‘AQÎDA Y CIENCIA DEL KALÂM

(PRIMERA PARTE)

 

         La ‘Aqîda (Doctrina) es uno de los aspectos básicos del Islam al que han dedicado una gran atención los ‘ulamâ. La ‘Aqîda es lo que una persona sabe acerca de su Creador, del Mensajero que trasmite esa información, y de todo lo que tiene que ver con lo que el corazón puede llegar a intuir sobre lo insondable. Su importancia radica en que la validez de todos los actos se sostiene sobre el significado y las exigencias de esa Enseñanza que contiene los Fundamentos teóricos del Islam (Usûl ad-Dîn), y es porque la base del Islam es el saber (la Má‘rifa): la ignorancia, el titubeo, la chapuza metafísica, no conducen a ninguna parte. Los musulmanes están de acuerdo en que, por muchos actos meritorios que realice una persona, su valor ante Allah es nulo si no cuentan con el respaldo de una ‘Aqîda correcta, es decir, si no se basa en un saber cierto que haga de ese acto el resultado de lo que es el ser humano: una criatura dotada de entendimiento. La ‘Aqîda es la base de todo, el corazón de cada acto.

 

         La ‘Aqîda, junto al estudio de la Sharî‘a y el Tasáwwuf, forma el grueso de las disciplinas en las que todo musulmán debe formarse. En el presente artículo queremos ofrecer datos elementales que sirvan de introducción a todo el que quiera después profundizar en una ciencia -la de la ‘Aqîda- cuyas ramificaciones son numerosas.

 

         La palabra ‘Aqîda:

         En árabe moderno, el término ‘aqîda recubre la significación que en castellano tiene ‘doctrina’, e, incluso, ‘ideología’, y en este sentido se emplea en campos distintos: en filosofía, política, economía, etc. Se ha convertido en un tecnicismo al servicio de muchas especialidades, teniendo un significado específico en cada una de ellas. Es muy necesario tener en cuenta que el peso de las nuevas acepciones enturbia el sentido original de la palabra.

 

        La palabra ‘Aqîda en la lengua árabe... En primer lugar, hay que decir  que ‘aqîda deriva del verbo ‘áqada-yá‘qid, atar, hacer un nudo. A partir de esta significación básica se van derivando otros, como formalizar un contrato, comprometerse, pronunciar un juramento, establecer una alianza, tomar una resolución,... Todos estos matices están presentes en ‘aqîda, que al fin y al cabo es aquello que es firme en el corazón y sobre lo que el ser humano construye su acción. Es la cosmovisión en la que nos representamos a Allah, al mundo, al ser humano, al destino,... Pero no es simplemente un acto mental, la ‘aqîda tiene que ver con algo más profundo, y es lo determinante de un modo de ser más que una formulación teórica de unos principios -lo cual se hace siempre después, en un intento de sistematización que puede ser correcto o incorrecto-.

 

         En resumen, la ‘aqîda de una persona es su mádzhab, el camino por el que va y que es la base de lo que se haga sobre él. De ahí que madzhab sea, en el Islam toda escuela, toda corriente de pensamiento, todo sistema teórico que implica un gran compromiso. Se ha definido como mâ yadînu bihi l-insân, aquello que constituye el Dîn de una persona, y el Dîn es su sentido de la trascendencia, es decir, la raíz de la conducta, aquello sobre lo que se sostiene el comportamiento. Dîn también es lo que Allah ha revelado.

 

         La ‘aqîda reside en el corazón de la persona. Es el saber íntimo, la intuición, la cosmovisión personal de un ser humano, una convicción profunda, que llega o no a articularse en palabras, que puede acabar o no constituyendo un sistema de reflexión. La ‘Aqîda del Islam (al-‘aqîda al-islâmía) es el conjunto de enseñanzas teóricas sobre Allah, sobre el Profeta y sobre el Último Día de la existencia, y otros temas derivados de esos tres, y otros anexos. Cada enseñanza en particular también recibe el nombre de ‘aqîda, por lo que existe un plural, ‘aqâid, para cuando el estudio de la ‘Aqîda se hace deteniéndonos en cada uno de sus puntos. A su vez, los ‘aqâid se subdividen en una cantidad indeterminada de masâil o cuestiones.

 

         Se llama Îmân a la aceptación de la ‘Aqîda, y se le define como tasdîq ÿâçim, es decir, afirmación decidida de todo lo que ha enseñado el Profeta (s.a.s.). Es importante que sea una afirmación absolutamente convencida, pues si hay duda, ya no es ‘aqîda, sino zann, una creencia, una suposición. El Corán dice: “Mûminîn (musulmanes sinceros) son los que se han abierto de corazón a Allah y al Último Día, y no dudan”. Estas correspondencias han hecho creer a muchos que Îmân equivale a fe, y ‘Aqîda a doctrina, dogma, pero hay grandes diferencias que nos hacen considerar esas supuestas versiones como aberraciones que impiden comprender el verdadero alcance de los términos islámicos. Fe y dogma son conceptos teológicos cristianos sin aplicación posible dentro del Islam, y tienen que ver con un mundo de representaciones y maquinaciones ajenos a la historia del Islam. Por otra parte, puesto que los dos términos ‘Aqîda e Îmân tienen en su base la noción de certeza, seguridad, fuerza, muchos autores musulmanes los consideran prácticamente sinónimos.

 

         La ‘Aqîda es la Doctrina del Islam, su aspecto teórico, su visión interior, el mundo íntimo de referencias esenciales, con unas características propias que veremos más adelante y que la diferencian de la acepción cristiana de doctrina o dogma. Por otra parte, Sharî‘a, la Ley, es el nombre que recibe el aspecto práctico del Islam, su dimensión activa y su vocación comunitaria (‘ibâdât -actos de espiritualidad- y mu‘âmalât -transacciones sociales-). El Islam es, por tanto, ‘Aqîda y Sharî‘a. El musulmán debe tener en su corazón la ‘Aqîda y practicar con su cuerpo la Sharî‘a.

 

         Hemos dicho que algunos autores consideran como prácticamente sinónimos las palabras ‘Aqîda e Îmân, pero un uso más exigente diferencia claramente entre ambos términos. La ‘Aqîda es un saber, una intuición poderosa, una luz interior, e Îmân, por su parte, es la ‘apertura del corazón a ese saber’. Una ‘aqîda es una especie de saber teórico, pero carente de vida a menos que el corazón lo asuma plenamente. Cuando el corazón se emociona ante la ‘aqîda, cuando la hace suya y la siente plenamente, cuando la convierte en su ‘causa’, entonces se dice de la persona en la que tienen lugar esos acontecimientos que es mûmîn, es decir, está dotada de Îmân, que es sinceridad y compromiso. La ‘aqîda puede estudiarse, uno puede llegar al convencimiento sobre ciertas cosas, pero el Îmân es algo que viene de Allah, un obsequio al que ningún ser humano tiene acceso a menos que le sea hecho por Quien tiene dominio sobre los corazones, y que sólo es Allah, el Señor de los Mundos. Es cierto que ciertos actos, como la práctica del Salât, el Dzikr, el Ayuno, etc., son declaraciones de intención del ser humano con los que propicia el Favor de Allah y entonces el Îmân puede serle concedido, pero en última instancia es algo que depende en exclusiva de Allah, que ilumina el corazón de quien quiere con esa Luz que convierte al saber en pasión trasformadora. El mûmin es el afortunado en el que la ‘aqîda se ha convertido en esplendor, y su corazón ha sido abierto hacia el infinito.

 

        Pero en el presente artículo de Musulmanes Andaluces no pretendemos hablar del Îmân sino de la ‘Aqîda del Islam, es decir, los datos elementales que están en la base de un ideal. La ‘Aqîda del Islam fue definida por Sidnâ Muhammad (s.a.s.), es decir, tiene una ‘forma’, unos ‘contenidos determinados’, e incumbe a la Ley, la Sharî‘a, dictarnos esa ‘forma’, esos ‘contenidos’. En definitiva, la ‘Aqîda correcta es la que coincide con la versión que ha dado de ella Sidnâ Muhammad (s.a.s.) ordenando a los musulmanes hacer suya esa formulación, reuniéndose en torno a su letra, construyendo una Nación alrededor del acuerdo (‘aqd), tal como enseña el Corán: “(Allah) ha determinado para vosotros como camino lo que recomendó a Noé, lo que te hemos revelado a ti (oh, Muhammad) y el legado de Abraham, de Moisés y de Jesús: que establezcáis el Dîn y no os disperséis”. Esta cita coránica, que alude a la ‘Aqîda, viene a decirnos que la Doctrina es una, y siempre ha sido la misma, válida en todo lugar y en todo tiempo, inalterable en medio de los cambios, para todos los seres humanos. Decimos esto porque lo que Allah ha determinado para todos los pueblos, aquello en lo que han coincidido todos los profetas, es la ‘Aqîda, ya que las manifestaciones de espiritualidad sí están sujetas a cambios, tal como el mismo Corán declara: “Para cada pueblo hemos establecido una Sharî‘a y un método”.

 

         ¿Qué es esa ‘Aqîda universal de la que el Islam es el heredero y el garante? El Tawhîd. El Tawhîd es la sinceridad pura ante Allah Uno. Consiste en declarar Uno a Allah, no aceptar ídolos ni sustitutos, y orientarse en exclusiva hacia ese Eje de la existencia. Esto es a lo que se llama Tawhîd, y es la clave del Islam y de la enseñanza de Noé, de Abraham, de Moisés, de Jesús, y de todos los demás profetas y mensajeros. Y el Tawhîd se dirige con su mensaje de Unidad al corazón y a la razón por igual. Se llama Ciencia del Tawhîd a la demostración de que Allah es Uno y todo lo que se deriva de este saber en la esencia de toda realidad.

 

         Los contenidos de la ‘Aqîda:

         Todo lo dicho arriba ha sido codificado por los musulmanes en enunciados a partir de los cuales se desarrollan los más variados temas. Tradicionalmente, se suele decir que la ‘Aqîda del Islam tiene seis Pilares (Arkân). Esos Pilares son epígrafes de carácter genérico en los que entran innumerables cuestiones. La división en seis Pilares responde a una declaración de Sidnâ Muhammad en la que enunció como básicos estos seis temas, que son los que siguen:

 

1-     Allah, el Uno-Único, el Creador, la Verdad: En este capítulo, que es el fundamental, se habla de todo lo que el musulmán puede llegar a saber de su Señor, de su radical unidad, su atemporalidad, su trascendencia, su poder, su ciencia, su vida, etc., todo ello para tener una idea clara que haga a Allah ‘inconfundible’ y no se caiga en ninguna forma de idolatría o asociación (shirk).

 

2-     Al-Malâika, los Ángeles: Se trata de la existencia del mundo intermedio (Malakût) en el que se producen la iluminación y las revelaciones. Es el universo sutil al que se accede con la práctica espiritual, y en el que hay ángeles y demonios, seres que pueblan el mundo interior del ser humano. La negación de los Malâika implicaría la negación de la espiritualidad personal, convirtiendo la Revelación en religión.

 

3-     Al-Kútub, los Libros Revelados: En este capítulo se estudia la Revelación como fenómeno, determinando el carácter y naturaleza que tienen los Mensajes que Allah ha enviado a lo largo de la historia a los seres humanos.

 

4-     Al-Anbiyâ, los Profetas. El ser humano en tanto que depositario de un mensaje trascendente. Naturaleza de la Nubuwwa, la Profecía.

 

5-     Al-Yáum al-Âjir, el Último Día, el del fin del mundo y la resurrección, que es aludir a la existencia humana como acto de soberanía y responsabilidad. Todos los seres humanos se congregarán ante su Señor, para rendir cuentas de sus vidas, y serán recompensados (ÿaçâ) o castigados (‘iqâb) en función de sus acciones.

 

6-     Al-Qadâ wa l-Qádar, el Destino, entramado de la existencia, signo de la Presencia del Poder de Allah, de su Acción inmediata en todo lo que existe. Es uno de los temas más importantes porque exige una forma de ser en el mundo.

 

Resumiendo estos seis temas o Pilares de la ‘Aqîda (y el Îmân), para los musulmanes existe un Único Creador, Señor presente en todas las cosas, gobernándolas directamente, que existe objetivamente, que es absolutamente trascendente e inabarcable, que tiene Voluntad, Poder y Ciencia, y también oye, ve y habla, a quien es posible acudir, a quien hay que temer y, a la vez, amarlo y depositar en Él la confianza, todo precisamente porque está dotado de esas Cualidades (Sifât). Ha enviado Libros, que son su Palabra Increada, a través de mensajeros -ángeles y humanos-, a toda la creación. La referencia a los ángeles es la afirmación de la posibilidad de crecer espiritualmente, que existe el mundo del espíritu al que tiene acceso el hombre que afina su sensibilidad. La alusión a los profetas sugiere la capacidad del hombre de albergar en su seno el infinito. Y la conjunción de estos tres temas (los Libros, los Ángeles y los Profetas) son la afirmación de la unidad de la humanidad ante Allah. La referencia al Último Día subraya el carácter soberano del ser humano, su responsabilidad, y nada de eso tendría sentido si no tuviera que presentar cuentas ante la Verdad. Por último, el Destino lo reunifica todo en la Acción de Allah, Señor de los Mundos, estructurador de la realidad más allá de  todas las apariencias.

 

Muy en resumen, lo anterior es la ‘Aqîda que se ofrece al Îmân, a la sensibilidad del corazón. Se trata de pistas, de claves esenciales sobre las que erigir la existencia entera. La ‘Aqîda es sencilla, pero de una profundidad abismal y tiene exigencias tremendas. Se trata de toda una declaración contra toda forma de idolatría, y libera al ser humano de ataduras y fantasmas. Con la ‘Aqîda, el Islam enfrenta directamente, sin mediaciones, a cada musulmán con Allah, con la Inmensidad Creadora que está en sus orígenes, y en cada uno de sus instantes, y que lo aguarda más allá de la muerte.

 

La ‘Aqîda no es un credo. No se trata de un catecismo, sino de toda una espiritualidad formulada de forma sencilla y que pretende abrir puertas ante cada ser humano. Allah saca al ser humano de las tinieblas de la idolatría. Los Libros, los Ángeles y los Profetas son la sabiduría posible. El Último Día es la eternidad que subyace en todo. El Destino reconcilia al musulmán con el Todo.

 

La ‘Aqîda es Má‘rifa, es un saber sobre el que sostener la acción. Profundizar en el sentido de cada uno de los Pilares citados, adquirir conciencia de las radicales exigencias que hay en cada uno de ellos, descubrir el verdadero alcance de esas afirmaciones, es ir realizando el Islam.

 

Características de la ‘Aqîda del Islam:

La primera de las características de la ‘Aqîda del Islam (al-‘Aqîda al-islâmía) es su claridad. La ‘Doctrina’ es fácil, comprensible, nada ambigua. En el Islam no caben doctrinas como la encarnación, la trinidad, el maniqueísmo, el panteísmo, la salvación, el ateísmo, el teísmo, el monismo,... ni ninguno de los sustitutos del Tawhîd, el cual es sencillamente la sinceridad ante el Uno-Único, la reunificación del corazón ante el Creador y Señor de cada ser y del universo entero.

 

La segunda de las características de la ‘Aqîda es que coincide con la Fitra, con la naturaleza original del ser humano. Quiere esto decir en principio que nadie se siente violento o extraño ante una ‘Aqîda como la que presenta el Islam, cualquiera la entiende fácilmente, como si fuera el eco de algo que ya sabe en su fuero interno. Fitra es un concepto islámico difícil de verter satisfactoriamente, tal vez porque en Occidente la hayamos perdido, hemos perdido la naturalidad y consideramos más normal lo artificial. En la ‘Aqîda de la Fitra no hay nada artificial, todo es como debe ser, simplemente. El Corán ordena: “Vuelve tu ser hacia Allah como unitario (hanîf). Ésa es la Fitra en la que el Allah ha modelado a la gente. No se puede cambiar lo que Allah ha creado. Esa es la senda recta. Pero la mayor parte de la gente no sabe”. Sin duda, estos versículos son extraordinariamente sugerentes para quien sabe leerlos con el corazón, con su Fitra. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Todo recién nacido está en estado de Fitra. Son sus padres quienes lo hacen judío, cristiano o zoroastriano”, es decir, el Islam -la claudicación incondicionada ante la Verdad de Allah- es la Fitra, es lo que hay grabado en lo más íntimo del ser humano, o, mejor dicho, es su molde, y la ‘Aqîda es la expresión en palabras sencillas de lo que anida en ese corazón puro.

 

La tercera de las características de las ‘Aqîda es su firmeza, su solidez. Nadie está autorizado a cambiar en ella lo más mínimo, ni alterar su significación. La ‘Aqîda tiene un valor atemporal, y no está sujeta a circunstancias ni admite componendas ni correcciones. Ningún concilio puede decir que hoy no vale lo que de ella servía ayer, ni nadie puede interpretar nada en un sentido contrario a lo que de ella emana espontáneamente. El Profeta dijo: “Quien innove algo en esto nuestro, séale devuelto rechazado”.

 

La cuarta característica es que la ‘Aqîda del Islam está argumentada. No va dirigida únicamente al corazón, sino también a la razón, y la razón exige pruebas. El Corán reconoce el derecho que tiene el ser humano a ser convencido y  no forzado: “No hay imposiciones en el Islam”, “Presentad vuestros argumentos, si sois sinceros”. Es más, en todas las exposiciones de la ‘Aqîda, la primera cuestión es siempre la valorización del pensamiento, una invitación a la reflexión. Es más, en el Islam se entiende que no se ha de creer en su enseñanza, sino ‘conocerla’: “La primera obligación es el saber”. La ‘Aqîda es ‘demostrable’: tanto el Corán como la Sunna justifican sus enseñanzas mediante observaciones y argumentos. En el Islam surgirá una ciencia anexa a la ‘Aqîda, la Ciencia del Kalâm, cuya misión es la de demostrar racionalmente los enunciados de la ‘Aqîda. La Ciencia del Kalâm no es teología, como con frecuencia se traduce esa expresión. La teología no es más que el mecanismo del que se ha servido la Iglesia para dar un lenguaje ‘científico’ a lo inadmisible e incomprobable, que son los ‘misterios de la fe’. Muy lejos de ello está el Kalâm, que es una sucesión ideas sencillas -aunque a veces expresadas de modo abstruso- para llegar a conclusiones admisibles por el entendimiento, ya que en el Islam no se propone al musulmán nada en lo que creer ciegamente y sea contrario a la lógica natural. El argumento (burhân), por sencillo que parezca, tiene el poder de hacer que el musulmán integre en su inteligencia lo que enseña el Islam, de modo que no se siente violentado y obligado a aceptar nada absurdo.

 

En quinto lugar, la ‘Aqîda del Islam se caracteriza por su ‘moderación’, a lo que se llama en árabe ‘aqîda wásat, estar en medio de posturas extremas. Y así, en lo relativo a Allah afirma su absoluta trascendencia, pero sin llegar a convertirlo en un concepto abstracto, a la vez que afirma sus Cualidades Positivas, sin permitir ninguna forma de antropomorfismo. En lo referente al Destino, la ‘Aqîda no acepta la existencia del libre albedrío, pero tampoco permite a los musulmanes el fatalismo, todo lo contrario, les exige una acción constante y una intervención ininterrumpida en el ‘mundo de Allah’: el Destino es el Poder y Presencia de Allah, en cuyo seno el ser humano es califa y dueño de sus acciones, enraizadas en el Querer de Allah. Estos ejemplos lo son de equilibrio entre tendencias espirituales opuestas, pero hay muchos más casos.

 

‘Aqîda, Sharî‘a y Ajlâq:

Existe una estrecha relación entre estos tres conceptos. El Islam es Doctrina (‘Aqîda), Ley (Sharî‘a) y Comportamiento (Ajlâq), y estos aspectos se compenetran de manera absoluta, hasta confundirse. La ‘Aqîda, que es la parte teórica del Islam, carece de valor si no se manifiesta en acciones, por lo que forma un conjunto del que no está exento nada: el seguimiento de la Ley y el Comportamiento de acuerdo a la forma de ser que se espera de un musulmán son ‘Aqîda.

 

El término Sharî‘a, por su parte, se emplea en dos sentidos. El primero tiene un alcance genérico: Sharî‘a es el Camino Amplio que Allah ha revelado, es el Islam en sí, por lo que también engloba a la ‘Aqîda. En segundo lugar, en un sentido más restringido, legitimado por el uso, el término Sharî‘a se emplea especialmente para designar la parte práctica del Islam, es decir, el conjunto de normas y juicios que se deduce cuando la Revelación es estudiada a la luz de una mentalidad que busca en ella sus mandatos inmediatos. Pero el sentido general gobierna el sentido que tiene cuando se analiza desde el segundo, y esas normas no son más que manifestación de sentidos profundos contenidos en la Sharî‘a misma, por lo que la Sharî‘a es ‘Aqîda.

 

Con Ajlâq designamos los comportamientos del musulmán, su ética. La sinceridad, la generosidad, el valor, la lealtad de un musulmán, todo ello tiene que ver con su forma de ver el mundo, su confianza en Allah, su compromiso con la ‘Aqîda. La forma de ser y de comportarse de un musulmán es reflejo de la medida en que ha interiorizado las enseñanzas de la Doctrina. Esos Ajlâq son entonces actos meritorios porque emergen de la voluntad y la certeza, y no meras reacciones que dependieran exclusivamente de su educación o la influencia de valores exteriores.

 

Por todo lo anterior, queda explicado lo dicho al comienzo de este artículo: todo en el Islam tiene su cimiento en la ‘Aqîda. Los actos y comportamientos tienen valor en función de las convicciones que habitan en el corazón del musulmán. Es muy importante conocer con exactitud cuál es la ‘Aqîda y cuáles son sus exigencias, porque permitirá desarrollar una acción en conformidad con lo que es el Islam en su esencia, y eso es lo que Allah tiene en cuenta, al califa, al ser que actúa a partir de la luz que hay en él.

 

         La ‘Aqîda en el Corán:

         El Corán es una Revelación. No se trata de un libro al uso, que narre una historia, exponga un tema o tenga aspiraciones literarias. El Corán es un conjunto de ‘signos’ (âyât), a modo de destellos dirigidos a facultades íntimas. No encontramos en él un ‘orden’ que satisfaga nuestras expectativas, sino más bien una sucesión precipitada, a modo de lluvia de estrellas, de insinuaciones. Pero sin duda alguna, la ‘Aqîda ocupa un lugar destacado entre los temas tratados por el Corán. Es más, podemos afirmar que es el tema por excelencia, y es extraordinariamente interesente observar cómo el Corán sitúa las distintas cuestiones, dando a todo lo referente a la Doctrina un contexto que permite intuir la profundidad del tema.

 

         Por ejemplo, en la época de las primeras revelaciones (el periodo de Meca), cuando el Islam era prácticamente un  movimiento clandestino, la exposición -‘al modo del Corán’- de la ‘Aqîda se hace en constantes referencias al Fin del Mundo, como si lo que se pudiera decir acerca de Allah exigiera la desaparición previa del universo. Sólo en le vacío más absoluto es comprensible la ‘dimensión’ del Uno-Único. En otras ocasiones, el contexto es cósmico (el sol, la luna, los cielos, las estrellas, los mares, las montañas, los vientos, los ángeles,... todo ello deshaciéndose ante Allah) en medio de juramentos que dan una contundencia tremenda a todas las afirmaciones y negaciones. Allah, el Profeta, el Destino, quedan así circunscritos en el seno de referencias que preparan el ánimo para recoger el alcance de lo que se quiere decir. Todo ello en la circunstancia de la clandestinidad y la persecución, que ayudaban a interiorizar esos datos conmocionadores, a vivirlos en la intimidad, dejándolos germinar para pasar a un segundo periodo, el de Medina.

 

         Más tarde, en el periodo de Medina, cuando el Islam se constituye en Comunidad independiente y pujante, cuando comienza a organizarse, la ‘Aqîda adquiere un tono más polémico. Se convierte en la Doctrina que combate toda forma de idolatría, un saber que arranca al ser humano de las tinieblas para arrojarlo al campo de lucha.

 

         De todos modos, en cada caso, cualquier punto de la ‘Aqîda es expresado en el Corán con contundencia, con personalidad propia. Incluso cuando a veces parece que el tema se repite, siempre tiene un matiz que lo enriquece. El Corán se propone, por un lado, destruir las creencias de los idólatras y las falsificaciones que habían sufrido las enseñanzas de los profetas antiguos, y, por otro lado, reconstruir la ‘Aqîda del Tawhîd

 

         Para lo primero, el Corán se sirve de la polémica (ÿádal). El Corán polemiza con los idólatras, con los judíos, los cristianos, los adoradores de estrellas, y demás, explicándoles lo absurdo de sus suposiciones. El punto de partida es que en todos los casos existe un genuino sentido espiritual que ha sufrido desviaciones. El Corán dice: “Los musulmanes (los que se han abierto sinceramente hacia Allah, los que se le han rendido), así como los judíos, los sabeos, los cristianos, los zoroastrianos, y todos los que asocian algo a Allah,... Allah decidirá entre ellos el Día de la Resurrección. Allah es testigo de todos ellos”.

 

Pero el Corán hace distinciones, y acusa a cada grupo de algo en particular. De los dahríes (los negadores de la existencia en la muerte) dice: “Nada saben de ello. No hacen sino suponer”. Es decir, nadie sabe nada de lo que hay en la muerte, sólo Allah sabe. Pretender que haya o no existencia en el seno de la muerte es absurdo, sólo Allah puede informar de ello, y lo hace con ‘conocimiento’. El Corán afirma que sí hay existencia en la muerte, y lo argumenta diciendo: “Él (Allah) dio comienzo a la creación, y luego lo repite, y ello es más fácil para Él”, es decir, imaginar algo en la muerte es más fácil que aceptar que el universo ha surgido de la nada, siendo sin embargo esa la realidad.

 

Pero sobre todo el Corán polemiza con los idólatras (entre los que se incluye a los judíos -que hacen de sus sacerdotes ‘ídolos y señores’- y a los cristianos -que, como trinitarios, son considerados ‘asociadores’-), y los acusa de proferir una ‘mentira’, es decir, declarar que algo comparte con Allah el dominio sobre la existencia. Esa ‘mentira’ es una ‘traición’ a la Verdad que excluye al que incurre en ella de la Misericordia de Allah, produce un ‘alejamiento’, pues cada ser humano es responsable ante Allah. La idolatría, fuente de todos los males, condena al hombre, lo aparta de la Verdad, y es la ‘aqîda de un mundo perverso (el Kufr). El Corán opone a ello el Ijlâs, la sinceridad, la autenticidad, que está en el Tawhîd, en la Unidad Pura, que consiste en reunificar el corazón ante Allah Uno.

 

En cada caso, el Corán expone las creencias de cada grupo, y las rebate con una lógica sencilla. Pero además, el Corán enseña que no se debe insistir en la polémica y llevarla a cabo de manera educada, y  así lo ordena al Profeta: “Invita a las gentes a seguir el Camino de tu Señor, y hazlo con sabiduría y exhortaciones hermosas. Polemiza con ellos de la forma más bella. Ciertamente, es tu Señor el que sabe quién se ha desviado y quién es el que sigue el buen camino”.

 

Para lo segundo, es decir, la construcción en positivo de una ‘Aqîda del Islam, el Corán procura con frecuencia despertar la admiración del musulmán ante la creación, signo de la existencia de un Creador (Jâliq). El Corán quiere que el musulmán observe el mundo que contiene en sus adentros y el que le rodea: su precisión, su armonía y equilibrio, su magnificencia, en realidad le están describiendo a Allah, el Uno-Único. El Corán niega el Tab‘, la Naturaleza. No existe la Naturaleza, sino un prodigio ante nuestros ojos. La Naturaleza es el ídolo de los dahríes, los negadores de Allah y de la vida en la muerte. Cuando los dahríes hablan de la Naturaleza como causa y ley de las cosas no se dan cuenta de que están disertando sobre algo que no existe, algo abstracto que por serlo no puede crear ni regir nada. Le dan fuerza a una idea, pero ninguna idea es anterior al hombre. Lo anterior al hombre, lo creador, no es un concepto vago sino el Real, la Verdad sustantiva, a la que llamamos Allah, el Señor de los Mundos, que no es un concepto neutro sino un Agente Absoluto. Por ello, el Corán nos invita una y otra vez a admirar el prodigio y olvidarnos de la Naturaleza para con ello descifrar el misterio del Creador, que se nos muestra como dotado de Vida y de una Voluntad concreta, Poderoso, Sabio, Infinito, Absoluto, Trascendente, y, a la vez, Inmediato.

 

Una vez alcanzado un conocimiento mínimo acerca de Allah, fruto del zar, la Mirada que se lanza a la existencia, el Análisis y la Conclusión que se deriva simplemente de atender a cuanto nos rodea y buscar su origen y su modo de existir, Allah nos es definido en el Corán sobre todo por su Unidad, subrayada especialmente en la polémica con los idólatras: ese Creador adivinado en lo que nos dice de Él su Creación es Uno. Su carácter absoluto nos impide imaginar que ninguna otra cosa pueda parecérsele, que pueda haber Dos. El Creador es demasiado grande para que haya espacio para un segundo. Y todas estas consideraciones se concretan en el rechazo declarado hacia toda forma de idolatría, encarnacionismo, trinitarismo, politeísmo, panteísmo, dualismo, etc.

 

Pero el Corán, con todo lo anterior, no busca elaborar una teología o una metafísica. Todo lo contrario, busca dar base a algo muy concreto, y lo declara sin equívocos: “Vuestro Señor es Uno”, es decir, no tenéis más Dueño que vuestro Creador. Esta es la gran conclusión, lo que verdaderamente interesa al Corán. Lo importante es ese fruto de la ‘Aqîda de la Unidad, el Tawhîd. Lo relevante es lo que debe significar Allah para todo musulmán: es su Único Señor, su Único Dueño, su Única Razón. Todo lo demás es una quimera: lâ ilâha illâ llâh, no hay más verdad que Allah...

 

Es decir, todo lo anterior, todo lo que se puede saber sobre Allah, justifica una manera de existir al margen de los dioses de los seres humanos. Allah libera al hombre de sus fantasmas, y lo desafía a entrar en un espacio infinito, el que está en la raíz de la existencia. Es ahí donde se asoma el musulmán constantemente, y la función de la ‘Aqîda es la de desbrozar ante él el camino, retirar fantasmas de en medio. La ‘Aqîda del Tawhîd, en el Corán, es, fundamentalmente, un extraordinario reto a la capacidad del ser humano para albergar lo infinito.

 

Aquí sólo podemos señalar algunos rasgos generales, pero es fácil advertir que en todo ello el Corán sigue un método claro, dirigiendo a los musulmanes a la observación del universo y la reflexión independiente, la que es capaz de sondear lo más profundo, lo que recibe en el Islam el nombre de Tahqîq, la Comprobación que conduce a la Verdad (al-Haqq), que ya es Allah mismo.

 

Yendo a lo que más nos interesa en este artículo, podemos resumir las enseñanzas teóricas del Corán diciendo que nos describen a Allah en Sí Mismo (en su Dzât), por un lado, y, por otro, en sus relaciones con la creación, pero adjudicando también Cualidades (Sifât) a esa Esencia Absoluta e Indeterminable en Sí Misma. Estos dos aspectos son de suma importancia, porque nos conducen a afirmar a la vez la Trascendencia de Allah (el Tançîh) y Cualidades Positivas (Sifât) hacen presente esa Realidad Inabarcable en la circunstancia inmediata de cada criatura. Es decir, Allah no es un concepto abstracto, sino un infinito con un Rostro hacia el que puede mirar el ser humano. Allah es Uno-Único, Inmenso, Remoto, Indescifrable,... y, a la vez, es Creador, Poderoso, Misericordioso, Destructor, Favorecedor, Temible, Cercano,...

 

En todo lo anterior, como es fácil adivinar, existe las simientes para grandes debates que pronto se abrirían en el Islam y que regirán el desarrollo de un pensamiento rico y lleno de matices.

 

 

La ‘Aqîda en la Sunna y en la Ciencia del Kalâm

(continuación)