La institucionalización del Islam

 

         Una de los rasgos fundamentales del Islam es la ausencia de jerarquías e instituciones que lo gobiernen. Desde sus comienzos, el Islam se basa en un riguroso igualitarismo consecuencia de sus enseñanzas: Allah es Uno, y es el Señor de todos, el único Rey, el verdadero gestor de la existencia. Ante esto, todas las criaturas quedan igualadas.

 

         El Islam se mantuvo firme en esta concepción, y luchó contra todos los intentos centralizadores. Los musulmanes constituyeron comunidades que se autogestionaban en una inmensa red de solidaridades a la que llamamos Umma, la ‘Nación’ universal de los musulmanes. Dentro de la Umma, los musulmanes viven, se comunican entre sí saberes, intercambian productos de todo tipo, ateniéndose a las enseñanzas del Islam, sin necesidad de quien organice ‘desde arriba’ un universo de transacciones sobre la que la gente tiene el control en la medida de sus necesidades. La única autoridad reconocida es la de los ‘mejores’, es decir, aquello que ‘más temen a Allah’, ‘los que no se dejan engañar por las ilusiones’, es decir, los más desapegados y desinteresados del mundo.

 

         Por supuesto, ello exige un sentido de la responsabilidad en todos los miembros de la comunidad, y esa íntima convicción que no tarda en convertirse en acción decidida ha sido el detonante de la historia del Islam como continuo enfrentamiento a los ‘ídolos de todo tipo’. Mientras el Islam fue así era invencible. Carente de ‘representantes’, no había con quien dialogar para cambiar el talante de los musulmanes. El colonialismo tuvo que enfrentarse con esta realidad y le costó mucho esfuerzo dominar a los musulmanes. Y por siempre tuvo frente así un Islam irreductible que podía ser vencido en batallas, pero la guerra nunca acababa.

 

         Era necesario ‘institucionalizar’ el Islam, es decir, convertirlo en una ‘religión’ para que dejara de ser el nervio que movía a los musulmanes. Fue necesario crear una ‘casta’ que, por serlo, era manipulable. Y esa estrategia ha sido continuada por los regímenes que han sucedido a la etapa colonial y que en el fondo no son más que los garantes de que lo iniciado por el colonialismo siga existiendo.

 

         Esa política ha tenido bastante éxito. Hoy ya son pocos los que son capaces de disociar el Islam de las ‘instituciones’ que han sido creadas para representarlo. Tales instituciones, que se presentan como fórmulas para garantizar la pervivencia del Islam son auténticas abominaciones. Nos encontramos ante verdaderas bid‘as, es decir, innovaciones perniciosas, que amenazan la fidelidad del Islam a sí mismo.

 

         En la creación de esas ‘instituciones’ islámicas subyace también una supuesta necesidad de ‘racionalizar’ el Islam, como si el Islam pudiera ser más eficaz si está estrictamente organizado. Los complejos que el colonialismo sembró entre los musulmanes son los creadores de esta visión distorsionada de la realidad de las cosas. Esa es la mentalidad que está en los principios de toda Iglesia, y el Islam, como todo el mundo sabe, es esencialmente anti-eclesial. Es la Iglesia la que convierte un fenómeno espiritual en ‘religión’. Sin darse cuenta, los musulmanes han optado por convertir el Islam en ‘religión’ para adecuarlo a los tiempos modernos y con ello se está matando toda su fuerza.

 

         La historia de estos intentos de institucionalizar el Islam ya es larga. Comienza en los albores del colonialismo pero tiene todo su auge tras las independencias formales. Veamos cómo el fenómeno ha adquirido proporciones totales en un caso concreto: Marruecos.

 

         En la década de los setenta, el anterior rey de Marruecos, Hasán II, reivindica para sí el título de Emir de los Creyentes. Este título pasa a significar en realidad que él, como representante del Estado, es el único productor de valores simbólicos para la nación. Capta para sí de este modo una función que no corresponde a un líder musulmán. Se trataba de un intento de estabilizar el régimen monárquico en un país con una historia en la que en pocas veces había existido un poder centralizado. El título intentaba vincular entre sí a todos los marroquíes dentro de una ‘unidad espiritual’, idea del todo extraña al Islam pero que una hábil propaganda supo imponer como consustancial al Islam.

 

         Esa propaganda que usó de todos los medios modernos iba secundada por una gran represión. A partir de 1984, los movimientos islamistas fueron las principales víctimas del régimen que pretendía tener a su cabeza al Emir de los Creyentes. El crecimiento espectacular, a pesar de la represión, del Islam político obligó al rey a sistematizar la estrategia del dominio sobre el Islam acentuando su institucionalización, que no significa más que control absoluto sobre el Islam, que es el verdadero reactivo que moviliza a la población.

 

         La acción del estado tuvo dos objetivos prioritarios: limitar la proliferación de mezquitas ‘de barrio’ y neutralizar a los que enseñaban el Islam no oficial.

 

         La mezquita no es solamente un inmueble ni es un lugar ‘sagrado’. La mezquita es un espacio ‘de Allah’, es decir, un foro para la comunidad. La política del Estado consistirá en subrayar el carácter de ‘inmueble’ de la mezquita, es decir, se preocupa de la ‘propiedad’, atribuyéndosela a sí mismo. La mezquita, con ello, ‘debe ser protegida’, ‘debe asegurarse su reparación’, debe ser gestionado como cualqueir otro bien público. Y todo esto era y es presentado como algo bueno para las mezquitas, que dejarían de estar ‘desatendidas’. Con ello, la mezquita tiene un dueño responsable.

 

         También se crea el mito de la mezquita como lugar ‘sagrado’ en el que sólo debe opinar una jerarquía autorizada. El Imâm pasa a tener el rango de un ‘sacerdote’. Pero al no existir una institución que nombre y autorice a los ‘sacerdotes’, el Estado mismo se hace cargo, y los hace ‘funcionarios’. Les exige un currículum que sólo puede lograrse a través del estudio en ‘universidades reconocidas’ y los hace dependientes de un salario que los subordina a la administración. Todo esto bajo la égida del Emir de los Creyentes, que garantiza el ‘funcionamiento adecuado’ del Islam.

 

         La enseñanza del Islam es completamente regulada: se enseña en los colegios. También se controla las charlas y conferencias en las mezquitas. La jutba del viernes viene del Ministerio de Asuntos Islámicos, verdadero sucedáneo y germen de una Iglesia islámica completamente artificial arropada por el poder del Estado.

 

         Si bien los musulmanes siguen siendo esencialmente igualitarios e insumisos a los Estados, muchos de los valores que se divulgan a través de los más diversos medios calan entre ellos. Los movimientos islamistas, signos de ese espíritu luchador, con frecuencia no caen en la doblez de unas estrategias que sólo pretenden controlar el Islam, en incluso muchos de esos movimientos ya solo pretenden sustituir al Estado en unas funciones que deben ser radicalmente combatidas. Esperemos que la madurez que sólo da el tiempo corrija esas distorsiones y entre todos los musulmanes se recupere una verdadera espiritualidad del Islam que no esté sometida a modelos y estrategias de poder.