LA
ORIGINALIDAD DE LA CIENCIA
EN
EL ISLAM
Posiblemente uno de los problemas más apasionantes que pueden plantearse a un historiador es el de la capacidad creadora de los distintos pueblos. Generalmente – y hoy en día sigue repitiéndose- se afirma que la ciencia y la técnica contemporáneas son consecuencia y fruto del conocimiento; que pueblos como Japón o China son puros imitadores y perfeccionadores de lo que les llega de Occidente o que la Ciencia en el Islam medieval es una mera copia de la clásica.
Efectivamente:
en el siglo XIX Occidente pensaba que la ciencia islámica no había podido
realizar una labor original, que no había podido hacer grandes descubrimientos,
debido a la presión teocrática de su religión, a la falta de libertad política
y a la carencia de una democracia formal. Por el contrario, la ciencia clásica
habría dado de sí todo lo que dio gracias a no haber conocido ninguna de esas
limitaciones.
Frente
a estas afirmaciones de la élite intelectual de Occidente, los musulmanes de
principios del siglo xx reaccionaron de un modo apasionado volcándose en el análisis
de la cultura de la Edad Media europea y subrayando cómo durante esos siglos
oscuros de nuestro pasado, la civilización y la ciencia musulmanas brillaron
con gran esplendor, y cómo fueron los conocimientos científicos allegados por
los musulmanes los que percutieron la eclosión del Renacimiento, al cual sí se
puede considerar raíz de nuestro actual desarrollo; siempre y cuando no se le
quiera separar de su infraestructura islámica, ya que sin ésta no hubiera
existido en lo que a las ciencias se refiere. Y, en apoyo de sus afirmaciones de
la igualdad de pueblos y culturas ante el fenómeno científico-técnico, traían
a colación el ejemplo del Japón que, por aquel entonces, acababa de ponerse al
nivel de los pueblos más avanzados de Occidente.
Frente
a alguno de estos problemas hay que confesar que sus antepasados -es decir, los
de los siglos IX al XV- habían adoptado posiciones mucho más sensatas. Tal,
por ejemplo, las opiniones del cadí Ibn Sa’id de Toledo e Ibn Jaldún. El
primero, en su Libro de las generaciones de las naciones (s. XI),
afirmaba: «Hemos observado que todas las naciones que proceden de las siete
primitivas... se dividen en dos categorías : unas cultivaron las ciencias; en
ellas se desarrollaron diversas formas de saber; de ellas nacen todas las
disciplinas científicas. Otras, por el contrario, no cultivaron las ciencias lo
suficiente como para hacer incluir a sus pueblos en el número de naciones
cultas, pues no desarrollaron ni la filosofía ni ninguna otra rama del saber.
Los pueblos que han desarrollado la ciencia son ocho : indios, persas, caldeos,
hebreos, griegos, rûm (bizantinos), egipcios
y árabes... y las más nobles de las naciones que no cultivaron las ciencias
son los chinos y los turcos».
«Los
chinos... descuellan en la ejecución de trabajos manuales y en la pintura. Esa
es la parte del saber que les corresponde y en la cual han sobrepasado a todos
los pueblos. Son, entre todos los hombres, los que mejor soportan el esfuerzo
constante que exige el acabar una obra, la fatiga que se padece en la creación
artística. Los turcos... están especializados en el arte de la guerra, en el
manejo de las armas; sobresalen en ello y lo conocen de modo perfecto. Son los
hombres más hábiles en la equitación y en la táctica y tienen una habilidad
extraordinaria en el manejo de la lanza, de la espada y del arco.»
Desgraciadamente
el concepto que Ibn Sa’id tiene de la capacidad científicas de los cristianos
de la península ibérica es pésima. Éstos son, para él, uno de los pueblos
que, a pesar de ser vecinos suyos, no pueden hacer nada de provecho: «Los
gallegos, los bereberes y todos los habitantes de las regiones de Occidente que
pertenecen a esta categoría son pueblos a los que Allah ha dado una particular
turbulencia y ceguera y en los cuales a infundido el amor a la anarquía y a la
violencia».
Ibn
Jaldún (s. XIV), por su parte, niega que el Islam pueda coartar
Sin
embargo, hay que reconocer que a principios del siglo XX era muy difícil
responder a estas cuestiones dados los escasos textos científicos egipcios y
babilónicos publicados. Hoy, ochenta años después, esta panorámica ha
cambiado y ya se pueden establecer comparaciones de
interés entre las aportaciones de los distintos pueblos de la Antigüedad
a la
La
obra de los babilonios, por ejemplo, les fue conocida de modo independiente a
través de griegos, indios, persas y también, muy posiblemente, a través de la
tradición oral conservada en Harrán, zona aún pagana en la época en la que
se islamizó. Algunos de esos conocimientos les llegaron en un estadio tan
elemental y primitivo -tal el álgebra y la trigonometría- que no hay más
remedio que considerar a los estudios musulmanes como sus propios creadores al
transformar una exposición casuística en otra orgánica y sistemática con la
introducción de nuevos elementos y una axiomática correcta. Así demostraron
tener la misma capacidad creadora que los griegos de la época clásica, quienes
habían procedido de modo muy similar con la aritmética, la geometría y la
astronomía. Hay que destacar que no ocurrió lo mismo con la numeración de
posición que los musulmanes recibieron, de hecho, completamente desarrollada.
Bastante
más difícil es saber lo que los musulmanes pensaban sobre el desarrollo científico
o, si se prefiere, y como diríamos hoy, sobre su política científica. Tenemos
muy pocos textos escritos por científicos que
aludan a este tema. Las más de las veces los detalles surgen en el lugar
más inesperado, aunque es cierto que los prólogos y las conclusiones de sus
libros presentan detalles de interés con una cierta frecuencia y que no son
pocas las veces en que tropezamos con verdaderas autobiografías como es el caso
del médico-astrólogo ‘Ali ben Riduan o el de Sinan ben Zabit en su libro
trunco Acerca del movimiento del Sol.
Por
otra parte, los diccionarios biográficos medievales se preocupan más de los
hombres de letras que de los de ciencia, y cuando aparece en ellos alguno de éstos,
como los médicos Avenzoar o Umayya ben ‘Abd al-‘Açiç, o los agrónomos
al-Tignarí o Ibn Luyún, es debido a que tienen un peso propio específico en
el campo literario. De poco valieron los esfuerzos de los científicos por
escribir sus prólogos en prosa elegante: que yo sepa el que Azarquiel haga
preceder una de sus obras dedicada al rey poeta de Sevilla, al-Mutamid, con una
dedicatoria escrita en su más florido estilo, no le ha valido ser incluido en
los manuales literarios de la época. Tampoco tuvo ese éxito Sinan ben Zabit,
quien en su ya citado libro Acerca del movimiento del Sol, al tratar de
las sombras intenta mostrar su erudición trayendo a colación citas de Aristóteles,
de el Corán y del gran poeta Dzú-l-Rumma.
Reducidos como estamos, pues, a unos cuantos textos que se presentan de modo esporádico y a media docena de diccionarios biográficos, como los de Ibn Qifti, Ibn abi Usaybi’a o Ibn Yulÿul o técnicos y tardíos como el de Tahanawi, es difícil adivinar cómo los creadores de la ciencia islámica veían el origen y desarrollo de ésta.
En
primer lugar todos parecen estar convencidos de la necesidad de
Idénticamente
un buen ambiente favorece el desarrollo de la ciencia. Al-Karaÿi lo indica de
modo bien claro: « Cuando fui al Iraq y vi que sus habitantes, grandes y
humildes, amaban la ciencia, apreciaban su rango y honraban a los sabios,
compuse una obra de Aritmética y Geometría. Después regresé a la tierra del
Yabal (Zagros) y dejé en ella de componer lo que había compuesto en el Iraq
dado el ambiente científico reinante: me desentendí de escribir y no volví a
componer obras hasta que Allah socorrió al país y a sus habitantes dando el
gobierno a Abú Ganim Ma’rúf ben Muhammad... A la sombra de sus beneficios...
he reemprendido cu costumbre y he empezado a componer este libro como homenaje y
muestra de afecto hacia él, titulándolo Afloramiento de aguas ocultas».
Libro éste que junto con las indicaciones recogidas por Ibn Wahshiyya (m.c.
299/912), consta que fueron conocidas prontísimo en al-Ándalus, fueron la
La producción científica, pues , estaba frecuentemente influida, como
hoy, por las decisiones del poder. Ibn Hawqal no vacila en afirmar que «He sido
expulsado por la tiranía de los príncipes y las cínicas vicisitudes del
tiempo; por la continuada serie de desgracias y la opresión que ha agobiado a
los pueblos de Oriente; por los métodos injustos y tiránicos empleados por los
príncipes que desprecian la equidad; por el aumento de las crisis y de las
calamidades; por la suma de fatigas y embates del destino; por el trastrueque de
los medios de subsistencia y la escasez de lluvias bienhechoras». En pocas
palabras: las dificultades políticas y económicas obligan a emigrar a uno de
los mayores geógrafos de la época. Y su coetáneo, el médico andalusí Ibn
Yulÿul, confirma sus asertos: «En esos reinados no apareció ningún hombre
notable que fuera conocido por su maestría y célebre por sus aportaciones
científicas. El imperio abbasí se debilitó con la intromisión en el poder de
los daylamíes y de los turcos que no se preocuparon por la ciencia : los sabios
sólo aparecen en los Estados cuyos reyes buscan la sabiduría».
Antes
de emprender una investigación los musulmanes tuvieron particular
Si
estos testimonios parecen vincularse con problemas muy tratados ya en la Antigüedad,
los que citamos a continuación parecen independientes, bibliográficamente
hablando, de aquélla. Así Ibn Hawqal confiesa no disponer de ninguna obra
satisfactoria sobre itinerarios que le sirva de punto de partida para componer
la suya y mucho más explícito es Idrisí, quien nos indica la imposibilidad de
encontrar en su época informes claros, precisos y detallados en las obras de
que disponía. Por eso Roger II «mandó llamar a personas informadas sobre
estas materias, les hizo preguntar, discutió con ellas, pero tampoco sacó nada
en claro». Y, en consecuencia, se decidió a encargar a Idrisí la redacción
de una Geografía.
Esta
búsqueda de fuentes se extiende a todos los campos. Ibn Mu'âd, en la introducción a su Trigonometría, alude a la aportación
hecha en este campo por sus predecesores, y Azarquiel afirma, de uno de sus
instrumentos, que «si bien es cierto que alguien (Ibn al-Samh) anterior a
nosotros aspiró a construir uno muy parecido, no logró sin embargo que
compitiera con el mío en la feliz concepción y justa disposición, pues su
autor lo dispuso en siete láminas... cosa que nosotros hemos evitado en nuestro
instrumento, que sólo exige una lámina adicional para la Luna».
Existe en todos ellos el prurito de llevar al ánimo del lector la escrupulosidad con que han analizado sus fuentes y cómo han realizado una labor crítica de las mismas.
El
que nuestros autores se esforzaran tanto en entender los textos recibidos no
significa que los siguieran a pies juntillas. Ciertamente algunos sí lo
hicieron y copiaron a los maestros estudiados a ciegas haciendo bueno el
aforismo «magister dixit». Pero estos casos, y nos interesa mucho subrayarlo,
no hicieron ley. El mismo Averroes, en su comentario al De Coelo recoge, con
fino espíritu crítico, las teorías innovadoras que en el campo de la mecánica
celeste estaba introduciendo su contemporáneo al-Bitrúÿi. Pero dejando de
lado este testimonio por proceder de un filósofo-científico podemos ver lo que
nos dicen los científicos puros.
En
este aspecto tiene suma importancia la introducción que Ibn al-Haytam escribió
a su libro Dudas sobre Tolomeo: Nos afirma que la verdad es buscada por sí
misma aunque sea difícil encontrarla y muchas veces se presente rodeada de
dudas. Por eso, al leer los libros de los sabios, hay que esforzarse en
entenderlos, en encontrar lo que quieren decir en realidad. Y siempre teniendo
en cuenta que Allah no ha puesto a los sabios a cubierto del error, ni de la
obcecación ni de la confusión, puesto que si lo hubiera hecho éstos no
discreparían al tratar de una misma cuestión, ya que todos estarían en posesión
de la verdad. Pero como la experiencia demuestra que discrepan entre sí, hay
que admitir que los sabios también yerran. Al buscar la verdad no hay que
seguir a ciegas lo que afirman los libros antiguos, si no que hay que examinarlo
con espíritu crítico, seguir en detalle sus pruebas y demostraciones, teniendo
en cuenta, además, los posibles errores y omisiones que pueden ser imputables a
los copistas o al lector; su pensamiento debe fijarse en el texto y las notas,
debe analizarse desde todos los puntos de vista y no se debe estar prevenido, ni
en contra ni en favor, de lo que se lee. Utilizando este método, se descubrirá
la verdad y desaparecerán las dudas. Y es empleándolo como Ibn al-Haytam se
adentra en la lectura de las obras de Tolomeo que, en el primer instante, le
impresionan por los grandes conocimientos que encierran. Pero sin demérito de
la justa fama del autor, pueden señalarse, analizándolo críticamente, una
serie de pasajes confusos, de palabras inadecuadas y de lugares contradictorios.
Cierto que son pocos comparados con la inmensa mole que representa el Almagesto,
pero no hay porqué omitir tratar de ellos y dejarlos al descubierto para que
quienes lo lean sepan a qué atenerse.
Sinan
ben Zabit, refiriéndose también a Tolomeo, muestra como ya en el siglo X se
ponían en duda ciertas teorías del alejandrino. Así, hablando del movimiento
del sol señala que si bien Tolomeo había afirmado que el apogeo se encontraba
fijo, los astrónomos de al-Ma'mún, es decir, los autores de las Ziÿ al-mumfahan,
habían demostrado lo contrario, con lo cual habían surgido dos escuelas
rivales que, a base de acopio y reiteración de las observaciones de los
equinoccios y de los solsticios, intentaban corroborar la opinión de Tolomeo o
demostrar las afirmaciones de los astrónomos del califa.
Es
evidente que si el gran Tolomeo no estuvo exento de críticas, críticas que
llegaron hasta innovar una nueva mecánica celeste, no se escaparon de ellas los
restantes autores de la Antigüedad y del Islam. La afirmación reiterada en los
prólogos de los textos musulmanes de que aportan nueva materia al conocimiento
de la disciplina de que tratan constituye muchas veces un tópico literario;
pero muchas, también, son expresión de la pura realidad.
Si
esto ocurre en las ciencias exactas puede imaginarse lo que sucede
en el campo de las ciencias humanas, en donde, por lo general, la
observación crítica es más fácil que en aquéllas. Ibn Hawqal muestra su espíritu
científico al observar que los naturales de un país son parciales en pro o en
contra del mismo y, por tanto, sus observaciones deben ser puestas
en tela de juicio y contrastadas con el testimonio de los viajeros. Roger
II, el mecenas de Idrisí,
dispuesto a tener una Geografía de todo el ecúmene,
«decidió buscar por sus estados a los viajeros instruidos, los mandó
introducir en su presencia y los interrogó por medio de intérpretes bien todos
a la vez, bien por separado. Siempre que se mostraban de acuerdo y que sus
informes coincidían en un punto, ese punto era aceptado como cierto. Cuando no
era así, se omitía. Invirtió en este trabajo más de quince años sin dejar
de examinar por sí mismo todas las cuestiones geográficas, de buscar su solución
y de verificar la exactitud de los hechos con el fin de obtener los
conocimientos que apetecía».
En
todo caso existen citas reiteradas de que las ideas y conceptos astronómicos de
los musulmanes fueron modelándose con la reiteración de las observaciones y la
construcción de aparatos apropiados. Azarquiel no vacila en escribir:
«proseguimos el estudio de dicho problema en la ciudad de Toledo...
hicimos instrumentos idóneos para la observación..., esa diferencia no se
correspondía con las observaciones..., verificamos constante y atentamente las
observaciones... ».
Es
cierto que él no nos habla de la aproximación de sus medidas ni de las
dimensiones de los aparatos que construyó, pero a pesar de ello podemos
hacernos una idea de los mismos desde el momento en que Abraham ben ‘Ezra nos
afirma que los hermanos Banú Músa o Banú Shakir construyeron astrolabios de
gran tamaño que debían permitir la apreciación de los minutos de arco; Sinan
ben Zabit asegura, por su parte, que construyó una armilla (halqa) de tres
codos, esforzándose extraordinariamente en obtener una gran exactitud en las
divisiones de grados y minutos.
En cambio, en el campo de las ciencias naturales la observación física
es absolutamente necesaria para adquirir los conocimientos de
etología animal que Yahiç recoge esporádicamente en su zoología o los
detalles de morfología vegetal que se encuentran en los grandes tratados de Botánica
de la época y que vinieron a más que duplicar el número de plantas descritas
por Dioscórides.
Lo
dicho hasta ahora viene a probar, según creemos, que los musulmanes dispusieron
y utilizaron con fruto las herramientas necesarias para el trabajo científico y
que con ellas en la mano contribuyeron de modo
Ahora
bien: en general parten de un cuadrivium que, ampliado o no,
A) En primer lugar la Aritmética o ciencia de los números que
tiene varias subdivisiones : 1) el arte de calcular destinado a explicar
las operaciones fundamentales. Puede considerarse de creación islámica y tiene
una gran importancia en la enseñanza elemental, ya que da ideas claras, enseña
a razonar sistemáticamente y forma buenas cabezas que se acostumbran a pensar
con lógica pasando ésta a constituir una segunda naturaleza de quienes las han
estudiado en la infanda. Es curiosa la observación jalduniana de que en matemáticas
es más fácil entender el sistema de operar que las demostraciones que lo
justifican; 2) el Álgebra de cuyo origen nada nos dice, pero que en su forma
elemental casuística es de origen babilónico y llegó a conocimiento de los
musulmanes, posiblemente, sin intermediarios. Entre ellos alcanzó el rango de
ciencia y los seis primitivos tipos de ecuación se transformaron en sus manos
en más de veinte, para las cuales descubrieron las correspondientes soluciones
fundadas en sólidas demostraciones geométricas; 3) la ciencia de las
transacciones comerciales (mu’âmalat), que en rigor es una disciplina
basada en las dos anteriores, la aritmética y el álgebra, y 4) la ciencia de
las herencias (farâ'id), típica de los países del Islam. Tiene su
punto de arranque en las complejas leyes establecidas en el Corán para repartir
los bienes relictos entre los distintos herederos de acuerdo con su grado de
parentesco con el difunto. Dado que esas disposiciones frecuentemente indican la
parte que corresponde a cada una de ellos de modo fraccionario y que se prevé
la herencia por representación, se plantea una casuística enorme de la que Ibn
Jaldún se hace eco, «puede darse -dice- que haya un
gran número de herederos y que uno de ellos muera antes de la partición;
su parte debe ser distribuida entre sus propios herederos; o puede
ocurrir que la suma de las partes
legales exceda del monto total de la sucesión; o que un heredero afirme la
existencia de otro heredero que, en cambio, no acepten los restantes
derecho-habientes». Evidentemente, esta casuística llevó a los matemáticos
encargados de resolverlos a una serie de hallazgos
sobre el modo de operar con fracciones.
B)
Geometría. Aparecida en el Islam con la traducción greco-árabe de los
Elementos, de Euclides, fue considerada por algunos de sus pensadores, como Ibn
Jaldún, más clara que el arte de cálculo, pues en aquélla « todas las
demostraciones son claras y lógicas. Dada esta claridad
es muy difícil incurrir en errores, de modo que quien argumenta geométricamente
casi nunca se equivoca. Y así los geómetras desarrollan su inteligencia».
Entre sus subdivisiones está la que trata del estudio de las
figuras esféricas a base de los libros de Teodosio y Menelao; la que se
ocupa de las secciones cónicas a partir de la obra de Apolonio. Ésta tiene
gran importancia «en la carpintería y en la arquitectura. Sirve también para
la fabricación de estatuas y objetos preciosos de gran tamaño; para desplazar
grandes bultos y cargas con la ayuda de distintos ingenios mecánicos». Para la
construcción de estos últimos disponían de un excelente manual árabe, el de
los Banú Músa, de difícil comprensión a causa de las muchas demostraciones
que contiene. Ibn Jaldún incluye dentro de la Geometría, la Agrimensura y la
Óptica. Esta última debido a la necesidad de tener grandes conocimientos geométricos
para poder explicar la marcha de
los rayos de la luz, bien en los casos de visión normal, bien
en los de reflexión en los varios tipos de espejos o de refracción.
C)
Si hemos de creer a Ibn Jaldún -y en este caso no hay por qué hacerlo- los
musulmanes se sintieron menos inclinados a la observación astronómica que a la
teoría. En todo caso la Astronomía se basaba en el Almagesto, de Tolomeo, que
«no enseña como se cree generalmente la forma de los cielos o el orden de las
esferas. Lo único que hace es apuntar que la existencia de esas formas y esa
disposición de las esferas se deducen de la observación del movimiento de los
astros. Una de sus ramas es la consagrada a la ciencia destinada a explicar la
construcción de las Tablas astronómicas que percuten saber, mediante el cálculo,
la posición de cualquier astro en una fecha dada, conocimiento que es
indispensable para la práctica de la astrología judiciaria, es decir, la
ciencia que trata de las influencias ejercidas por las distintas posiciones de
las estrellas en el mundo de los hombres.
Es
curioso que de hecho ninguno de los científicos musulmanes anteriores al siglo
XI se diera cuenta de que dentro de esas Tablas se encontraban unos cuantos capítulos
en los cuales los astrónomos habían dado origen a una disciplina llamada a
independizarse muy pronto de la Astronomía y desempeñar un brillante papel
dentro del campo de las matemáticas. Nos referimos a la Trigonometría,
desconocida para los autores de la Antigüedad que sólo trabajaron con cuerdas
mediante la aplicación de los teoremas de Tolomeo y Menelao. Unos cuantos
precedentes pueden encontrarse en la fundón ukullû/shagal («fruto»),
equivalente a nuestra cotangente, utilizada por los funcionarios catastrales del
fisco babilónico; en la India sólo aparece en los Siddhantas y en Aryabhata,
que utilizan el seno y el seno verso (1- cos a) alrededor del siglo V de nuestra
Era, en función de los kardagas o arcos unidad, según los distintos
sistemas de medida utilizados en la época y sólo es a partir de la construcción
de las Tablas ma'mûníes cuando adquiere cada vez mayor importancia,
incorporando nuevas líneas y teoremas hasta que en el siglo XI, y en al-Ándalus,
Ibn Mu’âd escribe el primer tratado independiente de Trigonometría esférica
hoy conocido.
La
Física se define por Ibn Jaldún de manera imprecisa. Para él -que en cierto
modo sigue la clasificación de las ciencias de Avicena- es «la ciencia de los
cuerpos en movimiento o en reposo. Estudia los cuerpos celestes o elementales,
los hombres, los animales, las plantas y los minerales. Se preocupa por las
fuentes, los terremotos, las nubes, los vapores, los truenos, los relámpagos y
las tempestades. Tiene por objeto el origen del movimiento de los cuerpos, es
decir, el alma (nafs) en sus distintas
formas : humana, animal y vegetal». En el desarrollo de estas materias los
musulmanes se opusieron con frecuencia o criticaron la obra de Aristóteles
ampliándola, por otro lado, con la incorporación de nuevas ramas.
La
Medicina musulmana, inspirada en Galeno, fue más allá que éste en numerosas
especialidades, lo cual se debió a que dispusieron de médicos
Esta
clasificación de las ciencias, una más entre las tantas que hicieron los
autores musulmanes, muestra el carácter racional de la mayoría de sus
pensadores si consideramos que viene seguida de la refutación de dos seudo
ciencias, la astrología y la alquimia, con argumentos sacados a la
Generalmente
se viene considerando a la Astrología como una ciencia mucho más rigurosa que
la alquimia. Su lenguaje no es, ni remotamente, tan críptico como el de ésta y
una de sus partes, la que trata de la técnica del levantamiento de horóscopos
mediante el cálculo, constituye un capítulo más de la astronomía esférica.
Sin embargo, la Astrología por antonomasia, la judiciaria, aquella que a partir
de la posición de los astros en un momento dado asegura que puede predecir el
futuro, ¿qué opinión merecía en la tradición y a la ciencia musulmanas?
Para
la primera, esta pretensión -conocer el futuro- rayaba en la herejía. Y ello
porque, según la Sunna o tradición, Muhammad (s.a.s.) había dicho: «Los
eclipses de Sol y de Luna no se producen para señalar la
Por
tanto, la tradición islámica excluye a la Astrología judiciaria del campo de
las ciencias que pueden estudiar los musulmanes. Y lo mismo ocurre con la razón
y, en este caso, los científicos musulmanes vuelven a demostrar, refutando a
Tolomeo, que no se les puede aplicar el sambenito
En
efecto: La Astrología judiciaria se basa fundamentalmente en el Cuatripartito, de Tolomeo, y en este libro -según ellos- se
emplea para deducir la influencia de los astros a partir de un la acción del
Sol y de la Luna sobre la Tierra. Pero el procedimiento para establecer la
influencia de los planetas y estrellas no es correcto : «Para los astros
distintos del Sol y de la Luna -dice- hay dos modos de operar. El primero, poco
satisfactorio, consiste en remitirse a la tradición y a las autoridades en la
materia. El segundo recurre a ciertas hipótesis y al empirismo, comparando los
astros de uno en uno con el Sol, cuya naturaleza e influencia nos son conocidas.
Se pasa a observar si la virtud y el temperamento del Sol se refuerzan
cuando uno u otro están en conjunción con él. Si es así, eso demuestra que
la naturaleza de ese astro concuerda con la del Sol. En caso contrario es que
ambas naturalezas se oponen. Cuando se conoce la virtud individual de cada astro
se puede deducir lo que ocurre cuando están en los distintos aspectos: trígono,
cuadratura, etc. Todo eso se deduce de la naturaleza de los signos del Zodíaco
por comparación con el Sol. Es así como llegan a conocerse todas las
influencias de los astros que actúan de modo evidente sobre la atmósfera. Así
se obtiene una disposición de ésta (mizâÿ al-hawa') que se transmite
a sus capas inferiores e impregna el esperma y los gérmenes. Ese humor pasa a
ser como un estado (hâl) del cuerpo y del alma...».
Pero
estas afirmaciones son muy discutibles, pues es imposible determinar las
características de los cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y
Saturno por comparación con el Sol, ya que éste es muchísimo más grande que
todos ellos, razón por la cual, y contra la hipótesis de Tolomeo, el aumento o
disminución de la fuerza del Sol, en el momento de encontrarse en conjunción
con uno cualquiera de ellos, es inapreciable con los métodos de que disponía
la ciencia de aquel entonces.
El
único sistema medianamente seguro para poder hacer predicciones astrológicas consistiría en observar las influencias que
han ejercido los astros siempre que se han encontrado en posiciones idénticas.
Pero estas observaciones son prácticamente imposibles de realizar, ya que las
revoluciones de los astros duran muchísimo tiempo; que jamás se reproducen
exactamente las mismas posiciones y que, aunque así fuera, la suma de la vida
de todos los hombres no bastaría para tomar nota de ellas.
La
razón y la tradición Islámica coinciden, pues, en negar el carácter de
ciencia a la Astrología judiciaria, cuyo estudio debe prohibirse por atentar
contra la shari’a (los usos de los musulmanes). Y también contra la
organización del Estado, ya que con frecuencia
se han hecho predicciones sobre la evolución futura de los asuntos públicos
-Ibn Jaldún confiesa haber sido testigo de ello más de una vez- que han sido
aprovechados por los enemigos del poder constituido para desencadenar
alteraciones del orden.
La
refutación de la Alquimia es de otra índole y mucho más dura que la de la
Astrología. Ibn Jaldún admite apriorísticamente y de entrada que sus
cultivadores son gentes incapaces de ganarse la vida como el resto del mundo;
ineptos totales para ejercer oficios prefieren enriquecerse rápidamente gradas
a la Alquimia. Son, en suma, unos pobres hombres, y los filósofos que les
siguen, también. Así se explica que Avicena, enemigo
de la Alquimia, fuera un hombre rico, mientras que al-Farabi, que creía
en ella, fuera uno de esos desgraciados que no llegan a nada en la vida. Y esto
por lo que se refiere a quienes de buena fe creen en la posibilidad de llevar a
la práctica sus ideas, puesto que muchos otros son puros falsarios: saben
realizar aleaciones que se confunden fácilmente con la plata y que sólo pueden
distinguir los muy expertos. Con ellas realizan falsificaciones de moneda, dando
cobre por plata y plata por otro, y así se hacen merecedores de la pena legal
prevista para los ladrones : el corte de las manos.
En
las clasificaciones de las ciencias se acostumbran a incluir disciplinas que si
hoy en día gozan de ese rango dado el rigor con que se cultivan, en aquel
entonces se presentaban en un estado tan embrionario que la experimentación se
mezclaba con la fantasía o la tradición.
Citemos, como único ejemplo, el de la oneirología, que trata de la
interpretación de sueños. Esta ciencia anclada sólidamente en los precedentes
griegos representados por la traducción de la Oneirocrítica, de
Artecudoro de Efeso, realizada por Hunayn ben Ishaq, gozaba del apoyo de los
alfaquíes, quienes no podían olvidar que en el propio Corán se consagraba una
sura la vida de José como ministro e intérprete de los sueños del Faraón, y
que la sura admitía que su Muhammad (s.a.s.), había recibido parte de sus
revelaciones en sueños. De aquí que conociera un rápido desarrollo que se
debió, sobre todo, al legendario Ahmad ben Sirîn (m. 1101728), al cual se ha
querido comparar recientemente con Freud, y cuya obra, Kitâb ar-ru'ya
fue vertida del árabe al griego alrededor del año 1000 y de esta lengua al latín
por el pisano Leo Tuscus, secretario del emperador bizantino Manuel I Comneno en
1176.
Porque
una de las principales características de la Ciencia Islámica
es la de su rápida trasvasación
a otras lenguas. Ya antes de que hubiera llegado a su plenitud se realizaban traducciones al griego
-como la que acabamos de señalar- o al latín, como las versiones rivipollenses
del siglo X. Pero esas traducciones no se hicieron ni de un modo continuo ni
sistemático: las traducciones latinas del siglo X fueron seguidas por las
hebreas del XI; éstas por las latinas y hebreas del XII, siguiendo luego las
castellanas del XIII y luego las catalanas del XIII y XIV, etc. La temática
preferida no fue siempre la misma, predominando unas u otras materias según el
talante propio de cada traductor. Igualmente hay que señalar que con frecuencia
se llegó al estadio final de esas traducciones no de un modo directo, sino
mediante el sistema de traducción denominado comúnmente de cuatro manos: un
mozárabe traducía del árabe al romance oralmente y un clérigo trasvasaba sus
palabras al latín. A veces, la versión final recorría un camino todavía más
complicado que contenía mayor número de lenguas interpuestas. Así, por
ejemplo, las Tablas toledanas fueron vertidas primero al latín, y a
partir de esta lengua, al griego ( 1340).
Es
lógico que estas versiones fueran vistas de reojo por los musulmanes -ahí está
el texto de Ibn ‘Abdún prohibiendo que se vendan
libros musulmanes a judíos y cristianos, porque éstos los ponen a
nombre de sus obispos y así roban su paternidad a los mismos musulmanes-. Pero
por mal visto que estuviera este tráfico muchas veces fue inevitable. Así,
Ramón Llull obligó a un esclavo a enseñarle el árabe o, lo que es mucho más
interesante, sabemos que esa suerte fue la corrida por los intelectuales -alfaquíes,
matemáticos, astrónomos- que caían prisioneros en manos de los cristianos.
Baste como botón de muestra un simple ejemplo que confirma las palabras de Ibn
‘Abdún. Al-Zuhri de Almería, autor de una Geografía escrita a mediados del
siglo XII, nos dice:
«Nos informó Abú-l-Qasim Muhammad ben ‘Abd al-Rahman ar- Ruway, que
era uno de los amigos de al-Musta’in billah Sayf ad-Dawla,
que fue hecho prisionero y transportado a Roma y Constantinopla. Era
hombre de claro entendimiento, experto en jurisprudencia, literatura y
ciencias exactas. El cristiano que se adueñó de él era un sacerdote de
su país, quien le dijo: "Ven conmigo a Santa María y allí te dejaré en
libertad".. Se lo llevó consigo, tanto por su sabiduría como por sus
conocimientos científicos. Refiere este hombre que en su compañía visitó
Jerusalén en el año 541/1146, año en que estaba en manos de los cruzados. En
el año 459/1154 le pregunté en la ciudad de Segura...»
Es
cierto que en los siglos XIV, XV y XVI disminuye el número de
traducciones realizadas del árabe a otras lenguas. Pero el peso de las
que ya existían era muy notable y
se hizo sentir aún más a partir de la aparición de la imprenta, puesto que
buena parte de ellas, sobre todo las de carácter científico, fueron editadas
reiteradamente y sirvieron de libros de texto en numerosas universidades
europeas, en las que se formó lo más granado de la intelectualidad de la época,
dando así origen al Renacimiento científico, ya que no al literario que es
otra cosa, de los siglos XVI y XVII: recordemos, simplemente, que el libro de
Alhacén fue el texto fundamental de Óptica hasta los trabajos de Huygens (
1695) y que Halley tuvo que aprender el árabe para realizar la edición príncipe
de las obras de Apolonio (1713).