EL
PRIMER COMENTARISTA DEL CORÁN
El Corán es, para los musulmanes, el Libro por antonomasia, y ocupa el
lugar central en el Islam. Es el mensaje revelado, la Palabra misma de Allah, y
la Sunna, la vida del Profeta (s.a.s.) en tanto que modelo y práctica de lo que
significa el Corán, es la segunda fuente del Islam. La Sunna, por tanto, es la
explicación de lo que quiere decir el Corán.
Pronto, en vida del Profeta (s.a.s.), explicar lo que quiere decir el Corán
se convirtió en una ciencia. Surgió así el Tafsîr, el Comentario
al Corán. Consiste en detallar la significación de cada palabra, de cada frase
del Libro, acudiendo en primer lugar a la Sunna, a lo que enseñaron los Compañeros
(Sahâba) de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), a lo que dijeron los discípulos
de estos últimos, los Tâbi‘în. Así fueron acumulándose una cantidad
extraordinaria de datos y sugerencias. Pero el Tafsîr consiste también
en deducir del Corán nuevas significaciones en consonancia con lo que demanda
cada momento y cada situación de los musulmanes, aprovechando el carácter
inagotable de la Palabra de Allah. Esta noble tradición del Tafsîr hace
del Corán el texto más estudiado y meditado de la humanidad.
Ibn ‘Abbâs puede ser considerado el primer comentarista del Corán
(mufássir). Fue llamado al-Hibr ‘el doctor’ o al-Bahr
‘el mar’, a causa de su enseñanza, y es considerado como uno de los mayores
sabios, si no el más grande, de la primera generación de musulmanes. Su nombre
completo fue ‘Abd Allah ibn al-‘Abbâs (o simplemente Ibn ‘Abbâs).
Su padre, al-‘Abbâs (el antepasado de los ‘abbâsíes) pertenecía
al clan de los Banû Hâshim y era el hermano de ‘Abdullâh, y, por tanto, tío
de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). En consecuencia, bajo los ‘abbâsíes, los
historiadores tenían la tendencia a glorificarlo, y en su caso es
particularmente difícil separar la realidad de la ficción. Era comerciante y
financiero, más desahogado que su hermano Abû Tâlib quien, en
compensación de la condonación de una deuda, le confió el cargo de
proporcionar agua (siqâya) y, tal vez también, alimento (rifâda)
a los peregrinos que llegaban a Meca. Si bien poseía un jardín en at-Tâ’if,
no era tan rico como los jefes de
clanes de ‘Abd ash-Shams y de Majzûm. No hay prueba evidente de una
aproximación entre él y Muhammad antes del año 7/629, cuando dio en
matrimonio a este último a Maymûna, hermana uterina de su mujer, Umm al-Fadl
Lubâba. Las anécdotas que tendentes a mostrar que él dio su apoyo a Muhammad
antes de ese acontecimiento deben ser consideradas como prudencia. Así, se
afirma que representó el papel de protector de Muhammad en la asamblea
de ‘Aqaba; pero si bien se puede admitir queque lo haya protegido durante el
último año, o los dos últimos años, de su permanencia en Meca, no está
probado que el clan de los Banû Hâshim se retractara del rechazo de Abû Lahab
a prestarle su protección. Al-‘Abbâs combatió contra los musulmanes en Badr,
fue hecho prisionero y después liberado; se discute para saber si fue o no a
cambio de un rescate. Se sumó a Muhammad (s.a.s.) en el momento en que
éste marchó sobre Meca en 8/630. Fue recibido con los brazos abiertos por Muhammad
quien, tras la rendición de Meca, confirmó a su familia en el oficio
hereditario de la siqâya. Se dice que se comportó valerosamente en Hunayn,
y que ‘cambió el curso de la batalla’ gracias a su voz estentórea. Se
instaló en Medina. Contribuyó a financiar la expedición de Tabûk. Hizo don
de su casa cuando ‘Umar agrandó la mezquita de Medina. Murió hacia el 32/653
a la edad de 88 años aproximadamente.
Si hijo, Ibn ‘Abbâs, fue el padre de la exégesis coránica; en una época
en que había que concordar el Corán con las nuevas exigencias de una sociedad
profundamente transformada, parece haber sido de una extrema habilidad en el
cumplimiento de esta empresa.
Nació tres años antes de la Hégira, cuando la familia hâshimî vivía
enclaustrada por orden de los qurayshíes en ‘la Extremidad (de Meca)’ (ash-Shi‘b),
habiendo sido prohibida la relación y el trato con los musulmanes. Como su
madre se había hecho musulmana antes de la hégira, él también fue
considerado musulmán desde el principio.
Ya en su adolescencia, mostró una clara disposición para la investigación
científica tal como podía ser concebida en esa época. Sabemos en efecto que
muy pronto tuvo la idea de recoger las enseñanzas del Profeta interrogando a
sus Compañeros. Aún joven, se convirtió en maestro alrededor del cual se reunía
gente deseosa de aprender. Consciente de su ciencia, que no se basaba solamente
en su memoria, sino también en una gran cantidad de notas escritas, daba
conferencias o, mejor dicho, lecciones públicas, ateniéndose a una especie de
programa, según los días de la semana, sobre materias diferentes: interpretación
del Corán, cuestiones jurídicas, expediciones de Muhammad, historia
pre-islámica, poesía antigua. Gracias a su costumbre de citar versos para
corroborar sus explicaciones de frases o palabras del Corán, la antigua poesía
árabe adquirió a los ojos de los sabios musulmanes un valor notorio. Habiendo
sido reconocida su competencia, se le pedían fatwâs (consejos jurídicos
sobre temas en los que no había antecedentes claros). Las explicaciones coránicas
de Ibn ‘Abbâs fueron pronto reunidas en compilaciones amplias cuyos isnâds
(cadenas de transmisión) se remontan a sus discípulos inmediatos; se reunieron
también sus fatwâs; hoy existen numerosos manuscritos y varias
ediciones de un tafsîr o varios que le son atribuidos (con o sin razón,
pues todavía no se ha realizado un estudio serio de esos materiales).
No hay que exagerar el papel jugado por Ibn ‘Abbâs en los
acontecimientos políticos y militares de su época, como lo han tratado de
hacer sus biógrafos musulmanes bajo la influencia del hecho de que fue el
antepasado de los ‘abbâsíes. Siguió a los ejércitos musulmanes en varias
campañas: en Egipto (entre 18 y 21 h.), en Ifrîqiya (27 h.), en Ŷurŷân
y Tabaristân (30 h.) y, bastante más tarde (49 h.), acompañó a Yazîd
en su expedición contra Constantinopla. En las batallas del Camello (36 h.) y
de Siffîn mandó un ala de las tropas de ‘Alî. A falta de hazañas
sonoras o cargos importantes, Ibn ‘Abbâs nos es presentado por sus biógrafos
como un consejero que los califas ‘Umar y ‘Uthmân apreciaban altamente, y,
más tarde, desgraciadamente poco escuchado, de ‘Alî y de su hijo al-Husayn.
La
verdad es que Ibn ‘Abbâs no entró en la vida política más que tras el
advenimiento de ‘Alî al poder del que participó activamente durante tres o
cuatro años como máximo. Una sola misión oficial, en efecto, le fue confiada
por ‘Uthmân, la de guiar la peregrinación a Meca el año en que el califa
fue asediado en su casa en Medina. Por esa razón, Ibn ‘Abbâs no se
encontraba en la capital en el momento del asesinato de ‘Uthmân. Cuando volvió
algunos días más tarde, prestó juramento de fidelidad a ‘Alî. A
partir de entonces, fue encargado
de importantes misiones y, tras la ocupación de Basra (36 h.), nombrado
gobernador de esa ciudad. Fue uno de los signatarios de la convención de Siffîn
(37 h.) por la que se remitía a dos árbitros el cuidado de resolver la
querella entre ‘Alî y Mu‘âwiya, y defendió en una discusión con los harûríes
la licitud de dicho arbitrio. Pero las relaciones entre Ibn ‘Abbâs y el
califa se enturbiaron repentinamente e Ibn ‘Abbâs se retiró a Meca
abandonando su gobierno y ‘Alî no lo consideró más como su representante en
Basra. Esta defección de Ibn ‘Abbâs es situada por las fuentes en años
diferentes: 38, 39, 40 h. (es posible seguir los movimientos de Ibn ‘Abbâs
ese año y no se le ve aparecer más en primer plano en los años siguientes).
Las tradiciones afirman que, a pesar de todo, Ibn ‘Abbâs fue persistentemente
fiel a ‘Alî hasta su muerte.
Al-Hasan,
el hijo de ‘Alî, le nombró general de sus tropas, pero Ibn ‘Abbâs se puso
en contacto con Mu‘âwiya: ¿fue por iniciativa propia o por invitación de
al-Hasan? No se sabe muy bien; fue él, tal vez, el que llevó a buen fin
el acuerdo entre los dos pretendientes al califato. Durante el largo reino de Mu‘âwiya,
Ibn ‘Abbâs vivió en el Hiŷâz; iba con bastante frecuencia a la
corte de Damasco, sobre todo, parece ser, para defender los intereses de los hâshimíes.
Los acontecimientos turbios de los años que siguieron a la muerte del primer califa y el del segundo omeya arrastraron de nuevo a Ibn ‘Abbâs, tal vez a pesar de él, a la escena política. Si bien las informaciones que poseemos son fragmentarias, se deduce de ellas que ‘Abd Allâh b. az-Zubayr, habiendo levantado el estandarte de la revuelta en Meca, se irritó vivamente contra Ibn ‘Abbâs quien, con otro hijo de ‘Alî, Ibn al-Hanafiyya, rehusaba reconocerle como califa. Ambos fueron desterrados de Meca; en el 64, el año del asedio de la ciudad, volvieron a ella, pero, como persistieron en su oposición a Ibn az-Zubayr, fueron encarcelados. Al-Mujtâr, informado de la situación peligrosa en la que habían caído, hizo partir de Kûfa una tropa numerosa de jinetes que los liberó por sorpresa. Fue gracias a Ibn ‘Abbâs en esa ocasión que la sangre no fue derramada en la ciudad santa. Bajo la protección de esa tropa, los personajes liberados marcharon a Minâ, después a at-Tâ’if, donde Ibn ‘Abbâs murió al poco tiempo (68/686-7).