Reflexiones
de un disidente judío sobre el sionismo
Tim
Wise
ZNet en español
Estados Unidos se ha retirado de la Conferencia
Mundial sobre Racismo, llevada a cabo en Durban, Sudáfrica. Y a pesar de que un
observador cínico y con sentido histórico podría sospechar que esta decisión
no hizo más que ser fiel a nuestra tradicional renuencia a enfrentar el legado
del racismo a escala global, la explicación oficial es más acotada. A saber:
una moción propuesta en medio de la conferencia, intentó registrar el malestar
de varias delegaciones que están empujando resoluciones que condenan a Israel
por su tratamiento a los palestinos, y condenando al sionismo mismo: (la ideología
del nacionalismo judío que condujo a la fundación de Israel en 1948). Ya que
la conferencia se apresura a una conclusión sin duda controversial, tal vez
valdría la pena preguntarnos a qué se debe todo este barullo.
A pesar de que se puede discutir la afirmación hecha
por algunos de que sionismo y racismo son sinónimos -especialmente dada la
definición amorfa de "raza" que transforma una posición como ésa en
una cuestión semántica, siempre y para siempre-, es difícil negar que el
sionismo, en la práctica si no en teoría, representa al chauvinismo étnico,
al etnocentrismo colonial y a la opresión nacional.
Al decir esto, puedo esperar cualquier cosa menos ser
llamado hijo de Dios por muchos en la comunidad judía. Sospecho que el término
que elegirá la mayoría será: "Odio por sí mismo", la típica
respuesta pavloviana que se da a un judío como yo, que siendo judío, se atreve
a criticar a Israel o a la ideología que subyace en su existencia como nación.
"Antisemita" será la otra etiqueta que me
pondrán, a pesar del hecho de que el sionismo ha conducido a la opresión de
pueblos semitas - la mayoría de los semitas palestinos-, tiene sus raíces en
una profunda antipatía expresada aún por los mismos judíos. A pesar de que el
sionismo se proclama a sí mismo un movimiento de gente fuerte y orgullosa, en
realidad se trata de una ideología que ha rebosado de odio autoinfligido desde
el principio. Realmente, los primeros sionistas creían, como premisa clave del
movimiento, que los judíos éramos responsables de la opresión que habíamos
soportado a través de los años, y que tal opresión era inevitable e imposible
de vencer, por lo cual necesitábamos nuestro propio país.
Si no han leído las palabras de Theodore Herzl- el
fundador del sionismo moderno- o de otros líderes sionistas, la mayoría de los
lectores encontrará que esta afirmación es difícil de creer. Pero antes de
atacarme, tal vez deberían preguntar quién dijo que el antisemitismo "es
una reacción comprensible a los defectos judíos"; o que "cada país
puede absorber solamente un número limitado de judíos, si no quiere tener
problemas estomacales. Alemania ya tiene demasiados judíos".
Cualquiera podría inclinarse a atribuir estas frases a
Adolph Hitler, ya que son merecedoras de su venenosa pluma, pero son, en
realidad, comentarios hechos por Herzl y Chaim Weizmann. El primero llegó a ser
presidente de Israel, y el segundo -en el momento en que hizo la segunda
afirmación- jefe de la Organización Sionista Mundial. Así que en el panteón
de los judíos que se odian a sí mismos parece que la crítica debería empezar
por casa: por los sionistas.
Nunca,
en mis días de escuela hebrea, comprendí el lazo que tenía la mayoría de mis
pares, como a una máquina de diálisis, con Israel. Por un lado, nos decían
que Dios había entregado la tierra a nuestra gente como parte de su convenio
con Abraham. Esto lo sabíamos porque lo decían las Escrituras. Pero nunca tuvo
mucho peso para mí. Después de todo, muchos cristianos -con quienes tenía una
relación más que pasajera durante toda mi crianza en el sur- tenían mucho
interés en señalarme que las Escrituras también decían (en su opinión) que
yo me iría al infierno, a pesar de Abraham.
Como tal, aceptar el sionismo por lo que Dios dijo o
dejó de decir, parecía arriesgado desde el vamos. Más aún: fue
indudablemente el mismo Dios quien les dijo a los viejos hebreos que nunca
usaran ropas tejidas con dos telas diferentes, y el que insistió en que quemáramos
las entrañas de los animales que consumíamos en un altar, para crear un olor
agradable. Siendo conocido por usar una mezcla de algodones y poliésteres
libres de arrugas, y no teniendo la fortuna de destripar mis cenas e incinerar
sus intestinos, hace mucho tiempo resolví reservarme el juicio sobre lo que
Dios dijo o no dijo hasta el momento en que el Supremo decidiera susurrar sus
deseos en mi oreja, personalmente. Las palabras del rabino no debían
interferir.
Por
otro lado, nos dijeron que necesitábamos una patria para prevenir otro
holocausto. Sólo un Estado judío independiente podría conseguir la clase de
unidad y protección que necesitaba un pueblo que había sufrido tanto, y había
perdido seis millones de almas en manos del terror nazi.
Esto también me parece sospechoso. Después de todo,
uno podría argumentar que si juntamos a los judíos en un solo lugar
-especialmente una tierra tan pequeña como Palestina -el sueño del odio
autoinfligido de los judíos se volvería realidad. Sería mucho más fácil
terminar con la tarea que Hitler empezó. Es mejor, parecía entonces, y aún
parece, tener fuertes comunidades judías en todo el mundo, que poner todos los
huevos en la misma canasta, mejor que hacer las valijas y enfilar hacia un lugar
donde ya vivía otra gente, esperando que no les cayera terriblemente mal que
nosotros llegáramos y los expulsáramos de sus hogares.
En el análisis final, aceptar a Israel como un Estado
judío por razones bíblicas no tiene para mí más sentido que aceptar una nación
que se identifica a sí misma como cristiana o islámica, dos configuraciones
que comprensiblemente llenan de miedo el corazón de cualquier judío. Y juntar
a los judíos en Israel por razones de seguridad tampoco tiene sentido para mí.
La única lógica del sionismo, entonces, parece ser la "lógica"
cruda del poder: la del colonizador. Queríamos la tierra, y para lograrlo debíamos
convertirnos en aliados de la política económica y la política exterior de
Europa y de Estados Unidos. Así, aplicando presiones y golpeando con fuerza,
nos hicimos de la tierra.
Casi 800.000 palestinos serían desplazados para
permitir la creación de Israel; alrededor de 600.000 de ellos, de acuerdo con
documentos internos de la Fuerza de Defensa Israelí, fueron expulsados por la
fuerza de sus hogares. En esa época, estos palestinos, la mayoría de cuyas
familias habían vivido en esa tierra durante centurias, constituían dos
tercios de la población y poseían el 90% de la tierra. A pesar de que los
sionistas afirmaban que Palestina era un lugar casi desierto, salvaje, antes del
arribo de los judíos, anteriores colonos fueron más honestos. Como reconoció Ahad Ha´am en 1891:
"nosotros....
estamos acostumbrados a creer que Israel es un lugar casi desolado. Pero... no
es así. En todo el país es difícil encontrar campos que no estén
sembrados".
En realidad, la gran presencia palestina condujo a
muchos sionistas a abogar abiertamente por su expulsión. El jefe del
departamento de colonización de la Agencia Judía, afirmó: "no hay
espacio para los dos pueblos en este país. No hay otra salida que transferir a
los árabes a países vecinos, transferirlos a todos: que no quede ni una aldea,
ni una tribu, nadie".
El mismo Herzl aceptó que el sionismo fue "un
poco colonialista", indicando de nuevo que nosotros no estábamos
descubriendo ni fundando nada. Lo estábamos tomando, y por razones que nunca
aceptaríamos en otros. Como dijo Simon Peres -visto como uno de los líderes
israelitas más amantes de la paz- en 1985: "la Biblia es el documento
decisivo para determinar el destino de nuestra tierra". Ésta es la
"esencia del fanatismo", eso es lo que hubiéramos dicho si esta
afirmación la hubiese hecho un fundamentalista cristiano refiriéndose al
destino de Estados Unidos, o cualquier otro país.
Es un hecho desafortunado que la mayoría de los judíos
no hayan examinado los principios fundantes de esta ideología a la que
adhieren. Porque si lo hicieran, podrían conmoverse al ver que tan anti-judío
es verdaderamente el sionismo.. De tanto en tanto, los sionistas hasta han
colaborado abiertamente con antisemitas, por razones de poder político.
Pensemos en Herzl, un hombre que creía que los judíos
eran los culpables del antisemitismo y que, por lo tanto, sólo huyendo a
Palestina estarían seguros. En El Estado Judío, él escribió:
"Toda
nación en la que viven judíos es, encubierta, o abiertamente, antisemita. ...
la causa inmediata es nuestra excesiva producción de intelectos mediocres, que
no pueden encontrar salida hacia arriba o hacia abajo. Cuando nos hundimos, nos
hacemos proletarios revolucionarios. Cuando estamos en alza, también está en
alza el terrible poder de nuestra billetera".
Y hay afirmaciones como éstas: "los judíos están
transportando las semillas del antisemitismo dentro de Inglaterra y ya las han
introducido en Norteamérica". Si un no judío sugiriera que los judíos
tienen la culpa del antisemitismo, nuestra comunidad se sentiría indignada.
Pero cuando las mismas palabras vienen del padre del sionismo son aceptadas sin
ningún comentario.
Aún peor: a principios del régimen de Hitler, la
Federación Sionista de Alemania escribió al nuevo canciller, haciendo notar su
deseo de "adaptar nuestra comunidad a estas nuevas estructuras" (es
decir, a las leyes de Nuremberg que limitaban la libertad judía), ya que ellas
"daban a la minoría judía... su propia vida cultural, su propia vida
nacional".
Lejos de resistir el genocidio nazi , algunos sionistas
colaboraron con él. Cuando los británicos concibieron un plan para permitir
que miles de niños judíos alemanes entraran al Reino Unido para salvarlos del
Holocausto, David Ben-Gurion, que llegaría a ser Primer Ministro israelí se
resistió, explicando:
"Si
yo supiera que es posible salvar a todos los niños de Alemania llevándolos a
Inglaterra, y que llevándolos a Israel salvaría sólo a la mitad de ellos,
elegiría la segunda alternativa".
Después, los sionistas israelíes harían alianzas
otra vez con extremistas anti-judíos. En la década de los setenta, Israel
recibió al Primer Ministro Sudafricano John Vorster, y cultivó lazos económicos
y militares con el estado del apartheid, a pesar de que Vorster había sido
identificado como un colaborador nazi durante la Segunda Guerra Mundial. También
Israel proveyó ayuda militar al régimen de Galtieri en Argentina, aun sabiendo
que los generales fueron conocidos por proteger a ex-nazis en el país en el
pasado, y que tenían en la mira a judíos argentinos para torturarlos y
asesinarlos[1].
Realmente, el argumento de que sionismo es racismo
encuentra seguidores en las afirmaciones de los mismos sionistas, muchos de los
cuales han coincidido con la teoría hitleriana de que el judaísmo es una
identidad racial al mismo tiempo que religiosa y cultural. En 1934, el sionista
alemán Joachim Pinz, que después fue presidente del
Congreso Judío Estadounidense, afirmó:
"Queremos
que la asimilación sea reemplazada con una nueva ley: la declaración de
pertenencia a la nación judía y a la raza judía. Un Estado construido sobre
el principio de la pureza de nación y raza sólo puede ser honrado y respetado
por los judíos que declaren su pertenencia a esa nación y esa raza".
Años después, David Ben-Gurión reconoció que el líder
israelí Menachem Begin podía ser tachado de racista, pero hacerlo requeriría
que uno "juzgara a todo el movimiento sionista, que está fundado en el
principio de una presencia puramente judía en Palestina".
Las leyes que garantizaban privilegios especiales a los
inmigrantes judíos de cualquier parte del mundo sobre los palestinos, cuyas
familias había tenido la tierra durante generaciones, y las medidas tomadas
para que la mayoría de la tierra fuera de posesión y uso exclusivamente judíos,
no son sino dos ejemplos de legislación discriminatoria que ejemplifican el
experimento sionista. Como deja en claro la Convención Internacional para la
Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, discriminación
racista es:
"..cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en la raza, color, descendencia, origen étnico o nacional que tenga el propósito o efecto de anular o debilitar el reconocimiento, goce o ejercicio, en un pie de igualdad, de los derechos humanos y las libertades fundamentales, en el campo político, económico, social, cultural o cualquier otro campo de la vida pública."
Dada esta definición internacionalmente reconocida, no
deberíamos sorprendernos de que, en una Conferencia Mundial sobre Racismo,
algunos puedan sugerir que las políticas de nuestra gente en la tierra de
Palestina se han ganado un lugar en la agenda. Por lo tanto, deberíamos
aprovechar la oportunidad para comenzar un diálogo honesto, no sólo con los
palestinos, sino también con nosotros mismos. Ni el chauvinismo, tan intrínseco
al sionismo, ni el irónico odio por nosotros mismos que lo acompaña, son
apropiados para un pueblo vital y fuerte. Así como una máquina de diálisis no
sustituye un riñón saludable, el sionismo no es un sustituto adecuado para un
judaísmo fuerte y saludable. Seguramente no fue para esta innoble finalidad que
murieron seis millones de judíos.
Tim Wise es un activista antiracista, escritor y
conferenciante. Se le puede escribir a tjwise@mindspring.com
1 Se calcula en 1.500 a 2000 el número de judíos
desaparecidos en la Argentina durante la dictadura de 1976-1983. N del T.
Título orginal: Reflections on Zionism from a
Dissident Jew
Autor: Tim Wise
Origen: ZNet
Traducido por Cristina Feijóo y Lucio Salas Oroño y revisado por Carlos
Carmona