El Shaij al-'Alawi y los misioneros
Al-Balâg
es el nombre de una publicación periódica que fundó un gran maestro sufí
de este siglo, el Shaij Sidi Ahmad al-‘Alawi (radiallâhu ‘anhu) en
Mostaganem (Argelia) y que comenzó a editarse en 1926. Resumimos a continuación
un extenso artículo publicado el 10/05/1929, en el que un tunecino convertido
al metodismo cuenta sus experiencias con los misioneros que pululaban por el
Norte de África, como todavía lo hacen hoy, intentando convencer a los
‘moros’ de lo bueno y provechoso que es ser cristiano. Es especialmente
interesante el artículo porque en él se reflejan fragmentos de
conversaciones que mantuvo con el Shaij al-‘Alawi (radiallâhu
‘anhu) y sirve por tanto para conocer sus opiniones respecto al cristianismo
así como sus conocimientos sobre la religión de los colonizadores franceses
de su país.
1- Me llamo Hásan
ibn Muhammad al-Qabâili. Nací y crecí en Túnez, donde realicé mis
estudios primarios. Me refugié en Argelia huyendo de disturbios políticos
que tuvieron lugar en mi país cuando yo aún era adolescente. A los
diecisiete años entré en contacto con una asociación protestante americana
conocida por el nombre de Iglesia Metodista. Tenían sedes por todo el Norte
de África y buscaban a criaturas desamparadas con la intención de iniciarlas
en sus creencias. Mi inmadurez y la melancolía que sentía por estar lejos de
los míos me convirtió en una presa fácil. Me trataron bien y con simpatía,
ganándose con afectos mi confianza. La verdad es que supieron enredarme hasta
hacer de mí un cristiano fanático.
Cuando se aseguraron
de mi fidelidad me enviaron a Inglaterra para que completara allí mi formación
cristiana. Fui recibido con todo fasto, se alegraron de tener a un musulmán
convertido a su religión porque en verdad eran muy escasos sus éxitos.
Decidieron hacer de mí la clave de la predicación del cristianismo por el
Norte de África y creían que a mí me resultaría más fácil que a ellos
convencer a los ‘indígenas’, que siempre los miraban con ojos recelosos.
Y, efectivamente, me prepararon a fondo. Me enseñaron todo lo que podía
saber acerca de la Trinidad y sus demás dogmas, a la vez que encendían en mí
y alentaban un rencor visceral hacia el Islam. Me convencieron de que el Islam
era el culpable de la decadencia de los pueblos musulmanes y que los europeos
estaban en África para alumbrar la inteligencia que el Islam había apagado.
Me hicieron creer que sus deseos más ardientes eran los de liberarnos del
atraso y la superstición.
Solicité una beca
para ir a América y licenciarme como misionero. Y ahí ya sí me enseñaron
todos los trucos que había que emplear para disuadir a los musulmanes. Yo
estaba tan fascinado ante ese mundo tan teatral que jamás ponía en duda nada
de lo que me decían: tal era el poder de convicción que tenían. Llegué a
odiar la simple palabra Islam o el nombre de Muhammad (s.a.s.), ¡Allah me lo
haya disculpado! La verdad es que aprendía deprisa y llegué a sorprender a
mis maestros, pues era capaz de inventar tretas más sutiles que las que me
enseñaban. Me hice experto en el arte de la seducción y en el de crear dudas
y guiar una conversación al campo que quería.
Me designaron como
misionero en Argelia y me dieron un puesto en su organización en la ciudad de
Blida. Ahí comencé mi trabajo el dieciséis de abril de 1927. Me arrastraba
un enorme entusiasmo que me hacía predicar el Evangelio a todas horas. Me
dirigía a las aldeas y hablaba a los beduinos. Asistía a todas las fiestas
donde sabía que la hospitalidad obligaba a los anfitriones musulmanes a
aceptarme. Acudía a los zocos y esperaba a la gente desde temprano.
¿En
qué consistían mis enseñanzas?: básicamente se trataba de resaltar el carácter
defectuoso del Islam, demostrar la inhumanidad del Profeta (s.a.s.) y
deshacerme en elogios hacia el cristianismo. Les decía: “Mirad a los
europeos, fijaos donde han llegado mientras nosotros estamos atrasados en
todo. Aprendamos de ellos”. En eso se me dijo que tenía que insistir mucho.
También mentía diciendo que por todo el mundo los musulmanes se estaban
haciendo ya cristianos. Y después les ofrecía copias traducidas al árabe de
los Evangelios. Algunas las regalaba y otras las vendía. Muy pocos era a los
que convencía, pero yo decía a mis superiores que en esta etapa era
suficiente con introducir dudas entre los musulmanes. Había entre nosotros
algunos que se habían convertido, pero era vidente que lo hacían movidos por
algún interés, por conseguir alguna prebende de la administración francesa,
y eso entristecía a mis jefes. Yo les decía que todo eso era un paso previo.
Así iba todo, y los
musulmanes ni se atrevían a replicar por temor a indisponerse con los
franceses. Así iba hasta que conocí al Shaij al-‘Alawi, al que Allah
conceda una vida duradera para bien del Islam. Mi bendito encuentro con él
tuvo lugar el 28 de octubre de 1928. Yo me encontraba en Argel y un día, en
un restaurante, escuché a un grupo hablar del Shaij. Era considerado un
maestro, un experto en el Islam, capaz de reunir a mucha gente. Por el dueño
del restaurante me enteré que tenía ese mismo día una reunión, pues el
Shaij había venido desde Mostaganem para impartir unas lecciones. Creí que
era una ocasión magnífica para poder hablar ante un gran auditorio y rebatir
a quien gozaba de tanta estima entre los musulmanes: sin duda hubiera sido el
mayor éxito de mi carrera.
Cuando
llegué esa noche a la mezquita, la encontré rebosante de gente. Me presenté
a algunos de los discípulos del Shaij diciéndoles quién era y lo que
pretendía. Me sentaron junto al Maestro que, cuando observó mis vestiduras
negras, pidió que me trajeran una chilaba blanca. Comenzó entonces la sesión
de Dzikr. El ambiente era el de una espiritualidad profunda, y todos, grandes
y pequeños, repetían incesantemente el Nombre de Allah, con una fuerza que
me erizó la piel. Jamás había tenido una sensación semejante. Nunca la
intensidad de unas palabras me habían conmovido tanto hasta enredárseme en
las entrañas. Olvidé por completo cuál era mi propósito en aquella reunión,
y me di cuenta de que tenía mucho que aprender de un hombre semejante al
Shaij, un hombre capaz de comunicar con su sola presencia el sentimiento de
inmediatez de Allah. La sesión de Dzikr se alargó hasta bien entrada la
noche. Muchos habían realizado un largo viaje para asistir a ella, entre
ellos el mismo Maestro, que se despidió de mí citándome para el día
siguiente.
Me presenté a la
hora que se me había dicho, y encontré en el recinto en que estaba el Sháij
muchos círculos de sus alumnos que intercambiaban las enseñanzas que habían
recibido de él. De nuevo me sentaron a su lado y él llamó la atención de
todos y comenzó un breve discurso. Y contra lo que yo pudiera imaginar empezó
a hablar de Jesús en un tono amable. Es cierto que los musulmanes lo aceptan
como profeta y reverencian su recuerdo, pero lo que él dijo entonces realzaba
de tal modo la figura del Mesías que muy por debajo quedaba lo que los mismos
cristianos pudieran decir de él. En un momento me convencí de que el
Nazareno le pertenecía a él y a los suyos mucho más que a los que se dicen
sus seguidores. Sus palabras destilaban la sinceridad de un amor inmenso hacia
Jesús, sin que por otro lado lo considerara un dios. El respeto que sentía
hacia su figura, en el fondo, era mucho mayor del que manifiestan los
cristianos.
Después,
comenzó a hablar del Islam como continuación de lo que Jesús había enseñado.
En ningún momento insultó a nadie ni hizo nada por abrir una polémica. En
el curso de esos pocos minutos, la verdad es que la mitad de mis convicciones
se habían evaporado. Y debería estárseme notando la agitación que sentía,
y por eso me preguntó cortando sus palabras: “¿Cómo te encuentras?”. Y
yo le respondí: “Bien. Pero quisiera que esta reunión no acabara. Sidi,
tengo unas terribles dudas, y jamás he encontrado entre los musulmanes quien
pudiera responder a mis preguntas”. “Ya lo sé. Pero ahora tienes que
irte. Ve en paz. Vuelve mañana”. Salí de la casa, y por el camino de
vuelta en mi interior se iba cociendo la duda que empezaba a sentir sobre mis
creencias. En lugar de permitir entonces un diálogo, el Shaij sabía lo que
yo necesitaba entonces, que era poner un poco en orden mi pensamiento. Me di
cuenta de que él no hacía lo que yo: aprovechar el descuido o la perplejidad
de mi oponente para bombardearlo con un discurso preparado antes.
Lo visité tres días
consecutivos. Oía sus palabras y no podía responder a sus argumentos. Casi
sin darme cuenta, al tercer día puse mi mano en la suya y pronuncié la Shahâda.
Cuando proclamé mi vuelta al Islam, el grupo de los que estaban ahí reunidos
repitieron conmigo la fórmula del Islam y me felicitaron de uno en uno.
Ahora, quisiera
recordar algunas de las palabras que hubo entre nosotros. Por desgracia, el
papel no puede dar fe de del tono en que esas conversaciones tuvieron lugar.
Baste decir que el Shayj tiene una forma de hablar suficiente que convence en
todo momento de su sinceridad. Eso es algo que yo jamás encontré entre las
mayores autoridades de la secta en la que había caído. Se te muestran simpáticos,
pero no sinceros.
Un día le pregunté
por el pecado original. Le dije que en el Corán se recoge la misma historia
que aparece en la Biblia. Ese pecado, según los cristianos, es heredado por
los hijos de sus padres, y es necesario el advenimiento de un Salvador. El me
preguntó: “¿Dónde dice el Corán, que la humanidad fuera condenada, por
el acto de Adán?”. Y yo le respondí: “En el Corán Allah dijo a Adán y
a su compañera: Descended del Jardín, seréis unos enemigos de otros. Es
decir, condenó a la humanidad por lo que hicieron sus padres”. Y él me
respondió: “Haces muy mal en utilizar el Corán contra los musulmanes
porque ellos lo conocen mejor que tú. El Corán enseña que Allah le mostró
a Adán el camino de vuelta hacia Él, es decir, Allah disculpó su falta. ¿Que
sentido tiene que participen en el pecado y no en la disculpa? Que el descenso
a la tierra sea un castigo, lo dices tú, no los musulmanes. Adán era un
profeta, el primero de ellos, y como tal era maestro para la humanidad. Lo que
ocurrió lo entendemos los musulmanes como una lección. Adán abrió la
puerta del camino de vuelta a Allah, y no lo contrario. Adán, sea bendecido y
saludado con la paz, no fue una trampa que Allah nos tendiera, sino
misericordia para nosotros, y nos mostró el camino que conduce hacia
Allah”.
Y
después dijo: “Has dicho que Jesús es el Salvador, ¿ qué significa
eso?”. Respondí: “Quiere decir que desde el pecado original, todos los
hombres están expuestos a Satanás, quien hace con ellos lo que quiere. No
pueden librarse jamás de sus tentaciones. Para salir de ellas necesitan quien
los rescate. Quienes creen en el Mesías, es decir, quienes lo aceptan por
dios e hijo de dios, y hasta las ultimas doctrinas que enseña la iglesia, son
salvados por él de la condena eterna”. Y él comentó: “En cuanto a que
algo obligue a Allah a perdonar o condenar es algo que los musulmanes
consideran impensable. Nos parecen descorteses esas palabras con las que se
quiere obligarle a cumplir nuestras ilusiones. No. Además, que el
cristianismo libere al hombre del pecado, no hay más que mirar hacia Europa,
que es cristiana de arriba a abajo, y es donde se cometen más crímenes
contra el bien. ¿De que a liberado el cristianismo a Europa como para que nos
parezca deseable lo que ha ofrecido a sus seguidores? Lo que yo creo, hermano,
es que Allah guía a los que le temen, aquellos que se vuelven hacia Él de
verdad, sin necesidad de esas complicaciones acerca de ningún salvador”.
Otro
día me dijo: “¿Por qué creen los cristianos que Jesús sea el hijo de
dios?”. Yo le dije: “ Porque nació sin padre, como también dice el Corán.
E hizo prodigios de los que nadie es capaz, lo cual también aceptan los
musulmanes. Por ultimo, muchos pasajes de los evangelios dicen claramente que
él es hijo de dios”. Y me preguntó a continuación: “Los cristianos
creen en todo lo que dice la Biblia?”. Y yo dije: “Sí, y en especial los
protestantes”. Y comentó entonces: “Pues deben creer que son muchos más
los dioses porque, según la Biblia, todos somos hijos de un mismo dios. ¿Por
qué no dicen lo mismo de Moisés y otros enviados que pronunciaron, según la
Biblia, palabras próximas a las de Jesús? Y si las interpretan metafóricamente
en esos casos, ¿porqué no hacen lo mismo con el que dicen que es su único
hijo?”. A continuación cito de memoria muchos pasajes del Antiguo y Nuevo
Testamento en los que se emplean con demasiada ligereza el nombre de dios e
hijo de dios. Y después dijo: “Si para los cristianos es signo de divinidad
nacer sin padre, Adán debe ser un dios mayor por que nació sin padre ni
madre. O al menos debe ser un dios parecido a Jesús, sean ambos profetas
bendecidos y saludados con la paz. Pero yo creo que los cristianos carecen de
todo fundamento”. Yo intenté sostener el último argumento que era el de la
resurrección de los muertos, y él me contestó: “Si Jesús resucitó a los
muertos todo ello no sería más que un signo de su carácter de profeta
asistido por Allah. Si resucitar a un muerto demostrara que se es un dios,
Moisés habría sido un dios superior porque dio vida a un bastón convirtiéndolo
en serpiente. Si hubieras puesto al muerto que resucitó al lado de la
serpiente de Moisés, seguro que hubiera salido corriendo de ella. De ello se
deduciría que Moisés sería un dios mayor. Allah nos preserve a los
musulmanes de afirmar tonterías semejantes”.
En otra ocasión le dije: “Si se compararan los milagros realizados por Sidna Muhammad, cosa que los cristianos no aceptamos, junto a los que hizo Jesús, que los musulmanes si aceptáis, es evidente que los milagros de este fueron mayores”. Y él me respondió: “Hijo mío, los milagros hablan de la gente para lo que son realizados y no de los profetas, que son sólo instrumentos. Muhammad (s.a.s) no necesitó prodigios para llegar al corazón de su pueblo, pero los judíos eran gente de pecho duro. A Sidna Muhammad (s.a.s) le bastó la palabra para construir una nación, Jesús tenía que ganarse la confianza de los judíos recelosos a base de portentos que acallaran sus continuas dudas. Y sin embargo mira el arraigo del Islam. Tú eres testigo de los inmensos capitales que los estados cristianos invierten en el intento de convertirnos al cristianismo, y no lo logran. Unas palabras, las del Corán, han asentado en nosotros sus certezas, mientras que los cristianos son los primeros en abandonar su propia religión, a pesar de todos los milagros”.
Allah bendiga al
Shayj. Si yo fuera capaz de recordar todas sus palabras escribiría un
magnifico libro que sería de gran utilidad para los musulmanes, en especial
en estos tiempos en los que se orquesta toda una campaña contra ellos. Allah
preserve nuestro Îmân y nos haga seguros y fuertes en el Islam y nos
conduzca por la senda de la excelencia, y nos haga a todos morir
definitivamente con las palabras de la Shahada en los labios: la ilaha illa
Allah, Muhammad Rasûlullâh...
In sha Allah.
2-
Sin embargo el tono del Shayj no era siempre tan amable. Poco después, en el
periódico al- Balag, apareció un nuevo articulo en el que esa vez se trataba
de las confesiones de un argelino, Mbarak ben Slimán, de Constantina, que se
había convertido a la misma secta metodista. Tras largas conversaciones en
las que el Shayj desmontaba las afirmaciones del misionero, acabó con la
siguiente pregunta: “Explícame qué es eso de la Trinidad”. El cristiano,
tras varios intentos fallidos de explicación, acabó diciendo: “Para
nosotros es un misterio en el que debemos que creer”.
El
Shayj replicó diciéndole “ Si la razón no es capaz de comprender vuestras
doctrinas, ¿por qué no se las proponéis mejor a los tontos y a los locos?
Solo ellos podrán aceptaros. En cuanto a los que disponemos de razón,
debemos someterlo todo a ella, si o no, ¿para qué la tenemos?, ¿para qué
nos ha sido dada? Allah nos a dado juicio para emplearlo, y no para admitir
las cosas a ciegas”.
Después,
el Shayj se volvió hacia el grupo que estaba reunido con ellos, y dijo: “¿Sabéis
a lo que los cristianos llaman Trinidad?, pues dicen que el ser humano, al que
Allah ha dotado de cordura, debe creer que uno, al que llaman el Padre y que
está sentado sobre su trono en el cielo, es dios; y que el Mesías es su
hijo, y que él también es un dios completo con todos los atributos de la
divinidad, a la vez que no deja de ser hombre,
con todos los atributos propios de los hombres. Y a este hijo de dios lo
crucificaron en la tierra en tiempos de Pilatos, que murió, fue enterrado, y
resucitó al tercer día. Ahora está sentado a la diestra de su padre en el
cielo. Pero además, el ser humano, al que Allah ha dotado de juicio y
entendimiento, debe creer que hay un tercero, el Espíritu Santo, que también
es un dios completo, del que no saben a ciencia cierta dónde está. Pues
bien, estos tres juntos a su vez son un mismo dios completo, compartiendo la
misma naturaleza”.
Dirigiéndose al misionero, le dijo: “¿No es, más o menos, así?”. Y continuó diciendo: “Si dijerais que el padre es una parte de dios, el hijo otra, y el espíritu otra, algún sentido tendrían vuestras palabras para alguien carente de mucho discernimiento. Pero eso de tres en uno y uno en tres, no es algo que tenga mucha lógica”.
Finalmente, el Shayj Sidi Ahmad al -´Alawi (radiallahu ´anhu) le puso las cosas claras al misionero: “¿Sabes realmente lo que estás haciendo? Vas a las mezquitas donde encuentras a gente que se limpia antes de entrar, que se lavan con cuidado antes de presentarse ante su Señor, y tú les dices que todo eso no es necesario, que tu dios no aprecia esas cosas, que le da igual que recen sucios y apestando a orines. Te encuentras ahí con ancianos venerables, que toda su vida han estado buscando al Uno-Verdadero, y tú les dices que uno es tres y que tres es uno, que uno de ellos es el padre, el otro un crucificado y el otro no se sabe donde está. ¿Qué les aclaras con ello? ¿Qué bien les estás haciendo?”