LA MUERTE

 

           La muerte, para un musulmán sincero, es el signo evidente y más rotundo de la fragilidad del ser humano. El Profeta del Islam aconsejaba reflexionar sobre lo que significa la muerte, porque nos enseña lo que somos y ante Quién existimos. Huimos de ese pensamiento porque nos asoma a abismos impensables y a terrores en los que, sin embargo, hay poderosas luces. La muerte es nuestra derrota y el triunfo de Allah, de la Verdad. Todos nuestros sueños, nuestras esperanzas, y también nuestros miedos y nuestros fantasmas son nada ante la conclusión que resulta de la meditación en la muerte. Estas certezas son las que permiten al musulmán invertir todos los valores. Son la puerta hacia otra forma de medir las cosas.

 

         El hombre occidental, que se instala en la existencia como juez y no como parte, sólo ve males y agresiones contra él en la enfermedad, la pobreza, la desgracia, la incapacidad, la calamidad, la opresión, la desesperación y la muerte. Evidentemente, son males. Eso es obvio: nos causan daño y dolor, nos confunden y atormentan, nos dejan desarmados. Y lo hacen porque son la manifestación de nuestra debilidad ante el Poder arrollador de la Verdad Creadora que constantemente nos está diciendo que Ella es la preeminente, que está más allá de nuestros deseos e ilusiones, que escapa a nuestros juicios, que, simplemente, domina. El hombre quiere exorcizar esos males que son la prueba de su fragilidad, evitando enfrentarse con su verdad en la que está la puerta hacia Allah.

 

         La muerte en sí es el ocaso del dios humano, el derrumbamiento de su ídolo. La vida a la que nos aferramos desesperadamente es un instante efímero. No lo remediaría el que duráramos mil años ni el que nos reencarnáramos mil veces. El tiempo mismo es nada. Ante esto, cabe el pesimismo más absoluto o bien se transforma en un trampolín hacia espacios infinitos. En realidad, la inmersión en lo que significa e implica la muerte es una clave para una liberación infinita, para una vida más allá de toda angustia. Quien, convencido de su fragilidad y la de cuanto lo rodea rompe con su propia mentira y su miseria, se asoma entonces a lo eterno porque ha salido de un circulo vicioso, de la estrechez de su mundo de in autenticidades.

 

         La eternidad a la que nos referimos no es un tiempo sin fin, no es una esperanza, no es un alivio para quienes tienen sentimientos religiosos. Es la libertad en la que se sumerge quien ha desidolatrizado su existencia con la llave eficaz de lâ ilâha illâ llâh, no hay más verdad que Allah. Eso es al-Âjira, el Universo de Allah, que nos aguarda tras la muerte. No es un espacio mítico sino la realidad con la que se encuentra el que ha abandonado a los ídolos y se ha abierto a Allah. Es, realmente, un Jardín.

 

         La muerte es presencia de Allah, presencia contundente, que nos arranca de nosotros. La muerte es terrible porque nos aparta de lo que amamos, de todo aquello en lo que hemos cifrado nuestro ser, corta violentamente nuestras dependencias y apegos,  y nos arroja a lo indeterminado, a lo inmedible, a lo impensable, donde está la Verdad. Por ello huimos de ella, la camuflamos constantemente y lamentamos cada muerte. No podemos negar lo que sentimos, no debemos condenarlo, pero sí reflexionar. ¿Qué es lo que somos? ¿Qué tememos? En el fondo tememos a Allah, presentimos a Allah, nos da pánico esa eternidad. Él es el Irrepresentable, el Irrefutable, el Uno en el que existimos, el Poder que respalda nuestra existencia, lo que nos está velado y cuya Inmensidad asusta y apabulla.

 

         Quienes han perdido miedo a sentir miedo ante Allah entran en el Amor a Allah. Quienes no han dudado en convertir la muerte en un tema para la reflexión y el aprendizaje han franqueado la puerta y se han asomado a lo que angustia al ser humano en sus profundidades y ahí han encontrado al Majestuoso, al Bello, y el terror se ha convertido en ellos en pasión desbordada. Han trasgredido los límites y han trastocado todo, y han convertido esta vida en Jardín. La muerte, para ellos, es un tránsito hacia la plenitud. El Profeta dijo: “Morid antes de morir”, y quienes lo han hecho han perdido el miedo a la muerte.

 

         La vida es un don dado a la nada, y la muerte es una enseñanza profunda para conocer en ese obsequio la Inmensidad en la que existimos, ofreciendo la eternidad al ser frágil que se debate entre sueños. Puesto que es un don, el musulmán tiene, por ello mismo, la posibilidad de valorar la magnificencia de ese regalo. La reflexión en la muerte no es un rechazo a la vida, al contrario, es una enseñanza rotunda para conocer su profundidad, para que deje de ser una obsesión y se convierta en un disfrute. Y el mal que nos derrota, la enfermedad que nos agobia, la muerte que se nos anuncia, la injusticia que sufrimos, no son perversidades del Destino sino retos contra los que luchar desde una sabiduría que hunde sus raíces en una contemplación distinta de la realidad. El Islam es Yihâd, es lucha, nunca es fatalismo o pesimismo. El Islam es aspiración a la verdad, a la justicia, a la eternidad, y en esas claves el musulmán realiza su plena soberanía, su condición califal, su centralidad en la existencia.