LA RAZÓN

 

           La palabra árabe ‘aql se traduce habitualmente por razón, inteligencia. Originalmente, el término significa firmeza, resolución, y también prudencia, autocontrol. El verbo ‘aqala se utilizaba para designar el acto de atar una camella para impedir que paciera donde no debía. Y ‘áqal es una persona que se abstiene de cometer el mal y se obliga a sí misma a realizar el bien. El nombre de lugar má‘qil designa un refugio, un lugar seguro en el que alguien se cobija para protegerse.

 

         Todas esas significaciones remiten a lo mismo: el ‘aql cumple la función de retener al que lo posee resguardándolo de la (auto) destrucción. Otros sinónimos, menos usuales, aluden con más claridad a esa significación: nuhya es la inteligencia en tanto que prohíbe al hombre la realización de lo inconveniente; hiŷr es la inteligencia en tanto que petrifica al hombre en el sentido de que lo hace fuerte y elimina su propia inclinación al mal; hilm es la inteligencia en tanto que paciencia que impide al hombre ser arrastrado por la ira o el apresuramiento.

 

         En todas las alusiones anteriores se habla de la inteligencia práctica, pero ésta tiene su causa en una inteligencia discursiva, la razón propiamente dicha. Cuando el ‘aql realiza operaciones intelectuales puras recibe el nombre de lubb, núcleo, corazón, y el lubb es lo mejor de toda cosa, su pulpa. El Corán dice: “A quien le haya sido dada la sabiduría le ha sido obsequiado un bien abundante, pero no la aprovechan más que los dotados de albâb (plural de lubb)”. El término lubb, por tanto, sirve para hacer referencia al ‘aql en su estado más puro, en su  función discursiva más genuina. El Corán va dirigido al lubb del ser humano, a su quintaesencia: “Esto es un Recuerdo para quien tiene corazón”.

 

         Todos los términos -y son muchos- que en árabe designan al corazón, en realidad se refieren a la inteligencia, a la sensibilidad, a la percepción, todos los cuales se combinan para dar una idea amplia de los que es la razón. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo a sus Compañeros cuando recibían a unos yemeníes: “Os ha venido la gente del Yemen, que son más dulces de corazón y más flexibles de entrañas”, utilizando los términos qalb y fuâd, ambos traducibles por corazón. Esta riqueza de vocabulario para designar a la facultad del entendimiento, la reflexión, la emoción, etc.,  ha dado lugar a considerar que existe una gradación en esas capacidades del ser humano, sobre la que han hablada con profusión los filósofos y los sufíes. Y así, ‘aql, qalb, fuâd, lubb, etc., son estadios de la inteligencia que va abarcando cada vez un mayor espectro de conocimientos y experiencias integrables por el hombre y que condicionan su modo de ser y de actuar.

 

         La palabra qalb, corazón, es especialmente valorada, y acaba funcionando a dos niveles: el primero, para designar un estadio concreto dentro de esa jerarquía; y el segundo, para designar la totalidad del órgano de la inteligencia. El Corazón, con mayúsculas, el Qalb, es el centro del ser humano, lo que lo hace realmente humano, la clave de su soberanía y el signo de su rango en la creación. Corazón sirve de nombre para el espíritu, la ciencia, el entendimiento, el valor, la energía, la generosidad, la sinceridad,... todo lo que se deriva de lo que puede haber de más noble en el hombre. El Corán elogia “...a quien tiene Corazón”.

 

         El ser humano está dotado de un misterio que lo hace capaz de integrar a la existencia entera: ese misterio es el Corazón, el Qalb. En sí, el Corazón es inexplicable, y se le conoce por sus resultados. Gracias a ese misterio al que damos el nombre de Qalb, el hombre percibe, siente y convierte en conocimiento al universo entero. Ese Corazón está formado de partes.

 

         Primero, están los sentidos (hawâss). Varios cientos de versículos en el Corán hablan de los sentidos y los describen como fuentes de conocimiento para el hombre. Son las extremidades del ‘aql, la razón, y lo que se recoge de los sentidos es válido. Quien no aprende y se corrige atendiendo a lo que le enseñan sus sentidos se condena a la destrucción. Esto es obvio: quien ve fuego y se lanza a él, se arroja al dolor y a la muerte. El Corán habla de los idólatras diciendo: “Tienen corazones y no entienden; tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen. Son como bestias. No; están aún más perdidos. Son negligentes”. Los datos que ofrecen al ser humano sus sentidos físicos son apreciados por el musulmán, pues son los que le confieren una mayor sensatez. Pero no solo sirven a los instintos. Esos datos son las herramientas con las que trabaja la razón, el ‘aql, que lo conduce finalmente al bien.

 

         La segunda parte es el ‘aql, la razón, que en el Corán es sinónimo de reflexión que conduce a la prudencia y el autocontrol. La razón es la capacidad que diferencia claramente al hombre de los animales, y consiste en la facultad para extraer conclusiones. De nuevo, el Corán orienta el uso de la razón al universo que rodea al hombre: “Los cielos, la tierra, la sucesión de la noche y el día, las órbitas,... todo ello son signos para quienes hacen uso del ‘aql”. En muchas más ocasiones, el Corán enumera temas parecidos para la reflexión de la razón. No la lanza a la metafísica, sino que le señala como campo de acción el mundo material que la rodea. Es de ahí de donde puede extraer los saberes que necesita. Es estudiando el universo donde el hombre llega a conocer de modo suficiente a su verdadero Señor: “Es Él quien ha extendido la tierra y ha puesto en ella montañas firmes y ríos. Él es quien hace los frutos, y de cada uno de ellos hace un par. Él cubre con la noche al día. En eso hay signos para quienes reflexionan. En la tierra hay porciones vecinas, unas son fértiles y otras son estériles. En ellas hay jardines, viñedos, sembrados, palmerales, y a todos los riega un mismo agua. Preferís unas cosas a otras a la hora de alimentaros (sin embargo, todo tiene un mismo origen). En todo ello hay signos para la gente que medita”.

 

         En tercer lugar, encontramos al corazón (qalb) que, además de significar razón, introduce la emoción como fuente de un conocimiento cierto: “¿Por qué no reflexionan sobre el Corán? ¿Es que tienen cerrados sus corazones?”. El corazón es depositario de la Revelación. “El espíritu Fiel descendió (con el Corán) a tu corazón, para que seas de los que advierten”. El corazón, como inteligencia sutil, alcanza un saber al que se denomina en el Corán Fiqh, que significa conocimiento profundo. Hay que tener en cuenta que qalb en árabe significa realmente agitación. Es el lugar de las pasiones alternas.

 

         Después viene, en la gradación ascendente, el lubb, el núcleo. Es el órgano en el que reside el Îmân, una apertura verdadera hacia Allah, sin el desasosiego propio del corazón. Es donde despierta el Dzikr, el Recuerdo, pues en él reside la memoria atemporal.

 

         En quinto lugar, está el Fuâd, el corazón del corazón. Es el órgano de la contemplación. Era el Corazón de Muhammad ante Allah la Noche del Viaje Nocturno, de quien el Corán dice: “Su Fuâd no desmintió lo que veía”. El Corán revelado al corazón encuentra en el Fuâd su asentamiento definitivo: “Esto es para afirmarlo en tu Fuâd”.

 

         Queda así, resumido muy brevemente, lo esencial de esas etapas que hacen del ser humano alguien dotado de una inteligencia que no se limita a nada sino que alcanza profundidades inagotables. Lo importante en todo esto es destacar que el Islam jamás apela a la irracionalidad sino que sobredimensiona a la razón, integrando en ella todos los aspectos de la percepción humana. La irracionalidad es ŷahl, ignorancia, y también arbitrariedad. Pero el Islam dibuja ante el musulmán una senda segura basada en sus posibilidades, sin marginar nada.