Fátima y Shams: Maestras de lo invisible

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Por Ana Silva.

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Durante los siglos XII y XIII en los campos y ciudades andaluzas florecen los más ocultos maestros y enseñanzas sufis. Y aunque en ocasiones los términos con los que definimos las cosas no nos sirven del todo para comprenderlas, el Sufismo, sin apartarlo de su dimensión mística dentro del Islam, se puede entender como una conmoción por la que se alcanza el sentido unitario y universalista de la realidad divina.

Ibn Arabi (1165 Murcia-1240 Damasco), gran místico sufi andalusí, recoge la vida y las enseñanzas de estos maestros a través de dos obras fundamentalmente. La primera, el Rûh al-quds fi munâcahat an-nafs (El espíritu de la Santidad que guía el alma), escrita en la Meca en el año 600/1203-1204. La segunda, la Durrat al-fâkhirah fi dhikr (La piedra preciosa que relata historias de aquellos que me han ayudado en el Camino hacia el Otro Mundo).

El trabajo de Ibn Arabi no tiene parangón y se desarrolla en una atmósfera de preeminencia espiritual. Será capaz de compilar, por primera vez, las enseñanzas, saberes e intuiciones de un buen número de maestros de los que bebió en su aprendizaje y crecimiento espiritual. Dará sentido a la herencia esotérica del Islam a través de un compromiso fuerte con sus maestros y semejantes, dejando una profunda huella en quienes le sucedieron.

La gran consideración que Ibn Arabi profesa a sus maestros espirituales, sin importarle su formación intelectual ni su estatus social, recobra un sentido especial -por su carácter absolutamente transgresor- en la constancia en sus escritos biográficos de dos sabias altamente elevadas en el plano espiritual. Se trata de dos mujeres sevillanas, nonagenarias que se cruzan con Ibn Arabi en su juventud.

Shams Umm al-Fuqarâ, equilibrista silenciosa

En un precioso viaje en el tiempo, hemos de trasladar la mirada ocho siglos atrás, visualizar el río claro que cruza los olivos de Marchena de los Olivares y así apercibirnos del encuentro entre Ibn Arabi y Shams en sus orillas, en una tarde fresca de otoño.

Shams era muy anciana cuando conoció a Ibn Arabi. Tenía más de noventa años, sin embargo, su vitalidad rebosaba un espíritu fresco y atento. Sus manos, lejos de mostrar el paso del tiempo, encarnaban el brillo de las cosas que no pueden nombrarse.

Para Ibn Arabi, Shams representa un gran corazón fuerte y puro, de una enorme energía espiritual y una inmensa baraka. Sus encuentros eran de un néctar fecundo, forjados en una sencilla relación de maestra y alumno, sin grandes protocolos, guiados únicamente por el fuego de lo invisible.

Cuenta Ibn Arabi en sus escritos que Shams ostentaba un profundo y absoluto conocimiento de las energías, tanto que se encontraba bajo el dominio del temor (khawf) y la alegría (fidâ). La obtención equilibrada de estas dos estaciones espirituales es para el joven místico algo sorprendente, casi imposible de imaginar.

Shams solía ocultar el estado espiritual en el que se encontraba y poseía el don de oír los pensamientos de los demás. Fuertemente conectada a la tierra, de noble espíritu, regalaba sus enseñanzas a quienes la escuchaban en silencio. Era una mujer del campo, amante de los árboles y del poder innato que adorna el sol en cada nuevo amanecer.

Mûnah Fâtimah bint b. al-Muthannâ, alquimista visionaria

Impregnados ahora en azahar volvemos el olfato de la mirada a la Sevilla del siglo XI, para conocer a Fâtimah. Tenía noventa y seis años cuando se encontró con Ibn Arabi.

Vivía en Sevilla, libre de apegos materiales, ligera de adornos. Caminaba por las calles observando los restos de alimentos que la gente dejaba en la puerta de su casa, ese era su alimento. Y no por ello una mendiga.

Todo lo contrario, su rostro era rosado y fresco, de sonrisa discreta y profunda. Ibn Arabi la recuerda, con cierto rubor, más que como una joven anciana, como toda una mujer hermosa y vitalista.

De Fatimah sabemos un poco más que de Shams gracias al mayor espacio que Ibn Arabi dedica en sus escritos. Precisamente, esta especial atención nos da cuenta de la influencia que ejerció sobre él, a quien en todo momento considera como un hijo, el mejor de todos los que se acercan a ella para conocer su sabiduría. Decía de él: “Ibn Arabi llega a mí con todo su ser, con toda su persona, no hay nada de él que se quede en su casa”.

Fatimah consiguió por voluntad propia ser autosuficiente. Había decidido forjar su independencia económica hilando, hasta que un día se le atrofió un dedo. Su marido había muerto de lepra, y ella, expuesta a los infortunios más agotadores, decidió contemplar como un regalo de Allâh todas las inclemencias, sintiéndolas como verdaderas pruebas a las que solo se someten los predilectos.

Como una verdadera alquimista albergaba en sí toda la potencia de la Fâtihah, primera sura del Corán, que emplea para hacer el bien a las gentes que se le acercan a pedirle consuelo. En una ocasión confesó al joven Ibn Arabi: “la Fatihah me ha sido concedida. Está a mi disposición para todo lo que quiera hacer”.

La surat, como un poema delicado, se muestra así:

1. La loanza a Allâh, Señor de los mundos.
2. El Piadoso, el Apiadable.
3. Rey en el día del Juicio.
4. A ti adoramos; de Ti imploramos ayuda.
5. Guíanos al camino, el enderezado.
6. Camino de quienes agraciaste sobre ellos.
7. No de los que Tú [eres] el airado sobre ellos, y no de los extraviados.

La admiración de Ibn Arabi hacia ella es tal que se siente su hijo protector. La protección que despliega hacia su maestra le empuja a construirle una choza de palmeras donde realizar las obras de adoración y prácticas espirituales. Pronto Fatimah convierte el pequeño habitáculo construido por su alumno en un espacio sagrado donde recibir a otras mujeres que llegan desconsoladas, cargadas de problemas esperando el alivio de la vieja y hermosa Fatimah.

La fortaleza femenina, una llave a la completa espiritualidad

La presencia temprana de Shams y Fatimah en la vida de Ibn Arabi supone un hito de imborrable trascendencia para su inmersión espiritual y sus posteriores teorías. Sin duda, los conocimientos por ellas transmitidos sientan en el joven místico la base de lo que después planteará en Los engarces de la sabiduría como la fortaleza de la mujer para la completa espiritualidad; o lo que también se ha dado a llamar el valor especial del principio femenino.

No habrá para Ibn Arabi mejor y más perfecto receptáculo para la contemplación de Allâh que el cuerpo femenino, pues la mujer experimenta una doble condición, la de creadora y al mismo tiempo la de creada. La intuición femenina es el soporte más potente para la contemplación divina, y al mismo tiempo el más perfecto.

La doctrina de la unidad del amor de Ibn Arabi no podría explicarse sin la elevación femenina y por lo tanto la presencia imprescindible de la mujer, que legitima un verdadero lugar de preeminencia en la experimentación de Allâh. La mujer se constituye en péndulo sobre el que gravita el fuego iniciático de la religión del amor.

Así, en el siguiente poema, Ibn Arabi, en pleno éxtasis poético exalta las cualidades y aptitudes femeninas para canalizar la presencia divina.

Mata su mirada
pero, como si de Jesús se tratara,
revive con sus palabras.
Su Torá, como una luz,
es el brillante heraldo de sus piernas.
Torá que, al igual que Moisés, leo y estudio.
Sacerdotisa sin adornos entre las hijas de Rûm,
en ella contemplas la aureola del puro bien,
Salvaje es; así que en su regazo no hallarás sosiego.
En el tabernáculo de su retiro,
escogió un hipogeo de su retiro,
escogió un hipogeo por sepultura.
Trastornos dejó a los sabios de nuestra religión,
a quienes estudian los salmos,
a todos los doctores judíos,
a cada sacerdote cristiano.

Sin duda, las teorías de Ibn Arabi expuestas en su inmensa obra -en las que la mujer y su potencialidad espiritual ocupan un lugar primordial- no habrían sido posibles sin las experiencias acumuladas con Fátimah y Shams, sus queridas maestras espirituales. De ellas beberá para siempre la vivencia del aprendizaje invisible, aquel por el se adquiere el poder de defender una fortaleza (una verdad sutilmente revelada) en la frontera del cuerpo.

Ambas golpearán su alma (nafs) pero no para romperla sino para devolverla a la vida. Fátimah y Shams, únicas en sus episodios vitales, místicas en éxtasis, mujeres del campo y de la tierra nos llegan como fuente de inspiración, soñadas e imaginadas, traídas al presente como en una máquina del tiempo maldiciendo el olvido.

Y quién sabe si el lector las reconocerá en alguna anciana de nuestros pueblos andaluces…