiales. Sí, sólo es una formalidad, pero a los ojos de la opinión pública de los pueblos árabes y musulmanes es un paso muy importante que no puede darse alegremente, a menos que se solucione previamente el conflicto entre Israel y Palestina, con pleno reconocimiento de las fronteras previas a 1967, una línea roja infranqueable según el Plan de Paz de la Liga Árabe de 2002… hasta la actualidad. Pero el príncipe heredero incluso está pensando en traicionar la causa palestina con tal de profundizar sus relaciones con el régimen sionista. De hecho ya se ha atrevido a manifestar que Israel tiene derecho a un estado propio sobre tierras árabes sin que Israel reconozca aún el derecho a existir del pueblo palestino sobre las fronteras internacionalmente establecidas por la legislación internacional.
La coyuntura es más que propicia para ello, la confluencia del ultraderechista Netanyahu con el dictador Bin Salman y el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, conforman un peligroso cóctel de asesinos y criminales de guerra de los que puede esperarse cualquier cosa y ninguna buena. Comparten guerra contra Siria y contra Yemen, estrategia contra Palestina, contra Irán, contra Irak, contra Líbano. Son los principales patrocinadores del terrorismo en el mundo, tanto de al Qaeda y sus ramas, como del mismísimo Daesh. Arabia Saudí, además, proporciona cobertura ideológica y religiosa a las facciones yihadistas.
El Acuerdo del Siglo, tantas veces anunciado y jamás presentado, pretende ayudar en la normalización de relaciones con Israel en Oriente Medio de los países controlados por EEUU. Sin embargo, lo que se conoce hasta la fecha de su texto, está tan escorado hacia los intereses del régimen sionista, que va a ser imposible de asumir por la parte palestina. Ni si quiera las presiones de Bin Salman a Abbas, ni las amenazas de retirada de fondos a la Autoridad Palestina, van a convencerlos de que vendan los derechos inalienables de todo un pueblo por poco más que un puñado de dólares. Pero, como puede verse, los tres líderes actúan como un verdadero cártel con intereses similares y los roles repartidos.
A nadie debería extrañar que Arabia Saudí sea el pagafantas del grupo. Riad se ha convertido en el tercer país mundial por compra de armamento y hasta Israel ha entrado secretamente en su cartera de proveedores. Por el momento, se ha conocido una operación de venta de 500 tanques Merkava a Arabia Saudí que, obviamente incluye adiestramiento militar a las fuerzas árabes, pero ya Wikileaks alertó anteriormente de la existencia de relaciones en temas de inteligencia, defensa e inversiones diversas. Su enorme capacidad de compra y la inestimable cobertura proporcionada al dólar, son los servicios que Arabia Saudí presta a EEUU. Por eso los gobiernos norteamericanos van a encubrir sus crímenes por siempre, hagan lo que hagan.
«Arabia Saudí lidera una guerra permanente para completar la mayor traición jamás perpetrada contra el mundo árabe y musulmán de todos los tiempos»
Todos señalan el odio a Irán como el cemento que aglutina la relación entre Israel y Arabia Saudí. Es lo fácil, lo simple, lo obvio. Y ciertamente es una obsesión para ambos, pero es mucho más que todo eso. Tampoco es sólo una guerra mundial entre suníes y chiíes como suelen presentarlo habitualmente. Arabia Saudí lidera una guerra permanente para completar la mayor traición jamás perpetrada contra el mundo árabe y musulmán de todos los tiempos, la entrega en bandeja de la región a sus mayores enemigos: EEUU e Israel.
Eso es justo lo que los pueblos árabes deben interiorizar antes de que sea demasiado tarde. Ninguno de los amigos de Israel o EEUU puede ser, a la vez, defensor de los pueblos árabes o musulmanes. Y no lo son únicamente por el abandono de la causa palestina, sino por que las élites regionales cómplices del cristosionismo son responsables del saqueo de los recursos naturales de Medio Oriente para ponerlos al servicio de Occidente y sus economías y, por ende, del subdesarrolllo en el que se ve sumido buena parte del territorio.