La resurrección

 

          Allah ha dado existencia a los hombres para que éstos le rindan culto y le adoren sometiéndose a Él (‘Ibâda), y ha depositado en ellos inteligencia suficiente para que le descubran y conozcan agrandándose en ese saber (Ma‘rifa), ha derramado sobre ellos sus bondades para que le sean agradecidos y le busquen (Shukr). Ha creado para los seres humanos cuanto necesitan y aún más de lo que necesitan, para que se den cuenta de que dependen de Él y que Él es capaz de darles aún más, pues nada lo agota. Y también los desgarra y destruye para que sepan en sus carnes que Él está por encima de todas las cosas y que su imperio es absoluto.

 

Las bondades de Allah, al igual que su violencia, al igual que Él mismo, no tiene límite: “¡Comed de las cosas buenas con las que os hemos provisto y no extendáis la corrupción en el tierra pues provocarías mi Ira contra vosotros, y quien es objeto de mi Ira se ha arrojado a un abismo infinito!”. Del mismo modo que todo lo bueno de lo que disfrutamos nos viene de Allah y son signo de que Él tiene aún mucho más que ofrecernos debido al carácter inagotable de su Verdad, el mal que se abate contra nosotros es manifestación de su poder quebrador y signo de que Allah es capaz de producir un dolor aún más tremendo. Sólo el que no entiende quién es Allah y cuál es el alcance de su Acción, sólo ése puede afirmar que la experiencia que tiene de la realidad es una barrera infranqueable para su Señor y que todo acaba al dictado del tiempo y de las leyes de la naturaleza, confiriendo una entidad y un carácter condicionador al sentido que tiene de las cosas, por encima incluso de su dios.

 

Allah es abrumador. Cuando el musulmán se adentra por las enseñanzas que se le ofrecen sobre la Verdad Creadora, es absorbido por el poder de una evocación que lo conduce hasta los aledaños de lo Absoluto, y ahí sólo cabe el asombro ante la desmesura envolvente de la Verdad a la que estamos subordinados: innâ lillâhi wa innâ iláihi râÿi‘ûn, pertenecemos a Allah, y a Él regresamos... Allah no es un sucedáneo, es la Presencia en la que intuimos lo eterno, es la Fuerza que configura cada instante y posee un trasfondo inefable al que sólo la Revelación da nombres apropiados. Desde luego, Allah no es el pelele de las religiones, manipulado y vapuleado hasta la saciedad por quimeras y trabalenguas de teólogos: Él es el eterno Anterior presentido y descubierto por el hombre en las honduras de su ser y en las posibilidades de su naturaleza original, su Fitra. Ibn ‘Arabi dijo: “El ser humano es una llave que ha abierto dos puertas, la del infinito anterior y la del infinito posterior”, refiriéndose a que, al intuir a Allah, ha agigantado su destino... En Allah, el ser humano ha saboreado las profundidades vertiginosas de la realidad. El amilanado se acobarda, se conformaría con menos, y prepara sus remiendos con los que dar una forma apropiada y conveniente a su vértigo, y entonces se deshace entre justificaciones y excusas, busca acomodar su dios entre sus sueños para que no le cree pesadillas. El musulmán acepta la Revelación con todos sus desafíos para crecer en la fuerza de sus sugerencias, no para someterla a su dominio y hacer con ella un apartado más en su colección de ideas para posibles debates.

 

La Resurrección es un tema que nos abre a un espacio y a un tiempo distintos, infinitos. La muerte (al-máut), el Fin del Mundo (as-Sâ‘a) y la Resurrección (al-Qiyâma) nos conducen a al-Âjira, el Universo Desmesurado de la Verdad Absoluta, de Allah, Señor de los Mundos, de todos los mundos, de éste y del mundo eterno que está más allá de los límites que el ignorante imagina que son la frontera de Allah, el Creador que saca seres de la nada, el que realiza ‘prodigios’ impensables. Si somos incapaces de imaginar esas dimensiones abismales es que nuestra espiritualidad no es más que mera pretensión vacía de posibilidades. Es el hombre que se cree medida de todas las cosas el que niega la Resurrección, porque entonces habría algo que se le escapa y tendría que admitir que está en Manos de otra Verdad Presente que lo abarca y a la que no abarca, que lo vigila y juzga al margen de sus seguridades y de sus valores.

 

Intuir la Resurrección es adentrarse y sumergirse en la Libertad absoluta y los espacios inimaginables del Creador de Realidades, nuestro Creador y Señor. Por ello, su negación y rechazo es Kufr, sin que al respecto existan disensiones entre los ‘ulamâ y de acuerdo a lo explícito en el Corán. Negar y rechazar la Resurrección es Kufr y es, en el fondo, negar y rechazar a Allah, es incapacidad para comprender su Inmensidad, y su Inmensidad es Él mismo exigiendo la intuición del no-tiempo y el no-espacio, y el Poder Absoluto sin oposición, subyacentes en la Resurrección.

 

Para cierto ‘misticismo occidental’ sería más apetecible que la muerte fuera una descomprometida fusión en un dios vaporoso y anulador de individualidades, idea romántica y supuestamente ‘oriental’ que sólo está en la mente de quien no afronta con energía el desafío que le lanza su Dueño Interior, un reto dirigido a él en tanto que califa, es decir, como criatura soberana y absoluta, como prodigio insustituible y único de Allah y, por tanto, eterno e insondable, un misterio gobernado y estructurado sólo por Allah, un secreto hecho y rehecho en cada instante sólo por Él y con todo su Poder.

 

Con esa reducción, que salva al espíritu -entregándolo a un dios amorfo en el que se disuelve, que en el fondo no es más que la nada idealizada- disociándolo del cuerpo -patrimonio de otros dioses, más efectivos y contundentes, el tiempo y las leyes de la naturaleza-, ese misticismo pretende coincidir con el ‘ateísmo’ en un campo de concesiones mutuas con las que el hombre pretende engañarse a sí mismo, estafándose en la esencia de su sentir, desviando sus intuiciones hacia un intelectualismo a medias entre la espiritualidad y el materialismo, intentando satisfacer las exigencias de dos caras de su personalidad enfrentadas en el curso de una historia dramática, la del pensamiento occidental y cristiano, que es la historia de un tira y afloja, de una quiebra y un constante fracaso.

 

La penosa historia del cristianismo, los timos y abusos de la Iglesia católica, todo ello ha desprestigiado el tema de la Resurrección y lo ha convertido en un cuento para viejas o en la insistencia en un terror ya afortunadamente superado y desfasado con el que se explotó la credulidad de los pueblos en aras de instituciones supuestamente mediadoras y para legitimar oscuros poderes. Pero las circunstancias que nos afectan no deben cegarnos: el asunto de la Resurrección tiene raíces más profundas y significaciones más amplias. Pertenece, bajo una forma u otra, al patrimonio de la humanidad, es una gran intuición universal. Su interpretación infantil, su reducción al ridículo en Occidente, su marginación al ámbito de la fe y lo absurdo, nada de ello debe hacernos rechazar una reflexión seria sobre el asunto: sería dar un valor desmedido al punto de vista de unos cuantos, los occidentales que se han librado del cristianismo pero no de los complejos injertados en ellos por dos mil años de presión eclesial. Y, sobre todo, sería cerrar las puertas a poderosos estímulos y a intuiciones eficaces que guían hasta Allah...

 

Es cierto que el cristianismo se ha basado en el terror y el miedo, y ha utilizado el tema de la Resurrección como mecanismo gracias al cual ha ejercido un dominio efectivo sobre el pueblo. Pero lo ha hecho porque el ser humano es fácilmente dominable. Por lo general el hombre se deja domesticar, necesita amos, y se presta al embaucamiento. No hace falta apelar a la religión para engañar o estafar a alguien, ¿no lo hacen constantemente los políticos desde la laicidad? ¿no lo hacen los científicos cuando están al servicio de alguna empresa, y ello  a pesar de sus batas blancas y su aspecto aséptico? Pero ello no desmerece grandes logros como la ‘democracia’ o la ‘ciencia’. Un sano rechazo a la mentira consiste en descubrir al embustero y sus fines.

 

Para el musulmán, la Resurrección (al-Qiyâma) es la Perfección de la Unidad (Kamâl at-Tawhîd). La apertura del corazón (el Îmân) hacia lo que implica que tras la muerte habremos de enfrentarnos a nosotros mismos ante Allah en la envergadura infinita de un Día Terrible es un pilar del Islam, uno de los elementos configuradores de la personalidad espiritual del musulmán y uno de los acicates que le hacen emprender el camino en vida hacia su Dueño Verdadero. Esa expectativa, corroborada insistentemente por la Revelación coránica, endereza el proyecto de cada musulmán hacia la vivencia de la Unidad y Unicidad de Allah, su Señor y Rey Absoluto, conduciéndolo por la vía del perfeccionamiento y la sabiduría.

 

Por otro lado y esencialmente, la Resurrección es la Perfección de la Unidad porque no se trata de la simple continuidad de la existencia después de la muerte ni es el intento por consolar al hombre afligido ante el drama de la muerte, sino la confirmación de que nada, ni tan siquiera la muerte, está al margen de Allah. Nada ‘nos libra’ de Él. Él es Absoluto y somos por Él, con Él y en Él. Y al-Âjira, el Universo que está más allá de la muerte, es el espacio inconcebible en el que esa verdad se yergue (significado literal de la palabra Qiyâma), restableciéndose.

 

Lo que quizá más escandaliza de la descripción coránica de la muerte, el Fin del Mundo y la Resurrección, es su carácter material. Nos ofende que se nos hable tanto de la ‘carne’ como protagonista de esos acontecimientos apocalípticos. Nos gustaría algo más ‘abstracto’. Pero nuestro gusto nos denuncia y evidencia nuestros complejos, nuestra concepción dualista de la existencia, nuestra representación de la trascendencia como algo que afecta exclusivamente al ‘espíritu’, y que como es algo ‘etéreo’ no nos compromete demasiado. Querámoslo o no, algo extraño nos aconseja no ‘mezclar’ los temas y separar nítidamente lo espiritual de lo material... Y es porque estamos muy lejos de una percepción unitaria de la existencia, que sin embargo es la que forja el Corán -sin duda, un Libro sin complejos-. El Corán es tremendamente sensual porque las experiencias espirituales que describe son infinitamente intensas. La muerte es carnal, y lo es la Resurrección, y no podría ser de otro modo para quien la realidad es un todo en el que todo participa y en el que todo es afectado por todo.

 

Curiosamente, a la vez la ‘materialidad’ en la exposición coránica tiene tintes oníricos. El Jardín y el Fuego son ‘irreales’ por sus proporciones, sólo posibles en la lógica disparatada de los sueños. La desmesura, la fantasía desatada, lo encantador y lo terrible en extremos máximos,... todo se encuentra en esas descripciones que nos retratan el placer y el dolor de la ‘carne’ en términos que exigen de la participación de nuestra capacidad para soñar. Pero el mismo Profeta (s.a.s.) nos advirtió que el sueño es un avance de la muerte y de lo que hay en ella, y el Corán nos dice del sueño que es uno de los grandes ‘signos’ de Allah. Es así como la Revelación integra un nuevo modelo para la ‘realidad’ en la que nada queda marginado. La Resurrección es la recuperación de lo real, es la Realidad Absoluta a la que despertamos tras la muerte, es decir, tras superar la realidad fragmentaria en la que ahora existimos.

 

Abrirse hacia al-Âjira, intuir en el corazón lo que significa la Resurrección, afrontar sin complejos las descripciones coránicas, es sumergirse en percepciones chocantes porque son golpes a nuestro sentido de la realidad, abriéndonos a otro modo de percibir en el que quepa la desproporción más absoluta. Esta es la radical importancia del tema que nos asoma en realidad a Allah. De ahí la estrecha vinculación que sentencia al final que la negación de la Resurrección es negación de Allah.

A la fuerza debemos ser escuetos en este artículo, dejando para otra ocasión la exposición detallada de estos temas, pero no podemos cerrarlo sin hacer referencia a otro tema en el que está el quid de la cuestión: ¿debemos creer en la Resurrección? Realmente, esto es lo que está en el fondo de todos los planteamientos. El cristianismo ha reducido la cuestión a un tema ofrecido a la credulidad. Y ya nadie es capaz de otra cosa en Occidente. O se acepta o se niega, y nada más. Pero la actitud del musulmán es muy distinta. El musulmán no tiene "fe", jamás. Por un lado, lo que vale para él es las autenticidad de la transmisión de una noticia y su fuente. Si la fuente es Allah y la noticia le ha llegado convenientemente, acepta su contenido en la lógica de esta sucesión de ideas. Y Allah sabe más. Efectivamente, el Corán nos ha llegado a través de una vía llamada tawâtur que es fuente de garantía. Por otro lado, vive todo lo relacionado con la Resurrección como estímulo para un crecimiento constante y no como desafío a su razón. Por todo ello, la cuestión no ha sido nunca conflictiva dentro del Islam, donde se puede vivir con naturalidad la intuición de la Inmensidad de Allah...