La discrepancia en el Islam

    La tolerancia y la admisión de la discrepancia han sido las prácticas habituales en el Islam, y los conatos de enfrentamientos entre escuelas -más allá de las disputas académicas y de estridencias fuera de lugar- fueron hechos puntuales y aislados. Por ello, debería extrañar la repentina necesidad de predicar el respeto al otro en los contextos musulmanes, cuando la norma y la costumbre han sido la convivencia de las opiniones diversas. No existen conflictos entre las escuelas tradicionales, pues su asentamiento coincidió con la presencia de ese espíritu abierto a la multiplicidad y la variedad. Predicar hoy la apertura a los demás debería tenerse por algo superfluo y redundante; sin embargo, es un tópico que vemos reiterarse. La falta de consideración a los distintos pareceres se presenta como un problema acuciante, ¿lo es? ¿Existe o ha existido falta de entendimiento o intolerancia entre sufíes, ash'aríes, mâturidîes, hanafíes, shâfi'íes, mâlikíes o hanbalíes1? ¿Se siente incómodo un musulmán cuando se encuentra en el entorno de otra escuela distinta a la suya? La respuesta obvia es que no. En esos espacios, nadie se considera mejor musulmán que los demás, o musulmán en exclusiva. Ni siquiera existió la dicotomía sunníes-shi'íes hasta que el triunfo de la revolución islámica de Irán se convirtió en un amenaza para las dictaduras en el mundo árabe sunní, y entonces urgió plantear la diferencia como algo problemático, urgente o insalvable, creando brechas y sembrando cizaña como artificios que hicieran imposible el contagio revolucionario... La aceptación de la discrepancia (llegando hasta la ignorancia de la diferencia) es -o ha sido- un hecho consumado en el Islam, precisamente porque sus raíces están en sus enseñanzas más básicas, las constituyentes de la mentalidad, la civilización y la cultura plural del Islam.

    La relevancia del planteamiento del necesario entendimiento entre los musulmanes es la prueba de la quiebra que supusieron el triunfo del colonialismo, la aparición del Islam político y, sobre todo, la expansión del wahhâbismo. Pero lo más extravagante es que esa propuesta de mutuo entendimiento es fundamentalmente una estrategia wahhâbí. ¿Cómo puede ser así cuando la esencia misma del wahhâbismo es la aversión a todo lo que la custione? Primero, porque es un disfraz conveniente, un discurso formal, tras el que quieren aparecer como moderados. Y segundo, y más importante, es porque en sus propias filas ha surgido la disidencia.

    El discurso sobre la aceptación de la discrepancia no tiene como propósito la unidad de los musulmanes, sino que es un guiño camuflado entre wahhâbíes. En su momento diseminaron la discordia y la confusión entre los musulmanes, pero ahora la discordia se ha instalado entre ellos y mina las relaciones internas de esa secta fanática, puritana y desquiciada, e intentan tender puentes hacia los electrones libres que sacan conclusiones y llevan al extremo las consecuencias lógicas del wahhâbismo,… y dan mala imagen.

    Uno de los signos del éxito del wahhâbismo es que pasa desapercibido a la inmensa mayoría de los musulmanes. Los wahhâbíes introducen debates absurdos en los que no se da con la clave porque está camuflada tras intenciones e intereses sectarios o luchas de poder, originándose espirales de contradicciones y despropósitos que se convierten en un laberinto del que es imposible escapar… Son los wahhâbíes los que han arraigado la intolerancia, la cerrazón y el oscurantismo en el seno del Islam. Y presentarse como adalides del entendimiento es el colmo del cinismo de una secta sin escrúpulos.

1 Y salvo momentos tensos por distintos motivos, los musulmanes han sabido convivir con sus vecinos judíos, cristianos, yazidíes, o de cualquier otra confesión, en el seno del mundo musulmán.