LA FRONDA DE LOS SECRETOS

 

           El Sháij Sidi Ahmad al-‘Alawi escribió un opúsculo bajo el título de Dawhat al-Asrâr -La fronda de los secretos- dedicado a comentar el texto de unas breves bendiciones al Profeta que fueron inspiradas en sueños a Sidi Muhammad Ibn al-Habîb, Shayj de los darqâwa de Meknés, a petición de este último. En su obra, el Sháij recuerda una serie de temas relativos a la función mística y connotaciones del Profeta en tanto que personificación del Hombre Perfecto y Centro de la Creación. A continuación ofrecemos la traducción íntegra del texto considerando que complementa el presente capítulo:

 

 

         El Salât[1], en tanto que bendiciones que se desean al Profeta, cambia de significado según el que lo realiza y el que lo recibe. En cuanto al que lo realiza, su significado es el siguiente: si es Allah el agente de la bendición, su Salât no es el que exige a los hombres en favor del Profeta[2], porque en su caso es una acción, mientras que las bendiciones que pronuncian los hombres son palabras con las que invocan en favor del Profeta. Cuando esa bendición es proferida por Allah depende también de aquél al que la dirige[3]. Es sabido que su bendición entre la generalidad de los creyentes no es la misma que la que dispensa a aquellos a los que privilegia. “Ésos son los Mensajeros: a unos los hemos favorecido por encima de los demás”, y si hay diferencia entre los privilegiados en cuanto a la medida y calidad de la bendición que reciben de su Señor, mayor habrá de ser esa diferencia respecto a aquella de la que goza la generalidad de los creyentes. A algunos Allah los bendice para extraerlos de las tinieblas de la idolatría a la luz de la apertura del corazón, y a otros los bendice para sacarlos de la luz de la apertura y conducirlos al secreto de la certeza, y a otros los bendice arrancándolos del secreto de la certeza para permitirles ver, y a otros los bendice para hacerles pasar de la visión a la pérdida de todo lo que existe, y aquí el que bendice se apodera del bendecido: “Me convierto en su oído y en su ojo,...”.

 

         Por otro lado, Allah ha hecho que la bendición con la que se impone en sus profetas sea lo opuesto de la maldición que dirige contra sus enemigos, y que significa alejamiento, expulsión, corte y velo tendido. El Salât de Allah es un término con el que se quiere expresar la idea de su inclinación, ternura, proximidad, manifestación y aparición sobre el bendecido apartándolo del mundo fantasmal y apoderándose por completo de él según su merecimiento. Si pertenece a la generalidad de los creyentes, su parte en esa bendición es la ternura de Allah con la que le dispensa misericordia y todo tipo de favores. Y si el bendecido pertenece a la élite, su parte en la bendición es el privilegio, es decir, Allah mismo, pues no le bastaría ninguna otra cosa: “Ese día hay rostros resplandecientes que miran hacia su Señor...”. A su vez, los miembros de la élite se distinguen entre ellos en función del tipo de presencia de Allah de la que gozan. Los hay a los que la Verdad se aproxima dándoles a conocer sus Acciones, a otros se allega con sus Nombres, y a otros se les acerca con sus Cualidades. Pero hay otros a los que se da a conocer en su Esencia. Ése es el Signo Supremo al que se refiere a Allah cuando dice en el Corán: “Y  (el Profeta) vio de entre los Signos de su Señor el Signo Supremo”.

 

         Si el significado de la palabra Salât equivaliera simplemente al de Misericordia, tal como pretenden algunos, hubiera sido suficiente la expresión coránica “Te hemos enviado como misericordia para los mundos”, pues afirma que él es la misericordia misma, pero el hecho es que él ha expresado su deseo de un continuo aumento que busca algo más que la misericordia, pues dijo: “El frescor de mis ojos está en el Salât”, y también dijo: “Lo más sincero que ha sido dicho son las palabras del poeta: Todo lo que no es Allah es vano”, es decir, todo lo que no sea Allah, ya sea algo mundanal o relativo a la otra vida es vano a los ojos de la profecía, a menos que vaya acompañado de la contemplación de las perfecciones de la Esencia y las luces de sus Cualidades.

 

         De lo que se trata aquí es de comentar unas fórmulas de bendición cuyo autor[4], al saber que el Profeta no encuentra placer más que en la contemplación de la Belleza de la Esencia, aun cuando sobre él no dejan de planear todas las misericordias, ruega a Allah que bendiga a Muhammad de acuerdo a su infinito merecimiento, y dice:

        

         Allah, bendice y saluda con todas tus perfecciones en todas tus manifestaciones a nuestro señor y dueño Muhammad, primera de las luces que se desbordaron desde el océano de la Inmensidad de la Esencia, el que se revistió verdaderamente tanto en el mundo de la interioridad como en el de la exterioridad con los significados de los Nombres y las Cualidades. Él es el primer elogiador y el que se allana con toda suerte de prácticas y aproximaciones, y el que socorre en los mundos de los espíritus y de los fantasmas a todos los seres existentes, así como a los suyos y a sus compañeros, con una bendición que retire para nosotros el velo que oculta su Rostro Noble en sueño y vigilia, dándonos a conocerte a ti y a él en todos los grados y presencias, y sé sutil con nosotros, oh Señor nuestro, en razón de su majestad en nuestros movimientos y calmas, y en nuestras miradas y pensamientos. ¡Tu Señor está por encima de todo lo imaginable, Señor del Poder inabarcable, que escapa todas las descripciones! Paz a los profetas y alabanzas a Allah, Señor de los Mundos”.

 

         Es como si el autor de esta fórmula de bendición dijera: Allah, Tú sabes lo que desea de ti tu Profeta, y que él no tiene bastante con nada que no sea la contemplación de tu Belleza. Así, pues, apiádate de él y allégate a él, date a conocer y muéstrate a él en todas tus perfecciones esenciales interiorizadas en todas tus manifestaciones activas -es decir, en tus manifestaciones sensibles y en las espirituales-, y haz de esa presencia tuya un hecho permanente para él, permítele gozar y dale paz mientras le sobreviene esa manifestación de modo que su búsqueda de ti no deje de ser tu búsqueda de él. A esto es a lo que se le llama sutileza y protección de los que tiene una necesidad apremiante todo el que llega a Allah, y son a lo que la Ley llama la Paz: “Su saludo en el Jardín es la Paz”.

         Todo el que disfruta de un placer concedido por Allah no puede hacer otra cosa que rogar por disfrutar de él con salud, y por ello se ha dicho que es obligatorio pedir a Allah tanto el Salât como el Salâm para que se produzca el equilibrio y sea completo el placer que Allah otorga a aquél al que bendice, porque la bendición, en su soledad, aun siendo un placer de Allah, no tiene porque ser permanente ni saludable, y sólo cumple esas condiciones cuando va acompañada de Paz de Allah. Según esto, por noble que sea el Salât, el Salâm es aún más noble, pero en la medida en que va precedido del Salât, porque en caso contrario, si no significa estabilidad en un Salât, carece de nobleza. El Salât significa que Allah atiende al siervo según su merecimiento, y el Salâm significa que le concede seguridad, salud y paz en esa atención que le presta. Por tanto, el Salâm depende de lo que le preceda.

 

         El Salât es una gracia que Allah hace a Muhammad de forma indudable de modo que disfruta de él independientemente de toda solicitud humana, porque así lo afirma el Corán cuando dice: “Ciertamente, Allah y sus ángeles bendicen al Profeta”, por lo que a continuación el mismo texto coránico ordena que los creyentes hagan lo mismo, pero sin dar a esa orden la fuerza con la que pronuncia aquella en la que les manda desearle la paz, pues les dice: “Vosotros, los creyentes, bendecid al Profeta, y saludadlo con un saludo intenso”, y es como si dijera que la atención que le presta Allah y la manifestación con la que se le muestra son algo ya concedido a Muhammad en abundancia, por lo que vosotros, los creyentes, rogad en su favor que le sea concedida la firmeza y la seguridad en aquello que a él ya le ha sido dado, y además, ese ruego con el que se pide firmeza y seguridad beneficia también a la Nación.

 

         Los ‘ulamâ permiten que sean saludados todos los profetas, pero ninguno de ellos ha dicho que pueda bendecírseles con una mención independiente de una que incluya a nuestro Profeta. Y, así, se puede expresar un saludo dirigido a Jesús en solitario, pero no se le puede bendecir a menos que se haga en compañía de Muhammad. Y la respuesta a quien pregunte porqué esto es así es la que sigue: En primer lugar el Salât es algo demasiado poderoso como para que pueda ser soportado por nadie de forma independiente -salvo los profetas y los ángeles- a menos que esté subordinado al seguimiento de la vía de alguno de ellos. En cuanto a la Paz, lo que se pide con ella es la concesión de seguridad por parte de Allah a algún musulmán en algo concreto de su relación secreta con Allah. La Paz es por tanto algo que conviene a cada miembro de la comunidad de los creyentes en razón de su grado y según éste. Desear esta paz a quien no sea profeta no es algo reprobable y por ello es un acto no censurado por aquellos que lo consideran legítimo. En cuanto a los profetas, todos ellos son bendecidos y saludados por Allah de modo simultáneo y tienen el privilegio de disfrutar de ambos, de la bendición y del saludo, a la vez, a diferencia de los Awliyâ’ a algunos de los cuales sobreviene el Salât sin la compañía del Salâm, o la Paz se retrasa, o cualquier otra circunstancia, y por ello los Awliyâ’ hacen cosas impensables en un profeta y que repugnan a la naturaleza de los hombres, incluso parecería que no se someten a la Ley y ello no es por otra cosa que la ausencia de protección de Allah el cual desnuda al walí en ese grado, y lo que sucede es que la herencia que ha recogido de su Profeta la transmite de un modo diferente. Pero los firmemente establecidos, los verdaderos herederos, normalmente no se expresan más que en conformidad absoluta con la Ley y de modo que resulta agradable a la naturaleza de los hombres. Por supuesto, con el término naturaleza nos referimos a la naturaleza sana y no a la del común de la gente. Y con estos últimos sucede así porque la herencia es transmitida conforme a la manera del Profeta.

 

         Al ser indisolubles la bendición y el saludo de paz sobre el Profeta se produce el modo correcto de sucesión en sus herederos perfectos. Y estos dos conceptos que la Ley denomina Salât y Salâm son, en la terminología de los sufíes, la ebriedad y la sobriedad, la extinción y la permanencia, y otros sinónimos. Existen diferentes denominaciones porque ninguna palabra traduce verdaderamente lo que son.

 

         Al ser la aspiración espiritual de la gente del privilegio algo por encima de la normal ambición de las demás criaturas, porque es un poderoso deseo que siempre está girando en torno al eje de los Nombres y las Cualidades y a la espera de lo que hay detrás de todos ellos, y que son las perfecciones de la Esencia. Allah provee al ser humano en función de su aspiración, y la aspiración, cuando es grande, sólo anhela lo que sea más grande que ella. El Profeta dijo: “Cuando pidáis algo a Allah, haced que vuestra solicitud sea de algo inmenso”. Nada más grande puede ser pedido ni hay aspiración más inmensa que la de quien ha dado la espalda a la creación y se ha adherido al Rey Verdadero. La aspiración de los privilegiados se limita a Él, y olvidan todo lo demás.

 

         En cuanto a las palabras: “Allah, bendice y saluda (a Muhammad) con todas tus perfecciones...”, es decir con toda clase de perfecciones, y no sólo las trascendentes, pues las plenitudes de Allah no tienen su límite en la Esencia, y por ello se le pide que se de a conocer a Muhammad con todas sus perfecciones de modo que todo lo que a él se le antoje ya perfecto vaya seguido de algo aún mayor en perfección. En la Hamzía de an-Nabhâni se dice del Profeta: “Por encima estás de cada encima, glorificando / con tu ascensión, y la ascensión no tiene techo”. Y así hasta el infinito, pues “Lo Siguiente es mejor para ti que lo Primero”. Las manifestaciones de Allah son según sus perfecciones, y, como éstas, carecen de límite: “Si quisierais censar los favores de Allah, no podríais”, y eso que siguen a las Acciones, por lo que las relativas a la Identidad y a las Cualidades son en razón aún más incensables: “Ciertamente, Allah es Amplio y Sabedor”.

 

         Además de todo lo anterior, has de saber que la costumbre de los gnósticos es esparcir sus conocimientos por las fórmulas con las que bendicen al Profeta para que sirvan de escala a sus discípulos con la que ascender hasta los secretos íntimos del Uno Trascendente y llegar a las verdades interiores de lo que significa la Profecía. Por ello, el autor de esta fórmula describe a Muhammad como la primera de las luces derramadas desde el océano de la Inmensidad de la Esencia. De ello aprendemos que él fue la primera luz de la que, a su vez, manaron los manantiales de la exteriorización, pues el Profeta dijo: “Lo primero que Allah creó fue mi luz”, y de esa luz primordial irradiaron las luces y pasaron a través de fases. La luz es aquello que sirve para iluminar, bien sea cosas sensibles y materiales, o bien sea conceptos inteligibles. La primera de esas dos luces alumbra las apariencias y la segunda alumbra los corazones, la primera de esas luces es propuesta a los ojos y la segunda es propuesta a la visión interior. Pero lo primero que nos viene a la mente cuando escuchamos la expresión del autor es que el Profeta es la luz que perfila  las cosas en la nada y las hace sobresalir, cuando en realidad esa luz es secundaria porque en primer lugar ilumina lo que hay en la interioridad del espíritu. Sea como sea, gracias a ese primer destello se multiplicaron las raíces y se ramificó el árbol: “Allah es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es semejante a una hornacina[5], es decir, Allah es la Luz descarnada, mientras que la luz subordinada a Él es a la que se llama Muhammad, y es la que compara a una lámpara en una hornacina en el versículo anterior. Allah es luz, y su luz es Muhammad, y la segunda de esas luces es la que se compara a algo, mientras que la luz original es indescriptible, quedando la Esencia así salvaguardada de toda antropomorfización, aun cuando no haya dualidad pues “hacia donde os volváis, ahí está el Rostro de Allah”. Cada rango tiene sus exigencias, y deben ser respetadas necesariamente, pues si lo que en el versículo hubiera querido ser descrito fuera la Luz descarnada no hubiera usado el posesivo. Y además hubiera comparado directamente la luz con la mecha ardiendo, que es lo que conviene en este contexto, y no con la hornacina. Pero además, ello hubiera querido decir al fin y al cabo que la luz está encerrada y que la hornacina y el recipiente de vidrio son algo distinto a la luz, pero en el fondo no son sino luz sobre luz, y desde esta consideración queda unificado el término de la comparación con la luz: “Todo llega hasta Allah”. De todo lo cual deducimos que Allah es Luz descarnada de toda corporeidad y materia, y de toda atribución y relación, pues “Nada hay que se le asemeje”, y la luz que desciende de Él, la que Él revela y a la que se llama Muhammad, es semejante a una hornacina en la que arde una mecha que es el Secreto de Allah en tanto que Él es el soporte de toda cosa, el fundamento trascendente de toda esencia creada y accidente: “Allah es la luz de los cielos y de la tierra”, y esa hornacina es en la que con mayor intensidad resplandece la luz de Allah: “Quien obedece al Profeta, obedece a Allah”.

 

         Lo que puede resumirse de lo anterior es lo siguiente: la parte densa de la Luz Muhammadiana es a lo que se llama en el versículo ‘hornacina’, mientras que la parte sutil es designada bajo la palabra ‘recipiente de vidrio’, y la ‘mecha’ es lo que hay más allá del vidrio. La mecha es luz para el recipiente y la hornacina, y “Allah es la luz de los cielos y de la tierra”, y el Profeta mismo ha dicho: “Allah ha creado la creación en las tinieblas, y después la roció con parte de su Luz”, es decir, determinó la existencia de su creación en su ciencia preeterna y después volcó sobre ella parte de su Ser. La coincidencia nos ha arrastrado a hablar de un versículo cuyo estudio no era nuestra intención. En otra ocasión, si Allah quiere, le dedicaremos un análisis independiente.

 

         De estas alusiones se deduce que todo lo que se ha derramado con el Desbordamiento Más Sublime diversificándose espiritual y sensiblemente tiene como fundamento la Luz Muhammadiana. A partir de ella se ramificaron las demás luces, algunas de las cuales son los cielos y la tierra. No debiera resultarnos difícil comprender que incluso la solidez material de los objetos no es más que parte de las irradiaciones de la Presencia del Quds, pues las mutaciones se deben a la debilidad de las miradas. Si la mengua desapareciera del que influye con la mirada que lanza a cuanto le rodea, también la mengua desaparecería de los objetos que están bajo la influencia de su mirada. Así, pues, presta atención al principio original que es luz sobre luz y “vuelve a mirar, ¿ves ahora alguna fisura?”. Pero ya no podrás apreciar ninguna fisura, sino interiorización y exteriorización. A la exteriorización es a lo que se llama Luz. Quien alcanza a distinguir esa luz ha sido bien guiado: “Allah guía hasta su Luz a quien quiere”.

 

         En cierta ocasión se le preguntó al Profeta si veía a su Señor, y respondió: “Lo veo luminoso”. Y yo digo: precisamente esa Luz es la que impide la percepción de la esencialidad. El Velo de Allah es su exteriorización. A causa de su intensidad, Él queda oculto. En una información proporcionada por el Profeta se dice que el Velo de Allah es la Luz. A causa de la aparición de la luz secundaria quedó velada la Luz descarnada. La Luz no es vista más que en la Luz, y no se percibe la interiorización más que en la exteriorización. El Profeta dijo: “Quien me haya visto ha visto la Verdad”, es decir, quien me haya conocido ha conocido la Verdad, y no se refería a la visión de la persona a la que se llama Muhammad Ibn ‘Abd-Allah, sino que señalaba hacia la realidad desbordada desde los océanos de la Inmensidad de la Esencia, que es el lugar donde Allah se muestra, que ha dicho: “No me abarcan ni los cielos ni la tierra, pero me abarca el corazón de quien se abre hacia mí”. Ese corazón es aquél en el que resplandecen todos los corazones, el espíritu en el que resplandecen todos los espíritus, el yo en el que están todos los egos: “No os ha creado ni os hará resucitar más que como un solo yo”. Quien llega a conocer este yo y contempla su espíritu en la materia no destruye su participación en la irradiación de la Presencia del Quds. Pero esto no lo encontrarás más que en los privilegiados, en los singulares, porque es algo que pertenece a la predisposición que Allah ha depositado en ellos al lado de la percepción en la que coinciden con el resto de las gentes. Se trata de los Profetas y la élite de la élite entre los Awliyâ’. Es por ello por lo que el autor de la bendición que estamos comentando elogia el Rango de la Profecía diciendo de Muhammad que es el realizador en los dos mundos, el de la interiorización y el de la exteriorización, de los sentidos espirituales de los Nombres y las Cualidades. En este sentido, él es el único verdadero realizador de esos significados de modo perfecto, y todos los demás recogen saberes y saboreos de él a modo de herencia, tal como el Profeta dijo: “Los sabios son los herederos de los profetas”.

 

         Y decimos que él es el único realizador en tanto que es el primer espacio en el que se manifestó la Esencia. O bien puedes decirlo de este modo: él es el primer objeto al que se adhirieron los Nombres y las Cualidades en busca de su propia realización, por lo que interiormente él es lo que es exteriormente, y en su principio es lo que en su final, y por ello es la Mediación Suprema entre la Verdad y su creación, pues ha dicho: “Yo era profeta mientras Adán aún estaba suspendido entre el agua y el barro”. Su misión profética entre los seres humanos fue retrasada para convertirla en Sello de todas las anteriores y para juntar en él el ser primero y último, tal como él dijo: “Nosotros somos los últimos y los anteriores”, cerrándose el círculo sobre su principio. Que las cosas terminen en sí mismas y las ramas en sus raíces es la Ley de Allah para su creación: “El que te impone el Corán te devolverá a tu punto de partida”, y el Profeta dijo: “El tiempo se ha curvado sobre sí mismo volviendo a ser lo que fue cuando Allah creó los cielos y la tierra”.

 

         De todo lo anterior entresacamos que la Profecía es un círculo -a semejanza de un anillo- formado por puntos que son los profetas y un punto integrador que junta los dos arcos del círculo del Sello y que es Muhammad. Y con ocasión de las cualidades con las que está revestido en su condición de punto que sella el círculo de la Profecía, siendo con ello diferenciado de los demás puntos, dijo él mismo: “Yo soy el señor de los hijos de Adán, y no es arrogancia”. Pero si consideramos el círculo del Sello de la Profecía en la compenetración de sus puntos de modo que cada uno de ellos en realidad es el punto integrador en el que comienzan y en el que acaban los dos arcos, y que si alguno de esos puntos fuera eliminado se desharía el conjunto, debemos aceptar lo que dijo el Profeta: “No me prefiráis a mi hermano Jonás”, y Allah ha dicho: “No distingáis entre los profetas”, porque marcar esas diferencias es abrir una fisura en la integridad del círculo.

 

         Ya se ha adelantado que ese círculo es uno y compuesto de puntos comunicados entre sí y que el círculo acaba donde empieza. Su esencia es el espíritu Supremo encargado de informar acerca de Allah, y ese Espíritu no es otro que el Yo de Muhammad, que es el mismo Espíritu Eterno que fue soplado en Adán, por lo  que es el primer punto del círculo. Un sabio gnóstico puso en la boca de la Esencia de Ahmad estos versos: “Yo, aunque formalmente sea hijo de Adán, / tengo en él algo que testimonia mi paternidad”. Según ello, la Profecía de Muhammad es una realidad en cada uno de los puntos del círculo que en sí, como ha sido dicho, es uno, aunque en cada momento reciba distintos nombres. Quien mire hacia el círculo en la continuidad de sus puntos dirá: “No distinguimos entre ninguno de sus profetas”. Pero quien mire hacia el círculo antes de ver su integridad y con falta de aspiración, dirá: “Aceptamos una parte y rechazamos otra”, pero ninguna parte reúne la significación del todo.

 

         Así llegamos al significado del Sello de la Profecía. Muhammad cumple con su condición desde dos puntos de vista. El primero es que él es un punto integrador en el que se juntan los dos arcos de la circunferencia. El segundo es que él cumple con la anterior condición de modo perfecto y completo. Se ha dicho anteriormente que la profecía es una. Pues bien, él es su esencia, por lo que es su Sello en todos los aspectos. También ha quedado dicho que la esencia de la profecía es el Espíritu Supremo encargado de informar acerca de Allah, y no el cuerpo particular que es visible a la gente, y a ello aludió Uways al-Qarani cuando dijo: “Sólo sabéis de Muhammad lo que sabe de la espada el que contempla su vaina”, señalando hacia el Espíritu Supremo revelado a ese cuerpo al modo en que le fueron reveladas al profeta las Palabras del Corán Inmenso. El cuerpo es prueba del Espíritu y el Libro lo es de la Cualidad Sin-principio y Sin-Fin.

         Al llegar a este punto hay que decir que caracteriza a ese Espíritu Supremo el ser el único receptor de la profecía. Es decir, recoge de Allah y distribuye entre las criaturas. Y lo hace a partir del primer Desbordamiento Más Sublime, por lo que el Espíritu de Muhammad estuvo presente en la recepción del pacto preeterno el día de “¿No soy Yo vuestro Señor?”, pues él es el Medio en toda comunicación. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría la precedencia de su Profecía. Por ello, el autor de las bendiciones dice de él que el el primer elogiador y el primero en allanarse ante Allah con toda suerte de prácticas y aproximaciones. Es el primer elogiador en tanto que Luz Universal, y es el primer adorador en tanto que todo forma parte de él. An-Nabhânî dijo: “Tu Luz es el Todo y la creación son tus partes, / ¡oh, Profeta cuyo ejército son los profetas!”.

 

         Allah ha dicho en el Corán: “Todo lo hemos censado en un Imam Evidenciador, y no hay Imam más evidenciador y más digno de liderazgo que él, y las alusiones de los gnósticos señalan hacia que todas las cosas están plegadas e incluidas en su joya, pero la reflexión no concilia esto más que tras una prolongada meditación en su alcance. Sólo llega a la comprensión aquél al que Allah toma de la mano y lo asoma a su condición de rama que surge a partir de una raíz, y entonces descubre que todas las cosas, con todas sus singularidades, están recluidas en la Realidad Muhammadiana. Desde este punto de vista, él es el realizador de todas las prácticas de aproximación a Allah que aparentemente llevan a cabo los seres humanos. Aceptar esto teóricamente es fácil, lo difícil es verlo, y lo impide los desvaríos que comete el hombre. Por ello es necesario usar de la agudeza y emplear una mirada afilada que aclare lo que quieren decir estas palabras, que por otro lado están dichas en el Corán cuando Allah afirma: “No hay cosa que no proclame las alabanzas de Allah”, y sin embargo vemos que las criaturas humanas no dejan de contravenir la Ley y cometer toda suerte de atrocidades. Pero sin embargo, el género humano y sus acciones no son sino algo insignificante en el Todo, dice Allah: “Los ejércitos de tu Señor sólo los conoce Él”, porque la existencia es incensable y en ella el ser humano es inapreciable. Por otro lado, toda contravención está contenida en la complacencia de Allah y nada se produce fuera de su Voluntad: “Si tu Señor hubiera querido, ellos no lo hubieran hecho”. Y nos basta para comprender esto las palabras de Allah que dicen: “Allah dijo a los cielos y a la tierra: ‘Acudid a Mi, por propia voluntad o a la fuerza’..., y acudieron a Él por propia voluntad”. Todo lo que nos parece malo o feo en la existencia no es malo ni feo en su esencia, a pesar de lo que nos digan nuestros sentidos, pues ha sido dicho en verso: “Todo lo feo, si lo investigas en su inicio, / se apresuran hacia ti sus sentidos bellos”.

 

         Se nos ocurre un ejemplo que tal vez aproxime la significación de lo que queremos decir. ¿Acaso no ves que en el Corán aparecen mencionadas todas las cosas, desde las más sublimes hasta las más bajas, y se describe en él la obediencia a Allah y la desobediencia, la apertura del corazón y su cierre, la justicia y la tiranía, y todo lo bueno y todo lo malo? A pesar de ello su recitación es meritoria incluso cuando se alude a los despropósitos del hombre, pues en su esencia el Corán es el Libro Revelado aun en sus fragmentos en los que aparecen citadas cosas viles, y cada una de sus palabras, al margen de su significado, es un prodigio, y “...no debe ser tocado más que por seres puros”. Y todo en el Corán es Palabra de Allah, de modo que si suprimes esas partes en las que aparece (lo malo) su lectura deja de ser meritoria. Lo mismo sucede a quien analiza el universo teniendo en cuenta su esencia real. Si así lo hace sólo distingue que es una hornacina en la que alumbra una llama, y esto si la mira por delante. Si se va atrás sólo percibe una cosa oscura porque la hornacina sólo tiene una abertura en su parte delantera desde la que se deja ver la luz contenida por ella: “Su interior es Misericordia, y su apariencia, por detrás, es dolor”. No afecta a la grandeza del sol la ceguera del ojo que es incapaz de recoger su esplendor.

 

         En cuanto a las palabras del autor de las bendiciones en las que describe al Profeta diciendo: el que socorre en los mundos de los espíritus y de los fantasmas a todos los seres existentes, quiere significar con ello que nada queda fuera de su influencia salvo el Mundo del No-Principio. Todo lo demás recoge su socorro, tal como sea que la rama recoge el sustento que le viene de la raíz.

 

         A continuación, el autor desea las bendiciones y la paz de Allah a los suyos y a sus compañeros. El parentesco y la compañía son términos comprensibles por todos, pero también cuentan con otro significado. El parentesco alude a la proximidad al manantial muhammadiano, y por ello él incluyó entre los suyos como miembro de su familia a Salmán el Persa: “Salmán es uno de los nuestros, uno de las gentes de la casa”.        



[1] El término Salât se usa fundamentalmente para designar las oraciones diarias que realiza el musulmán, pero también designa las bendiciones que Allah derrama sobre los seres humanos, en especial sobre el Profeta, y la solicitud que estos hacen de ellas, principalmente mediadas por el Profeta, y es en estos últimos sentidos en los que se emplea esta palabra en el presente texto del Shayj. Solicitar tales bendiciones en favor del Profeta está recomendado en la Tradición islámica, y es una práctica sufí muy importante. También debe tenerse en cuenta que esas bendiciones, al recibirlas el Profeta redundan en su Nación y en especial sobre el que las ha solicitado.

[2] En el Corán, Allah dice: “Allah y los ángeles bendicen al Profeta. ¡Oh, vosotros, los creyentes! bendecidlo y saludadlo con un saludo intenso”. XXXIII-56.

[3] Allah bendice con su Salat a los Profetas y a los creyentes en general.

[4] El texto de este Salât le fue enviado al Sayj al-‘Alawi por Sidi Muhammad Ibn al-Habîb, Sayj de los darqâwa de Meknés, esperando que se los comentara.

[5] “Allah es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es semejante a una hornacina en la que hay una mecha encendida. La mecha está en un recipiente de vidrio que es como si fuera un astro fulgurante. Se enciende de un árbol bendito, un olivo, que no es de oriente ni de occidente, y cuyo aceite casi alumbra aun sin haber sido tocado por el fuego. Luz sobre luz. Allah dirige hasta su luz a quien Él quiere”. XXIV, 35.