EL
YIHAD MAYOR Y EL YIHAD MENOR
En cierta ocasión, Rasûlullâh (s.a.s.) dijo a quienes volvían de la
guerra con los kuffâr: “Venís del Yihad Menor al Yihad Mayor”. El
Yihad Menor es la lucha contra los hombres, y el Yihad Mayor es la lucha que
cada musulmán debe emprender contra el mal que hay en sí mismo, contra su ego
y sus propias maquinaciones. El Profeta (s.a.s.) llamó Mayor al combate
interior, no porque tenga un rango más elevado sino por su complejidad.
Efectivamente, luchar contra el demonio que se lleva dentro requiere de una gran
habilidad y se está expuesto a unas trampas y engaños que son más sutiles que
los que tiende el enemigo humano.
Esta división del Yihad en Mayor y Menor no puede
interpretarse como una oposición entre dos formas distintas de enfrentarse a la
realidad para transformarla. Ambas son exigidas al musulmán. Pero en la
actualidad se ha querido extender la idea de que la única lucha que
verdaderamente el Islam exige es la interior, y se confunde el Yihad Menor con
un belicismo contrario a una espiritualidad elevada. En ello no debemos ver más
que la expresión de una cobardía que busca justificaciones o el intento de
apartar a los musulmanes de la poderosa arma que los ha hecho rechazar el
colonialismo y el imperialismo y los hace insumisos ante la injusticia y la
opresión.
El sufismo (Tasawwuf) es la vía de la lucha interior, y siempre
se ha conjugado con la necesaria lucha exterior. Los sufíes han estado al
frente de los combates de los musulmanes. Es más, una de las formas más nobles
del sufismo es la del ribât, que consiste en apostarse en las
fronteras del Islam para defender a los musulmanes. El sufí, a la vez
que agiganta su espíritu en las grandes enseñanzas de los maestros, templa su
ánimo en el Yihad que lo enfrenta a peligros y riesgos donde su sinceridad y
entrega son cuestionadas por el poder de la realidad más abrumadora.
El sufismo sospechoso, pasivo, políticamente correcto, domesticado por décadas
de adocenamiento, es una novedad sin precedentes en los anales del Islam. Por el
contrario, el sufismo combativo, del que afortunadamente en la actualidad
existen numerosos ejemplos, es la continuación de un Islam tradicional y eficaz
con raíces en Sidnâ Muhammad (s.a.s.).
El sufismo como moda espiritual merece toda la reprobación. Luchar
contra el Nafs (el ego) buscando una perfección abstracta o una sabiduría esotérica
al margen de la realidad es el delirio del mismo Nafs. Y es una aberración
reducir las enseñanzas de los Maestros a esas alucinaciones modernas. El Yihad
Menor, al lado del Yihad Mayor, coloca las cosas en su sitio y reunifica al ser.
El Fiqh enseña que cuando el enemigo ataca las tierras del Islam, el
Yihad se convierte en una obligación que incumbe a todos los musulmanes:
hombres, mujeres, niños, ancianos,... Todos deben coger las armas para una
defensa inmediata y repeler a los agresores. Nadie debe esperar ninguna
autorización para ello, e incluso las mujeres deben desobedecer a sus maridos y
los hijos a sus padres, si les ordenan que no participen en la lucha. A esto se
le llama estar a la altura de las circunstancias. De igual manera, la obediencia
debida a un maestro sufí queda abolida si éste ordena a su discípulo
abstenerse de la lucha que le incumbe como musulmán. Lo que cabría esperar de
ese maestro es que estuviera entre los primeros en enfrentarse a los peligros y
riesgos que el Islam ordena afrontar a los musulmanes en defensa de su dignidad
y de su condición de seres humanos.
En el Islam, es inconcebible que los sufíes se queden atrás mientras la nación se ve atacada. Pero eso sucede a veces en la actualidad dentro del complejo sistema de perversiones al que ha sido sometido el Islam durante el último siglo. Se nos ha impuesto la discordia (Fitna), y en tiempos de Fitna, lo que salva al hombre de la miseria del ego es el sentido común y su intuición más profunda, la resolución, la solidaridad con los suyos y con los oprimidos, y su valor y su audacia.