LA
SANGRE DE HUSAIN
Millones de
musulmanes shi‘íes se han reunido en Karbala (Iraq) para conmemorar el
martirio (Shahâda) del Imâm Husáin, nieto de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), quien
lideró una insurrección contra la dinastía omeya. Abandonado por muchos, el Imâm
no volvió la espalda a los poderosos que habían usurpado el califato y su dramática
muerte en el campo de una batalla desigual se ha convertido en un ejemplo
concreto del espíritu del Yihad, la lucha contra la injusticia, la mentira y el
autoritarismo, incluso en las condiciones más adversas.
La muerte del Imâm
Husáin fue una gran victoria. Su oposición activa al poder omeya siempre ha
llenado de ánimo a los musulmanes y les ha ha señalado el sentido que tienen
que tener sus reivindicaciones. Más que la victoria formal, el triunfo en el
corazón de ese ideal de resistencia e insumisión es la imagen del verdadero
propósito que hay en la institución del Yihad.
Tras la dictadura de
Saddam Husáin, el recuerdo de ese otro Husáin, cuya sangre fue injustamente
derramada, marca el inicio de una nueva época en Iraq. Si los yanquis
consideraban que la guerra había acabado, ahora es cuando tendrán que
enfrentarse con el verdadero Iraq. Es ahora cuando tienen ante ellos lo que no
pueden negar y para lo que tendrán que diseñar nuevas estrategias.
Los musulmanes sunníes
y shi‘íes, como debe ser, están dispuestos a unirse contra el verdadero
enemigo: el imperialismo. Eso aterra a las fuerzas de ocupación, que intentarán
por todos los medios sembrar la cizaña (Fitna) entre los iraquíes para evitar
la amenaza que se cierne sobre sus designios.
Para empezar, se nos
ofrece en primer lugar, y a todo color, la imagen de shi‘íes que se hieren a
sí mismos en medio de las manifestaciones de dolor en recuerdo del martirio del
Imâm. Son una exigua minoría entre millones de personas, pero sirven para
crear miedo en Occidente. Muy distinta es la impresión cuando las televisiones
árabes difunden las imágenes de esas manifestaciones, donde la sangre no ocupa
ningún lugar porque lo significativo es la reunión de millones de personas
donde se corea el rechazo unánime a la ocupación yanqui.
Aquí, en el Estado
Español, hemos vivido una estrategia similar, cuando se resaltaba la
actuación de los ‘incontrolados’ en las manifestaciones contra la guerra.
Así, la prensa y la televisión oficiales demonizaban a todos los que estaban
en contra de la actitud servil del gobierno español. La imagen de los
‘penitentes’ shi‘íes pretende ser la imagen fanática de un fenómeno
esperanzador: el pueblo iraquí manifiesta su deseo de tomar las riendas de su
historia y proclama su vinculación al Islam. La sangre que mana por las heridas
de los shi‘íes simboliza perfectamente el dramatismo de su situación y la
firmeza de sus aspiraciones. Pero pocos darán esta interpretación a unas imágenes
que recorren el mundo para crear una nueva situación de psicosis.
Los shi‘íes, que
eran ‘buenos’ cuando se pensaba que eran las víctimas de Saddam y que se
posicionarían con EE.UU. sometiéndose con agrado a sus planes, ahora se han
vuelto ‘malos’ porque rechazan frontalmente el neocolonialismo. Ahora, se
han vuelto los siniestros sicarios de una secta oscura financiada por Irán, y
las imágenes sangrantes sirven al propósito de preparar el repudio universal
al próximo enemigo de EE.UU., a su verdadero enemigo.
Sin embargo, a pesar
de todo, tenemos que tener absolutamente claro que jamás, ni los EE.UU. ni las
demás potencias, estarán dispuestas a asumir que Iraq, cualquier otro país
musulmán, ni ningún otro país del llamado Tercer Mundo, sean verdaderamente
libres. Sólo si los pueblos se someten con resignación a los modelos
occidentales pasarán a ser tenidos por democráticos, civilizados y aliados,
aunque se les mantenga sujetos bajo dictaduras atroces o blandas. Sólo si se
finge, se será admitido en el club de los hipócritas. Pero el pueblo musulmán
de Iraq (sunníes y shi‘íes) no parece dispuesto a aceptar esas pantomimas y
rechazan de plano las componendas con las que EE.UU. quiere simular una
democracia en su país y consagrar así su presencia (que pasará a ser
‘invisible’).
Al-hamdu lillah, las
manifestaciones de Karbala son la expresión del espíritu y vitalidad de un
pueblo tras la derrota que acabó con Saddam pero que ahora se ha convertido en
la victoria del pueblo iraquí. Las manifestaciones de Karbala son la expresión
de la irreductibilidad del Islam, y su sangre, la sangre del Imâm Husain, la de
los shi‘íes y la de todos los musulmanes, es el gran desafío al
imperialismo, lo que aterra a EE.UU. y a los pusilánimes.
Pero los musulmanes
debemos estar prevenidos contra la estrategia a la que hemos aludido más
arriba. Lo mismo que hizo el mismo Saddam -sembrar cizaña entre sunníes y shi‘íes-,
desde todos lados nos van a llover nuevos intentos. Pedimos a Allah que
fracasen, pero sembrar la discordia es muy fácil, y hay muchos dispuestos a
ello. No sólo los yanquis directamente, sino a través de sus agentes: los
arabistas “especialistas en el mundo musulmán”, y muchos “sunníes” y
“shi‘íes” estarán dispuestos a rendir ese servicio al imperialismo. Al
igual que la imagen de unos pocos “penitentes” está sirviendo para
caracterizar el “fanatismo” shi‘í, basta con que unos pocos expertos
subrayen las diferencias entre el sunnismo y el shi‘ismo y el ‘secular’
enfrentamiento entre ambas comunidades, para que se conviertan en una verdad
histórica.
Los musulmanes debemos estar atentos a esas maquinaciones. Y tener claro que sunníes y shi‘íes somos lo mismo. Hacer caso a quienes quieren separarnos es prestar oído a quien busca la ruina de sunníes y shi‘íes. La rebeldía del Imâm Husáin no es patrimonio en exclusiva de ninguna corriente en el Islam, sino un ejemplo a seguir contra los tiranos. Su soledad ante los omeyas, es la imagen de los musulmanes ante sus enemigos. El ejemplo luminoso del Imâm Husáin debe guiar a todos los musulmanes en la búsqueda de la libertad.