La recitación y la interpretación del Corán’ ocupa el libro octavo de la
obra cumbre de al-Gazali, La vivificación de las ciencias religiosas (en
esta reseña citaremos a partir de la traducción inglesa de Muhammad Abul
Quasem. The recitation and interpretation of the Qur’an: Al-Ghazâlî's theory.
University of Malaya Press, Kuala Lumpur 1979).
Al-Gazali nos ofrece una aproximación tradicionalista al Libro revelado.
Cita numerosos hadices para defender la necesidad de una comprensión
profunda del Corán. Recitación e interpretación van de la mano, son
inseparables. Recitar el Corán sin comprenderlo puede tener sus beneficios,
pero no responde a la expectativa divina. Comprender el Corán como se
comprende un texto escrito tampoco es suficiente: el Corán constituye una
conmoción y la recitación es el método para interiorizarlo hasta hacer
desaparecer al lector y sumirlo en el océano de la misericordia; el océano
coránico no se limita al texto escrito, éste es tan solo su plasmación
externa.
En los dos primeros capítulos al-Gazali se explaya en relatar las
excelencias del Corán y en establecer las reglas de su recitación, citando
numerosos hadices y tradiciones de los sahaba y de los tabi’in. Estas
tradiciones reflejan no solo la profunda espiritualidad de las primeras
comunidades musulmanas, sino también la centralidad del Corán y los modos en
los cuales estos se aproximaban al Libro revelado.
En el capítulo tercero establece diez “tareas mentales” necesarias para que
la recitación coránica sea plenamente efectiva: 1) entender el Origen del
mensaje; 2) la magnificación del Originador del mensaje; 3) el prestar la
debida atención (a lo recitado); 4) reflexionar sobre lo recitado; 5)
entenderlo; 6) deshacerse de los obstáculos que nos impiden comprenderlo; 7)
la especificación de que lo recitado nos concierne personalmente; 8) sentir
el Corán y dejarse influenciar por él; 9) elevarse en la recitación; y 10)
negar la propia capacidad o poder (p.56).
Sobre el punto cinco, la necesidad de entender el mensaje del Corán, al-Gazali
habla de “buscar, para cada versículo, las explicaciones que les
corresponden, ya que el Corán abarca la discusión de los atributos de Al-lâh,
el debate sobre sus obras, el debate sobre las circunstancias de los
profetas, el debate sobre los argumentos de los que los consideran falsos y
la forma en que fueron destruidos, la descripción de los mandamientos y de
las amenazas de Al-lâh, y la descripción del paraíso y el infierno.” (p.67)
Al tratar el punto sexto, habla de cuatro obstáculos principales que impiden
la comprensión del Corán. El primero de ellos es la falta de atención sobre
las letras y sonidos y la pronunciación defectuosa.
El segundo de estos velos es “el que el lector del Corán sea un mero
imitador (o seguidor ciego: muqallid) de una determinada escuela de
pensamiento (madhab) que se deriva de una autoridad, y en la que se mantiene
firmemente con un fuerte celo mental, sólo después de haberlo oído, sin
llegar a él por medio del conocimiento espiritual y visión mística (mushahâda)”
(p.70).
En el momento en el cual se le aparece algún sentido divergente de lo
establecido por la escuela de la cual es seguidor, “el Shaytán del taqlid
(imitación)” le ataca y le susurra: “¿Cómo has dejado que este (nuevo)
sentido acuda a tu mente, siendo contradictorio a aquello que creyeron tus
antepasados?”. Por ello, considera ese nuevo sentido posible como una
incitación del Shaytán, a pesar de que ha sido originado por Al-lâh. En este
punto se hace comprensible el dicho de los sufíes, según el cual “el
conocimiento (‘ilm) es un velo”, refiriéndose dicho conocimiento a las
creencias y dogmas heredadas. Según al-Gazali, el seguimiento ciego de una
autoridad es un obstáculo para la comprensión del Corán incluso si la
comprensión de dicha autoridad es correcta y profunda. Pues la imitación sin
implicación en la Revelación es meramente externa, no responde a lo que Al-lâh
espera de nosotros.
Sigue al-Gazali: "El tercer velo es la insistencia del hombre en el pecado,
o el ser preso del orgullo, o el ser, en general, afectado por la pasión
mundana que persigue. Estos causan la oscuridad del alma y su oxidación, y
son comparables a la acumulación de la suciedad en un espejo. De modo que
impiden que la verdad se refleje sobre el alma”. (p.71). De ahí que la tarea
interpretativa consista en pulir el espejo de modo que el mensaje del Corán
pueda reflejarse en uno mismo.
El cuarto y último de los velos que nos impiden comprender el Corán “se
presenta cuando un hombre ha leído las más destacadas exégesis coránicas y
ha llegado a la convicción de que las sentencias del Corán tienen únicamente
aquellos significados que nos han llegado a través de la tradición de Ibn
'Abbas, Mujahid, y otros exégetas de los tabi'un, y de que los significados
que van más allá de ellos constituyen una interpretación del Corán por la
opinión personal (Tafsir bil-ra'y), y que esto conduce al infierno” (p.72).
La necesidad de comprender el Corán por nosotros mismos está relacionada con
el hecho de que los mandamientos y enseñanzas del Corán han sido revelados
para nosotros, nos conciernen de modo directo en tanto que creyentes. No
basta por ello seguir una escuela de pensamiento ni las exégesis
tradicionales. Es imprescindible una comprensión profunda, de cara a aplicar
los mandatos de Al-lâh en nuestra vida cotidiana. Esta conciencia de que el
Corán ha sido revelado para cada uno de nosotros conduce al agradecimiento:
al recitar o leer el Corán debemos sentir dicho agradecimiento, ser
conscientes de los beneficios y misericordias que Al-lâh nos está dando, la
posibilidad de recibir directamente Su Libro: “Si el lector del Corán supone
que cada parte del Corán está destinada a él, no considerará el mero estudio
como su deber; más bien, lo leerá justo como un esclavo lee un escrito de su
amo”, para ponerlo en práctica inmediatamente (p.74).
Pero la comprensión y la puesta en práctica del Corán está velada a aquellos
que son incapaces de sentir el temblor de la palabra revelada. Hay que
llorar con el Corán, sentir temor, pánico y alegría, pre-sentir los
tormentos del Fuego y los deleites del Jardín. Al leer aquellos versículos
donde se mencionan los defectos que nos poseen, nos sentimos aterrados, nos
vemos reflejados en el espejo del Corán. No podemos escapar a Su Mandato. El
escuchar el Nombre de Al-lâh el Perdonador (al-Gaffur) nos llena de
esperanza y la melancolía se apodera de los enamorados de su Señor. La
petición del perdón o el arrepentimiento constituyen una conmoción. Al
recitar los versículos donde la Majestad de Al-lâh se hace patente, el
lector-recitador siente su pequeñez, se siente aplastado y maravillado por
la grandeza de al-Kabir, el Más Grande. Nuestro orgullo y absurdas
pretensiones de poder se desvanecen. Ya en un capítulo anterior al-Gazali se
había referido a los hadices en los cuales se alaba a aquellos que lloran y
se conmueven con la lectura del Corán: “el Corán fue revelado con aflicción,
así que cuando lo leas debes sentirte afligido” (p.43).
Lo que al-Gazali propone es una lectura que envuelve todas nuestras
facultades, una auténtica simbiosis con el Corán: “La recitación del Corán
es en su sentido más auténtico un acto en el cual la lengua, el intelecto y
la mente toman parte. La parte jugada por la lengua consiste en la correcta
pronunciación de las letras de un modo lento y distintivo. La parte jugada
por el intelecto consiste en la explicación de los significados. La parte
jugada por la mente consiste en la aceptación las exhortaciones recibidas y
en sentir, como resultado de ser examinado y de obedecer los mandamientos”
(p.80).
En este punto, el recitador del Corán se abandona, deja de sentir que lo
recitado surge de su lengua, y lo percibe como proveniente de Al-lâh
directamente. El recitador deja de ser activo, se convierte en un mero canal
a través del cual las palabras del Corán se manifiestan. En un primer grado,
el recitador supone que está recitando las palabras de Al-lâh, situándose
frente a Al-lâh, mientras Al-lâh lo escucha. En este estadio, el recitador
es alguien que alaba y suplica a un Dios distante. En el segundo grado, el
recitador se siente mirado por Al-lâh, siente su presencia cercana y
cariñosa, entablando una conversación de la cual se sabe beneficiario. Estos
dos estadios son de los ashab al-yamin, la gente de la derecha. Los que no
pertenecen a uno de estos grados ni al tercero son la gente de la
dispersión, al-ghâfilûn.
El tercer grado se produce cuando el recitador ve a Al-lâh en lo recitado y
percibe Sus Atributos en las sentencias del Corán. En este estadio, el
recitador ya no piensa en sí mismo, ha desaparecido y sin embargo sigue
recitando. Su recitación lo posee de modo total, se confía al Originador del
discurso coránico. Este es el grado de los cercanos a Al-lâh, al-muqarrabûn.
Este estadio nos conduce a la décima y última tarea mental que concierne a
los recitadores del Corán: consiste en deshacerse de cualquier pretensión de
poder y en evitar sentirse satisfecho de sí mismo. Así, cuando se leen los
versículos sobre los rectos o salvados, uno no debe sentirse parte de ellos:
el sentirse a salvo es una muestra de infidelidad. Y cuando se leen los
versículos sobre los perversos, uno debe reconocer en ellos su propia
injusticia y cerrazón: “Ciertamente, el ser humano es injusto y
desagradecido” (Corán 14:34).
La relación entre el Corán y el lector-recitador es personal, se deja
envolver como un manto de luces y de sombras por la palabra revelada. Buscar
en el Corán tan solo cosas hermosas es un signo de ignorancia, una forma de
escapismo y de rechazo de la Realidad. Una y otra vez al-Gazali habla de la
necesidad de una relación al mismo tiempo intelectual y corporal con el
Corán, que va más allá de la que podemos mantener con un simple texto
escrito. El Corán no es el mushaf del Corán, la revelación no se limita al
texto escrito. Hay que dejarse transportar a su interior, dejar que el Corán
refleje nuestro verdadero estado, nuestras zozobras interiores, y no tratar
de dominar el texto a partir de lo que creemos que somos o deseamos ser:
“Estas intuiciones místicas sólo pueden ocurrir después de que uno se
deshaga de uno mismo y no se vea a uno mismo con satisfacción y como
purificado, ni a través de la pasión. Entonces, estas intuiciones se
concretan de acuerdo con el estado mental del hombre que las recibe. Así
pues, cuando recita versos sobre la esperanza, y su estado mental está
dominado por un buen augurio con respecto a ellas, la imagen del Paraíso
llega a él a través de la intuición mística, y lo ve como si lo viera con
sus ojos. Pero si lo domina el miedo, entonces el Infierno se le muestra a
través de la intuición, de modo que puede ver sus diferentes tipos de
castigo. Esto se debe a que el discurso de Al-lâh (¡grande y exaltado sea
Él!) incluye versos que son dulces y sugerentes, así como otros que son
aterradores. Y esto ocurre en conformidad con los atributos de Al-lâh, ya
que entre sus atributos están la misericordia y la bondad, pero también la
venganza y la violencia. Así pues, de acuerdo con la visión del lector del
Corán con respecto a las sentencias del Corán y a los atributos divinos, la
mente alterna entre diferentes estados y, de acuerdo con cada uno de estos
estados mentales, la mente está preparada para una adecuada intuición
mística y se aproxime a él, ya que es imposible que el estado mental del
oyente sea diferente de lo que oyó, pues en él están el discurso del
Beneficiador, el discurso del Vengador, el discurso del Más Poderoso, el del
Arrogante que no necesita de nadie, y el discurso del Compasivo, el
Simpatizante que no descuida a nadie”. (p.84-85)
Al-Gazali pone el acento en la recepción personal del Corán, sin que esta
pueda separarse de los diferentes estados de ánimo y de la situación
espiritual del lector-recitador. Anteriormente había rechazado la imitación
ciega de los madhabs y había rechazado la pretensión de que los primeros
exégetas hubiesen dilucidado de una vez por todas los sentidos del Corán.
Nos situamos pues muy lejos de la pretensión de que existe una lectura
unívoca y objetiva del Corán, que deba ser seguida por todos los musulmanes.
Todo esto nos prepara para la comprensión del último capítulo del libro,
centrado de forma específica en la interpretación del Corán. En este nos
dirá que cada versículo del Corán tiene 6000 sentidos posibles diferentes.
Nos situamos ante el Conocimiento divino, en esencia inabarcable para el ser
humano. A pesar de ello, al-Gazali rechaza la validez del tafsir bil-ray,
según la opinión personal. Aquí un matiz se hace necesario: al-Gazali da por
descontado que todo comentarista del Corán de hecho lo interpreta según sus
propias investigaciones y capacidades. Lo que es necesario evitar es que
éstas queden bajo el dominio de las pasiones personales, y existen infinitas
posibilidades de caer en errores si no se posee el conocimiento histórico y
filológico necesario, un conocimiento que la tradición nos ha legado.
Pero la razón principal es la siguiente: existe una diferencia fundamental
entre el sentido real del Corán y sus exégesis. El acceso al conocimiento
real del Corán y a aquello que Al-lâh quiere de nosotros pasa por trascender
toda opinión, por muy fundamentada que esta sea. Una vez más, al-Gazali
defiende la intuición mística como el medio de obtener el conocimiento
verdadero. Ninguna interpretación, por brillante o completa que parezca,
tiene validez si no proviene de un corazón purificado. Pues en definitiva
Al-lâh es el único poseedor del Conocimiento último de todas las cosas, y Él
solo revela de Su conocimiento aquello que quiere y a quien Él quiere.