EL HOMBRE, CENTRO DE LA CREACIÓN

Roger Du Pasquier

 

      Para el hombre específicamente moderno, el universo se reduce a un solo nivel de realidad, definido por el espacio y el tiempo. La creación es una acumulación de fenómenos que sólo una experimentación fundada sobre las normas cuantitativas permite detener de forma válida. En consecuencia, el mundo aparece como un conjunto más o menos coherente, más o menos absurdo, de objetos donde el pensamiento filosófico y científico ha excluido progresivamente toda intervención de principios superiores, acabando por admitir que está regido únicamente por el azar. Tal es especialmente la tesis que un eminente premio Nóbel, el profesor Jacques Monod, ha desarrollado con la ayuda de sabias demostraciones, en un libro célebre, del cual el éxito está claramente demostrado ya que expresa bien el pensamiento contemporáneo.

 

      Semejante concepción del universo determina la actitud del hombre de cara a la naturaleza. Así, los modernos la miran como un objeto del que ellos pueden disponer a su gusto, para satisfacer sus necesidades, sus ambiciones o sus caprichos. No han visto ningún sentido profundo ni nada que les merezca el respeto, puesto que es el fruto del azar, la encuentran pues desacralizada, la explotan y la violentan, rompen su armonía y la sumen finalmente en una crisis ecológica que, en justo grado, inquieta a la opinión pública.

      Por el contrario, el musulmán ve en la creación la obra de Allah, la manifestación de sus signos y de su gloria. El cosmos y todo lo que contiene son para él símbolos de una realidad, de un orden más elevado. Nada es absurdo ni fortuito en la naturaleza y cada cosa está dotada de un sentido que el hombre no cegado todavía por la mentalidad y los prejuicios modernistas, es capaz de distinguir.

 

      Este discernimiento, que es también respeto y capacidad de admiración ante la obra del Creador, permite percibir en todas las cosas el testimonio de la unidad y de toda la fuerza de Allah. En efecto, "todas las criaturas del cielo y sobre la tierra se someten a Allah, de grado o a la fuerza, y serán devueltas a Él". (III, 83)

 

      Puesto que nada escapa a la fuerza de Allah, el hombre no es nada en la creación que no sea sumisión a Allah, y por tanto muslim, musulmán. Sin embargo, sólo entre los seres creados el hombre puede hacerlo de forma plenamente consciente. Ser verdaderamente musulmán no es sufrir esta sumisión, pero sí asumirla activamente por una elección que representa el acto capital de toda vida humana, el "Si” a Allah, a su verdad y a su unidad que de una manera o de otra, todas las cosas creadas manifiestan.

 

            El hombre es beneficiario de privilegios que le distinguen absolutamente de otras criaturas. Allah, “le ha insuflado su Espíritu” (XXXII, 9), le ha dotado de inteligencia. Esto significa que hace su elección con conocimiento de causa. En efecto, “¿No os Hemos mostrado los dos caminos?” (XC, 10). Allah dice también en la palabra coránica: “Nos le hemos mostrado el camino; que él sea agradecido o ingrato”. (LXXVI, 3)

 

      La posición central del hombre sobre la tierra, hace que si su elección no es la sumisión y la conformidad a la voluntad de Allah, se adentra en el camino de la ingratitud y de la rebelión, se vuelve promotor de confusión en la creación. Esto es lo que demuestra la situación actual. La civilización moderna, que se rebela contra la orden de Allah, está a punto de destruir el equilibrio de la naturaleza y hacer pesar las amenazas de cataclismo sobre la vida terrestre.

 

      Los ecologistas, que quieren preservar la naturaleza de los riesgos de destrucción actuarán sin duda de la forma más eficaz, si ellos se esfuerzan, al mismo tiempo, en volver a poner orden en ellos mismos. Porque en virtud de la correspondencia existente entre el macrocosmos y el microcosmos, el hombre no sabrá ejercer la acción realmente benéfica en el mundo, si no se pone él mismo de acuerdo con la fuente originaria de todo bien y aceptar la inspiración.

 

      Allah dice en el Corán: “Nos les mostraremos nuestros signos en el universo y en ellos mismos, hasta que ellos vean claramente que esto es la Verdad” (XLI, 53). Esto significa que la contemplación de la creación exterior es también un medio de penetrar en el mundo interior que le corresponde. Muchos otros pasajes coránicos insisten sobre la transparencia de la naturaleza y sobre los signos que contiene para “aquellos que están dotados de inteligencia” y que “recapacitan sobre la creación de los cielos y de la tierra”. A aquellos a los que el texto coránico les hace decir como para refutar el avance de las teorías modernas, sobre el pretendido azar de la creación: ¡Señor Nuestro! ¡Tu no has creado todo en vano! ¡Gloria a Ti! (III, 191)  

 

      Gracias a la inteligencia que le ha conferido, el hombre puede no solamente contemplar el orden “divino” en el universo, sino introducirse de forma positiva y vivir en armonía con él. Pero si el hombre no quiere ver los signos de Allah, si él rehúsa Su soberanía y cree poder disponer a su gusto de todas las cosas terrenales, desacraliza la naturaleza, rompiendo el equilibrio  y terminando por ser el más dañino de la creación.

 

      La elección del hombre compromete pues su responsabilidad, de una forma total y proporcionada con la posición central, que es la suya en la creación. Sin duda alguna, “nadie será cargado con el peso de otro” (LIII, 38), pero las colectividades, comunidades y naciones llevarán también como tales, sus responsabilidades. “Allah no modifica nada en un pueblo antes que él no cambie lo que está en él”.

 

      Esta responsabilidad implica que el hombre, en tanto que individuo así como miembro de una colectividad de quien él es solidario, deberá rendir cuentas de todas sus acciones realizadas durante su vida sobre la tierra. “El Día de la Rendición de Cuentas” es precisamente una de las expresiones que, en el Islam, sirven para designar el Juicio final.

 

      El hombre se mueve en una noción a la que la mentalidad moderna es particularmente reacia, pues la referencia a un juicio conlleva una limitación inevitable del poder total que el hombre secularizado de hoy pretender ejercer en este mundo. Sin embargo, con toda sinceridad, se debe reconocer que corresponde a un sentido innato de la justicia que cada uno de nosotros lleva en el fondo de su alma. ¿Se puede verdaderamente admitir que todo el mal, que todos los actos de maldad y horror que se cometen a menudo, aunque revuelvan la conciencia humana, no serán jamás sancionados por una autoridad superior? ¿Es concebible que los responsables de los sufrimientos, de la opresión y del desorden en la creación, no sean jamás castigados? Así mismo, aunque ante tales cuestiones, “cierta filosofía” cree poder responder con una cínica afirmación, parece evidente que los hombres de este tiempo no han perdido completamente el sentimiento, más o menos confuso, pero profundo, de una justicia suprema que debe terminar por manifestarse. Esto es en todo caso para el Islam una certeza absoluta y, en muchas ocasiones, el Corán declara “ineluctable” el Día del Juicio: “Nadie duda que todo es posible en este tema, puesto que Allah no falta a su promesa”. (III, 9)    

 

      El hombre carga con una responsabilidad todavía más grande, pues el Islam no reconoce la idea de pecado original. Él ha sido creado “en la forma más perfecta” (XCV, 4), y después, si él no sigue el camino al que Allah le invita, que caiga en lo más bajo de todo. Cada uno ha nacido puro y no ha cometido el pecado que después tendrá con los años, ha dicho el Profeta Muhammad (s.a.s.) de quien otra enseñanza sobre este tema es citada frecuentemente: “Todo niño nace según la norma (Fitra), después son sus padres los que hacen de él un judío, un cristiano o un mago”.

 

      Esta noción de Fitra, o norma humana, que, en cierta manera, está en el subconsciente, significa que el hombre posee, por el solo hecho de haber nacido humano, un conocimiento innato de la verdad y del bien. Este conocimiento, difuso la mayor parte en la conciencia, debe ser actualizado por la luz de la Revelación y por la práctica del Islam, según el ejemplo del Profeta (s.a.s.) que es la Fitra, la norma perfecta, para la humanidad entera. 

 

      El no creyente, por el contrario, oscurece por una negativa deliberada esta luz interior que representa la Fitra, gracias a la cual será por tanto perfectamente capaz de comprender la verdad manifestada en la Revelación. No sabrá pues, para excusarse, deducir que su ignorancia y su responsabilidad se encuentran agravadas.

 

      Un pasaje coránico precisa esta idea: “Cuando tu  Señor sacó una descendencia de los riñones de los hijos de Adam, les hace testimoniar contra ellos mismos: “¿No soy Yo vuestro Señor?” Ellos dirán: “¡Nosotros lo testimoniamos!” Y es para que no digáis en el Día de la Resurrección: “A nosotros nos ha cogido de improviso”. (VII, 172)

 

       Esto significa, según los comentarios tradicionales, que Allah tiene concertado con todos los hombres, desde antes de su nacimiento, un pacto de “lealtad” del que ellos llevan un sello en su corazón. Todo hombre por tanto ha nacido con una predisposición a recibir el Islam. Pero posee también la temible libertad de romper el pacto y, en lugar de volver a la Unidad, que es el centro de todas las cosas y de él mismo, va a perderse irremediablemente en las ilusiones periféricas de la multiplicidad.

 

      Los Occidentales, propensos a atribuirles sistemáticamente un pretendido fatalismo, creen a menudo que el Islam no conoce la verdadera noción de libertad. Al contrario, el Islam le da una importancia fundamental, ya que sin ella, el hombre no tendrá verdadera elección entre la sumisión a Allah y la rebelión, y que entonces él no sabrá sentirse responsable de sus actos. Sin libertad, el Islam no sería más que sumisión pasiva e inerte, tal como es para las cosas y los animales, y no obediencia consciente y plenamente aceptada como debe ser para los humanos.

 

      Sin embargo, se podrá objetar, que en virtud de la predestinación enseñada por el Islam, Allah ha fijado de antemano el destino de cada uno, que no existe pues libertad real y que el hombre no será tenido por verdaderamente responsable de sus actos. Efectivamente, el Corán menciona en varias ocasiones el “Decreto Supremo” (Qadar) por el cual todas las cosas han sido creadas y determinadas. Así es como, en lo que respecta al hombre, Allah “lo ha creado y ha fijado su destino, después le ha proporcionado un camino fácil”. (LXXX, 19-20) Él ha escrito igualmente: “Ninguna calamidad espera la tierra ni vosotros mismos sin que esté escrito en un Libro, antes incluso de ser creado”. (LVII, 22)

 

      Se puede señalar primeramente, que la doctrina de la predestinación no es particular del Islam, pero resulta inevitable de la idea de la Poder de Allah. La Biblia hace numerosas alusiones que no han conducido a los pensadores judíos y cristianos a recusar la noción de libertad humana. Un filósofo cristiano como Leibniz sacó esta conclusión: “Sin duda todo está determinado, pero como nosotros no sabemos cómo es, ni lo que está previsto y decidido, debemos cumplir con nuestro deber, siguiendo la razón que Allah nos ha dado y siguiendo las reglas que nos ha prescrito”.

 

En el Islam, la aparente contradicción entre la libertad del hombre y la predestinación de sus acciones ha sido objeto de abundantes discusiones entre los estudiosos del Corán, de las que una referencia particularmente frecuente ha sido este pasaje coránico: "El que quiere coge un camino hacia su Señor, pero vosotros no querréis más que si Allah lo quiere”. (LXXVI, 29-30)

 

      De forma general, el pensamiento musulmán ve la solución del problema en la aceptación de la voluntad de Allah que corresponde  a la idea fundamental del Islam. Se ha hecho notar igualmente que la contradicción se encuentra resuelta, si se define la libertad humana como participación limitada de la libertad absoluta e infinita de Allah. En todo caso, la posibilidad de elegir libremente entre la conformidad a la voluntad divina y su rechazo, es una verdad contrastada que nadie sabrá negar razonablemente.

      Sea lo que sea, si el hombre dispone de cierta libertad, podrá parecer a primera vista que el hombre se aliena al hacer el acto de sumisión. Evidentemente, es el caso cuando aquel que se somete, es un ser creado, sujeto a las limitaciones de la existencia terrestre. Pero él musulmán acude en todo caso, a someterse a Allah con absoluta libertad y sin experimentar ninguna coacción ni limitación.

 

      La libertad de elección que el hombre posee, que es una participación de la libertad ilimitada de Allah, se traduce por la posición central que el ser humano ocupa en la creación. Al hacer de él su “Jalifa”, el representante sobre la tierra, Allah le ha dado, con lo más mínimo de su propia libertad, la posibilidad de hacer buen o mal uso de ella.

 

      Esta posibilidad está simbolizada en el Corán, como en la Biblia, por la prohibición hecha a la primera pareja humana de comer del fruto del “árbol de la inmortalidad”:     

¡Oh Adam! Habita el jardín, tú y tu esposa. Comed de sus frutos cada vez que queráis; pero no os acerquéis a este árbol de aquí si no seréis nombre de injusticias. (VII, 19) 

 

      Ciertamente, quebrantando la prohibición, el primer ser humano hizo uso de la libertad otorgada por el Creador, pero al mismo tiempo la reduce, porque su desobediencia le vuelve más dependiente de las limitaciones existenciales; el ser humano se somete más estrechamente al mundo material y a las vicisitudes de la vida terrestre:

  Allah dice: “¡Descended! Vosotros seréis enemigos los unos de los otros. Encontrareis sobre la tierra una estancia y un goce por tiempo limitado”. (VII, 24)

 

     Sin embargo, Adam se arrepintió, “acogió las palabras de su Señor y volvió a Él. (II, 37) Allah acepta su arrepentimiento, después le indica un camino”:

Cualquiera que siga mi camino no se extraviará y no será desdichado. ((VII, 123)

 

     Es así como, en la perspectiva islámica, Adam, a pesar de su falta, fue el primer profeta, de la larga descendencia de los portadores de la Revelación universal, de los que el último ha sido Muhammad (s.a.s.), que ha resumido todos los mensajeros conocidos y desconocidos, de los que, por su mediación, los hombres han recibido “la dirección”. Habiendo vuelto a Allah, que hizo de él el primer profeta, Adam no ha transmitido a su descendencia la herencia de su error, pero si la promesa de la gracia divina para todos los que vuelvan a la Fitra y sigan el camino trazado por los mensajeros.

 

      El ejemplo simbólico de Adam, queda perfectamente validado para el momento actual, pues a pesar de su decaimiento, el ser humano conserva su posición central en la creación, con todos los privilegios que ello conlleva. Esta situación puede siempre ser hecha plenamente efectiva, pues la vida humana comporta una proximidad íntima con Allah, incluso si no tenemos conciencia de ello:

Nos hemos creado al hombre, Nos sabemos lo que su alma le sugiere; Nos estamos más cerca de él que la propia vena yugular, (L, 16)

 

        La vuelta a Allah en un acto de arrepentimiento comparable al de Adam, y que representa el mejor uso que el ser humano puede hacer de la libertad que se le ha concedido. Equivale a una restauración de la condición  humana conforme a la intención del Creador.

 

Según la mentalidad contemporánea, el musulmán que se somete al orden establecido por Allah y se atiene a una serie de obligaciones y de reglas de vida, puede parecer menos libre que el hombre totalmente secularizado viviendo según sus tendencias e instintos. De hecho, la disciplina musulmana no es privación de libertad, pero si el restablecimiento de la vida individual y colectiva de un orden de valores y de un ritmo correspondiente a la naturaleza total del hombre y a sus aspiraciones más profundas, así como la armonía del cosmos.

 

Ciertamente, la libertad como es entendida comúnmente en nuestros días es un bien preciado cuyo valor se muestra particularmente a aquellos que se encuentran privados de ella. Pero siempre quedan cosas que no se realizan jamás de forma plena sobre el plano terrestre. El ser humano que dispone de forma limitada y aspira a su posesión más completa, debe advertir que la libertad se le escapa en la medida en que se la persiga. Y las revoluciones que han hecho tantas promesas a este respecto tienen suprimidas ciertas coacciones, pero han introducido otras. Y ¿Cuántos crímenes no se han cometido, cuántas tiranías no se han instaurado en nombre de la libertad?

 

El Islam, por su parte, es a la vez realista e idealista. Sabiendo que tanto musulmanes como musulmanas, no sabrán disponer aquí abajo más que de una libertad limitada, les enseña sobre todo a hacer buen uso de ella, pues sabe de sus debilidades. Esto es, a fin de cuenta, en lo que consiste toda la vida musulmana. El cumplimiento de cada prescripción es, de cualquier manera, renovación de la elección libre y fundamental que el creyente ha hecho de la Unidad y de la Realidad de Allah, con preferencia a la multiplicidad de las ilusiones del mundo. Disponiendo así de medios prácticos de ajustarse día a día a la voluntad de Allah, el musulmán participa siempre más ampliamente de esa libertad total.

 

Así, el Islam ofrece a la humanidad la posibilidad de volver  a Allah según el ejemplo de Adam, de recibir “la dirección” y de ocupar en la creación el puesto central al que está realmente destinado. Esta creación no la verá más con la mirada falsa de los modernos porque el universo y la naturaleza, reducidos a normas cuantitativas no son más que cosas fortuitas y vaciadas de sentido, pero el musulmán contemplará los signos de la Realidad divina.

 

La humanidad podrá desde entonces rehabilitar  su función original de Jalifa de Allah sobre la tierra. No será más el ser dañino que amenaza la naturaleza de destrucción, pero sí será el protector y guardián que asume plenamente su responsabilidad para con el orden creado.

 

      Es importante precisar ahora que la libertad humana, puesto que el Islam enseña su buen uso, equivale sobre todo, desde esa perspectiva, a un estado de disponibilidad en vías de cumplir la voluntad de Allah y de practicar el Dîn del Islam, sin trabas. Cada vez que los obstáculos y restricciones son contrarios a esta libertad de adorar a Allah, conforme a sus mandatos, los musulmanes ejercen su deber de luchar por su pleno restablecimiento.

 

Esta lucha es una forma de ÿihâd, de “guerra santa”, como se traduce la más de las veces este término árabe sin buscar su verdadero significado, que expresa más bien la idea de “esfuerzo colectivo y lucha”. Esto explica el verdadero sentido del combate llevado por los musulmanes contra regímenes coloniales y contra toda forma de dominación y de influencia hostil hacia el espíritu y la práctica del Islam. Estas luchas por la libertad han dado numerosos mártires a través de los siglos y continuará dándolos.

 

     Pero según el verdadero espíritu del Islam, los combatientes deben siempre recordar que la libertad no será construida como un fin en sí, pero sí como un medio en el camino hacia Allah. Esto es porque, cualquiera que sea la forma de su lucha, el grito de guerra de los verdaderos “muÿâhidûn”, los combatientes del ÿihâd, siempre ha sido “Allâhu akbar”, “Allah es el más grande”.

       

 

 

REFERENCIAS Y TESTIMONIOS

 

LA NORMA HUMANA (FITRA)

Adquiere las obligaciones del Islam como verdadero creyente y según la naturaleza (Fitra) que Allah ha dado a los hombres al crearlos. No hay cambio en la creación de Allah. He aquí el “Dïn” inmutable; pero la mayor parte de los hombres no saben.

                              (CORAN XXX, 30)

 

LUZ SOBRE LUZ

 

¡Allah es la luz de los cielos y de la tierra!

Su luz es comparable a un nicho donde se encuentra una lámpara. La lámpara está sobre un vaso; el vaso es semejante a una estrella brillante. Esta lámpara está alimentada de un árbol bendecido: el olivo que no proviene ni del Oriente ni del Occidente y de quien el aceite está cerca de iluminar sin que el fuego lo toque.

¡Luz sobre luz!

Allah guía hacia su luz a quien quiere.

Allah propone a los hombres sus ejemplos.

Allah conoce todas las cosas.

                                   (XXIV, 35)  

 

EN EL CORAZÓN DEL MUSULMÁN

 

El ejemplo de Su luz significa: “ejemplo de Su luz en el corazón del musulmán”. El se agita de la luz que Allah pone en el corazón de Su servidor, en tanto que conocimiento de Allah, amor de Él, creencia en Él y recuerdo de Él. Esta es también Su luz, que envía a los hombres, dándoles la vida gracias a ella y arraigándola en sus corazones.

 

El corazón del hombre es iluminado. Está cerca de conocer la verdad por su norma (Fitra) y su inteligencia, pues viene la Revelación que ejerce su acción, de suerte que la luz de su Fitra dada por Allah se ha vuelto más luminosa. La luz de la Fitra combinada con la luz de la Revelación permite expresar esta verdad: “luz sobre luz”.

            Ibn al-Qayyim, TAFSIR (comentario al Corán)

   

LA PREDESTINACIÓN

 

Corán:

     Si, Nos hemos creado toda cosa después de un decreto.   

                                       (LIV, 49)                     (LIV, 49)

Di: “Nada nos alcanzará, que exceda de aquello que Allah ha escrito para nosotros”.                                               (IX, 51)                                              

      ...El que ha creado toda cosa fijando su destino de una forma inmutable.

                                                                                  (XXV, 2)

 

      Allah cumple siempre aquello que se ha propuesto.

      Allah ha determinado un decreto para cada cosa.

                                                                                (LXV, 3)                              (LXV, 3)

      Nos determinamos cada cosa de una forma perfecta.

                                                                                (LXXVII, 23)                              (LXXVII, 23)

 

 Hadîz:

    Allah dijo a Adam: “Yo he creado esta familia para el paraíso, y los actos de sus miembros serán conforme a los actos de los habitantes del paraíso”, y Allah siguió diciendo: “Yo he creado esta familia para el infierno y los actos de sus miembros serán conforme a los actos de los habitantes del infierno”. Habiendo oído esta enseñanza del Profeta, (s.a.s.), un hombre le preguntó: “¿De qué sirve pues actuar de una manera o de otra?” El Profeta (s.a.s.) respondió: “Cuando Allah creó su servidor destinado al paraíso, los actos de este hombre le serán  meritorios, hasta que muera y entre en el paraíso; y cuando Allah creó un destino al fuego, sus actos serán semejantes  a los actos de las gentes del infierno y, al morir, allí entrará”.

 

El Profeta de Allah dijo también a sus compañeros:

“De entre vosotros, no hay nadie para quien  el lugar no haya sido predestinado por Allah, que éste sea el infierno o el paraíso”. Los compañeros dijeron: “Oh Profeta de Allah, puesto que Allah ha decidido de antemano cuales serán nuestros sitios, ¿podemos basarnos en esta certeza y renunciar a nuestros deberes?”. Él respondió: “No, porque el justo realizará buenas acciones y obedecerá a Allah, y  el malo cometerá malas acciones”.

               Citado por el Dr. Ahmad A. Galwash,

               EL DIN DEL ISLAM, Al-Shaab, El Cairo.

   

 

¿CON QUÉ DERECHO EXPLOTA EL HOMBRE EL REINO ANIMAL?

 

      Uno de los tratados más largos de los IJWÂN AS-SAFÂ (Hermanos de la Pureza) se refiere a los animales. En este importante tratado, los Ijwân (...) dedican un largo apartado, de una dimensión excepcional en relación a los tratados, sobre la “controversia entre los hombres y los animales”.  Este relato, admirablemente escrito y muy actual por la crisis ecológica, discute las razones dadas por el hombre que apoyan su derecho a dominar y destruir el mundo animal, así como la respuesta de los animales, que reducen a nada las pretensiones del hombre basadas sobre sus privilegios puramente humanos, como pueden ser el poder de razonamiento y de invención. Esto es solamente cuando los animales ven que, entre los hombres, existen awliyas  que, cuando vuelven a Allah, realizan también el objetivo más profundo de la creación del reino animal, que ellos aceptan, de obedecer y servir a la humanidad. La moraleja de la historia es que el ser humano tiene el derecho de dominar a los animales con la sola condición de vivir siendo consciente de su calidad de “califa” (Jalifa), del hecho de que él es el representante de Allah sobre la tierra y, desde otro punto de vista el representante de todas las criaturas terrestres delante de Allah. Fuera de esto, no hay ninguna razón perentoria para ejercer una autoridad y una dominación sobre las otras criaturas y, si lo hace, debe pagar cara la usurpación de una función a la que no tiene derecho, salvo en calidad de hijo de Adam que, según el relato del Corán, fue informado de los nombres de todas las cosas.

                   Seyyed Hossein Nasr,

                     ISLAMINC SCIENCE

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