Al-Hásan al-Basri pasó durante un Ramadán junto a un grupo de personas que reían y bromeaban entre sí, y dijo:
“Allah ha hecho de Ramadán una ocasión para que criaturas compitan en Su obediencia. Unos han tomado la iniciativa y han triunfando obteniendo lo que Allah ofrece. Otros, se han quedado atrás, y están hundidos en la privación. Me sorprende el que juega y ríe el día en que unos se adelantan y ganan y otros retroceden y pierden. Si pudiera verse la realidad de lo que es Ramadán, el excelente agradecería su suerte y el infortunado se apenaría por su fracaso”.
Ramadán es Midmâr al-Jalq, un campo de
competición entre las criaturas. El Corán dice: “Rivalizad en lo bueno”, y
Ramadán ha sido señalado como ocasión propicia para desatar toda la energía
que hay en el musulmán y que lo habilita para consagrarse a Allah, al Corán y
al bien. Es como si Ramadán fuera un rico almacén que abre sus puertas un mes
al año donde hacerse con las provisiones necesarias para continuar el viaje de
la vida. Alguien le dijo a al-Áhnaf ibn Qáis: “Ya eres viejo, y el ayuno sólo
te debilita aún más”, y él respondió: “Lo estoy convirtiendo en provisión
para un largo viaje. Ser firme en la obediencia a Allah es mejor que tener que
soportar su tormento”.
Ramadán sólo tiene total cumplimiento cuando se
observan todas sus condiciones. Unas son formales: abstenerse de satisfacer los
apetitos del vientre y el sexo desde poco antes de amanecer hasta que se pone el
sol. Otras, son condiciones espirituales: recogimiento con abstención de lo que
complace a los sentidos, evitando las miradas lascivas, que la lengua se
explaye, que el oído atienda a lo indebido y que las manos y los pies cometan
cualquier acto vil, además de mantenerse en la austeridad y estar pendiente de
Allah.
Los alfaquíes dicen: “Quienes cumplen con las
condiciones formales ha satisfecho la orden que le ha sido dada de ayunar en
Ramadán”, y ello es cierto porque los expertos en las ciencias formales (fuqahâ
az-zâhir) dirigen sus enseñanzas al común de la gente para
unirlas en el Islam y no dejar a nadie excluido. Es decir, lo más fácil es
abstenerse durante el mes de Ramadán de comer, beber y de mantener relaciones
sexuales durante el día, y con ello se considera que se ha cumplido
suficientemente con este pilar del Islam, y quien es incapaz de atender a las
demás exigencias, que requieren una constante vigilancia y un empeño que
supera las fuerzas de los más, no debe agobiarse pensando que es incapaz de
responder a Allah.
Los fuqahâ az-zâhir, que son los
alfaquíes comunes, por tanto, sólo estudian y comunican el mínimo del Islam y
se dirigen a la totalidad de los musulmanes, construyendo con ellos una
comunidad de iguales que no margina a aquellos cuyas energías no les permiten
desapegarse del mundo. Pero lo cierto es que las exigencias espirituales, que
son las que interesan a los expertos en las ciencias interiores (fuqahâ al-bâtin),
tienen un fundamento más sólido en el Corán y en la Sunna, y son la verdadera
clave de la validez del ayuno. Cuando alguien cumple exclusivamente con las
condiciones formales realiza un ayuno correcto, pero si a ello le añade la
observación de sus condiciones interiores, entonces lo ha completado haciéndolo
no sólo correcto, sino también válido.
Los fuqahâ al-bâtin, los alfaquíes expertos en
ciencias del corazón, son llamados también ‘ulamâ al-âjira, los sabios en
lo que respecta al más allá. Para ellos, la validez de un acto depende de que
sea aceptado por Allah, y que sea aceptado por Él significa que sea de ayuda
para llegar a Él. Llegar a Él significa beber de su Misericordia y sumergirse
en Su Abundancia, de modo que el ser del hombre se embebe de Inmensidad. El acto
de un musulmán es verdaderamente válido cuando cumple las condiciones que lo
hacen aceptable por Allah y tengan como fruto un crecimiento del espíritu. Ese
crecimiento es la recompensa de Allah, y alcanzarlo es el triunfo. Por ello, las
condiciones interiores son de suma importancia y no deben desatenderse.
Los fuqahâ al-bâtin, que son los ‘ulamâ
al-âjira, enseñan que ayunar en Ramadán tiene como objetivo que el musulmán
adquiera “una naturaleza samádica”. Sámad es uno de los
Nombres de Allah que significa Resistente, Irreductible, Imperturbable,
Autosuficiente -todo esto junto-, y tiene que ver inmediatamente con su
Unidad-Unicidad: qul huwa llâhu áhad allâhu s-sámad,
“di: Él es Allah Uno, Allah el Sámad”. El ayuno de Ramadán -en sus
dos aspectos, el formal y el espiritual- es una forma de acceder a la comprensión
de lo que significa Allah acercándonos a su verdad como Sámad. A esto
se le llama at-tajalluq bis-samadía, la adopción de una
naturaleza samádica. Con el ayuno, cumpliendo todas sus condiciones, el musulmán
se sumerge en el Insondable, para regresar cada atardecer a su mundo fortalecido
en esa experiencia. Al atardecer, al romper el ayuno, resulta que ha conocido
con su ser a Allah, y retorna irremisiblemente a su condición humana, habiendo
aprendido también algo de sí mismo y de sus necesidades, reconociéndose, a la
puesta del sol, en su vulnerabilidad. Ramadán eleva al musulmán y le muestra
algo de Quién es Allah y de quién es él.
Con el ayuno de Ramadán, el musulmán también
pretende asemejarse a los ángeles (at-tashábbuh bil-malâika), que son seres
de luz privados de pasiones y apetitos. Proponiéndose en lo posible el ejemplo
de los ángeles, el ser humano se eleva definitivamente por encima de su condición
animal, pues la luz de su inteligencia se lo permite hasta cierto punto. La
inteligencia coloca al hombre en un rango intermedio entre los animales y los ángeles:
cuando se sumerge en sus pasiones y apetitos se acerca al grado de los animales,
cuando los trasciende se eleva hasta el horizonte de los ángeles. Dicho de otro
modo, el hombre se compone de ego y de corazón: por su ego busca su exclusiva
satisfacción y por su corazón aspira a lo infinito. Por su condición sutil y
desapegada de la materia, los ángeles están cerca de Allah, y acercarse a
ellos es acercarse a Allah. Acercarse quiere decir adoptar su naturaleza, pues
el que busca asemejarse a algo se acerca a esa cosa. Y, al igual que sucedía en
el caso anterior, al atardecer el musulmán retorna a su grado humano habiendo
saboreado formas de ser que abren su entendimiento y lo emancipan de su
tendencia a lo más fácil, al carácter animal de su egoísmo.
El at-tajalluq bis-samadía y el tashábbuh
bil-malâika no se logran más que cumpliendo con todas las exigencias del
ayuno, las formales y las espirituales. Pero de nada sirve obsesionarse en los
pormenores del ayuno si no se tiene como objetivo lo que posibilitan las enseñanzas
interiores. Si uno se priva tan sólo de comer y beber durante el día sin hacer
ayunar al resto de su ser, tan sólo satisface una de las demandas de Ramadán.
Es cierto que con ello cumple con un mínimo, pero no saca del ayuno más que
haber pasado hambre y sed, tal como enseñó el Profeta (s.a.s). Sin duda, esa
hambre y esa sed son bendiciones, pues calman y amansan a su animal, pero no
despiertan su corazón. El corazón sólo emerge cuando se abandonan todas las
vilezas y la atención es puesta en Allah.
El Profeta (s.a.s.) dijo: “El ayuno es un depósito que Allah os ha confiado. Que cada uno de vosotros guarde con celo lo que le ha sido confiado”. Lo que Allah ha puesto bajo la vigilancia del ser humano, éste debe salvaguardarlo y evitar que se pierda. El Corán dice: “Devolved (en buen estado) lo que se os ha confiado a su Dueño”, y el Profeta (s.a.s.) se llevó las manos a los oídos y a los ojos y dijo: “El oído es un depósito entregado al hombre en confianza y el ojo es un depósito entregado al hombre en confianza”. Si juntamos ambos temas, obtenemos que el oído y el ojo forman parte del ayuno, que es la Amâna, el depósito confiado por Allah al ser humano. Es obligación de cada musulmán proteger y preservar todo lo que Allah le ha dado, y no exponerlo a la destrucción y el daño. Por ello, el Profeta (s.a.s.) recomendó al que estuviera ayunando y fuera agredido o insultado por alguien que, en lugar de responder a la provocación, le respondiera: “Estoy ayunando, estoy ayunando”, que es como si le dijera: “Allah me ha obsequiado con el oído y no estoy dispuesto a echarlo a perder atendiendo a las afrentas y me ha obsequiado con mi lengua y no estoy dispuesto a malgastarla en responder a la estupidez. Ha depositado en mí ojos, que no voy a gastar en mirar la superficie de las cosas. Me ha dado manos que no voy a utilizar en defender mis derechos y pies sobre los que no voy a ir a responder a quien me provoque”. Quien ayuna de este modo permite a su corazón atender cosas más importantes, y ese es el núcleo del ayuno.