(PRIMERA
PARTE)
Musulmanes
Andaluces
presenta la traducción al castellano del libro al-Qawl al-Ma‘rûf de
Ahmad al-‘Alawî, maestro sufí argelino que nació en 1869 y murió en 1934.
El Šayj Sîdî Ahmad al-‘Alawî es considerado uno de los máximos
representantes del pensamiento islámico del siglo XX. Para su biografía y un
estudio sobre su obra puede consultarse el excelente trabajo de Martin Lings, Un
maestro sufí del siglo XX, editado por Taurus, Madrid, 1982.
Al-Qawl
al-Ma‘rûf
es un tratado relativamente extenso en el que el Šayj al-‘Alawî defiende el sufismo
(Tasawwuf) frente a algunas de las acusaciones que se vertieron
contra él en un opúsculo puesto en circulación por los reformistas de
su época. Ese opúsculo en el que el sufismo es duramente criticado, “El
espejo”, es una muestra de la mediocridad de muchos ‘sabios’ modernos
del Islam. En la respuesta del Šayj al-‘Alawî encontraremos el frescor de
una autenticidad que escasea en estos tiempos difíciles para un Islam puesto a
prueba desde dentro y desde fuera. El autor de “El Espejo” es el
prototipo de muchos de los actuales ‘misioneros’ musulmanes que pululan por
el mundo arrogándose el derecho a ‘ordenar el bien y prohibir el mal’. Con
frecuencia, desgraciadamente, confunden esta orden coránica con el acto de
condenar el sufismo y mandar enclaustrar a las mujeres, además de entrometerse
en las vidas privadas de los demás. Con ello, repitiendo tópicos hasta el
infinito, son traductores de sus propias limitaciones, más que trasmisores del
mensaje coránico.
La
traducción al castellano de esta obra del Šayj Sîdî Ahmad al-‘Alawî
representa una contribución muy interesante, teniendo en cuenta la autoridad
del Šayj, para el estudio detallado de las críticas al sufismo y los
prejuicios más frecuentes que suscita incluso dentro del Islam. Por otra parte,
este libro servirá igualmente a quienes desean comprender de manera objetiva y
‘desde cerca’ el verdadero carácter de ciertas polémicas que se han
producido en el desarrollo histórico del Islam más reciente.
Por
supuesto, el Šayj al-‘Alawî defiende aquí el sufismo tradicional, el de la
espiritualidad musulmana en su forma más pura. No se refiere en absoluto a las
versiones tipo New Age que se difunden a veces por occidente bajo el disfraz del
sufismo o el esoterismo islámico, creando sectas secretas con maestros
alucinados que no tienen nada que ver con el Islam y que al-‘Alawî no pudo ni
imaginar que alguna vez pudieran existir. Hecha esta aclaración, debemos añadir
que el sufismo ha tenido detractores debido a su profundidad y a algunas de sus
prácticas, como las Reuniones para el Recuerdo de Allah, que algunos han
considerado que no tienen antecedentes en el Islam tal como lo enseñó el
Profeta (s.a.s.).
Esta
obra es una respuesta directa y precisa a ciertos ataques que el sufismo ha
debido sufrir por parte de uno de los representantes de la corriente
‘reformista’ a principios del siglo XX. Ese reformismo corresponde hoy,
grosso modo, a lo que se llama wahhâbismo y ciertos sectores del salafismo,
el cual intenta desde esa época destruir la enorme y benéfica influencia que
el Tasawwuf siempre ha ejercido en el conjunto de la comunidad
musulmana.
Algunos
se extrañarán, tal vez, del carácter muy polemista de este texto, sin llegar
a comprender cómo un personaje cuya función es de un orden mucho más elevado
puede ser su autor, pero la historia nos muestra que otras, igualmente
eminentes, han reaccionado contra esos ataques del mismo modo.
Para
empezar, observemos que se trata de una polémica muy antigua, cuyas huellas
podemos rastrear en los orígenes mismos de toda revelación profética y
universal, en la medida en que ésta se encuentra confrontada a la ignorancia de
aquellos cuyos horizontes, el modo que tienen de aprehender la realidad, es
entorpecido por sus propios límites o por intereses materiales. Así, de esta
confrontación resulta, en el cuadro de ciertas etapas históricas, un deterioro
progresivo del carácter universal y espiritual, no de la Revelación en sí
misma, sino de algunas de sus formas de expresión (como es aquí el caso del
llamado reformismo islámico).
Esta
oposición a la espiritualidad, sea de modo consciente o inconsciente, tiene por
definición un carácter tenebroso, puesto que intenta reducir la influencia de
la fuerza luminosa de la que es portador el Mensaje comunicado a la humanidad,
para condicionarlo en función de las exigencias de una lógica precaria. Esa
oposición es, sin ninguna duda, una bid‘a, una innovación, la
más perniciosa de las posibles, un crimen contra la integridad de la Revelación
del que, paradójicamente, con frecuencia se acusa a los sufíes, precisamente
quienes no se han apartado de la sumisión a la Voluntad de su Señor y del
comportamiento profético (la Sunna).
En
esta perspectiva hay que situar la intervención del Šayj Sîdî Ahmad al-‘Alawî.
En su respuesta a tal actitud contraria a la Revelación coránica, se
manifiesta el celo que lo anima cuando se trata de preservar el beneficio que
hay en permanecer fiel a los auténticos intérpretes (los sufíes) de la
Palabra Revelada y de la enseñanza profética que la acompaña. El Šayj, de
ese modo, se oponía a la intransigencia y la audacia de los que sólo se
interpretan, en realidad, a sí mismos, asumiendo así la responsabilidad de la
decadencia espiritual y moral de toda la comunidad de musulmanes.
Por
otra parte, conviene subrayar el carácter excepcional de una intervención de
esta naturaleza, que se justifica como asunción de una obligación colectiva
-el cumplimiento por una persona del fard kifâya, dispensando de
esa obligación a los demás-. El Šayj, al responder con contundencia a los
detractores del sufismo -que es esencial para la continuidad del Islam- pone
coto a los desmanes de quienes, tal vez sin darse cuenta, causan un grave daño.
Ese daño debe ser atajado por alguien que asuma esa responsabilidad, que es una
obligación que, de ser desatendida, convierte en negligente de un deber
importante a toda la comunidad.
Al-Qawl
al-Ma‘rûf
fue publicado por primera vez en Argelia en 1921. Después de tanto tiempo, los
ataques de los medios antisufíes no han perdido virulencia. Este ensayo del Šayj
al-‘Alawî constituye, para el pensamiento musulmán, un auténtico trabajo de
salud pública.
Para nuestra traducción nos hemos basado en la versión al francés de M Chavery presentada por J. J. González y publicada por la asociación "La caravane" en el año 2001, cotejándola con el original.
al-qawl
al-ma‘rûf
fî
r-radd ‘alà man ánkara t-tasáwwuf
EN
RESPUESTA AL QUE CENSURA EL SUFISMO
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîm
Al-hámdu lillâh, Alabanzas a Allah que nos ha evitado las
pruebas a las que ha sometido a muchas de sus criaturas. Que Allah bendiga y
salude al Profeta, y a los suyos.
Esta carta emana de un esclavo de su Señor, Ahmad ibn Mustafà
al-‘Alawî -que Allah le conceda su gracia y le inspire, así como al resto de
los musulmanes, el seguimiento de la vía recta.
El destinatario es el reputado jurista Šayj Sîdî ‘Uzmân ibn al-Makkî,
profesor de la Gran Mezquita de Tunez -que Allah la haga prosperar y la
purifique de todo mal-.
Que la paz de Allah sea sobre ti, tanto tiempo como muestres la
deferencia debida a los miembros de las escuelas sufíes: “Quien venera lo
que Allah ha declarado inviolable obtendrá beneficio ante su Señor” (Corán,
XX-30).
He tenido conocimiento del opúsculo salido de tu pluma titulado “El
espejo que muestra los errores”. Tomándolo en consideración, lo he
ojeado con cuidado, dando las gracias a Allah porque queden aún hoy personas
firmes en materia de Islam, gentes que no temen la censura de nadie cuando se
trata de decir la verdad acerca de Allah.
Ciertamente, su título me molestó un poco en razón del término
‘errores’, que es demasiado pesado, pero aún ignoraba que el
texto así titulado era todavía más molesto. Al poco de empezar a
leerlo mi interés se fue desvaneciendo y la pena ocupó el lugar del entusiasmo
con el que había comenzado su lectura. Tan afligido me sentí, que a punto
estuve de decir: “Es ilícito poner la mirada en este Espejo, ya sea para
contemplar desvíos en él o simples imágenes”, y ello en razón de los
ataques y atentados al honor que contiene tu ‘Espejo’; “...que a punto
está de desbordarse de cólera, lanzando chispas del tamaño de fortalezas”
(Corán, LXVII-8, describiendo el Infierno). Su discurso febril destruye a los
musulmanes. He buscado distinguir al escritor de su obra, pero cada vez estaba más
convencido de que todo discurso es el reflejo de su autor y que de cada
recipiente no sale más que lo que contiene.
Las calumnias que contiene tu ‘Espejo’ y el carácter inmoral de su
contenido constituyen un atentado contra el honor de las gentes que se han atado
a Allah: los has insultado
suciamente. El celo y el amor que siento por el Islam me han empujado a
escribirte, por veneración hacia los miembros de las escuelas sufíes que has
caricaturizado. Socorriendo a las Gentes del Recuerdo (los Awliyâ, los sufíes)
sólo pongo en práctica la siguiente enseñanza del Profeta (s.a.s.): “Quien
asista a la humillación de un musulmán sin ayudarlo con los medios de los que
disponga, será humillado por Allah ante testigos el Día de la Resurrección”.
En el Sahîh (de al-Bujârî) se cuenta, según Abû
Umâma, que el Profeta igualmente dijo: “Quienquiera que defienda el honor
de su hermano verá su rostro apartado del Fuego el Día de la Resurrección”.
Y, según Abû d-Dardâ, el Profeta dijo: “Quien haya defendido el honor de
su hermano será protegido del Fuego por un velo el Día de la Resurrección”.
Estos hadices tienen una aplicación general: el honor de todo musulmán, sea
quien sea, debe ser defendido. En cuanto al honor de las Gentes del Recuerdo es
Allah mismo quien se hace cargo particularmente. ¿Es que el Más Verídico (el
Profeta) no dijo en sus palabras: “Es Él quien protege a los justos”?
Quien se enfrente a ellos, se enfrenta a Allah; y quien los auxilia, auxilia a
Allah.
Las gentes que gozan del favor de Allah no han cesado ni cesarán de
asegurar protección a la Vía de Allah (el sufismo) en todo tiempo. En efecto, el
Pueblo (al-Qáum, los sufíes) -¡que Allah se satisfaga en
ellos!- siempre suscitarán partidarios y oponentes: “Tal es la Costumbre
de Allah en los que han vivido antes de vosotros. No encontrarás que su
Costumbre cambie” (Corán, XXXIII-62). Siempre habrá, por tanto, gentes
de bien que los elogien, y envidiosos que los ataquen. Dicho esto, esos ataques
y críticas pueden provenir también de personas verdaderamente espirituales
igual que vienen de otras más débiles en ese plano; el censor, cuando advierte
contra el desvío, puede muy bien hacerlo basándose en apariencias muchas veces
tramposas.
En cuanto a ti, criticando sin hacer distinciones entre los miembros de
las escuelas sufíes y refutando públicamente sus convicciones -que es lo que
haces, oh Šayj, cuando argumentas que en el sufismo sólo hay error, ignorancia
y perdición- manifiestas una actitud sin precedentes entre los sabios expertos
en el Islam (exceptuados los miembros de algunas sectas que niegan el principio
mismo de una elección divina, simplemente por que ellos no son sus
beneficiarios).
Las Gentes de la Sunna, por su parte, no han emitido jamás críticas
hacia personas cuya singularidad dentro del Islam goza del favor de la
unanimidad, e incluso muestran respeto hacia aquellos sobre cuya singularidad
hay discrepancias. Su punto de vista sobre el sufismo ha sido siempre el de
venerar su grado. Sus palabras al respecto son los testigos más equitativos que
pueden quedar registrados.
De modo general, las Gentes de la Sunna sienten amor y afecto hacia el
sufismo y sus seguidores. Es constatable que quien se aventura a denigrar la
enseñanza sufí es desestimado tanto por los sabios del Islam como por los
musulmanes comunes. En realidad ello muestra que es desestimado por Allah mismo
-¡Allah nos preserve de todo ello!-. En conformidad con ello se ha dicho: “Quien
se opone a las Gentes del Recuerdo y los ataca injustamente, pronto Allah le
hace probar el odio de las criaturas”.
Por tanto, voy a darte un consejo sincero, esperando con ello poner fin a
tus ataques, si Allah lo quiere: “Allah os pone en guardia contra Él mismo”
(Corán, III-28). En un hadîz qudsî, Allah dice: “Quien dañe a
uno de mis aliados (los Awliyâ), Yo le declaro la guerra”. Quien se
expone a la guerra de Allah no está en seguridad. El Profeta dijo: “Las
gentes de mi familia y los Awliyâ son dos bosques envenenados. Quien los agreda,
no está a salvo”.
En cuanto a las opiniones de los ‘Ulamâ (los sabios expertos
en el Islam) son innumerables. Abû l-Mawâhib at-Tûnisî cuenta que su maestro
Abû ‘Uzmân -¡que Allah esté satisfecho con ambos!- dijo públicamente en
uno de sus cursos. “Que Allah maldiga a quien reproche algo a esa comunidad
(la de los sufíes). Y quien sea musulmán y crea en Allah y en el Último Día,
que repita la misma maldición”.
Laqqânî -¡que Allah esté satisfecho con él!- dijo: “Quien
polemice respecto a los sufíes se arriesga a acabar mal. Un trato severo y una
prisión larga serán su pago: ‘Allah os exhorta a no repetirlas (las
calumnias), si es que realmente sois musulmanes’ (Corán, XXIV-17)...”.
Tal vez contestes que imames escrupulosos (como los mencionados) siempre
son reticentes a hablar mal del común de los musulmanes (y por ello no han
criticado a los sufíes). Pero, con ello, tú mismo estás admitiendo que los
sufíes son musulmanes y ya esa simple condición te obliga a respetarles y
abstenerte de atacar su honor, evitando mezclarte en sus asuntos, conforme a las
puestas en guardia formuladas por el Legislador (Allah).
El hijo de ‘Omar -¡que Allah esté satisfecho con el hijo y con el
padre!- contó las siguientes palabras del Profeta: “El que divulgue los
secretos de un musulmán y lo deshonre injustamente, Allah lo envilecerá en el
Fuego el Día de la Resurrección”. Tal es el castigo reservado al que
divulga los secretos íntimos de un solo musulmán: ¿qué se puede esperar en
el caso del que se mezcla en los asuntos privados de una masa como la élite de
los musulmanes para deshonrarlos en el seno de la comunidad, e, incluso, ante
no-musulmanes si la cosa llega a sus oídos?
Y eso es precisamente lo que tú has hecho, oh Šayj, al difundir
reprobaciones y fijándote en lo pequeño y en lo grande con un ojo enfermo. Te
has creído el sólo y único representante del sunnismo, y que el resto del
mundo está poblado de ignorantes, innovadores o trasgresores desviados. Sí; así
es como juzgas a tus hermanos en el Islam.
Ignoro el juicio de Allah respecto a ti. Pero estoy seguro de que si te
ocuparas de tus propios asuntos tendrías mucho que hacer. Tendrías mucho
trabajo corrigiendo tu corazón, en lugar de intentar guiar a otros. Eres el
ejemplo en vivo de esas personas de las que el Profeta dijo: “Ven la paja
en el ojo ajeno y no ven el tronco en el propio”. Haciéndote consciente
de tus ‘troncos’, tal vez yo te conduzca a desembarazarte de ellos. Para
lograrlo, no tienes más que reconocerlos y eso depende de tu capacidad para ser
objetivo. Si cuentas con esa cualidad, ello trabajará en tu favor. En caso
contrario, será una prueba en tu contra. En cualquier caso, cuando leas este
libro, demuestra tener una vista penetrante y una razón sana, y pon tu corazón
al abrigo de todo sectarismo.
Si escribo estas líneas es con la esperanza de que por ellas Allah te
libre del mal que te aqueja, o que libere de él a tus semejantes, o a toda
persona que encuentre placer leyendo tu triste ‘Espejo’ o se alegre
asistiendo a tus lamentables discursos. Voy, pues, ha señalarte, algunos de
esos ‘troncos’ que obstruyen tu vista, si es que Allah no los ha puesto ya
en evidencia por medio de tu ‘Espejo’.
En primer lugar, introduces a tu amasijo de atentados contra el honor de
los musulmanes citando las siguientes palabras del Corán: “Alabanzas a
Allah que nos ha guiado a esto (el Islam). No habríamos seguido la buena
dirección de no haber sido Él nuestro Guía” (Corán, VII-43). No sé cuál
es tu intención ahí: si, simplemente, beneficiarte de la bendición ligada a
ese noble versículo o si bien tratas de insinuar que los atentados al honor de
las Gentes del Recuerdo y sus semejantes, a los cuales Allah te ha conducido,
revelan que estás guiado por Él. En el primer caso, estaría muy bien. De lo
contrario, has de saber que la Guía (Hidâya) no puede tomar la
forma de una crítica calumniosa de las Gentes de Allah, salvo que el término
‘Guía’ tenga para ti el sentido con el que aparece en otro versículo del
Corán: “Guiadlos por el Camino del Infierno” (Corán, XXXVII-23).
Has hecho bien en llamar a tu obra “El espejo que muestra los
errores”: ese título corresponde admirablemente a su contenido. Es tu
‘Espejo’, que pone en evidencia, efectivamente, al que habita en él. Sin él,
¿quién podría constatar tu perdición?: “Lo escrito es imagen de la
inteligencia, y lo interior se trasparenta en el discurso”.
Un poco más adelante abres una primera sección a la que das el nombre
de “Introducción al tema de la obligación de ordenar el bien y prohibir
el mal (al-amr bil-ma‘rûf wa n-nahy ‘an al-múnkar)”. En dicha
sección, con el pretexto de aplicar ese principio coránico, reúnes algunas
citas tradicionales que te sirven
de subterfugio para iniciar tus agresiones contra los musulmanes. Pero ante
Allah no te servirán de nada esas excusas: sean cuales sean sus ropajes, la
maledicencia es maledicencia. Incluso admitiendo que no deseas sino arreglar las
cosas y reformar las costumbres, tu prosa testimonia tu incapacidad para
distinguir entre el bien y el mal. Ello es excusable, pero no en quien pretende
ordenar el bien y prohibir el mal.
Como quiera que se encare tu caso, no dejas de estar bajo sospecha: “Si
no sabes, es un mal en sí ser un ignorante. Pero si sabes, el mal es aún mayor”.
Si no tienes una intuición clara de lo que distingue al bien del mal, ¿cómo
puedes ordenar esto y prohibir aquello? Antes de pronunciarte sobre un tema
cualquiera, debes tenerlo claro, siendo el juicio particular que emitas el
resultado de esa claridad. Y tus juicios deben ser conformes a los de Allah, no
ordenando ni prohibiendo más que lo que Él ha ordenado y prohibido. Se te
exige ser escrupuloso en grado máximo, absteniéndote de hablar del Islam según
tu opinión o pronunciar prohibiciones en función de tus preferencias. ¿Es que
Allah no ha dicho en el Corán: “Los que no juzgan de acuerdo a lo que
Allah ha revelado, esos son los injustos”? (Corán, V-45).
¿Tú has aplicado bien lo anterior cuando prohíbes esto, censuras
aquello, declaras a tal grupo de desviado y tratas a tal otro de innovador? Tu
actitud hacia las criaturas no da fe de un gran temor a Allah, al igual que tu
respeto por Muhammad no aparece en tu comportamiento hacia su comunidad.
Crees poder ordenar el bien y prohibir el mal, pero ¿eres digno? El
Profeta (s.a.s.) ha dicho: “Sólo puede ordenar el bien y prohibir el mal
quien da muestras de dulzura cuando ordena y prohíbe, el que es paciente e
inteligente cuando ordena y prohíbe, el que conoce y comprende verdaderamente
las reglas del Islam cuando ordena y prohíbe”.
La primera parte del hadiz significa -aunque Allah sabe más- que sólo
es digno de amonestar a los demás quien lo hace con dulzura (Rifq).
Es exactamente lo contrario de lo que tú haces en tu “Espejo”, oh Šayj.
Habrías hecho mejor en abstenerte de toda iniciativa mientras no conocieras las
condiciones para el ejercicio de esa función, tal como Allah las ha fijado.
Ello te habría permitido entrar en la casa por su puerta (Corán,
II-189).
Es como si no hubieras escuchado la historia del joven que fue al
encuentro del Profeta (s.a.s.) pidiéndole a gritos que le permitiera tener
relaciones sexuales fuera del matrimonio. Escandalizada, la gente comenzó a
insultarle, pero el Profeta ordenó que lo dejaran en paz, y después le pidió
que se le acercara y le dijo con dulzura: “¿Te gustaría que algo parecido
se hiciera con las mujeres de tu familia, tu madre, tus hermanas, tus tías, tus
hijas, tu esposa?”, y el joven respondió que no. Entonces, el Profeta
concluyó diciendo: “Pues bien, la gente es como tú. No aman que eso se
haga con las mujeres de su familia”. A continuación, puso su noble mano
sobre el pecho del joven e hizo esta invocación: “Allah, purifica su corazón,
perdónale su falta y preserva su castidad”. A partir de entonces, nada le
resultó más repugnante a ese joven que la fornicación.
Los relatos de ese género son numerosos en la biografía del Profeta
(s.a.s.) y de sus Compañeros. Es especialmente célebre la anécdota del
beduino que orinó en un rincón de la mezquita. De golpe, los Compañeros de
Muhammad (s.a.s.) se pusieron de pie y se dirigieron a él para expulsarlo de
malas maneras, pero el Profeta (s.a.s.) los detuvo y protegió al hombre bajo su
manto resguardándolo de la vista de los demás e, incluso, le dijo que no se
diera prisa. Cuando el beduino acabó de orinar exclamó: “Allah, danos de
tu misericordia a Muhammad y a mí,
y no se la des a ningún otro”. Entonces el Profeta le dijo: “Estás
limitando una cosa inmensa, oh beduino”.
Pero tú y yo, ¿acaso tenemos maneras nobles? La dulzura embellece las
cosas mientras que la brutalidad las afea. He aquí una parte de lo que puede
decirse a propósito del hecho de ordenar el bien y prohibir el mal con dulzura.
En cuanto a las cualidades de paciencia e inteligencia (Hilm)
que debe poseer quien ordene el bien y prohíba el mal, son generalmente de un
efecto benéfico sobre la persona a la cual se dirija, pues indican una
solicitud real y un deseo auténtico de bien. La Revelación, hablando de
Muhammad (s.a.s.) nos dice de él: “Está lleno de solicitud hacia
vosotros, y es bueno y misericordioso para con los musulmanes” (Corán,
IX-128).
Signo de paciencia y de inteligencia es no pretender quedar por encima
cuando se es rechazado culpando a los demás. En medio de la batalla de Uhud
le rompieron al Profeta un diente de un golpe, pero en lugar de maldecir a sus
agresores, Muhammad (s.a.s.) dijo: “Allah, perdona a mi gente, que no saben
lo que hacen”. Puede ser que no tengas una naturaleza clemente. En este
caso, lo primero que debes hacer es adquirirla en la medida de tu capacidad,
ello en virtud de las siguientes palabras del Profeta (s.a.s.): “La ciencia
se adquiere por el estudio; y esforzándose en ser clemente se consigue esta
virtud”.
Que te sirvan de ejemplo también las palabras de Jesús según las cita
el Corán cuando se dirigió a Allah pidiendo su perdón para los de su pueblo
que se desviaran de su senda: “Si los castigas, ellos son tus esclavos.
Pero si les perdonas, Tú en verdad eres el Poderoso, el Sabio” (Corán,
V-118). Considera la excelencia de estas
palabras y la bondad de la que son testimonio. A pesar de la idolatría a la que
su pueblo se ha entregado haciéndose culpable, Jesús busca que sean perdonados
y no se dedica a acusarlos como tú sí haces con las gentes de la comunidad de
Muhammad (s.a.s.). Las gentes de la comunidad de Muhammad son para ti las peores
de las criaturas porque, según tú, pecan al venerar a los Awliyâ, los Amigos
de Allah, sus aliados. Tu corazón es duro y no tienes piedad hacia los
musulmanes. He ahí la verdadera
razón de tus alegaciones. Ŷâbir ibn ‘Abd Allah contó que el Profeta
(s.a.s.) dijo: “Quien no es misericordioso hacia los hombres, no lo será
Allah hacia él”. La paciencia y la inteligencia (Hilm)
son, pues, cualidades particulares que debe tener quien ordene el bien y prohíba
el mal.
En cuanto a la tercera condición, que es la comprensión del Islam
(Fiqh) de la que debe dar prueba el que se consagre a ordenar el bien y
prohibir el mal, es el fondo del problema, el punto central de toda esta cuestión.
La incomprensión del Islam es lo que lleva generalmente a confundir las cosas y
se acaba ordenando el mal y prohibiendo el bien. ¡Qué abominable manera de
ejercer una función que en sí es noble!
Por tu parte, oh Šayj, has condenado en tu libro el bien más elevado,
creando así un desasosiego inmenso y verdaderamente nefasto para los
musulmanes. La persona que lea tu ‘Espejo’, suponiendo que su lectura no le
cause una desgracia irremediable, en el mejor de los casos dudará del Islam y
de sí mismo pues los actos que pensaba que eran ofrendas a Allah que le
permiten acercarse a Él le parecerán una trasgresión que merece un castigo.
¿Qué mayor desastre podría abatirse contra el Islam? Somos de Allah y a Él
regresamos (Corán, II-156).
Es una idea de buen sentido y ampliamente compartida por todos los
musulmanes que una sola reunión en Recuerdo de Allah (Maŷlis
Dzikr) es capaz de borrar los efectos de otras reuniones en las que se ha
olvidado a Allah. Sobre este punto, la convicción de los sabios del Islam y el
común de los musulmanes es unánime. Pero tú, oh Šayj, pretendes probar que
esas reuniones para la realización comunitaria del Dzikr, cualquiera que sea la
manera de practicarlo, son innovaciones reprobables (bid‘a-s),
contrarias a las prácticas de los antiguos, sin precisar cuáles son las
asambleas de recuerdo que la Ley, indudablemente, recomienda. Seguramente, debes
dejar a tus lectores bien perplejos.
Probablemente
todo esto resulta de tu falta de comprensión del Islam. He aquí la razón por
la que el Profeta subordinaba la misión de ordenar el bien y prohibir el mal a
una comprensión real del Islam, pera evitar que se llegue a la inversa a
ordenar el mal y prohibir el bien. Antes de intentar cumplir con esa misión, es
conveniente haber comprendido las nociones de bien y de mal, gracias a
definiciones claras y detalladas por la Ley, para no ir en la dirección
inversa. Es por lo que los mayores sabios son extremadamente cautelosos cuando
abordan cualquier cuestión cuando ningún texto revelado es explícito al
respecto. Cuando las cuestiones que ninguna fuente (el Corán o la Sunna)
permite zanjar, se emite una opinión personal que en realidad sólo obliga al
que la asume. Por ello, se diversifican tanto las aplicaciones jurídicas
habiendo unidad en el principio general que las origina. Todo esto resulta de la
facilidad que caracteriza al Islam, al-hamdu lillâh. El Profeta
(s.a.s.) dijo: “La mejor forma de acercarse a Allah es la más fácil. El
mejor acto de un musulmán es comprender el Islam”.
En
consecuencia, quien no comprenda el Islam debería abstenerse de hablar de él
dando reglas jurídicas. Según Ibn ‘Abd al-Bârr, ‘Atâ decía esto:
“Quien no esté al tanto de las diferencias que hay entre las personas
debería abstenerse de pronunciar decisiones jurídicas, pues la ciencia que le
falta es más importante que la que tiene”. Lo que decimos aquí de la
necesidad de profundizar interviene solamente en los casos de ambigüedad.
Cuando el carácter ilícito u obligatorio de una cosa está establecido sin la
menor duda en el Islam todo musulmán tiene el deber de ordenar el bien y
prohibir el mal a ese respecto -no teniendo en cuenta tan siquiera su propia
persona (es decir, si da o no buen ejemplo de ello).
De
lo que desconfiamos es de la vía que has elegido, oh Šayj. Prohíbes y
autorizas en función de tu opinión personal y de los celos que guardas hacia
otros. Dejándote engañas por tu naturaleza y tus inclinaciones, asimilas el
bien a lo que apruebas y decretas como condenable lo que no te gusta. Pero, ¿qué
autoridad tienes en la materia, tú y tus semejantes? Son Allah, el Profeta y las
gentes bien enraizadas en la ciencia (Corán, III-7) las que tienen eso a su
cargo. Por tu parte, conténtate con condenar lo que el Islam ha declarado
claramente como ilícito y ordenar lo que ha elogiado, aplicándolo con resolución
en lo que te concierne. En lo demás, remítelo a Allah. Y, sobre todo, respeta
los diferentes esfuerzos de interpretación de las autoridades morales admitidas
por todos los musulmanes, ya sean sufíes o no.
¿Sabes
que hay cosas ambiguas que tal escuela jurídica ha decidido prohibir y tal otra
las autoriza, mientras que una tercera se inclina a encontrarlas recomendables y
la cuarta escuela de contenta con desaconsejarlas? Esta cuestión no exige
largas explicaciones. Pero, ¿qué piensa mi contradictor? ¿Quiere que un muŷtahid
(el sabio capaz de un esfuerzo de interpretación que le permite tener una
opinión propia gracias a la extensión de su saber) se pliegue a la opinión
de otro? Ello no es necesario, salvo si se está ciego por una intolerancia
sectaria tal como la que a ti te afecta. Querrías que una corriente ampliamente
mayoritaria, que reúne a una
multitud de gente sobre toda la tierra, se sometiera a tu débil punto de vista,
imaginándote que el sufismo no se apoya sobre ningún fundamento sólido.
Juzgas demasiado mal a las gentes del sufismo, oh Šayj. He aquí la sola
respuesta que mereces (y es válida para todos los que se te parecen): el menor
sufí muestra seguramente más escrúpulos que tú en su práctica del Islam.
Para
asentar tu autoridad, pretendes apoyarte sobre el versículo del Corán que
dice: “Sois la mejor comunidad surgida entre los hombres. Ordenáis el bien
y prohibís el mal” (Corán, III-110). A ello respondo que nadie contesta
el sentido de esas palabras y otras de las citas que haces: ordenar el bien y
prohibir el mal son efectivamente obligaciones que incumben a toda persona que
crea en Allah, en el Profeta y en el Último Día. Lo que contesto en revancha
es a la forma en que das a ese mal al que conviene oponerse un sentido que no
está en el versículo, incluyendo en él las Reuniones del Recuerdo (Maŷlis
Dzikr) y el conjunto de las prácticas del sufismo. En mi opinión, esta es
la idea que sostienes en tu ‘Espejo’, y que merece ser corregida.
Las
palabras de Allah -en el versículo que traes a colación “Sois la mejor
comunidad”-, puede considerarse que va dirigida a los musulmanes de una
manera general, o bien que se refiere a la élite de entre ellos. Tomadas en su
sentido general, este versículo significa que los musulmanes están encargados,
entre todas las comunidades, de ordenar el bien y prohibir el mal: es la función
de los profetas, los enviados y los verídicos, y los musulmanes la ejercen en
relación con las otras comunidades; en este caso, el ‘mal’ es una expresión
que designa toda forma de idolatría (Širk), y el término
‘bien’ se refiere a la atestación de la Unidad de Allah y todo lo que de
ella se deriva. Es decir, los musulmanes ordenan el bien manteniéndose firmes
en su afirmación de Allah Uno y combaten el mal denunciando la idolatría.
Tomadas en su sentido particular, esas palabras trata de las órdenes y
prohibiciones que los sabios dirigen a la comunidad: el mal y el bien designan
en este caso respectivamente las costumbres censurables y las elogiables. Pero,
además, en este último caso, el pronombre ‘vosotros’ al que se refiere el
versículo, en el fondo, se dirige a los que guían a las criaturas y las
convocan hacia Allah por medio de Allah. A ellos aludió el Profeta (s.a.s.)
cuando dijo: “Siempre habrá sobre la tierra cuarenta hombres semejantes a
Abraham, el Amigo de Allah. Por ellos recibiréis la lluvia, y por ellos seréis
alimentados. Cada vez que uno de ellos muera, Allah lo reemplazará por otro”.
Y, así, resulta que cada profeta está espiritualmente asociado a una categoría
de personas de la comunidad de Muhammad (s.a.s.); esos grupos que existen en
toda época son los verdaderos interlocutores de ese apostrofe de Allah. Son, en
efecto, los más calificados para cumplir esa misión de ordenar el bien y
prohibir el mal. Tallados para ello en la eternidad, ostentan naturalmente las
cualidades que esa función exige. Pueden darse, ciertamente, en otros, pero de
modo accidental afectado por las circunstancias.
Por
mi parte, pienso que, en general, esas personas sólo existen entre las
Gentes del Recuerdo (los Ahl adz-Dzikr, los sufíes), que son
aquellos a los que corresponde la descripción que aparece en un hadiz que será
citado más adelante “...aquellos que se entregan totalmente a la invocación
de Allah”, u otro en el que se habla de los que “...son arrebatados
por la pasión durante la mención del Nombre de Allah”. No es sino entre
los sufíes donde se encuentran a quienes se entregan totalmente a la invocación
y aquellos que aman apasionadamente el Nombre de su Señor, retomando las
expresiones que aparecen en esos hadices. Los demás, sean quienes sean, no
alcanzan su grado en la invocación de Allah; los únicos que llegan a su nivel
son aquellos que los aman, sus antepasados espirituales y las gentes de su
cadena iniciática. Por supuesto, pongo aparte a las tres primeras
generaciones de musulmanes (el Sálaf) en favor de quienes el Profeta
ha dado testimonio. Todo esto es evidente cuando se ha comprendido realmente que
es el sufismo y quiénes son los sufíes. En cuanto a quien designa con esa
expresión a una masa informe de gente que pertenece a lo más bajo del pueblo,
se arriesga a no hacerse una idea exacta del sufismo, identificando el sufismo,
que no conoce, con prácticas de esas gentes que conoce y a las que llama sufíes.
Pero hay una gran diferencia entre lo que conoces y ese sufismo del que no sabes
nada. Te juro, hermano, que si la naturaleza del sufismo, y su comienzo y su término
te fueran revelados, te contentarías con no
ser más que un niño en presencia de las Gentes de Allah.
Invocas
en favor de tu tesis la Palabra de Allah en la que dice: “Los creyentes y
las creyentes se protegen los unos a los otros, ordenando el bien y prohibiendo
el mal” (Corán, IX-71). Y aquí, te interesas por la parte final del versículo
y olvidas su comienzo. Pero, sin embargo, esa primera parte condiciona la
segunda, ya que establece el principio de esa protección mutua que deben
proporcionarse los mûminîn (los ‘creyentes’), todo ello junto al
carácter inviolable de sus bienes, su honor y la sangre que corre por ellos 8de
acuerdo al hadiz en el que el profeta declara intocables los bienes, honor y
vida de los musulmanes). Conviene, pues, definir la naturaleza de ese Îmân
(lo que hace ser a una persona mûmin) que obliga a la fraternidad, a la
responsabilidad y la ayuda mutua entre nosotros.
¿Qué
es el Îmân? La respuesta es simple -aunque Allah sabe más- puesto que
el Legislador nos ha proporcionado su definición. Se trata de la aceptación de
Allah, de sus Ángeles, sus Libros, sus Enviados, el
Destino, y el Último Día. Es obligatorio proteger a quien
profesa esas convicciones y prohibir toda agresión dirigida contra él. Pues
bien, esas convicciones caracterizan a
cada individuo de la comunidad musulmana, y ello a pesar de la multitud de
divergencias en materia de aplicación de otros principios jurídicos: mientras
los pilares del Îmân sean firmes, las diferencias son benignas. así,
quien es autorizado por Allah para ordenar el bien y prohibir e mal, se asegura
primero que, haciéndolo, preserva los lazos del Islam y favorece la
fraternidad. No debe atacar las convicciones particulares de los miembros de la
comunidad ni denigrar sus doctrinas ni decretar que son falsas, pues ello
conduciría a cismas y repulsiones mutuas, suprimiendo por adelantado toda
posibilidad de entendimiento armonioso entre los musulmanes.
Oh,
Šayj, ¿acaso no eres consciente del desarrollo de la comunidad, fruto de los
errores del pasado? He aquí a los que nos ha conducido el sectarismo exagerado
de quienes no admiten más que su propia escuela. Cada cual deshonra a la
escuela de otro y la juzga en función de sus propias convicciones. Todas las
escuelas son buenas, incluso si el exclusivismo de algunos de sus miembros ha
conducido a la disolución de los lazos de fraternidad; han acabado rompiendo la
unidad nacida de los dos testimonios del Îmân, de la práctica del Salât,
de la entrega del Zakât, del ayuno de Ramadán, de la peregrinación, de la
recitación del Corán y todas las demás prácticas musulmanas.
Es
inútil perder el tiempo en los errores del pasado. Pero, ¿qué haces tú, oh
Šayj? ¿Por qué estás empeñado en reavivar la discordia intentando destruir
uno de los soportes esenciales del Islam, un principio fundamental sobre el que
se apoyan los musulmanes y en cuyo respeto han crecido? Efectivamente, atacas el
amor que los musulmanes sienten hacia las Gentes de Allah, los sufíes, miembros
de las escuelas sufíes, la Gente de la Vinculación (Ahl an-Nisba).
En la actualidad, los musulmanes miran hacia ellos con veneración y los
respetan naturalmente, y tienen en alta estima a los sufíes y a sus seguidores.
Pero tú, por el contrario, clamas que el sufismo es un error, ignorancia y
perdición, entre otras acusaciones de las que haces objeto una ciencia que se
te escapa. Has herido corazones de una manera irreparable, a menos que te
arrepientas sinceramente y te excuses.
No
deberías haber emprendido esa crítica sin saber antes quién ha instaurado el
sufismo y cuáles son sus diez principios. ¿No exiges tú el mismo conocimiento
previo para cada disciplina? Habiendo adquirido ese mínimo, podrías hablar a
tu gusto. Pero tengo la impresión de que tus conocimientos son ligeros, o bien
son tus capacidades de comprensión las que son débiles, o suceden ambas cosas.
Tu ignorancia la puede explicar el tipo de textos que estudias. Es lógico que
no encuentres nada en los resúmenes de gramática o retórica. Pero has tenido
que estudiar el resumen de otras materias que te son indispensables como el al-Muršid
al-Mu‘în o el al-Ŷawhar al-Maknûn; pues bien, en ambos hay
capítulos dedicados al sufismo que te proporcionarían una idea general. ¿No
los conoces, siendo como son indispensables en la formación de los musulmanes?
¿O es que los descartas porque rechazas el sufismo por principio? No sé, pero
de todos modos tu crítica del sufismo va demasiado lejos. El renombre de las
obras que te he citado bastaría como para tener que citar otras autoridades
sobre la legitimidad de sufismo. En fin, si Allah te presta vida y quieres
ocuparte del Islam aconsejando a los demás en su práctica, hazlo de manera que
favorezcas la unidad de la comunidad musulmana; hay que reforzar los lazos del
Islam y de la fraternidad musulmana, y dejar de lado las diferencias y los
puntos de vista en la aplicación de los principios. Allah dice en el Corán
invitando a los judíos y a los cristianos: “Diles: Oh, Gentes del Libro,
aceptad una palabra que nos es común: que no reconozcamos como señor más que
a Allah sin asociarle nada, y que unos de nosotros no pretendan se señores de
los demás” (Corán, III-64). ¿Has reflexionado en el por qué de este
versículo y a quién va dirigido? ¡Qué excelente manera de reunir corazones!
Pero, ¡qué diferencia con tu manera de proceder! Puede que me digas que este
versículo concierne explícitamente a las Gentes del Libro (judíos y
cristianos). Pues bien, yo te diría que debes conceder a los sufíes al menos
el mismo rango: no confirmes lo que dicen, pero no los trates de mentirosos. Es
el mínimo de la equidad; pero, ¿quién hoy se preocupa de la equidad?
Pretendes
apoyarte en la autoridad moral del Imâm al-Gazâli para tus disquisiciones
acerca del principio que obliga a ordenar el bien y prohibir el mal. Pero tus
convicciones excluyen totalmente que puedas ampararte en él: ¡era un sufí, y
tú rechazas a los sufíes!
Igualmente,
recurres a la frase dicha por el Profeta (s.a.s.) -trasmitida por Ibn ‘Abbâs-:
“Quien abandona la obligación de ordenar el bien y prohibir el mal no cree
en el Corán...”, pero ¿piensas que estas palabras sirven para negar en
cualquiera la condición de musulmán creyente de modo absoluto? No, pues de lo
contrario se habría terminado la comunidad. Lo que se le niega es el Îmân
perfecto, el que resulta de la aceptación total y sincera de mensaje. Esa fe
perfecta y particular es a la que se refieren otros muchos hadices, como éste
por ejemplo: “Ninguno de vosotros es mûmin hasta que no desea para su
hermano lo que desea para sí mismo”. En cuanto al Îmân común,
es de una simplicidad absoluta, como hemos visto anteriormente. Existe otro
hadiz que nos lo hace aún más accesible. Se cuenta que uno de los Compañeros
de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) había jurado liberar a un esclavo que fuera mûmin,
y se presentó ante el Profeta (s.a.s.) con una esclava negra para que Sidnâ
Muhammad (s.a.s.) juzgara su calidad de creyente. El Profeta le preguntó: “¿Dónde
está tu Señor?”, y ella respondió señalando con el índice hacia el
cielo. El Profeta dio testimonio entonces de su fe y el Compañero liberó a esa
mujer. Y citando a Ibn ‘Arafa tú mismo confirmas que el hadiz antes
mencionado no se refiere al Îmân general a lo que se refiere, pues para ese
autor la obligación de ordenar el bien y prohibir el mal incumbe a la comunidad
en su conjunto (es un fard kifâya) y no a cada individuo en
particular (no es, por tanto, un fard ‘áin). Es decir,
comienzas a edificar una fortaleza por medio de un hadiz, y después destruyes
una ciudad entera con la cita de Ibn ‘Arafa. Me pregunto por qué encadenas
hadices, cuya formulación primero parece que cada musulmán está implicado si
es para concluir finalmente que la obligación en cuestión incumbe a la
comunidad de una forma colectiva. Entonces, dime: ¿por qué tú eres más
responsable que cualquier otro para cumplir esa misión? Puesto que manifiestas
veleidades de escribir, has de saber que una simple acumulación de citas es inútil.
Las referencias textuales deben ser anotadas conforme a su sentido, y ésa es ya
una forma de sabiduría, tal como dice Allah en el Corán: “Aquél al que
es dada la sabiduría se beneficia de un gran bien” (Corán, II-269).
En
cuanto al hadiz que citas: “No es de los nuestros quien no es
misericordioso con nuestros niños y no honra a nuestros ancianos”, tiene
el mismo sentido de lo que ha sido señalado concerniente a la manera de ordenar
el bien y prohibir el mal. Pero en vista del hadiz que has seleccionado, yo añado
que, en un cierto sentido, los ‘niños’ simbolizan el común de los
creyentes de la comunidad -pues son humildes y, por tanto, pequeños, aunque
sean personas adultas- mientras que los ‘ancianos’ son la élite
(intelectual o espiritual), independientemente de la edad. En efecto, se juzga
al hombre por su realidad interior y no por sus características físicas. Con
esto deberías comprender mejor a lo que se refiere el hadiz; pues bien, tú no
has dado muestras de misericordia hacia los ‘niños’, es decir, hacia los
musulmanes en general; en lugar de dirigirte a ellos con gentileza y dulzura,
como un padre de más edad que habla a un joven, tú los has colmado de insultos
y los has desmoralizado a fuerza de reproches. Tampoco has honrado
a los ‘ancianos’, es decir, a los que son las fuentes de la sabiduría
y los sostenes del Islam, denunciando sus pretendidos errores e ignorancias, es
más, es como si los consideraras tus enemigos, pues citas otro hadiz en el que
el Profeta dijo: “Acercaos a Allah (guiando) a los trasgresores” ¡Los
asimilas a trasgresores! ¡Eso es una inmoralidad! ¿Cómo puedes aplicar tan fácilmente
ese hadiz a gentes que se reúnen para invocar a Allah y practicar otras
acciones del mismo orden?
En
resumen, todas estas pruebas para mostrar que es obligatorio ordenar el bien y
prohibir el mal no se prestan a discusión. Pero es el sentido que tu das al término
mal (múnkar) lo que es altamente contestable, pues acabas por
declarar como tal lo que es intrínsecamente un bien, y una realidad más próxima
a la verdad que al error.