Akbar

Emperador mogol

 

 

En 1530, la India se dividía en su parte Norte en numerosos sultanatos y principados gobernados por distintos señores mogoles.  Durante el reinado de Humayum (1530-1556) la presencia mogola no era mas que una ocupación militar mantenida por el prestigio personal del gran Baber. Su hijo y sucesor Humayum estuvo incluso a punto de perder la herencia debido a los numerosos enfrentamientos y ambiciones entre los príncipes mogoles. De hecho Shere Kan logró expulsar a Humayum y mantener un breve reinado sobre Delhi. Humayun consiguió recuperar lo que era suyo en 1555 con la ayuda del rey persa Thamasp. Su sucesor fue Akbar El Grande cuyo reinado dio inicio a uno de los períodos más esplendorosos de la historia de la humanidad. Este hombre tan poco conocido en occidente no solo fue un hábil militar o un político decidido, no solo fue un mecenas de las artes y las ciencias, sino que incluso logró imponer un periodo de paz y dialogo entre las dos grandes religiones de la India: Islam e Hinduismo.

 

            Las dos obras de Abul Fazl, el “Akbarnama” o “Historia de Akbar” y el “Ain – i – Akbari” o “Legislaciones de Akbar”, constituyen seguramente el relato mas completo que se haya redactado jamás acerca de los asuntos de una corte en particular. A pesar de su analfabetismo, o caso debido a él,  Akbar sentía apasionado interés por los libros. Reunió una colección de 24000 volúmenes, poseía copias de obras importantes en todo el mundo, magníficamente ilustradas. Creó un departamento de traducción, con una sala especial de Fatehpur Sikri reservada para los traductores que sacaban textos persas de las crónicas turcas o timúridas, de los clásicos sánscritos hindúes e incluso del latín de los Evangelios cristianos llevados a la corte por jesuitas portugueses.

 

            Un ingles que visitó la corte mogola, anotó que el emperador disponía de escritores que por turnos registraban cuanto el hacía, absolutamente todo, desde ir al retrete hasta el número de veces que yacía con sus esposas. De entre las muchas reformas administrativas que llevó acabo dos de ellas se consolidaron firmemente, el sistema mogol de los escritores de noticias que enviaban informes completos y regulares desde todo el imperio, y la reducción de la presión fiscal sobre el campesinado por medio del incremento de la zona de cultivo. En cuestiones sociales, Akbar se esforzó en suprimir los matrimonios entre niños, abolir la incineración de viudas hindúes junto a sus maridos, regular el juego, controlar la prostitución y crear un sistema de pesas y medidas estándar. Sin embargo el aspecto más llamativo y que más honda huella ha dejado en la historia acerca de este emperador es su inquietud religiosa. La tendencia de Akbar a la especulación fue alentada por corrientes de opinión que se extendían por la India de aquella época. Desde hacía tiempo había existido en el Islam una tradición de misticismo conocida como sufismo, y en el siglo anterior se le habían unido en la India similares actitudes en el seno del hinduismo, en particular el movimiento Bhakti y los comienzos de la religión Sikh, procedentes ambos de un repudio del sistema de castas y de una creencia en un dios personal. Este sustrato místico al que Akbar no era ajeno incitó al emperador a construir el Ibadat – Khana, o “Casa de la adoración” destinada a sostener en ellas discusiones religiosas. El edificio, que ya no existe, era una prolongación de una celda de ermitaño desierta y estaba situado detrás de la  Mezquita de Fatehpur Sikri. Akbar iba allí después de las plegarias en la Mezquita, los jueves al atardecer (el día musulmán esta calculado con su comienzo al anochecer en vez de pasada la medianoche, de modo que la tarde del jueves representaba para Akbar el viernes).

 

Su intención, como en su Diwan-i-Khas, consistía en sentarse en el centro y captar las argumentaciones de todos los bandos. Los fundamentos de la fe de Akbar, acaso ya débiles, sufrían mayor perturbación a causa de tales exhibiciones, ya que tan manifiestas diferencias de opinión en el seno de la comunidad musulmana, le parecieron sentar dudas con respecto al propio Islam, y su medida siguiente consistió en extender el debate a los hombres doctos procedentes de otras religiones. Con el tiempo incluyó en él a hindúes, jaínos, zoroástricos, judíos, y tres padres jesuitas de la colonia portuguesa de Goa. En 1579 Akbar mando a un enviado ante las autoridades portuguesas de Goa para expresar su interés por la religión cristiana y pedirles que enviasen a algunos sacerdotes doctos con los principales libros de la ley y el Evangelio.

 

Así mientras en Europa musulmanes y judíos eran perseguidos y expulsados de sus tierras y sus escritos eran quemados, a miles de kilómetros en la India una iniciativa de dialogo única en la historia estuvo a punto de sentar las bases para una comprensión y una convivencia mejor  de las comunidades que habitaban el mosaico cultural hindú.

 

Por desgracia los tres jesuitas llamados para participar en estos debates, tuvieron que ser apartados debido a su odio acérrimo contra el Islam. A pesar de esta circunstancia, no fueron apartados, Akbar siempre trataba a los “sabios nazarenos”, como los llamaba Abul Fazl, con la mayor cortesía; le gustaba que se sentaran cerca de él y a menudo se los llevaba a parte para mantener con ellos conversaciones en privado. En más de una ocasión se le vio paseando de mano del padre Aquaviva, sin embargo el interés de los jesuitas en Akbar se centraba en la posibilidad de que éste declarase el cristianismo como religión oficial del imperio. Pero la personalidad de Akbar era demasiado fuerte, independiente y egoísta como para someterse a una religión cuyo profeta permitió que le crucificaran, lo cual a ojos de Akbar era una indignidad intolerable. Finalmente creó una religión a su medida, y rompió todos los vínculos que le unían al Islam.

 

            La política religiosa de Akbar parece haber consistido en una feliz amalgama de inclinación personal y de política de Estado; pero este dialogo entre religiones ofreció en su momento el esplendoroso espectáculo del inicio de una comprensión y de una tolerancia que hoy nos son tan necesarias.