La palabra árabe Îmân suele ser vertida a las lenguas
occidentales como fe (y, en consecuencia, mûmin, el que posee Îmân,
sería un fiel, un creyente). Pero esta traducción no le hace
ninguna justicia; es más, al contrario, falsea e impide la comprensión de lo
que ese concepto significa para el musulmán. La fe es una virtud
cardinal cristiana que consiste, ante todo, en la admisión de un misterio,
por contrario que sea a la razón. Así, la Trinidad, la Encarnación, la
Transubstanciación, etc., son dogmas para la fe. En la idea cristiana de fe
subyacen otras connotaciones como la esperanza, la confianza y la fidelidad, que
la hacen más digerible; es decir, disfrazan, revistiéndolas con la categoría
de un acto de valor y generosidad, lo que de sí es inaceptable. La teología
es la encargada de hacer posibles esas tergiversaciones y elaborar estrategias
para que sean asumidas como verdades indiscutibles. Y, así, se da a la fe
un valor emancipador que en realidad no tiene. Aceptar algo absurdo carece de
toda justificación. También es fe la actitud ante una institución, la
Iglesia, admitiendo su infalibilidad, a pesar de lo que enseña la historia.
La
fe no es otra cosa que dejarse estafar. La lógica con la que evitamos
que se nos engañe en cualquier ámbito de la vida cotidiana, se nos exige
relegarla ante lo espiritual, y eso es de lo que se valen los sacerdotes, y
sobre ello construyen su dominio. Si en el mercado se nos presenta una factura
con las cuentas mal hechas reclamamos nuestros derechos, pero ante la religión
nos callamos, y tres y uno pueden ser lo mismo y no pasa nada. Si tenemos
problemas con algún empleado, inmediatamente reclamamos la presencia del jefe,
y no nos contentamos con su sustituto, porque queremos ir a la raíz del
problema: no nos basta ni su delegado ni su hijo. ¿Cómo en algo tan esencial y
serio como la eternidad de nuestro ser dejamos atrás el sentido común? En el
Islam no hay sacerdotes, y por ello no hay necesidad de tener fe. La confianza,
la esperanza, la fidelidad, son otras cosas, que tienen su lugar y su valor en
el Islam, y son consideradas, por supuesto, como grandes virtudes, pero no están
proyectadas sobre ningún acto de fe.
Por su parte, el Îmân, en árabe, es la facultad que tiene el
corazón para saber. El corazón (Qalb) es, en este contexto, el
órgano de percepción. Sin problema, podemos entender que se trata de la inteligencia,
la razón, el sentido común, la sensatez, etc. (el ‘Aql),
pero la palabra corazón añade a todo lo anterior un matiz especial. El corazón
no es distinto del entendimiento humano; es, más bien, su centro, algo próximo
al espíritu (Rûh). Con la expresión ‘el hombre sabe
a través del corazón’ queremos decir que aprehende con lo esencial de sí
cosas que a su vez son esenciales, y ese modo de saber no choca con la razón
sino que es su trasfondo, su plenitud. El Îmân, por tanto, es una
facultad, o una habilidad, que permite conocer como fruto de una interrelación
entre lo más profundo del hombre (su corazón) y lo de más íntimo que hay en
la existencia.
El Îmân es, así, esponjosidad, sensibilidad y sintonía
del ser humano con la realidad. Tiene que ver con la Fitra,
otro concepto islámico capital, y que es la inocencia natural del ser
humano, su apertura original a cuanto le rodea. La Fitra es el
modo de saber del recién nacido, la ausencia en él de obstáculos y reparos,
antes de que los presupuestos y condiciones de los mayores lo fuercen. El Îmân
es la recuperación de lo que se sabe en la Fitra, en ese estado
de estrecha vinculación con todo lo que es. No tiene el carácter frío ni la
impersonalidad del mero saber racional, sino que exige una implicación. Por
eso, el Îmân es el saber más preciado y eficaz. No sólo ofrece datos
al hombre, sino que lo proyecta hacia aquello que se propone.
El Îmân es una facultad y, como tal, puede ser desarrollada o
desatendida. Quien margina la habilidad que tiene su corazón para saber de esa
manera se contenta con la superficialidad de las cosas, incapaz de penetrar en
su sentido. Quien, por el contrario, educa su corazón, se asoma al Malakût,
el universo interior que sostiene todas las formas aparentes.
El Profeta Sidnâ Muhammad (s.a.s.) enseñó que el Îmân aumenta
o decrece. Aumenta con la rectitud, la bondad y la delicadeza espiritual del ser
humano, y decrece con su maldad, su injusticia y su dejadez. Para funcionar,
el Îmân requiere que la persona sea pura. El Islam entero es una
actividad que potencia el Îmân, con el que el musulmán penetra
en el Jardín de la Misericordia que está en el fundamento de la creación. La
práctica del Islam es el método que potencia esa facultad. Por ello, el Islam
es acción, y el Îmân es su fondo.
Ahora, fijémonos bien, ¿qué es lo que sabe el Îmân? ¿Cuáles
son sus temas? En estas preguntas hay una trampa sutil. En el Îmân no
se tiene, simplemente, conocimiento de algo, sino que se sabe con
algo. En árabe, este matiz está claro. Se dice, por ejemplo, al-Îmân billâh,
el Îmân con Allah. En las falsas versiones cristianizantes se traduciría
como fe en Allah (o, peor aún, fe en Dios). Afirmamos que parte
sustancial de la clave para comprender el significado de estos temas está en la
preposición bi-, con, que complementa al término Îmân.
La expresión árabe es muy precisa y exacta. Allah no es un tema, ni es
un dogma, ni es ofrecido a la especulación humana. Allah es el Nombre de la
Verdad que hace ser las cosas, por tanto, es con lo que las cosas
son. Y el Îmân, por tanto, es con (bi-) Allah Uno, y
-debido a la inmensidad infinita de Allah- el Îmân agiganta al ser
humano. No nos debe engañar el sinónimo que los musulmanes dan a la palabra Îmân
cuando dicen que es Tasdîq. Este último término sinónimo suele
ser también malamente traducido y se presenta como equivalente de creencia:
el Tasdîq consistiría, por tanto, en creer en Allah (at-Tasdîq
billâh). Pero si nos fijamos bien en la construcción de esta última
frase, nos encontramos en la misma situación. Para empezar, Tasdîq
proviene de una raíz que significa sinceridad, autenticidad (Sidq).
Es el acto de encontrar la verdad con Allah. Por tanto, en árabe, vale
decir que al-Îmân billâh es sinónimo de at-Tasdîq billâh.
Estas explicaciones nos alejan de los conceptos cristianos, y puede que
algunos las rechacen porque dificultan la comprensión de lo que es el Îmân.
Es muy fácil decir que es equivalente a fe, y como eso es bonito
y muy espiritual es suficiente. La fe, se nos dice, hermana a los
hombres, cuando en realidad sólo sirven para organizar rebaños. Por desgracia,
los musulmanes estamos aceptando unas simplificaciones -en aras de la divulgación-
que ponen en serio peligro la profundidad del Islam.
Vivimos, dentro del mundo musulmán, un replanteamiento, muchas veces
inconsciente, que está socavando al Islam en sus mismas bases, restándole
fuerzas, acercándolo a concepciones que nada tienen que ver con su auténtico
propósito. Todos sabemos, y se repite sin cesar en los círculos musulmanes,
que el Islam está más allá de ser una religión, que en realidad es un todo
que abarca absolutamente la existencia del hombre, y sin embargo caemos en
trampas que reducen el Islam a una religión, a una elección personal, cuyo
destino es la privacidad. Nada hay más alejado de la realidad, pero para
recuperar esa grandeza del Islam debemos empezar por expresarlo en su lenguaje,
subrayando su amplio alcance. Y en la base del Islam está el Îmân: si
lo reducimos a la fe, todo el resto se nos presenta circunscrito a las
‘medidas’ de un pensamiento religioso, y como tal nos aboca a
contradicciones con la verdadera dimensión absoluta del Islam.
La idea de creer, en el Corán, aparece bajo los términos zann
(suponer) o umnía (desear), que son condenados porque
carecen de sustancia. Estos son los verdaderos sinónimos de lo que la gente
entiende por fe en occidente, y cualquier musulmán sabe que el Îmân
no es zann ni umnía. El Îmân y el Tasdîq
no son presunciones, probabilidades o esperanzas que se tienen y que la voluntad
admite por encima de cualquier razonamiento para aferrarse a algo. Son, por el
contrario, actitudes y formas de relación bajo el imperio de la lucidez. El Îmân
es fluir con la esencia de las cosas, ya hablemos de Allah, de los ángeles, de
los profetas, de los libros revelados, la Resurrección o el Destino, que no son
datos sino la columna vertebral de la existencia, tal como intuye la naturaleza
primordial del ser humano, y tal como atestigua la historia de la espiritualidad
humana.
La
radicalidad del Îmân es inmensa y se sustenta sobre la Ma‘rifa,
el conocimiento posible al hombre. El Îmân, o tiene en su raíz
un conocimiento auténtico, o es superstición. Y, así, cuando hablamos de al-Îmân
billâh, por ejemplo, se presupone que ya se conoce a Allah, ya se le
ha identificado, y el Îmân es un añadido, una actitud, una forma de
volverse hacia Allah para crecer con Él.
Cuando
la Ma‘rifa que posee un ser humano es un conocimiento muy sólido, tan
sólido que condiciona y afecta al corazón, recibe entonces el nombre de ‘Aqîda,
que se traduce por doctrina, pero para el que preferimos el término de cosmovisión.
Hay, por tanto, dos pasos previos al Îmân: la Ma‘rifa y la ‘Aqîda.
La Ma‘rifa deriva del Názar, el análisis, la reflexión.
El Corán ordena al hombre observar (názara) el mundo,
estudiarlo, y entresacar conclusiones, y su fruto es el saber. Ese saber enraíza
en el ser humano, y entonces se convierte en su ‘Aqîda. La ‘Aqîda
del Islam, el conjunto de enseñanzas sobre los que se yergue el Îmân
del musulmán, tiene seis pilares.
Los seis ejes que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) enumeró como Pilares del
Îmân (los Arkân al-Îmân: 1- Allah, 2- los Ángeles, 3- los
Libros Revelados, 4- los Profetas, 5- la Resurrección y 5- el Destino) no son
temas, postulados o dogmas sino detonadores de esa facultad a la que llamamos Îmân
y que hacen del ser humano un mûmin, alguien dotado de una habilidad que
lo hace sutil y capaz de entrar en el universo interior de la realidad liberándolo
del apego a todo lo que acaba por frustrarlo. La actitud del Islam en torno a
esos ejes es diametralmente opuesta a la cristiana. No los ofrece a la teología
ni al debate, sino al paladeo del corazón.
Pero, el Creador, sus ángeles, profetas, libros revelados, el tema de la
Resurrección y el Destino, ¿no exigen actos de fe? ¿No acepta el musulmán,
sin más, esos temas indemostrables? Afirmar esto último sólo demuestra
desconocimiento de cómo son planteadas esas cuestiones dentro del Islam, pero
este artículo no puede ser lugar para esas largas exposiciones. In shâ Allah,
a lo largo de estas páginas de la web irán siendo estudiados dentro de sus
coordenadas, lo cual requiere de abundante espacio, pues son los fundamentos
mismos del Islam. Quien vaya repasando la sección de al-Minah al-Quddûsiyya
irá penetrando, poco a poco en una forma de pensar que resultará extraña a
quien espere encontrar en el Islam un sistema de creencias religiosas. El Islam
es bucear en las grandes intuiciones del ser humano, llegando hasta allí donde
le resulta posible al corazón.
Esos seis Pilares del Îmân conforman la ‘Aqîda del
Islam, su cosmovisión. La ‘Aqîda (o ‘Aqd) es,
literalmente, firme resolución. Es el entramado sobre el que se mueve el
musulmán. En la ‘Aqîda redescubre la capacidad de su corazón para
abordar el infinito. El Îmân será su instrumento para acceder a ese
universo interior. Una cosa importante, como hemos señalado, la ‘Aqîda
debe pasar antes por el filtro de la razón y hundir sus cimientos en la Ma‘rifa.
Es más, la ‘Aqîda es un saber sólido, es la forma más pura de Ma‘rifa.
El Îmân actúa y es eficaz sólo si la razón no tiene inconveniente.
Todas estas reflexiones están en la base del Islam, configurando sus Usûl,
sus raíces, bases y fundamentos.
Dentro del Islam, para demostrar la solidez de la ‘Aqîda, surgió
una ciencia, el Kalâm, que es el esfuerzo por demostrar la racionalidad
de los contenidos de la ‘Aqîda, de tal manera que su valor como
conocimiento-Ma‘rifa, no sufriera ningún menoscabo. El Kalâm
persigue el Tahqîq la comprobación de lo que el Islam
propone. Se suele traducir Kalâm por teología, pero Kalâm
significa simplemente discurso: es la reflexión ordenada basada en la
argumentación que demuestra la validez racional de las enseñanzas de la ‘Aqîda,
quedando resaltado su valor de Ma‘rifa o conocimiento positivo.
Hubo varias corrientes y escuelas de Kalâm, siendo el sistema elaborado
por Abû l-Hásan al-Ash‘ari uno de los más aceptados. No obstante, el
Kalâm ash‘ari se hizo complejo y existe una reacción que busca la
simpleza y claridad de la exposición de esos temas en el Corán, en la Sunna y
en la enseñanza de los primeros musulmanes (Sálaf).
Resumiendo todo lo anterior, diremos que el Islam contiene unas enseñanzas
teóricas que son sus fundamentos (Usûl) y que conforman
un conjunto al que denominamos ‘Aqîda, una cosmovisión, en
consonancia con la Fitra, la naturaleza primordial del hombre,
sus datos elementales (como la ley de la causalidad y la de no contradicción) y
sus predisposición al conocimiento. La ‘Aqîda ha sido ordenada y
meditada por los expertos en Kalâm, de modo que no fuera algo que los
musulmanes tuvieran que aceptar sin más, y de este modo pasó a tener el rango
de Ma‘rifa, conocimiento comprobable. Todo lo anterior es
ofrecido al Îmân del ser humano, a su capacidad para penetrar en las
esencias de las cosas, hacerlas suyas y desplegarse en sus resonancias. El
resultado es el mûmin, la persona de Îmân, el dotado de una
sensibilidad espiritual que va sobre un camino justo (Hudà), y
los caminantes sobre esa senda son la razón (‘Aql), el corazón
(Qalb) y el espíritu (Rûh).
Hemos dicho que todo lo
anterior es el primer nivel del Islam, pues es un conjunto de saberes teóricos
asumidos e integrados por el ser humano. Después vienen los saberes prácticos,
las exigencias del Islam dirigidas al cuerpo del musulmán. Esas órdenes y
prohibiciones son la Sharî‘a, la Ley. Hay una ciencia que la
sistematiza, el Fiqh, el derecho. Este nivel recibe propiamente el
nombre de Islâm, que consiste en una verdadera claudicación ante
Allah. Permanecer eternamente en la fase teórica es insuficiente. Sólo cuando
la persona pasa a la acción, cumpliendo con Allah, pasa a ser
verdaderamente sincera. El Islam, en esta fase de Islâm, alcanza la
plenitud que lo acerca al último nivel, el del Ihsân, la excelencia.
Pero aquí nos interesa ahondar en las significaciones el término Îmân.
Además de todo lo dicho, el término Îmân tiene otras
consonancias en árabe. Equivale a Amân, paz, y a Amn, seguridad.
En el Îmân está el sosiego al que aspira el ser humano en lo más recóndito
de su ser y que adivina en el fundamento de la existencia. Sólo existe sosiego
y verdad en la sintonía con la realidad. El Corán dice: “Con la Evocación
de Allah se calman los corazones”. En medio de la agitación y vértigo
del mundo, el mûmin goza de una luz interior que ilumina su existencia y
se proyecta en su acción. Con Allah -y con los ángeles, con
los libros revelados, con los profetas, con el Último Día y con
el Destino- el hombre alimenta su Îmân, su facultad para penetrar en el
secreto de la existencia y lograr la paz.
El Îmân es indispensable: es lo que da verdadero valor y sentido
a todo. Es la intención que anida en todo lo que después hace el musulmán;
es el detonante de su Islâm, de su acción sobre esa conciencia.
Sin el Îmân, el hombre está en la animalidad, y el cumplimiento con el
Islam sería la simple repetición de acciones carentes de espíritu. Educar el Îmân,
hacerlo crecer, es prioritario para un musulmán.
El Îmân es presentado como una obligación (wâŷib).
Y, así, nos encontramos frecuentemente con expresiones del tipo ‘en el Islam
es obligatorio creer en Dios, en los ángeles, etc.’. Efectivamente, el
Îmân es wâŷib, pero debemos comprender el sentido estricto
que tiene este término en árabe. Es necesario descargar el término de su
resonancia ‘jurídica’. Un wâŷib es el componente
indispensable de algo. Cuando decimos que es wâŷib el Îmân
en un musulmán no queremos decir que está forzado a creer en algo, sino
que no es musulmán si no cumple con la condición de tener esa habilidad que
capacita en él la percepción espiritual. El Îmân es obligatoriamente
algo presente en él, o no es musulmán. Lo que lo hace ser musulmán es el Îmân.