LOS
PRIMEROS SUFÍES
Extraído
del segundo capítulo de la Risâla
de al-Qusháiri; véase Los Fundamentos
del Sufismo, en el número anterior de Musulmanes
Andaluces.
Primera parte
Habéis de saber que
entre los primeros musulmanes no había distintivo de honor mayor que el de
haber acompañado al Profeta (s.a.s.), y de ahí que a los mejores de entre
ellos se les llamara Sahâba (Compañeros)
porque habían conocido personalmente a Rasûlullâh y disfrutado de su compañía
(suhba). De igual modo, la segunda generación de
musulmanes utilizó como título de privilegio para los mejores de entre ellos
el de Tâbi‘în, Continuadores, para quienes habían recibido directamente las enseñanzas
de los Sahâba. Para
los de la tercera generación, el nombre que se usó fue el de Tâbi‘î
t-Tâbi‘în, los Continuadores de los Continuadores, que se decía de aquellos
que habían recogido el Islam de los Tâbi‘în.
El conjunto de estas tres generaciones recibe el nombre de Sálaf, nuestros Antepasados
en el Islam.
Tras estas tres
primeras generaciones (el Sálaf)
y al extenderse grandemente el Islam, la sinceridad y el compromiso con los
grandes principios del Dîn fue
patrimonio de algunos, a los que se llamó Çuhhâd,
Ascetas. Pero el Islam fue creciendo
y se produjeron divisiones y aparecieron partidos que se alejaban de las
Fuentes, y cada grupo presumía de tener entre sus filas a grandes Çuhhâd.
Por eso, las Gentes de la Sunna comenzaron a aplicar otro nombre reservado
para los más fieles a las Enseñanzas originales de Sidnâ Muhammad (s.a.s.),
y esa denominación fue la de Tasáwwuf,
de la que deriva Sûfi.
Desde entonces se utiliza la palabra sufi para designar a aquellos que se
vigilan ante Allah, salvaguardando sus corazones de todo descuido asomándose
a los secretos de la Unicidad. El nombre de Tasáwwuf
para el arte, la ciencia y el método
(Tarîqa) de los
grandes entre los musulmanes (los Akâbir)
ya era célebre en el segundo siglo de la
Hégira (al-Hiÿra), y
aparecieron grandes Maestros (Shuyûj o
Mashâij), algunos de los cuales
serán mencionados en este capítulo.
1. Ibrâhîm
ibn Ádham, era de Balj (Afganistán) e hijo de reyes. Cierto día salió
a una montería, tal como acostumbraban a hacer los relajados miembros de la
aristocracia. Cuando perseguía a un zorro (o una liebre, según otras
versiones), una voz misteriosa le dijo en su interior: “¿Para esto has sido
creado, oh Ibrâhîm?”, y otra voz, que provenía de fuera le dijo: “¡No
has sido creado para esto!”. Entonces bajó de su caballo y cuando se
encontró con un joven pastor que vigilaba los rebaños de su padre le dio su
valiosa túnica real, su caballo y todas las pertenencias que llevaba a cambio
de un manto de lana, y se retiró al desierto. Después fue a Meca y ahí se
consagró al estudio bajo la dirección de Sufyân az-Záuri y al-Fudáil
ibn ‘Iyâd. Más tarde se dirigió a Siria, donde murió.
Desde el momento en que decidió seguir la Vía de los Sufíes, nunca comió más que del fruto de su trabajo, dedicándose a prestar sus servicios para las recogidas de siembra o guardando huertos. Cuando estaba en el desierto, un día tropezó con un hombre que le comunicó el Nombre Supremo de Allah (al-Ism al-Á‘zam), y lo invocó; entonces, vio a Al-Jidr que le dijo que había sido el profeta David (Dâwûd) quien le había trasmitido el Nombre.
Ibrâhîm ibn Ádham
era riguroso en la práctica del Wára‘,
que consiste en los escrúpulos que apartan al musulmán de lo Harâm,
absteniéndose de todo lo que la Sharî‘a
declara ilícito, e incluso dejaba mucho de lo lícito (Mubâh) por temor a que lo relajara en su atención puesta
constantemente en Allah. Solía decir: “Que tu alimento sea resultado de un
esfuerzo honesto tuyo,... y no te preocupes entonces si tus prácticas
espirituales durante la noche no son todo lo intensas que quisieras o que tus
ayunos no sean numerosos”. Una de sus invocaciones era: “Allahumma, trasládame
de la humillación que representa el desobedecerte al orgullo que hay en
someterse a ti”.
Ibrâhîm ibn Ádham
dijo a un hombre que estaba efectuando las circunvalaciones
(Tawâf) entorno a la Kaaba:
“No alcanzarás el grado de los Sâlihîn hasta que no hayas
superado seis cuestas: la primera es que cierres la puerta de la satisfacción
y abras en su lugar la puerta de las calamidades; la segunda es que cierres la
puerta de la soberbia y abras la puerta de la humildad; la tercera es que
cierres la puerta del descanso y abras la puerta del rigor; la cuarta es que
cierres la puerta del sueño y abras la puerta del insomnio; la quinta es que
cierres la puerta de la riqueza y abras la puerta de la pobreza; la sexta es
que cierres la puerta de la esperanza y abras la puerta de la preparación
para la muerte”.
Una vez que estaba
cuidando un viñedo, pasó junto a Ibrâhîm ibn Ádham un soldado, y le pidió
un racimo: “El dueño del huerto lo ha puesto bajo mi cuidado”, le
respondió Ibrâhîm, y el soldado sacó su látigo y comenzó a azotarlo,
pero lo único que consiguió fue que Ibrâhim le dijera: “Sí, sí, golpea
el rostro de un esclavo que no deja de desobedecer a su Señor”, hasta que
el soldado se cansó y dejó en paz a Ibrâhîm.
Sahl contó que una
vez acompañaba durante un viaje a Ibrâhîm ibn Ádham. Sahl enfermó e Ibrâhîm
gastó todo lo que llevaba para atenderlo. Sahl durante un delirio tuvo un
capricho, e Ibrâhîm vendió el asno sobre el que cabalgaban para comprar lo
que su compañero quería. Cuando el enfermo se recuperó, preguntó por el
asno sobre el que debían continuar su viaje,
e Ibrâhîm le contó que lo había vendido: “¿Cómo seguiremos el
camino”, y entonces Ibrâhîm cargó con él sobre sus espaldas durante tres
jornadas.
2. Dzû
n-Nûn al-Misri, de Egipto, descendiente de nubios. Fue el Grande
de su momento, Singular en su tiempo, extraordinario en su sabiduría y en su
rigor, de experiencias espirituales únicas. Era delgado y su barba jamás
encaneció. Dijo: “Todo gira en torno a cuatro cosas: amar al Majestuoso,
detestar al avaro, seguir la Revelación y temer la degeneración”, refiriéndose
a que el sufismo es conocer y amar a Allah, aborrecer las cosas mundanales
(que en esencia son miseria, realidades avaras), aprender del Maestro (Sidnâ
Muhammad -s.a.s.-) y cuidarse de volver la espalda a sus enseñanzas,
volviendo a estados anteriores e inferiores que ya serían una degeneración
cuando se ha progresado algo sobre la Vía.
Dzû n-Nûn el
Egipcio dijo: “Signo de que se ama a Allah es amar a su Amado (s.a.s.) en su
forma de ser (Ajlâq),
imitando sus actos, obedeciendo sus órdenes y siguiendo su Costumbre
(Sunna)”. Se le preguntó en
cierta ocasión quiénes son los más viles, y respondió: “Los que no
conocen el Camino hacia Allah y los que no lo dan a conocer”.
Un magrebí asistió
a la asamblea (máÿlis)
de Dzû n-Nûn y le preguntó: “¡Oh, Abû l-Fáid! ¿Cuál fue la
razón de tu Vuelta (Tawba) hacia
Allah?”. Dzû n-Nûn al-Misri le respondió: “Una historia
sorprendente que no podrías soportar (que no creerías)”. El magrebí
insistió: “¡Por Aquél al que sirves! Cuéntanos esa historia”, y Dzûn-Nûn
dijo: “Un día salí de El Cairo para visitar cierta aldea, y por el camino,
en el desierto, me venció el sueño y dormí un rato a la sombra de un árbol.
Cuando abrí los ojos, he aquí que ante mí había una alondra ciega que había
caído de su nido. De repente se abrió la tierra, y de ella salieron dos
escudillas, una era de oro y otra de plata, en la primera había granos de sésamo
y en la otra había agua, y la alondra comió de éste y bebió de ése.
Entonces exclamé: ‘¡Ya basta! Vuelvo a Allah’, y me quedé a la Puerta
hasta que Allah me aceptó”.
Dzû n-Nûn dijo:
“La sabiduría no reside en un estómago que esté repleto de comida”. Se
le preguntó a Dzû n-Nûn por la Tawba (la Vuelta hacia Allah),
y respondió: “Para la mayor parte de la gente, es dejar atrás las
torpezas. Para unos pocos, es abandonar todo descuido”.
3. al-Fudáil
ibn ‘Iyâd, era originario de Jurasán (en Irán), de las cercanías
de la ciudad de Marw. Otros dicen que nació en Samarcanda. Murió en Meca.
al-Fudáil era un bandido que asaltaba caminos. Se enamoró
perdidamente de una esclava, y una vez que estaba escalando los muros de la
casa de su amada con la intención de encontrarse con ella, escuchó una voz
que recitaba este pasaje del Corán: “¿No ha llegado el momento para los
que tienen corazón sensible que se sobrecojan al recordar a Allah?”, y él
respondió: “¡Señor! Ya ha llegado ese momento”. Abandonó entonces su
propósito y salió a un descampado donde había unas ruinas y se dispuso a
pasar ahí la noche. En esto, pasó cerca de ahí un grupo de viajeros, que se
dijeron entre sí: “Parémonos a descansar aquí”, pero uno les advirtió:
“No. Continuemos el viaje. Fudáil frecuenta estos parajes, y si nos
ve nos robará”. Fue entonces cuando Fudáil decidió abandonar toda
su vida anterior y volverse hacia Allah, les dio seguridad a los viajeros, y
abandonó el país para avecindarse en Meca.
En cierta ocasión,
al-Fudáil ibn ‘Iyâd dijo: “Cuando Allah ama a una persona,
la hace sufrir desgracias” para que desespere del mundo y se vuelva hacia Él,
“y cuando detesta a alguien, le facilita comodidades” para que se hunda en
la dispersión. Ibn al-Mubârak dijo: “Cuando murió al-Fudáil, desapareció
la tristeza del mundo”, queriendo decir que su nostalgia por Allah era tan
inmensa que nadie podía comparar su sentimiento por Allah con la fuerza del
anhelo de al-Fudáil.
En cierta ocasión,
al-Fudáil ibn ‘Iyâd dijo: “Si se me ofreciera el mundo y
todas sus riquezas y se me dijera que podría hacer lo que quisiera y que no
se me pedirían cuentas, despreciaría todo ello del mismo modo como a
vosotros os resulta repugnante el cadáver maloliente de un animal en el
camino y os alejáis de él para que no ensucie vuestra ropa”.
Y dijo: “Dejar de
hacer algo (a lo que el Islam obliga) por temor a que alguien diga que es
falsa piedad, es fingimiento e hipocresía
(Riyâ). Y hacer algo obligado por
el Islam para despertar la admiración de la gente, es idolatría (Shirk)”. Y
también dijo: “Cuando desobedezco a Allah, me doy cuenta por cómo
reacciona mi asno”.
4. Ma‘rûf
al-Karji, que fue de los más grandes maestros. Allah respondía a sus
ruegos, y aún la gente acude a su tumba esperando encontrar remedio para sus
males. Los habitantes de Bagdad dicen: “La tumba de Ma‘rûf es un bálsamo (tiryâq) de
eficacia comprobada”. Fue servidor de ‘Ali ibn Mûsà ar-Ridâ -con quien
Allah esté complacido-, y a su vez fue maestro de Sari as-Saqati. Una
vez, Ma‘rûf dijo a su discípulo Sari as-Saqati: “Cuando quieras
algo de Allah, pídeselo en mi nombre”.
Los padres de Ma‘rûf
eran cristianos, y cuando era niño lo mandaron a una escuela en la que enseñaba
uno de sus sacerdotes, que le decía: “Él es Tres y Uno”, y él respondía:
“No. Es Uno”. El sacerdote le golpeaba por ello, hasta que un día escapó
de la ciudad. Sus padres se lamentaban diciendo: “Ojalá vuelva a nosotros,
siguiendo la doctrina que quiera. Nosotros mismos la seguiríamos”. Ma‘rûf
se hizo musulmán ante ‘Ali ibn Mûsà ar-Ridâ, y volvió junto a
sus padres; llamó a la puerta de su casa y desde dentro le preguntaron que qué
enseñanza había adoptado. Él respondió que había aceptado el Islam, y sus
padres también lo hicieron.
Sari as-Saqati
vio una vez en sueños a su maestro Ma‘rûf al-Karji, y era como si
estuviera debajo del Trono de Allah. Allah preguntó a los Ángeles
(Malâika): “¿Quién es éste?”,
y ellos respondieron: “Tú sabes mejor que nosotros quién es”. Y Allah
dijo: “Éste es Ma‘rûf al-Karji, que se ha embriagado de amor hacia Mí y
no volverá en sí hasta que se reúna conmigo”.
Ma‘rûf dijo a uno
de sus discípulos: “No dejes nunca de actuar, pues la acción
conforme al Islam (el ‘Ámal)
te acerca a complacer a tu Dueño”, y el discípulo le preguntó que cuál
era esa acción, y él respondió: “Obedecer constantemente a tu Señor y
servir a los musulmanes, y dar buen
consejo (nasîha)”.
Un sufi dijo: Vi a Ma‘rûf
al-Karji en sueños tras su muerte y le pregunté qué había hecho Allah con
él, y me respondió: “Me ha perdonado”, y yo le dije: “¿Lo ha hecho en
atención a tu sobriedad y a tus escrúpulos?”, y me respondió: “No. Lo
ha hecho porque acepté la advertencia de Ibn as-Sammâk, porque me he
aferrado a la pobreza y por mi amor a los pobres”. La advertencia de Ibn as-Sammâk
fue relatada por el mismo Ma‘rûf, que contó: Un día pasé por Kufa y
encontré a un hombre al que llamaban Ibn as-Sammâk que enseñaba el Islam a
las gentes, y a lo largo de sus palabras dijo: “Allah da la espalda con todo
su Ser a quien le da la espalda, y se vuelve con todo su Ser hacia quien se
vuelve hacia Él, y hace que toda la creación se vuelva hacia esa persona. Y
quien a veces se vuelve hacia Allah y otras le da la espalda, encuentra que
Allah hace lo mismo con él”. Dijo Ma‘rûf: “La advertencia de Ibn as-Sammâk
caló profundamente en mí y decidí abandonarlo todo para consagrarme a poner
mi atención en Allah, salvo la obediencia que debía a mi maestro ‘Ali ibn
Mûsà ar-Ridâ”.
En cierta ocasión,
Ma‘rûf al-Karji paseaba por ciudad un día que dedicaba al ayuno. Pasó
junto a un vendedor de agua que animaba a que le compraran diciendo: “Allah
se apiade de quien beba”. Se le acercó Ma‘rûf y le pidió agua y bebió
de ella. Su acompañante le dijo: “¿No estabas ayunando hoy?2, y él le
respondió: “Sí, pero he preferido exponerme a la invocación del
vendedor”.
5. Sari
as-Saqati, fue discípulo de Ma‘rûf al-Karji y maestro, a su
vez, de al-Yunáid. Sari as-Saqati es tenido por uno de los maestros más
eminentes de su tiempo, único en la profundidad de su practica de la Sunna y
de su conocimiento de la Ciencia de la
Unidad (‘Ilm at-Tawhîd).
Se cuenta que cuando
todavía era discípulo de Ma‘rûf un día se encontraba en el zoco dedicado
a sus negocios junto a otros compañeros. Pasó por ahí Ma‘rûf llevando
consigo un niño huérfano y harapiento, y ordenó a Sari as-Saqati que
le regalara algo de ropa, lo cual hizo de un modo que agradó sobremanera a su
maestro, que invocó en su favor pidiendo a Allah que hiciera a Sari detestar
el mundo liberándolo de todos los apegos y sumisiones que implica. Sari as-Saqati
cuenta que salió esa mañana de su tienda sintiendo repugnacia hacia todo lo
que ata al ser humano y dijo: “Todo lo que tengo (el Rango espiritual) es
gracias a la Báraka de Ma‘rûf”.
Al-Yunáid dijo de él:
“No he conocido a nadie más severo en la práctica del Islam que Sari as-Saqati.
Murió a los ochenta y nueve años, y nunca se le vio tumbado más que durante
su agonía”.
Sari as-Saqati
dijo: “Tasawwuf es un término que se emplea para designar una cosa
que tiene tres significados. Se emplea para la sabiduría cuya luz no apaga la
de la práctica estricta del Islam, para la ciencia interior que no contradice
la literalidad de la Revelación y para la fuerza que no emplea los carismas
para violar lo vedado por Allah”.
Al-Yunáid contó
que, en cierta ocasión Sari as-Saqati le pidió que le explicara lo que era el
Amor a Allah (al-Mahabba),
y al-Yunáid respondió: “Unos dicen que es la obediencia a su mandatos,
otros dicen que es preferirlo a Él en todo, y otros dicen tal cosa y otros
tal otra”, entonces Sari as-Saqati extendió su brazo -él era
extremadamente delgado- y estiró de su piel un pellizco y dijo: “Si juraras
que la carne se me ha secado debajo de la piel por Amor a Allah no estarías
mintiendo’ y se desmayó. Al-Yunáid le miró al rostro y estaba
resplandeciente.
Se cuenta que un día
Sari as-Saqati dijo a uno de sus compañeros: “Hace treinta años que
pido a Allah perdón por una vez que dije al-hámdu
lillâh”, -¿Y cómo es eso?”, le preguntó su interlocutor, y él
respondió: “Hubo un incendio en Bagdad, pero me dijeron que mi tienda se
había salvado, y yo exclamé al-hámdu
lillâh. Desde entonces pido perdón por haberme alegrado de que una
desgracia que se había abatido sobre los musulmanes no me afectara”.
Al-Yunáid contó que
oyó una invocación de su maestro Sari as-Saqati en la que decía:
“Allahumma, si deseas atormentarme con algo que no sea interponiendo entre Tú
y yo un velo (que me impida verte)”.
6. Bishr
al-Hâfi, era originario de Marw, pero vivió y murió en Bagdad.
Su espiritualidad era potente. Se cuenta que la razón de su Tawba
(su Vuelta hacia Allah) se debió a
que, en cierta ocasión, encontró mientras caminaba por una calle un papel
tirado en el que estaba escrito el nombre de Allah. Lo recogió y compró un
dirham de perfume con el que limpió el papel, lo llevó a su casa y lo colgó
de la pared. Esa noche, en sueños una voz le dijo: “¡Oh, Bishr! Del mismo
modo que has perfumado mi Nombre, Yo perfumaré el tuyo ante los hombres y
ante mí en al-Âjira”
Una vez, Bishr pasó
junto a un grupo de personas y las oyó decir: “Ése es Bishr, el asceta,
que no duerme en toda la noche y no come más que cada tres días”. Bishr
lloró, y cuando le preguntaron qué le pasaba, respondió: “No recuerdo
haber pasado una sola noche entera en vela ni he ayunado ningún día sin
haber roto el ayuno al atardecer. Allah hace decir a la gente más de lo que
hago, como signo de amabilidad y generosidad hacia mí”, y entonces relató
cómo empezó su vida en el sufismo, tal como hemos relatado.
Bishr al-Hâfi
soñó con el Profeta, que le dijo: “¡Oh, Bishr! ¿Acaso sabes por qué
Allah te ha elevado por encima de tus contemporáneos? Por seguir mi Sunna,
por servir a los Sâlihîn, por dar buenos consejos a tus compañeros,
por amar a los míos y a la Gente de mi Casa. Eso es lo que te ha hecho entrar
en la Morada de los Justos”.
Bilâl al-Jawass
contó que una vez viajaba por el desierto y de prontó apareció un hombre
que caminaba a su lado. Se le ocurrió que pudiera tratarse del Jidr, y se lo
preguntó diciéndole: “¡Por la Verdad de la Verdad! ¿Quién eres?”, y
le respondió: “Soy tu hermano, el Jidr”. Entonces, Bilâl aprovechó para
preguntarle: “¿Qué opinió te merece el Imâm ash-Shâfi‘?”, y el Jidr
le dijo: “Es de los Awtâd (de los soportes del cosmos)”. “¿Y el Imâm
Ahmad ibn Hánbal?”, y el Jidr le dijo: “Es un Siddîq
(alguien cuyo grado espiritual intima con el Secreto del Profeta)”. Por último,
Bilâl le preguntó por Bishr al-Hâfi, y el Jidr le respondió:
“Tras su muerte, no ha nacido nadie semejante él”. Por último, Bilâl le
preguntó: “¿Qué es lo que he hecho que me ha permitido verte?”, y el
Jidr le dijo: “El trato que has dado a tu madre”.
Un día, Bishr al-Hâfi
fue a visitar a un maestro y cuando golpeó la puerta se la abrió una niña
pequeña. La niña le preguntó quién era, y él respondió: “Bishr al-Hâfi”
(al-Hâfi significa ‘el que anda descalzo’), y ella le dijo: “Por
muy poco dinero podría comprarte unos zapatos y te quitaría el apellido”.
A lo largo de toda su vida, Bishr no dejó de recordar esta anécdota.
7. al-Hâriz
al-Muhâsibi, quien no tuvo igual en su tiempo, ni enciencia, ni en
rigor en la práctica del Islam, ni en experiencias espirituales ni en trato
con la gente. Era de Basra (Iraq), pero murió en Bagdad. Fue grande en
la práctica del Wára‘, que,
como ya hemos dicho, consiste en los escrúpulos que impiden caer en algo
declarado Harâm por el
Islam. El Wára‘ consiste en
llevar una vida rigurosamente honesta, austera y limitada a lo Halâl en en lo referente a las propiedades, la alimentación,
las palabras, etc. Todo aquello en lo que haya un Shubha, una sospecha, es
descartado por el que practica con severidad el Wára‘, y, así, se cuenta que al-Hâriz al-Muhâsibi
rechazó la herencia que le legó su padre porque negaba la existencia del
Destino, y el Profeta (s.a.s.) ha dicho que no es lícita la herencia entre
los defensores de doctrinas diferentes.
Al-Muhâsibi dijo: “Quien corrige su mundo interno con la práctica de la vigilancia y el desinterés, ve su mundo exterior adornado por Allah facilitándole el esfuerzo y el seguimiento de la Sunna”.