Definición de Islam

 

       

Islâm es Istislâm, es Rendición. El Dîn, la Vía del Islam, consiste en claudicar ante Allah, y desmoronarse ante la Inmensidad del Uno-Único, renunciado simultáneamente al culto a los ídolos, sean de tipo que sean. El Islam es rendirse por completo a la Verdad, llevar la frente al suelo, abandonarse sin reparos, ofrecerse... En realidad, ante el Absoluto -si se piensa bien- no cabe otra cosa, y por ello el Islam tiene un sentido profundo y un alcance enorme que ninguna traducción del término recoge de modo satisfactorio. Sólo la descripción de la actitud espiritual del musulmán, en su sencillez y plasticidad, es capaz de acercarnos a la poderosa intuición contenida en la palabra Islam, en toda su radicalidad, con toda su carga telúrica y primordial.

El musulmán realizando cinco veces al día el Salât, sobrecogido en medio de un momento en el que se asoma a lo indecible, ejecutando los movimientos estrictos de su rendición, nos da la imagen de la plenitud e intensidad del Islam. El musulmán no se presenta ante su Señor -la Verdad que lo gobierna, su Creador- con condiciones ni ideas preconcebidas sino más bien con la espontaneidad y la frescura de sus presentimientos. Simplemente, se aventura por espacios infinitos y para ello se viene abajo. Es nada en la Grandeza  y ofrece su vacío para empaparse en la desmesura. Ahí es donde saborea a Allah Verdadero, su Único Dueño. Y entonces se produce un encuentro entre autenticidades. Eso es el Islam en esencia.

El Islam es abrirse por completo a Allah, sin dar al Absoluto un modelo previo, sin forzarle a que adopte un modo, sin pretender que se adapte a nuestras expectativas. Es sumergirse en Él sin ‘imagen’, sin ídolo alguno, sin mitología, sin marcos conceptuales. Se trata de asumir el anhelo por lo eterno que hay en el corazón y convertir ese deseo en camino y desbrozarlo hasta sus últimas consecuencias. Es ahondar en el sentir y es bucear por las regiones recónditas y abismales de la emoción espiritual.

Para el musulmán, Allah no es algo ‘concreto’, no se trata de un ‘objeto’ ofrecido a sus reflexiones, no consiste en un ‘concepto’ desmenuzable. Es un desafío inmensurable vivido en los espacios eternos que alberga en su propio interior, en sus entrañas más íntimas, y que, además, reverbera en todo lo que existe, conjugando el ser en una única Realidad, manifestándosele en todos los horizontes. Así lo presiente, y se entrega sinceramente a sus exigencias. No acude con sus fantasmas, sino que los deja atrás, muy lejos, olvidados en el mundo de las quimeras, y  ante su Señor claudica, sin más, buscando compromisos en la raíz de la Verdad que lo hace ser en cada instante. No se presenta con armas, ni con herramientas, ni con adornos, ni se contenta con sucedáneos ni se escuda tras subterfugios. No quiere consuelos. Busca al Real, al Verdadero, al Absoluto, y para ello solo tiene un gesto supremo: doblegarse a Él.

Esa es la manera del musulmán de encarar la espiritualidad, y es la diferencia que confiere autenticidad y fuerza al Islam. Todos los actos del musulmán simbolizan y dan severidad a esa intención con la que ‘fluye’ acompañando a la existencia entera. Se deshace ante su Creador, se deja hacer y rehacer por su Señor, y siente en sí el transitar de esa fuerza eterna que estructura cada átomo del universo, y se sabe conformado en cada instante por el Trascendente. Y se deja, y retorna a sí iluminado por esa vivencia en la que ha sentido la existencia entera en la ingravidez de su propio ser, más acá y más allá de toda contingencia, incluyendo y excluyendo todos los espacios y todos los tiempos.

El musulmán no espera que Allah ‘sea’ de un modo determinado, ni aguarda que Él ‘actúe’ de un forma concreta ni que le complazca, ni cifra su ‘salvación’ en ninguna leyenda, ni se explica nada en función de una ‘teología’. El musulmán simplemente se adentra en Allah, se reconcilia con la Verdad Absoluta, hace las paces con lo eterno, se abandona a la Libertad que está en los cimientos de todo lo que es, se sumerge en la exuberancia. Sabe que necesita de Allah, se recoge y le pide... Sabe que depende de Él y que a Él está atado, y busca su sostén. Esa es su relación con el que le ha Creado, con su Señor presente, con el Pilar de su ser y su Destino.

Esta es la actitud espiritual del musulmán criado en la autenticidad del Islam de nuestras raíces. Y su actitud exterior es idéntica, y su cuerpo mismo refleja y complementa esa ‘tendencia’ hacia Allah, completándose debidamente el círculo de lo perfecto. Se ha dicho que el Islam, en su alcance exterior, es la rendición a lo que Allah ha ordenado y a lo que ha prohibido, cumpliendo con su orden y absteniéndose de lo que ha declarado harâm, tal como todo ello ha sido consignado con claridad en la Revelación. Ahí es donde está la fuerza, la resolución, la voluntad, el hacer. Sin esto, el musulmán sería un impostor. El Islam interior de quien no se atiene al Islam exterior es mera pose y pretensión frívola.

Normalmente, se usa la palabra Îmân para designar el Islam interior, el del poder de la intención, y se reserva el noble término Islâm para su formalización, para su conversión en acto decidido y firme, para su ‘aparición’ en el mundo. Desde este punto de vista, Îmân es la sumisión interior e Islam la exterior, la que se realiza con el cuerpo, la rendición que consiste en obedecer literalmente lo que ordena la Revelación y transitar hacia Allah tal como Él quiere, como eco de acontecimientos profundos. En el fondo, Îmân e Islam son sinónimos, mûmin y múslim son la misma persona, sólo el  uso que hemos señalado marca entre ellos una diferencia que únicamente sirve a la hora de intentar establecer un orden en lo que debe darse de forma simultánea.

Quien se rinde por completo ante Allah, con su ser, con su corazón, con su cuerpo, es musulmán (muslim) y sigue el Dîn al-Islâm, la Vía del Islam. Es mûmin, alguien abierto a su Señor Verdadero. Habiendo sido los profetas quienes de forma más perfecta han claudicado ante Allah, el Corán dice de cada uno de ellos que fue el ‘primero de los musulmanes’ y Allah le ordena proclamarlo... “Di: Mi Salât, mi rito, mi vida y mi muerte son para Allah, el Señor de los Mundos, al que nada asocio. Esto es lo que me ha  sido ordenado, y soy el primero en rendirse, el primero de los musulmanes” (al-A‘râf, 154). Sin sumisión a la orden de Allah, sin Obediencia estricta a la Revelación, no hay Islam, y se nos ha ordenado seguir el criterio del Profeta (s.a.s.) en todo: “No -por tu Señor-, no se han abierto verdaderamente a Allah hasta que no te hagan decidir en sus disputas, y tras tu decisión no encuentren en sí reparos contra tu juicio y se rindan por completo” (an-Nisâ, 65). Es así como el Îmân y el Islam crean un mundo y una Umma, una Nación... que surgen de su luz y que la proyectan.

El juicio de Allah lo conocemos a través de la Revelación comunicada por el Profeta Sincero y llegada a nosotros de modo fiable. Cuando estas condiciones se han dado -como es, sin duda, el caso en el Islam- al hombre de intuición espiritual no le queda más remedio que someterse a la confluencia de verdades que tiene lugar ante él. Es la Revelación la que le permite completar su ser y aunar su sentir a su acción. De ahí la importancia del Islam como Obediencia formal (Tâ‘a) a lo dictado por Allah en el Corán y, a través del Profeta (s.a.s.), en la Sunna. La falta de sinceridad en los gestos -falta de sinceridad a la que llamamos hipocresía (nifâq)- es de tal gravedad que se la considera peor que la ignorancia y la deslealtad, peor que el Kufr, la negación de Allah, la ingratitud suprema. En esto intuimos la importancia de la estructura externa del Islam: la gravedad de la falta que se comete contra ella es indicio de la relevancia de las prácticas (las ‘Ibâdas) como esqueleto que soporta y da solidez a la vivencia interior...

Quien ejecuta con seriedad y autenticidad las enseñanzas del Islam está en Paz (Salâm). He aquí otra serie de ideas que aclara el alcance y significación del Dîn, la Vía. Islam es Salâm en su esencia y conduce a la Paz. Es otra forma de ver lo dicho al principio. Hay una actitud original que se desborda y posibilita un universo en el que se realiza la reconciliación con lo más profundo, con lo Verdadero. La Obediencia del musulmán a Allah (la Tâ‘a) es resultado de su serenidad...

Todo esto, por descontado, nada tiene que ver como el modo en que los musulmanes criados por Occidente, o los ‘militantes del islamismo moderno’, viven en la actualidad el Islam, y que son, por demás, los más vociferantes. Nosotros hablamos de un Islam que cada vez es más difícil de encontrar porque no es exhibicionista. Es el Islam de nuestra gente sincera, el de los que son musulmanes, no el de ‘los que van de musulmanes’. Los verdaderos son, sin duda, inmensa mayoría, pero no rinden culto a la ‘imagen’ y pasan desapercibidos. Son los musulmanes de los barrios y de los pueblos, de los campos, los desiertos y las montañas, musulmanes auténticos, con una sensibilidad verdaderamente musulmana, pero que los ‘musulmanes educados por Occidente’, o los ‘musulmanes militantes’, o ‘los acomplejados’, desprecian e ignoran mientras acomodan el Islam a lo que debe ser una ‘religión moderna’ y una ‘religión de Estado’, degeneraciones en las que jamás podrá reconocerse el Islam de nuestras raíces...

El Islam no es, ni puede ser, una ‘ideología’. No es, ni puede ser, una ‘religión’. Precisamente, el Islam es la certeza con la que el musulmán vive la Libertad Absoluta de su Señor y se sumerge en Él. Para eso no hay sucedáneos, y sólo cabe la simple Rendición, el Islam en su esencia, en su sencillez donde hay poder, un poder transformador.