LA ASTRONOMÍA EN AL-ÁNDALUS

 

 

En el siglo XI se inicia la decadencia de la Astronomía y, en general, de toda la ciencia árabe en el Oriente Medio motivada por las invasiones de los turcos.

 

         La decadencia de esta ciencia árabe en Oriente coincide con el nacimiento de un importante movimiento científico en al-Ándalus, donde, a partir del siglo IX se inicia en al-Andalus, concretamente alrededor del califato de Córdoba, un floreciente desarrollo de la Ciencia.

 

Establecido el Emirato de los Omeyas en Córdoba, se inicia la época de florecimiento de esta ciudad en el orden político y militar y también en el orden científico, con lo que, bajo Abderramán III y al-Hakam II, el centro de gravedad de la cultura musulmana pasa de Bagdad a Córdoba.

 

         Al mismo tiempo, el Islam ha ido no solo extendiéndose, sino, además, el árabe como idioma científico, y a este florecimiento cultural sí que se afiliaron tanto judíos como los cristianos. El investigador A. Mieli, al estudiar esta cuestiones afirma que con el tiempo se fue produciendo una mezcla de razas, con lo que al cabo de pocas generaciones, la clase dominante, por el aporte de las mujeres ibéricas (era un 90 por ciento latina), y, si oficialmente hablaba y literalmente empleaba el árabe, ordinariamente hacia uso de un dialecto latino predecesor del moderno castellano.

 

Un filósofo andalusí que tocó el tema de la creación y la constitución del Universo fue Ibn al-Sîd al-Batalyúsi ( 1052-1127), nacido en Badajoz y muerto en Valencia, cuya obra principal fue el Libro de los cercos, traducida y publicada por Asín Palacios.

 

Para Ibn al-Sid, Allah es la Causa Primera de la que emana toda la creación. Pero dentro de los seres creados existe una jerarquía, de forma que los seres más próximos a Allah dan el ser a los más alejados. Así de Allah emana directamente la inteligencia de la primera de las  esferas celestes, desprovista de materia. Esta primera inteligencia da el ser a la de la segunda de las esferas, ésta a la de la tercera y así, sucesivamente, hasta llegar a la inteligencia de la novena esfera celeste, que, a  su vez, da el ser a la inteligencia encargada de regir el mundo sublunar y en particular la inteligencia humana. Así recibe su ser el alma de cada uno de los hombres, que como las diez primeras inteligencias es inmaterial, pero pierde parte de sus posibilidades por estar obligada a residir en un cuerpo material.

 

         La materia puede pertenecer a una de las dos clases diferentes: la materia del mundo celeste que posee una forma inmutable, y la materia del mundo sublunar, que es cambiable y, por lo tanto, más imperfecta que la materia de los cuerpos celestes.

 

Las esferas celestes, en movimiento, dan su forma a la materia sublunar, primero la forma elemental: tierra, agua, aire y fuego; en segundo  lugar, como adición de formas elementales aparece la forma mineral; de las formas elementales y el mineral surge la forma vegetal; previa la aparición de las formas elementales: del mineral y el vegetal aparece la forma animal; y de las formas elementales mineral, vegetal y animal aparece la forma humana, la más perfecta de las formas en el mundo sublunar y que mediante un puro acto intelectual puede llegar a alcanzar la perfección de la décima esfera.

 

Azarquiel (1029-1100), nacido en Toledo, ha sido considerado como uno de los primeros astrónomos andalusíes de estos siglos. Su obra ha sido estudiada por Millás Vallicrosa, quien reproduce una serie de opiniones de autores de la época sobre la obra de Azarquiel. Así el historiador toledano Ibn Sa’îd le considera como el más sabio de todos en la ciencia de los movimientos de los astros y de la constitución de las esferas y el más eminente entre la gente de nuestro tiempo en las observaciones astronómicas y en la ciencia de la estructura de las esferas y en el cálculo de sus movimientos, y el más sabio de todos ellos en la ciencia de las tablas astronómicas y en la invención de instrumentos para la observación de los astros.

Una obra de Azarquiel, el Tratado sobre el movimiento de las estrellas fijas, se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, y ha sido igualmente estudiado y traducido por Millás.

 

En ella estudió el movimiento de precisión de los equinoccios, que dijo en 46" por año, muy próximo al hoy admitido, y el de la oblicuidad de la eclíptica que hace variar entre 23° 33' y 23° 53'. Para explicar las variaciones en la precisión y en la oblicuidad de la eclíptica recurre a un sistema de acceso y retroceso análogo a la trepidación de Ibn Qurra.

 

Esta teoría de la trepidación de Azarquiel que rechazada posteriormente por Averroes y aceptada por Alpetragio, por el astrónomo marroquí Abu-l-Hasan ‘Ali (1260) y por numerosos astrónomos musulmanes, judíos y cristianos en al-Ándalus. Duhem, siguiendo a Juan Hispalensis y a Pedro de Abano, atribuye a Azarquiel el descubrimiento de la trepidación y la paternidad de Liber de motu octavae spherae generalmente asignado a Ibn Qurra.

 

Por el contrario, Millás se opone a esta teoría y afirma que, en contra de la opinión de Duhem, Azarquiel no es el autor del Liber de motu octavae spherae.

 

Por encargo del rey de Toledo al-Ma'mún preparó Azarquiel las Tablas Toledanas llamadas así por estar referidas al meridiano de esta ciudad. Para su formación utilizó, según Ibn Jaldún, entre otras, observaciones efectuadas en Sicilia por un judío muy versado en la astronomía y en las matemáticas, el cual se ocupaba en hacer observaciones astronómicas y comunicaba a Ibn Ishaq (Azarquiel los resultados exactos que él obtenía, relativos a los movimientos de los astros y cuestiones derivadas.

 

Duhem niega que estas Tablas Toledanas fueran de Azarquiel, atribuyéndolas a un grupo de musulmanes y judíos que las prepararon por iniciativa de Ibn Sa’îd, siendo Azarquiel el autor de muchas observaciones utilizadas por aquellos.

 

Millás adopta una posición intermedia diciendo parece lo más verosímil, y está además corroborado por el testimonio de autores medievales de autoridad, que el cálculo de las Tablas Toledanas no sería la obra exclusiva de Azarquiel, sino más bien de todo el grupo de observadores reunidos en torno del cadí Sa’id. De esta manera no nos extrañará ver en las Tablas y Cánones Toledanos incorporada la teoría del acceso y retroceso, y que precisamente merced a las Tablas Toledanas que esta teoría incluyó poderosamente en la astronomía europea medieval.

 

El texto original árabe de estas Tablas Toledanas se ha perdido,  pero se conservan diversas versiones latinas, de ellas, dos en la Biblioteca  Nacional y otra en la de El Escorial.

 

Los astrónomos árabes de los siglos IX, X y XI trataron de desarrollar  y dar contenido físico al sistema propuesto por Tolomeo, apoyándose primero en el Almagesto, que fue sin duda la obra fundamental del astrónomo griego, y más tarde, con Alhacén en la Hipótesis de los planetas, cuya obra, como ya hemos indicado, fue ampliamente desarrollada más tarde por los astrónomos musulmanes, judíos y cristianos en al-Ándalus.

 

Este sistema de Tolomeo, de deferentes y epiciclos, circunferencias  o esferas, permitía calcular posiciones para los distintos planetas en coincidencia con las observaciones. Pero resultaba imposible para los astrónomos, y aún  más para los filósofos en la al-Ándalus, el admitir la existencia real de esa serie de movimientos circulares alrededor de puntos en los que nada existía. Así Avempace ( Ibn Baÿÿa), nacido en Zaragoza ( 1106-1138), considera que la existencia del epiciclo es inadmisible. Y Maimónides nos da las razones por las que Avempace se oponía a este sistema. Establecer un epiciclo que gire sobre cierta esfera sin girar alrededor del centro de esta esfera que le soporta, como se ha supuesto para la Luna y los cinco planetas, he aquí cosa de la que se seguiría necesariamente que hay rodamiento, es decir, que el epiciclo rueda y cambia enteramente de lugar, cosa que se ha querido evitar el que exista algo en el cielo que cambie de lugar. Por otra parte, existiría un movimiento de revolución alrededor de un centro que no sería el centro del mundo, y, sin embargo, es un principio fundamental de todo el Universo que los movimientos posibles son tres: un movimiento a partir del centro, otro en dirección al centro y un tercero alrededor del centro. Pero si existiera un epiciclo, su movimiento no sería ni centrífugo ni centrípeto, ni alrededor del centro. Y por último, es uno de los principios planteados por Aristóteles, que es necesario un punto fijo alrededor del cual tenga lugar el movimiento, y ésta es la razón por la cual es necesario que la Tierra esté fija, pero si existiera el epiciclo se tendría un movimiento circular alrededor de un centro en el que no habría ningún cuerpo fijo.

 

            Otro astrónomo de esta época es el sevillano Yâbir (Geber) ben Aflah, cuya obra principal es Islâh Almaÿistî, fundamentalmente, una crítica al Almagesto de Tolomeo, del que dice en el preámbulo que es difícil de leer, dando una lista de errores encontrados, en especial en lo que se refiere al cálculo de eclipses, y en la determinación de las distancias de los planetas, cuya ordenación va a rectificar, situando a Mercurio y Venus por encima del Sol.

 

En algunas ocasiones la crítica de Geber es demasiado dura, como cuando atribuye los errores de Tolomeo a su debilidad y a su ignorancia en geometría. Por el contrario, en otras ocasiones achaca las dificultades en la lectura del Almagesto a errores cometidos en la traducción, pues dice: Es posible que el traductor no comprendió lo que Tolomeo quería decir, y alteró el texto, de forma que quedó modificado el significado.

 

En el libro VII trata del orden de los planetas, que Tolomeo había dividido en dos grupos, Mercurio y Venus, cuyas elongaciones quedaban dentro de ciertos límites, los situaba entre la Luna y el Sol, quedando los demás más allá de éste y pudiendo alcanzar sus elongaciones cualquier valor. Por otra parte, Tolomeo había dado como valor máximo de la paralaje solar el de 2' 51", mientras que Mercurio y Venus, decía, no presentaban paralaje sensible. Si esto es así, evidentemente Mercurio y Venus han de estar más lejos que el Sol. Esto lleva a Geber a criticar despectivamente a Tolomeo: Me siento perplejo ante esta falta de consistencia y ante este error, que él (Tolomeo) no notó. Si, según Tolomeo, Mercurio y Venus no tienen paralaje sensible y el Sol sí la tiene, ¿cómo pueden aquellos estar por debajo del Sol? Por otra parte, dice Geber, si fuera natural que el Sol debiera separar los planetas que tienen elongaciones limitadas (Mercurio y Venus) de los que no las tienen, la Luna debería estar con los planetas exteriores, pues ni éstos ni aquellos tienen límite en el valor de sus respectivas elongaciones.

 

Otro astrónomo médico y filósofo musulmán andalusí, nacido en Guadix, fue Abu Bakr Ibn Tufayl (1110-1185). Estudió a Tolomeo y a Avempace, y se opuso al sistema del primero, negando la posibilidad de los movimientos, tanto en órbitas circulares excéntricas, como en el sistema de epiciclos y deferentes. Conocemos sus ideas por las referencias que a él hace Averroes en el libro XIII de su comentario sobre la Metafísica, en el que se lee Ibn Tufayl poseía sobre esta materia excelentes teorías de las que se podría sacar gran provecho. También Maimónides se refiere a estas teorías de Ibn Tufayl: He oído decir que Abu Bakr decía haber encontrado un sistema astronómico sin epiciclos, sino solamente con esferas excéntricas, sin embargo no he oído esto a sus discípulos. Pero aun cuando lo hubiera conseguido no habría ganado gran cosa, pues, en la hipótesis de la excéntrica, se separa igualmente de los principios planteados por Aristóteles, a los cuales no puede añadirse nada.

 

Por último, Alpetragio, discípulo de Ibn Tufayl, nos dice en su Teoría de los planetas, que Ibn Tufayl había encontrado una teoría nueva sobre los planetas. que deducía sus movimientos de principios distintos de los de Tolomeo, que rechazaba toda excéntrica y todo epiciclo, con este sistema todos los movimientos celestes se verifican y no resulta nada falso.

 

Averroes (Ibn Rushd, 1120-1198), según Vernet, es probablemente el andalusí que más ha influido en el pensamiento humano.

 

Entusiasta admirador de Aristóteles, lo más importante que nos ha dejado, y por lo que fue ampliamente conocido en toda Europa a través de diversas traducciones, fueron sus Comentarios a la obra del filósofo griego.

 

Interesado por la Astronomía conoció las ideas expuestas por Avempace y por Ibn Tufayl sobre el sistema de Tolomeo, y se sumó al movimiento iniciado por aquellos. En su comentario sobre la Física de Aristóteles dice: ... ha fundado y acabado la Lógica, la Física y la Metafísica. Digo que los ha fundado, porque todas las obras que han sido escritas antes de él sobre estas ciencias no vale la pena comentarlas, y han sido eclipsadas por sus propios escritos. Digo que las ha acabado porque ninguno de los que han seguido hasta nuestros tiempos -es decir- durante cerca de 1500 años, ha podido añadir nada a sus escritos, ni encontrar en ellos un error de alguna importancia.

 

Dada esta admiración por la figura de Aristóteles, recuerda Averroes algunos de los principios expuestos en sus obras De Coelo y Metafísica. Pretender que existan epiciclos y excéntricas es contradecir las leyes físicas. Es absolutamente imposible que haya epiciclos. Un cuerpo que se mueve circularmente, se mueve necesariamente de tal suerte que el centro del Universo sea el centro de su movimiento. Si el centro de su revolución no fuera el centro del Universo habría un centro fuera de éste, haría falta entonces que existiera una segunda Tierra, y esto es imposible según los principios de la Física, lo mismo puede decirse de la excéntrica cuya existencia admite Tolomeo. Si los movimientos celestes admitieran varios centros habría varios cuerpos graves exteriores a esta Tierra. El cuerpo que se mueve circularmente, se mueve necesariamente alrededor de un centro fijo y es necesario igualmente que ese centro sea la Tierra, puesto que es ella la que está inmóvil en el centro del mundo.

 

          Averroes vuelve al sistema de esferas homocéntricas de Eudoxio, y de Aristóteles. Estas esferas giran por propia voluntad, con movimientos uniformes, cumpliendo así su misión de servir a Dios, de quien emana el movimiento de las esferas.

 

          Considera muy poco probable la existencia de la novena esfera. Las esferas están justificadas únicamente como soporte de los astros y son tanto más nobles cuanto mayor sea el número de astros que soportan. Por otra parte, la esfera que provoca el movimiento de todas las restantes, ha de ser evidentemente la más noble, y como la esfera que transmite su movimiento a todas las interiores es la más externa, ésta no puede ser una esfera sin estrellas. No puede, pues, existir la novena esfera.

 

         Del Primer principio deriva el motor de la octava esfera en la que están situadas las estrellas fijas. De este primer motor deriva el motor de la esfera de Saturno. De éste a su vez deriva el motor de los movimientos complementarios de Saturno y de las esferas de Júpiter. Y así, sucesivamente, hasta llegar a la esfera de la Luna.

 

En cuanto a estos movimientos de las esferas dice: El movimiento circular de las esferas no es un accidente de su sustancia, sino que su propio ser exige ese movimiento, por necesidad natural simple, y si surgiese el reposo no habría en ellas un simple cambio, sino que dejarían de ser.

 

Para explicar el movimiento de cada planeta necesita dos esferas, una girando de occidente a oriente, con movimiento uniforme, alrededor de un eje propio, distinto para cada planeta, y una segunda con el movimiento de oriente a occidente trasmitido por el giro de la esfera de las estrellas fijas, con lo que explica el movimiento diurno. El resultado de estos dos movimientos de rotación, en sentidos contrarios y alrededor de ejes distintos, es un movimiento aparente describiendo el planeta una línea lawlabî.

 

Con esta hipótesis consiguió explicar los movimientos alternativamente directos y retrógrados de los planetas, pero no las variaciones en sus distancias a la Tierra.

 

Por estos años vivió Maimónides ( 1135-1204), nacido en Córdoba, quien, aunque judío, fue discípulo de filósofos musulmanes. Nos ha dejado varias obras, entre ellas la más importante fue la titulada Guía de los Extraviados, en la que sigue las doctrinas de Avicena, coincidiendo en muchos puntos con Averroes. Trata de hacer compatibles las enseñanzas de Aristóteles con los dogmas judíos y musulmanes.

 

Maimónides considera que el conocimiento de los problemas del mundo supralunar no es accesible al hombre, que sólo puede conocer las cosas sublunares.

 

En cuanto al Universo, constituye una unidad en el que no puede existir el vacío. El centro del Universo es la Tierra, rodeada por el agua, el aire y el fuego, y más allá el quinto elemento componiendo numerosas esferas contenidas unas dentro de otras, pero sin vacíos intermedios. Todas estas esferas giran con movimientos uniformes, pero con velocidades distintas unas de otras. Según el Almagesto, dice Maimónides, para dar ciencia de la regularidad de los movimientos, y para que la marcha de los astros esté de acuerdo con los fenómenos observados, es necesario admitir una de estas dos hipótesis, sea un epiciclo, sea una esfera excéntrica, o incluso las dos a la vez. Pero voy a demostrarte que cada una de estas dos hipótesis está totalmente fuera de toda realidad y es totalmente contraria a lo que se ha expuesto en la Ciencia Física.

 

Rechaza en efecto los epiciclos y rechaza las esferas excéntricas como opuestos a los principios de Aristóteles. Pero añade otro argumento contra las esferas excéntricas; señala que las esferas sólidas, contiguas unas a otras, no podrían girar libremente alrededor de centros distintos. Las esferas exteriores arrastrarían en su movimiento a las esferas interiores. Si lo que Aristóteles dice es verdad, no existen ni epiciclos ni excéntricas y todo gira alrededor del centro de la Tierra. Pero, ¿de dónde vendrían a los planetas sus movimientos tan diversos? ¿Es posible de alguna forma que el movimiento sea perfectamente circular y uniforme, y que responda al mismo tiempo a los fenómenos observados, si no es explicándolo por alguna de las dos hipótesis, o por las dos a la vez? Tanto más admitiendo lo que Tolomeo ha dicho... los cálculos hechos según estas hipótesis no dan errores ni de un solo minuto... ¿cómo imaginar sin epiciclos la retrogradación aparente de un planeta?

 

Las ideas de Averroes fueron compartidas por un contemporáneo suyo, Abû Ishâq al-Bitrûÿî o Petrucci, conocido más generalmente por el nombre de Alpetragio. Nacido en Pedroche, al Norte de Córdoba.

 

Conocedor de las ideas de Ibn Tufayl y Averroes rechazaba el sistema de epiciclos y deferentes como opuesto a las ideas de Aristóteles, y expone un nuevo sistema, pues, decía, Allah me ha inspirado y me ha revelado el secreto de los movimientos de los mundos.

 

Al comentar la obra de Tolomeo dice Alpetragio:  Yo no puedo imaginar esferas excéntricas con respecto al mundo que giren alrededor de sus centros particulares distintos del centro del Universo, centros que giran a su vez alrededor de otros centros; yo no puedo admitir estos epiciclos que giran alrededor de sus propios centros, mientras que, en el espesor de la misma esfera, el centro del epiciclo gira en sentido contrario de la rotación del epiciclo sobre otra esfera excéntrica. Todas estas esferas están colocadas en el interior de una misma esfera, llenan una parte, mientras el resto permanece vacío, si se supone que esta esfera total, en cuyo seno se reúnen todas las esferas parciales está formada de agua o de fuego, las diversas partes de esta esfera deberán moverse para dejar un espacio vacío a las esferas parciales, mientras que el resto de la esfera quedará lleno del flujo que la forma. Estas suposiciones engendran el error, que se manifiesta por las falsedades que se deducen y por las proposiciones contrarias a la verdad.

 

          Alpetragio en su sistema supone que el centro del Mundo está rodeado por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, y éstos, a su vez, están rodeados por nueve esferas que tienen la forma de capas esféricas concéntricas con el centro del Mundo.

 

         Las esferas poseen un alma que las mueve. Pero desde la esfera exterior hasta el interior la perfección va decreciendo, tanto en lo que se refiere al alma como al cuerpo de las esferas y al grado de pureza del éter del que están constituidas.

 

         La novena esfera, que no contiene ningún astro, se mueve por sí misma y no recibe su movimiento de ningún otro cuerpo. Se mueve con un movimiento de rotación, simple y perfecto, de oriente a occidente, en un día sidéreo, alrededor de un eje cuyos polos son los polos del Universo.

 

         En la octava esfera están situadas las estrellas fijas y en las siete restantes esferas están situados los planetas por este orden : Saturno, Júpiter, Marte, Venus, el Sol, Mercurio y la Luna.

 

Pero los movimientos de estas ocho esferas no son simples y perfectos como el de la novena. Cada una de estas ocho esferas desea imitar la perfección absoluta, sigue el movimiento de la novena, pero con un retardo tanto mayor cuanto mayor es su distancia a aquélla.

 

Cada una de las esferas trata de salvar esta imperfección en su movimiento, y trata de conseguirlo mediante un nuevo movimiento de  rotación uniforme, alrededor de un eje particular distinto para cada esfera.

 

Así la octava esfera, la de las estrellas fijas, tiene un movimiento  de rotación de oriente a occidente alrededor del eje del Mundo, pero un  poco más lento que el de la novena esfera, puesto que su alejamiento de ésta no le permite recibir en su totalidad su movimiento. La diferencia de la velocidad es tal, que al cabo de 36.000 años la octava esfera habrá perdido una rotación completa con relación a la novena. Así suprime el movimiento de occidente a oriente de la octava esfera admitido por Tolomeo para dar cuenta de la precisión por él descubierta.

 

Cada uno de los planetas está sobre su propia esfera, en el orden antes indicado. Pero al ir aumentado su distancia a la novena esfera, su velocidad de rotación propia va siendo cada vez menor. Así Saturno pierde un giro completo en 30 años; Júpiter lo pierde en 12 años; Marte, en 2; Venus, el Sol y Mercurio, en un año, y la Luna, en 27 días.

 

Pero, dada la mayor complejidad de los movimientos observados de los planetas, Alpetragio se vio obligado a complicar su sistema introduciendo nuevos movimientos. Para ello hubo de admitir que el movimiento de cada planeta es la composición de tres rotaciones uniformes y simultáneas alrededor de tres ejes distintos. En efecto, la esfera de un planeta determinado tiene el movimiento de rotación propio a que acabamos de referirnos, uniforme de oriente o occidente, alrededor de su eje propio. Este eje propio gira también con movimiento uniforme, pero de occidente a oriente alrededor del eje del círculo de los signos del Zodíaco. Y éste, por su parte, como vimos anteriormente, gira, también de una manera uniforme, de oriente a occidente, alrededor del eje del mundo. Estos movimientos son uniformes, pero el primero, el de la rotación propia de la esfera del planeta es más lento que el de este eje propio de la esfera del planeta alrededor del eje del círculo de los signos.

 

En el caso de Marte y Mercurio, los planetas no están en el ecuador de la respectiva esfera, sino ligeramente desplazados hacia el Sur.

 

Lo que no logró explicar este sistema es la variación en las distancias de los planetas a la Tierra.

 

          Alpetragio no intentó llevar su sistema al grado de precisión al que Tolomeo llevó el suyo, y al que no logró desplazar. Tolomeo podía predecir las posiciones de los planetas, cosa que Alpetragio no intentó siquiera, y así confiesa que la tarea emprendida excedía a sus fuerzas y que no había conseguido lograr un sistema completo que permitiera prever y calcular los fenómenos celestes con una aproximación comparable a la obtenida en el sistema de Tolomeo.

 

Pero la obra de Alpetragio recibió una calurosa acogida por parte de cuantos se oponían al Almagesto, en especial por los astrónomos  musulmanes, cristianos y judíos de al-Ándalus, manteniendo su influencia en Italia hasta el siglo XVI.

 

* * *

 

         Los astrónomos  musulmanes trataron de asimilar, primero, y mejorar, después, la astronomía griega. Para ello se ocuparon también de mejorar las observaciones modificando los instrumentos de observación, astrolabios y relojes, y con estas observaciones, cada vez más precisas, y apoyándose en la autoridad de los grandes filósofos griegos, Aristóteles en particular, modificaron el sistema del mundo ocupándose de la preparación de Tablas astronómicas que habrían de ser utilizadas en los observatorios que crearon primero en Oriente y más tarde en al-Ándalus.

 

Esta preocupación por la astronomía hizo posible la conservación de la ciencia griega que llegará a Europa a través de al-Ándalus, donde aprendió Europa a construir astrolabios y relojes y donde se prepararon las Tablas, primero las Toledanas y luego las Alfonsíes, que utilizó toda Europa durante varios siglos.