LA MEZQUITA DEL MAL

 

           La hipocresía (nifâq) es un tema recurrente en el Corán. Constantemente se advierte a los musulmanes contra la insidia de los hipócritas (los munâfiqîn). Y en el Libro de Allah aparecen como peores que los enemigos declarados del Islam. El Corán insiste una y otra vez en la hipocresía porque adopta muchas formas distintas, y es tan sibilina que, a pesar de todas las advertencias, hoy se enseñorea en el Islam. El Islam de los hipócritas tiene en la actualidad más presencia que el Islam de los sinceros -que es, sin embargo y con diferencia, el de la inmensa mayoría de los musulmanes-. Y el testimonio que mejor confirma lo que decimos es la situación lamentable que vive el mundo musulmán.

 

         El Islam es Ijlâs, Sinceridad, Autenticidad. Por definición, es lo opuesto a la hipocresía. El Islam es sincera confianza en Allah, mientras que la hipocresía es desconfianza y cobardía. El musulmán se apoya en Allah, mientras el hipócrita busca aliados que sólo puede encontrar entre los demonios. El Compañero del musulmán es Allah, el compañero del hipócrita es siempre Shaitân.

 

         A lo largo de los veintitrés años que duró la misión profética de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) -unos trece primeros años, prácticamente en la clandestinidad, en Meca; luego, diez años más en Medina, donde el Islam arraigó y tomó cuerpo y fuerza- ocurrieron infinidad de cosas, de las que tenemos abundante información, y que constituyen un modelo y una rica fuente de inspiración para todo, para la vida personal de cada musulmán y para la comunidad entera. Estudiar con seriedad y rigor la Sîra, la biografía del Profeta, es fundamental para quien desee realizar el Islam en conformidad con su raíz más auténtica.

         Los musulmanes no han dejado de extraer grandes enseñanzas de esos acontecimientos arquetípicos. En Meca y Medina ocurrió prácticamente de todo, y es posible entresacar criterios que guíen, como hemos señalado, al individuo y a su comunidad. Vamos a hacer referencia a un hecho curioso que tuvo lugar en Medina: la construcción de una Mezquita del Mal (Másÿid ad-Dirâr). El Corán mismo emplea esa expresión, y la cita en su capítulo noveno (sûrat at-táuba), en los versículos del ciento ocho al ciento once:

 

         Hay quienes han erigido una mezquita para el mal, para el rechazo a Allah, para dividir a los musulmanes y como lugar de acecho al servicio de quienes combaten a Allah y a su Mensajero. Juran con seguridad: “No queremos sino el bien”. Allah da fe de que mienten. No permanezcas nunca en ella, pues verdaderamente una mezquita cimentada sobre el Temor a Allah desde el primer día es más digna de que permanezcas en ella. Ahí hay hombres que aman purificarse y Allah ama a los que se purifican. ¿Quién es mejor, quien funda su edificio sobre el Temor a Allah y su Satisfacción o quien lo cimenta al borde de una pendiente, a punto de desplomarse, y es arrastrado por ello al Fuego de Yahánnam? Allah no guía a los injustos. El edifico que han construido no dejará de ser una duda en sus corazones a menos que se rompan. Allah es Conocedor y Sabio

 

         Las mezquitas son edificios erigidos para los musulmanes; son casas de Allah (buyûtullâh), lugares especiales desde los que se desborda el Islam. En la mezquita, el musulmán -cada musulmán- adquiere su auténtica proporción: no es alguien simplemente con inquietudes espirituales, alguien que presiente y recuerda a su Verdadero Señor, sino que se inserta en una comunidad, es decir, exterioriza su intuición y colabora en la construcción de un mundo. El Profeta mismo tuvo una conciencia clara del auténtico alcance civilizador de una mezquita. Quien conozca mínimamente el mundo musulmán sabrá que todo gira en torno a las mezquitas, que son eje y corazón de los espacios, como si todo convergiera en ellas a la vez que todo nace de ellas, siendo cada pueblo, cada barrio, cada ciudad, una prolongación de la mezquita que está en su centro.

 

         En los alrededores de Medina, un grupo de personas construyeron una mezquita y la presentaron al Profeta pidiéndole que la inaugurara con un Salât que le diera una especie de aura de oficialidad. En ese momento, puede que por que sospechara algo, el Profeta se excusó porque era tarde. Esa misma noche le fue revelado el versículo en el que se le confirmaría la verdadera intención que se encontraba tras la apariencia de amor al bien y a los musulmanes en esa mezquita que pasaría a la historia como Másÿid ad-Dirâr, la Mezquita del Mal. Inmediatamente, el Profeta mandó demolerla, rompiendo el corazón de la hipocresía.

 

         El Corán nos explica que se trataba de una mezquita construida para ocasionar daño a los musulmanes (de ahí su nombre), que en realidad era una casa del Kufr, del rechazo a Allah. Que su objetivo era sembrar la discordia entre los musulmanes, y era una avanzadilla de los enemigos del Islam entre sus propias filas. El Corán se hace eco de las palabras de sus constructores, que afirmaban haberse propuesto hacer el bien, pero en el Corán Allah mismo da fe de que mentían. El Corán prohibe a los musulmanes acceder a esa mezquita y les ordena dirigirse a mezquitas erigidas desde su primer día en el temor a Allah, mezquitas a las que acude la gente con la intención de abrirse sinceramente a Allah, gentes que desean purificarse.

 

         La Mezquita del Mal es la mezquita de los hipócritas. En su comentario a esos versículos, Sayyid Qutb dice:

         “Allah prohibió al Profeta realizar el Salât en la Mezquita del Mal y le ordenó realizarlo en la primera mezquita del Islam -la de Qubâ, en las inmediaciones de Medina-, que desde el primer día acogía a quienes sinceramente sentían temor a Allah, gentes que realmente amaban a Allah y querían purificarse ‘y Allah ama a los que se purifican’. La Mezquita del Mal fue un subterfugio adoptado en la época misma del Profeta para destruir el Islam y a los musulmanes. La intención que guiaba a quienes la habían levantado era la de hacer un mal, y era una expresión más del Kufr, del rechazo a Allah. Era una mezquita en la que los que se confabulaban contra el Islam deseaban esconder sus intenciones para tramar en la oscuridad, colaborando con los enemigos del Islam dentro del Islam. Y mezquitas así no dejan de reproducirse bajo formas distintas en conformidad con las circunstancias. Es una mezquita que se manifiesta en actividades aparentemente islámicas cuando lo que se busca es erradicar el Islam, o deformarlo, o ridiculizarlo o amanerarlo. Es la mezquita que está en los corazones de quienes defienden el Islam formalmente cuando en el fondo lo están destruyendo. Es la Mezquita que está detrás de organizaciones, movimientos, libros, investigaciones, que hablan del Islam para  adormecer a los musulmanes y domesticarlos. Son mezquitas en las que se dice que el Islam está bien cuando los musulmanes son perseguidos y degollados. Se trata de organizaciones, fundaciones, libros, que hablan de un Islam irreal mientras el Islam verdadero es objeto de un genocidio. Son mezquitas que hay que denunciar y avergonzar a quienes están detrás haciendo públicas sus intenciones verdaderas, para que sus embustes no sigan haciendo daño al Islam y a los musulmanes. El modelo a seguir es la denuncia misma que hace el Corán cuando desvela el misterio que se escondía en la creación de esa extraña mezquita”.

 

         Salvo en estos tiempos, el Islam siempre ha sido construido por los musulmanes, por la gente. Ahora, es el proyecto de Estados, de organizaciones, de fundaciones, de asociaciones,... Algo anómalo está ocurriendo. En los tiempos del Profeta, los hipócritas eran quienes deseaban hacerse con el poder en Medina, eran aquellos a los que el ascenso del Islam había desacreditado e intentaban recuperar sus privilegios entre los propios musulmanes, a base de subterfugios y de engaños. No eran musulmanes sinceros, es decir, no buscaban a Allah, sino que deseaban simplemente parcelas de poder. Decían que querían el bien -e incluso puede que algunos de ellos en esto eran sinceros-, pero en sus corazones anidaba una enfermedad terrible, la hipocresía, que es la falta de Ijlâs, la falta de Autenticidad, la falta de una verdadera confianza en Allah. El musulmán que no confía plenamente en Allah es hipócrita, o al menos en su corazón hay todavía restos de hipocresía de los que no se da cuenta.

 

         Las mezquitas siempre han sido erigidas por los musulmanes. Hoy es la empresa de Estados, asociaciones, fundaciones,... ¿Qué quiere decir esto? Que los musulmanes estamos dejando que el Islam se pierda entre los laberintos de la hipocresía y de intereses extraños. El Islam es extraordinariamente sencillo y no necesita de montajes.