Obsession: Radical Islam's War Against the West, un documental que promueve el choque de civilizaciones
La obsesión del complot islámico mundial
Thierry Meyssan
Red Voltaire
Lograr que la opinión pública occidental apruebe el trato que las
fuerzas sionistas infligen a los palestinos y las guerras de rapiña
alrededor del Golfo Pérsico requiere, ante la diversidad de situaciones y la
inevitable complejidad de la realidad, el uso de técnicas de propaganda
elaboradas con vistas a deshumanizar al enemigo y reducir su causa política
en general al oscurantismo religioso de una minoría. Una casa productora
financiada por el régimen israelí, la Aish Atora, es considerada como un
verdadero laboratorio en la materia. Thierry Meyssan analiza las técnicas
que dicha casa productora utiliza en su más reciente producción, Obsession:
Radical Islam¹s War Against the West, un «documental» resueltamente dedicado
a la promoción del «choque de civilizaciones».
----
Hace
un año que una misteriosa casa productora está tratando de difundir
mundialmente un «documental» dedicado al «islam radical». Hasta hoy, el film
ha sido objeto de numerosas proyecciones privadas, incluso en el Congreso de
Estados Unidos, pero sin obtener una audiencia masiva, aparte del momento en
que fue incluido en la programación de la cadena neoconservadora Fox News, a
finales de octubre y principios de noviembre de 2006. Una decena de millones
de personas lo vieron entonces. Se han preparado versiones subtituladas en
diferentes idiomas, incluyendo el francés. Es poco probable que alguna
cadena francesa proyecte este «documental», por lo menos mientras que las
leyes republicanas sigan siendo respetadas, pero es posible que tenga cierto
público mediante su difusión en formato DVD o mediante Internet.
Bajo el título de Obsession: Radical Islam¹s War Against the West (Obsesión:
la guerra del islam extremista contra Occidente), el documental intenta
demostrar en 78 minutos que el mundo musulmán contemporáneo está todavía más
enfermo que la Alemania nazi y que un odio obsesivo lo posee y lo conduce
inevitablemente hacia una «guerra de civilizaciones», especie de guerra
civil global cuyo síntoma es el terrorismo.
Se trata, en realidad, de una hasbarah (en hebreo, obra de
propaganda). En ella se recurre, de forma clásica, a la emoción, a la
disimulación, la confusión y la repetición hasta suscitar una fuerte
angustia incluso en el espectador más avezado.
El mensaje de este film puede resumirse de la siguiente manera: «El complot
yihadista mundial es la punta de lanza del Islam que es una civilización
nazi». Este eslogan concentra los principales argumentos favorables al
«choque de civilizaciones», además de desarrollarlos de forma extrema. Pero
también ofrece una buena oportunidad de reflexionar sobre la realidad de
dichos argumentos y de hacerles frente.
En primer lugar, el film plantea la existencia de un movimiento secreto.
Afirma que ese movimiento, al que define por las diversas acciones que el
propio film le atribuye, se manifiesta mediante esas mismas acciones. Se
trata de un razonamiento perfectamente circular. Se nutre de la
yuxtaposición de imágenes similares entre sí y de comentarios de expertos.
De entrada, se saca al espectador del plano de lo racional y se le sumerge
en un horror repulsivo.
En una segunda etapa, el film plantea que ese movimiento secreto no es un grupúsculo sino la punta de lanza de una civilización de mil millones de hombres. Afirma que los miembros de ese movimiento son productos ejemplares de una educación de masas, que constituyen la élite de una civilización. Para ello, el film descontextualiza las imágenes haciendo abstracción de situaciones políticas específicas y de la significación cultural de determinados gestos y expresiones.
Finalmente, en un tercer tiempo,
el film plantea que esa civilización es nazi. Recuerda entonces la alianza
entre el gran muftí de Jerusalén, al que presenta como si fuese el
representante de todos los musulmanes, y el Reich nazi. Pero
descontextualiza completamente esa alianza de forma que el objetivo de esta
no es ya la liberación de la Palestina británica, sino el exterminio de los
judíos europeos.
1. El complot yihadista mundial
Desde los primeros minutos, el
film pone al espectador ante imágenes de atentados ocurridos en diferentes
partes del mundo durante los 10 últimos años. El presidente Bush declara
gravemente que se trata de actos de guerra. Se muestra un planisferio con la
localización geográfica de los atentados, para demostrar que lo sucedido en
Nueva York el 11 de septiembre de 2001 no fue un acto aislado, sino una de
las tantas batallas del «islam extremista».
Paralizado ante la vista de las sangrientas imágenes, el espectador es
incapaz de poner en tela juicio la afirmación según la cual todos esos
crímenes tienen una causa única; lo que los sociólogos llaman clásicamente
la «teoría del complot». Me resulta incómodo emplear este último concepto,
del que tanto se ha abusado desde hace 6 años para estigmatizar a todo el
que se atrevió, entre ellos yo mismo, a plantearse interrogantes sobre la
versión gubernamental de los atentados del 11 de septiembre. En todo caso,
se trata, en este film, de la «teoría del complot» en el más estricto de los
sentidos. Los autores mezclan, por ejemplo, el atentado cometido en 1996 en
el metro Saint-Michel [En París, Francia. Nota del Traductor] (generalmente
atribuido a una facción del gobierno argelino) y los atentados perpetrados
en Tailandia en 2006 (cuya autoría fue reclamada por los separatistas de
Patán). Para ellos, sólo hay una causa única: «el islam extremista». Para
reforzar la presión, los subtítulos indican el día de la semana en que
ocurrió cada uno de los atentados: el martes, los de Nueva York; el jueves,
los de Madrid; también jueves, los de Londres; el viernes, el de Beslan,
cuando en realidad estos hechos se desarrollaron a lo largo de una década.
Una elegante politóloga de un tanque pensante neoconservador, Caroline Glick,
explica que no se debe considerar que existen diferencias entra la lucha de
los palestinos y la de los iraquíes: unos y otros forman parte de la yihad
global. Los subtítulos omiten indicar que la capitana Caroline Glick fue
miembro del departamento de operaciones sicológicas de Tsahal y consejera
del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Esta información hubiera
puesto en guardia al espectador permitiéndole darse cuenta con más facilidad
del móvil de su intervención: si los palestinos, y otros, participan en la
Yihad global, eso quiere decir que no luchan por el respeto de sus derechos
y que no hay entonces nada que negociar con ellos.
Un «periodista palestino», Khaled Abu Toameh, asegura que todo forma parte
de una «campaña de yihad para derrocar a Occidente y minar los cimientos
mismos de la cristiandad y del judaísmo». Las referencias religiosas
mencionadas mientras que vemos cadáveres destrozados y víctimas llorosas son
lo suficientemente poderosas como para paralizar toda reflexión. Uno
quisiera saber, sin embargo, qué Occidente judeocristiano es éste que
abarca, según nos dicen, países como Marruecos, Turquía, Rusia y Tailandia,
entre otros. Uno quisiera comprender cuál puede ser el significado de
expresiones como «derrocar a Occidente» o «minar los cimientos de la
cristiandad». Los subtítulos omiten precisar que Khaled Abu Toameh es
periodista en el diario neoconservador The Jerusalem Post.
El profesor Robert Wistricht, presidente del Sasson Center, subraya que una
parte del islam «rechaza un pilar central de la civilización humana: el
carácter sagrado de la vida». Aparece entonces Hassan Nasrallah,
secretario general del Hezbollah, glorificando a aquellos que están muriendo
en nombre de su fe. El montaje tergiversa la declaración del jeque Nasrallah:
la mayoría de las religiones al igual que numerosas ideologías seculares
hacen la apología del martirio (o sea, del sacrificio de sí mismo), lo cual
no quiere decir que desprecien la vida, sino que le atribuyen un sentido.
Los subtítulos omiten indicar que el Sasson Center es un centro de estudios
del antisemitismo y que el profesor Wistricht es un consejero del ministerio
de Relaciones Exteriores de Israel.
El narrador precisa cuidadosamente que el film no está dirigido contra los
musulmanes en su conjunto, precisión que no tiene sentido cuando se analiza
la terminología utilizada: si existe un Islam extremista, tiene que ser por
oposición a un Islam moderado; y si el Islam extremista se manifiesta
mediante un alto grado de violencia, el terrorismo, y ello implica que el
Islam moderado es portador de un grado menor de violencia: el odio. Mientras
vemos imágenes del peregrinaje a la Meca, el narrador se pregunta cuál es el
porcentaje de musulmanes que ha pasado ya del odio al terrorismo. Respuesta:
entre el 10 y el 15%, lo que representaría, según nos dicen, una cantidad de
personas equivalente a la población de Estados Unidos (Aquí, la aritmética
se fue al diablo: si tenemos en cuenta que hay 1 200 millones de musulmanes,
el 10 o 15% son entre 120 y 180 millones de personas y Estados Unidos cuenta
con 300 millones de habitantes). En cierto sentido, esto debería
tranquilizarnos: el enorme poderío estadounidense no se arredra ante unos
pocos grupúsculos, pero tiene que enfrentarse a un adversario a su medida.
Es la punta de lanza del Islam
Después, el documental presenta
la «cultura de la yihad». Los musulmanes están convencidos, erróneamente, de
que Estados Unidos quiere dominar el mundo e imponerle su modo de vida. Como
se creen amenazados, su respuesta es tratar de ser ellos los que dominen el
mundo y le impongan su propio modo de vida: el Islam. Este razonamiento
recurre a un eficaz juego de espejos en el que el espectador mide el error
de los demás en función de su propia verdad.
En ese contexto, el espectador piensa de manera etnocéntrica e interpreta cada citación que le es presentada sin tener en cuenta el contexto cultural de la misma. En realidad, la yihad es el equivalente de lo que los cristianos llaman el «deber de estado». Se trata de una ascesis, o sea es a la vez algo que el creyente tiene que cumplir, allí donde se encuentre (según su estado), y que, cuando lo cumple, transforma al propio creyente. La yihad puede ser tanto el hecho de practicar la caridad hacia los pobres como el de asumir la defensa de la patria, con tal de que la acción se realice acercándose a Dios.
En el caso del espectador que vive
en una sociedad de consumo, el documental le lleva a tener la impresión de
que la cultura del sacrificio que permite a alguien sobrepasarse a sí mismo
es une cultura hecha de nihilismo, de destrucción y de autodestrucción.
Un ex «terrorista de la OLP», Walid Shoebar, explica que la traducción
correcta de la expresión «mi yihad» al alemán es Mein Kampf (alusión al
libro programático de Adolf Hitler). Inmediatamente después de esta
referencia al antisemitismo nazi viene un fragmento de una prédica en la que
un exaltado jeque exhorta, espada en mano, a cortar cabezas de judíos, ante
el clamor de los fanáticos fieles.
El espectador se estremece. Se
trata de un efecto del montaje de las imágenes. En realidad, es poco
probable que Walid Shoebat haya participado alguna vez en atentados de la
OLP: en ese caso podría ser condenado a muerte en Estados Unidos, país donde
vive libremente. Shoebat ni siquiera es musulmán, sino cristiano sionista.
El jeque exaltado es un ulema filmado en una mezquita de Bagdad un mes antes
de la invasión anglo-estadounidense. Y no está llamando a «matar judíos»,
sino a resistir con las armas en la mano frente a los invasores sionistas.
El documental se concentra en la «cultura del odio», presentando imágenes de
multitudes que corean «¡Muerte a los Estados Unidos!». Luego de los
atentados del 11 de septiembre, los estadounidenses se equivocaban al
preguntarse por qué los árabes los odian, ya que ese odio no proviene de la
actitud de los propios estadounidenses sino que se le inculca a los árabes a
lo largo de su educación. Ningún elemento preciso viene a corroborar esta
afirmación del documental, varios personajes intervienen para explicar que
los dictadores árabes alimentan esa cultura del odio para desviar la cólera
de sus pueblos. Como prueba, nos presentan un video en el que Hassan
Nasrallah denuncia la responsabilidad de Estados Unidos en las desgracias
que sufre el Medio Oriente. Las imágenes se encadenan con bastante rapidez
para que el espectador no tenga tiempo de preguntarse qué país vive bajo la
dictadura del líder de la oposición libanesa.
El odio musulmán se ilustra mediante escenas de jolgorio filmadas en
Jerusalén y Karachi luego de los atentados del 11 de septiembre. Sin
embargo, las imágenes captadas en Jerusalén el 11 de septiembre sólo
presentan a una veintena de exaltados y no tienen ninguna representatividad.
En cuanto a la manifestación de Karachi, la realidad es que los
manifestantes no están celebrando la destrucción del World Trade Center sino
protestando por el ataque contra Afganistán.
Después vienen imágenes en las que
la chusma arrastra los cuerpos de varios estadounidenses muertos en
emboscadas, en Irak (en 2004) y en Somalia (en 1991). Una vez más las
imágenes son presentadas fuera de su contexto, como si no hubiera la menor
injerencia estadounidense en esos Estados y se tratara de crímenes
gratuitos.
El documental denuncia «la infiltración del islam extremista» en
«Occidente». El discurso se torna aquí más sutil: el Islam es portador de
valores diferentes a los de «Occidente», los musulmanes moderados podrían
llegar a integrarse adoptando poco a poco los valores occidentales, mientras
que los musulmanes radicales serían inasimilables y tratarían de derrocar
las instituciones occidentales. Esta forma de presentar las cosas, teniendo
mucho cuidado de no acusar a todos los musulmanes, busca en realidad
hacerlos sospechosos a todos. Sobre todo porque éstos mantienen un discurso
cuando se dirigen al público occidental y otro diferente cuando hablan entre
sí. En apoyo a esta última afirmación, vemos imágenes de Yasser Arafat que
lo muestran sucesivamente hablando de paz en la Casa Blanca y predicando la
yihad en Palestina.
No importa que Arafat haya sido un laico. Sacadas de su contexto, sus
palabras apoyan la demostración.
Imágenes de Abu Hamza al-Masri sirven para probar la presencia de fanáticos
en Occidente. El célebre predicador de Finsbury Park y sus acólitos celebran
los atentados del 11 de septiembre y llaman a matar a los no musulmanes.
Glenn Jenvey, el agente de inteligencia que se infiltró en su grupo y que lo
llevó ante los tribunales, comenta estas imágenes.
No se dice aquí que Abu Hamza está purgando una pena de prisión por
incitación al odio racial y que su grupo se componía sólo de unos pocos
chiflados. Por el contrario, el montaje de las imágenes nos hace pensar que
Hamza sigue en actividad y que dispone de batallones de seguidores, como si
representara un peligro real e inminente.
Ellos están por todas partes. Como prueba, Brigitte Gabriel, periodista en
cruzada contra el pensamiento políticamente correcto que restringe la
libertad de expresión, asegura que Hamas desplegó una amplia organización
terrorista en Estados Unidos. La situación es aún más grave en Europa, donde
la minoría musulmana está en pleno crecimiento. Esta última se sublevó en
Francia, en noviembre de 2005, como expresión de su rechazo de los valores
occidentales. (¡Caramba! Para conservar un poco de credibilidad, no va a
quedar más remedio que cortar esta parte antes de poner el film en Francia).
No nos dicen que la señora Gabriel huyó de su Líbano natal cuando se
retiraron las tropas israelíes, con las cuales ella colaboraba.
Que es una civilización nazi
Imágenes de archivo muestran al
canciller Hitler llamando a la destrucción de la raza judía en Europa. El
historiador Sir Martin Gilbert denuncia la pasividad política ante el Reich
y los acuerdos de Munich que, al tratar de preservar la paz, hicieron que la
guerra fuera más larga y atroz. De la misma manera, según nos dicen, el
hecho de minimizar el peligro islámico, cuando la voluntad de los yihadistas
de destruir a los judíos está demostrada, es una locura que llevará a una
confrontación general. El anciano Alfons Heck, ciudadano estadounidense de
origen alemán, presta testimonio sobre su infancia en las filas de la
Juventud Hitleriana y compara el proselitismo del que él mismo fue víctima
con el de los jóvenes musulmanes. La historia se repite.
Para dar crédito a este paralelo,
el montaje de las imágenes mezcla discursos antisemitas nazis con discursos
antiisraelíes árabes y persas. También alterna imágenes de jóvenes
combatientes árabes con imágenes de jóvenes hitlerianos. Unos y otros
extienden el brazo, haciendo el saludo romano. El espectador, si no conoce
la cultura mediterránea, es inducido así a confundir automáticamente esta
forma de juramento solemne con el ritual nazi.
John Loftus, el fiscal que dirigió la búsqueda de criminales nazis en
Estados Unidos, explica doctoralmente que la cultura musulmana considera a
los judíos como no humanos y enseña que Alá exhorta a matarlos. Itamar
Marcus, director de un centro de estudios sobre los medios palestinos,
subraya que la propaganda musulmana se hace eco de los clichés medievales
que acusan a los judíos de alimentarse con sangre de niños cristianos. Es
por eso que en la serie Diáspora se presenta una escena con ese mito
del sacrificio ritual como si éste último fuera parte de la ideología judía.
Lo más grave no sería sin embargo la escena en sí, sino el momento en que se
puso en pantalla: durante el Ramadán, momento en que se mira la televisión
en familia.
Se trata de una escena repulsiva.
Desgraciadamente, ello no quiere decir gran cosa ya que no sería difícil
encontrar escenas comparables en numeras «series americanas» que imputan
toda clase de crímenes imaginarios a los musulmanes.
El documental prosigue subrayando el prejuicio según el cual los judíos
manipulan a Estados Unidos y comparándolo con la teoría del complot judío
mundial desarrollada por los nazis. El choque que ocasionan las imágenes es
tan fuerte que el espectador no puede darse cuenta de que el propio
documental está tratando, desde el principio, de convencerle de la
existencia de un imaginario complot islámico mundial.
Volviendo al paralelo histórico, varios personajes intervienen para recordar
que el gran muftí de Jerusalén (quien fuera en su época el líder del
nacionalismo musulmán) se alió con Adolf Hitler en 1941 para exterminar a
los judíos y que creó una división SS musulmana.
De nuevo, las imágenes son
convincentes, pero lo son porque no mencionan la complejidad del período
histórico al que se refieren y parten de la errónea suposición según la cual
la «cuestión judía» fue el centro de la Segunda Guerra mundial. El reproche
que el documental hace a los palestinos podría aplicarse también a todos los
pueblos colonizados del Imperio británico que trataron de unirse al Reich
con la esperanza de obtener su propia libertad. Así sucedió en el caso de la
India, el Mahatma Gandhi no pudo ir a Alemania, pero le escribió a Adolf
Hitler pidiéndole ayuda, mientras que Chandra Bose creó una división SS
hindú. O sea, nada de esto tiene que ver con el antisemitismo nazi, pero las
secuencias anteriores tratan de hacer creer lo contrario.
Vienen después imágenes de profanaciones de sinagogas cometidas por los
nazis, de profanaciones de iglesias en Bosnia, en Nigeria y en Irak, y de la
profanación de un templo hindú en Indonesia, atribuidas todas a los
musulmanes. Incluso se ve la quema de una cruz en público, en Londres. ¿Qué
quieren entonces? John Loftus responde: «Es muy simple. Quieren matar a
los judíos, derrocar la democracia y destruir la civilización occidental».
El documental termina con un mensaje de esperanza acompañado de una música
reconfortante después de tan duras imágenes. Al igual que Roosevelt cuando
dirigió la guerra contra los nazis, Estados Unidos tiene que cerrarle hoy el
paso al fascislamismo con el apoyo de los musulmanes moderados. Ante el Mal,
la peor que se puede hacer es no hacer nada. The End.
Los productores
Obsession: Radical Islam¹s War
Against the West fue
producido por Aish HaTorah, una yeshiva (escuela talmúdica),
generosamente financiada por las autoridades israelíes. Esta organización
dispone de una asociación de relaciones públicas, la Hasbara Fellowship, que
se dio a conocer recientemente al organizar campañas de protesta contra el
ex presidente estadounidense James Carter, cuando éste último calificó el
trato que reciben los palestinos de apartheid. También dispone de una
asociación de monitoreo y de producción audiovisual, Honest Reporting, que
dice contar con 140 000 miembros en Israel. El conjunto se encuentra bajo la
dirección del rabino Ephraim Shore, y de su segundo, Yarden Frankl, un
cabildero del AIPAC.
------------------------------------------------------------------------
El film Obsession: Radical Islam¹s War Against
the West con subtítulos en francés
Nota: estos subtítulos no son
oficiales.
Une versión sin subtítulos se encuentra disponible en la siguiente url:
http://www.youtube.com/watch?v=gG1gSdBhhjE
Thierry Meyssan
Periodista y escritor,
presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de
La gran impostura
y del Pentagate.
http://www.voltairenet.org/article150688.html