‘ÂISHA BINT ABÎ BAKR

 

          Úmmu l-mûminîn ‘Âisha bint Abî Bakr (radiallâhu ‘anhâ), hija de Abû Bakr, fue la tercera esposa de Muhammad (s.a.s.), con la que mantuvo una relación especialmente intensa. Dotada de una poderosa personalidad,  jugó un papel muy destacado en la historia de los primeros años del Islam. Nació en Meca, alrededor del año 614 d. C.

 

          Según el relato tradicional sobre su matrimonio con Muhammad, la iniciativa la tomó Jawla bint Hakîm, esposa de ‘Uzmân ibn Maz‘ûn, la cual ayudaba al Profeta en sus asuntos domésticos. Algún tiempo después de la muerte de Jadîŷa (la primera mujer de Sidnâ Muhammad), Jawla sugirió a Muhammad que se casara o bien con ‘Âisha, la hija (entonces de seis años) de su principal partidario, o bien con Sawda bint Çam‘a, una viuda de unos treinta años que había emigrado a Abisinia y donde había muerto su marido. Se dice que Muhammad le pidió a Jawla que intercediera por él junto a las familias de ambas, y solo se concretó el matrimonio con ‘Âisha. Puesto que en casi todos los matrimonios del Profeta había un objetivo político, parece ser que, en principio, deseó fortalecer con ese enlace las relaciones con su mejor Compañero, Abû Bakr padre de ‘Âisha.

 

          El matrimonio se celebró unos meses después de la Hégira (en el 623 o 624), cuando ‘Âisha sólo tenía unos diez años (si bien no hubo consumación sexual hasta más tarde, cuando ella fue mayor de edad). Ocupó una habitación independiente en la casa del Profeta, que más tarde se convertiría en la mezquita de Medina. Todavía niña, llevó consigo a su nueva casa sus juguetes, y el Profeta se reunía con frecuencia con ella y compartía sus juegos. Parece ser que fue muy bella, tanto de niña como después ya mujer, y Muhammad (s.a.s.) sintió siempre hacia ella una especial inclinación, incluso cuando después tuvo otras mujeres de una gran belleza.

 

          En el 627 (quinto año después de la Hégira) se produjo un serio incidente a la vuelta de la expedición contra los Banû Mustliq, en la cual ‘Âisha había acompañado a Muhammad (s.a.s.). Durante el último alto antes de llegar a Medina, ‘Âisha, que se había alejado del campamento para satisfacer una necesidad natural, perdió un collar y se retrasó buscándolo; los hombres que cargaban su litera velada sobre el camello no se dieron cuenta de su ausencia, y la caravana entera había partido para cuando ella volvió al campamento. Se sentó a esperar y fue finalmente descubierta por un joven, Safân ibn al-Mu‘attal as-Súlami, que la condujo a Medina. Dada la época y sobre todo si tenemos en cuenta que se había impuesto el hiŷâb (como velamiento total) a las mujeres de Muhammad, el hecho se convirtió en un escándalo. La anécdota fue amplificada, hasta prácticamente ser convertida en una acusación de adulterio, no solo por los enemigos de ‘Âisha y de su familia, sino también por ‘Abd Allah ibn Ubayy, el jefe de los Hipócritas, quien ya había expresado su desagrado ante el poder creciente y el prestigio de Muhammad. Pronto todos se dieron cuenta de que no había ninguna prueba sólida contra ‘Âisha, y Muhammad recibió una Revelación (Corán, 24/2 y siguientes) que proclamaba su inocencia y censuraba a los autores de la calumnia, ‘Abd Allah ibn Ubayy se vio humillado públicamente.

 

          Poseemos una gran cantidad de narraciones relativas a ‘Âisha que datan de los últimos años de la vida de Muhammad (s.a.s.). Según esos relatos, Muhammad sintió un sincero afecto hacia ‘Âisha, y ella también se sintió muy atada a él. Por otra parte, parece ser que las mujeres del Profeta se dividieron en dos facciones, una de las cuales estaba dirigida por ‘Âisha y Hafsa, hija de ‘Umar, que sostenían las políticas de sus familias, y la otra estaba dirigida por Umm Salama, del clan makkí de los majzûm. Se discute sobre la importancia práctica y las repercusiones de sus rivalidades. Cuando Muhammad sintió próxima su muerte, pidió a sus mujeres permiso para que le permitieran instalarse en la habitación personal de ‘Âisha. Ella lo cuidó durante su breve enfermedad. Al morir, Muhammad fue enterrado en la habitación de ‘Âisha. Más tarde, Abû Bakr y ‘Umar también fueron enterrados en el mismo lugar, donde seguía viviendo ‘Âisha.

 

          El papel de las mujeres del Profeta fue destacándose en el seno de la comunidad musulmana, y la importancia de su rango tomó carta de naturaleza cuando el Corán (33/6) les dio el título de “Madres de los Creyentes” (Ummahât al-Muminîn), que también implicaba que no podrían volver a casarse una vez que fueran viudas. ‘Âisha se vio viuda y sin hijos a la edad de dieciocho años. Su padre fue califa durante dos años, y después, durante diez años, lo fue ‘Umar, con quien ella mantuvo buenas relaciones. Durante el periodo de los dos primeros califas, no parece que ella jugara un papel relevante en los asuntos públicos, a parte de ser trasmisora de las tradiciones del Profeta. Pero cuando creció la oposición a ‘Uzmân (tercer califa), ‘Âisha acabó por jugar un papel dominante, si bien no estuvo de acuerdo ni con el grupo de rebeldes responsables del asesinato de ‘Uzmân ni con los partidarios de ‘Ali. Se declaró abiertamente contra el asesinato del califa, pero abandonó Medina por Meca con el fin de tomar parte en la peregrinación de ese año. Se han alegado muchos motivos para explicar esa retirada de ‘Âisha en unos momentos tan críticos; el principal fue, al parecer, el intento de organizar un partido de simpatizantes en meca.

 

          ‘Uzmân fue asesinado en junio del 656. Cuatro meses más tarde, ‘Âisha, que había ido a Meca, se dirigió a Basra (Basora), acompañada de un millar de quraishíes, proclamando que querían vengar a ‘Uzmân; poco tiempo antes, Talha y Zubair se habían unido a ella. Los tres se presentaron como jefes de un movimiento que se oponía a ‘Ali, elegido como cuarto califa, quien, en el intervalo, había abandonado Medina para instalarse en Kufa, y marchó contra ellos. La batalla (en el 656) es conocida bajo el nombre de “Batalla del Camello”, pues la lucha más encarnizada tuvo lugar alrededor del camello sobre el que iba la litera de ‘Âisha. ‘Ali fue el vencedor, y el ejército adversario fue dispersado. ‘Âisha fue tratada con respeto, pero Talha y Zubair fueron ejecutados.

 

          Tras este fracaso, ‘Âisha volvió a Medina, y durante los siguientes veinte años llevó una vida calmada. No volvió a tomar parte en los acontecimientos políticos y se reconcilió con ‘Ali, y no se opuso a Mu‘âwiya. Sin embargo, siempre se tuvo muy en consideración su aprobación o desaprobación ante los sucesos. Murió en Ramadán del año 58 tras la Hégira (678). Siempre tuvo reputación de musulmana estricta, fiel en el cumplimiento de sus obligaciones, y dotada de una extraordinaria sensibilidad espiritual.

 

          Al-Bujâri y Muslim recogieron unos trescientos hadices trasmitidos por ‘Âisha, pero su número es de 1210 si se tienen en cuenta otras fuentes. También enseñó fonética coránica, y en ella se basa una versión de la lectura del Corán. Fue reputada por su cultura poética y sus frecuentes citas de poemas, y también por su elocuencia. Conocía bien la historia de los árabes y era culta en otros muchos dominios del saber como la medicina y la astronomía.