NUESTRA MEZQUITA
ALHAMA DE CÓRDOBA
Lamentablemente, la
gran Mezquita de Córdoba no pertenece a los andaluces. El gran resultado de la
genialidad andaluza está en manos de un Estado extranjero, que lo explota
descaradamente para sacarle dinero (y mucho) a los turistas. Las musulmanas no
pretendían ofender a los cristianos, no entraron en la pseudo-catedral que
ocupa el centro de la Mezquita, no molestaron a los curas ni interrumpieron sus
mercadurías. Simplemente, quisieron tener un momento de recogimiento en la
inmensidad de la Mezquita de Córdoba, patrimonio de la humanidad. Pero la
Iglesia no entiende de esas cosas, y menos cuando perturban sus intereses más
mundanales.
Son muchas y cada vez
más frecuentes las protestas contra el modo en que es administrada la Mezquita.
La manera en que la Iglesia gobierna su negocio es una auténtica y permanente
ofensa contra Andalucía y contra los andaluces. Es todo un símbolo, muy
presente, de lo que ha supuesto el cristianismo para esta tierra a lo largo de
los últimos quinientos años.
La mezquita de Córdoba
no es un edificio sin más, no es un montón de piedras colocadas de forma
bella. Es un lugar emocionante, un auténtico vórtice de energía espiritual.
Es, sin duda alguna, el verdadero corazón de Andalucía: es su pulmón y sus
entrañas. El día que ese corazón sea recuperado por los andaluces y vuelva a
latir libremente, sin el agobio de los curas, muchas cosas cambiarán. Cuando
Ignacio Olagüe intentó recomponer la historia de al-Ándalus, desmontando las
versiones oficiales, se dio cuenta de que el gran testimonio de lo que fue Al-Andalus
en todos sus momentos era la Mezquita Alhama. En torno a ella se forjó una
civilización, una cultura extraordinaria. En torno a ella se fraguó el destino
de una nación. Por ello, para vencer a Andalucía, la Iglesia mató ese corazón:
tapió las puertas que lo iluminan desde el patio, oscureció el espacio
interior de ese prodigio para que se asemejara a una lúgubre iglesia, y demolió
todo su centro para construir una catedral mediocre en forma de cruz,
destruyendo la perspectiva de la mezquita, y cubrió sus paredes de grotescas imágenes
de ídolos. Pero la mezquita, con toda su fuerza, está aún ahí, bajo el cúmulo
de mentiras con la que se quiere disimular su telurismo.
La mezquita de Córdoba
es como al-Aqsà en Jerusalem, o como la Kaaba en Meca; es el reflejo de una
realidad, el signo de una historia. El día en que esos centros del Islam sean
liberados, las energías que albergan volverán a dar vida a los oprimidos. La
Alhama de Córdoba, al-Aqsà de Jerusalem, la Kaaba de Meca, espejos del Islam,
de su dramática actualidad, acompañan a los musulmanes y a las musulmanas, son
el espejo de su presente y la esperanza de su futuro.
Aquí, en Andalucía, los musulmanes y los no-musulmanes, no tenemos derecho a olvidar la Alhama, no podemos renunciar a ella. Los musulmanes no podemos echarnos atrás diciendo que el Islam no es piedras o monumentos. Eso es no darse cuenta de lo que las cosas son en sus esencias, y en su esencia la Alhama es el Islam en nuestra tierra, es al-Ándalus, es Andalucía, es el recuerdo de una colonización, de un genocidio, de una expulsión. Y no es sólo un símbolo, es una verdad, es algo con fuerza: desatarla debe ser nuestro propósito para realizar la auténtica dimensión de nuestra humanidad y de nuestra dignidad. Hay que acabar con la tristeza de la Mezquita de Córdoba para que vuelva a sonreír lo que es Andalucía, para que renazca al-Ándalus.