JUTBAS
Primera
Parte
Una de las prácticas islámicas más importantes y extendidas, una de las ‘Ibâdas
de mayor eficacia espiritual, una de las que más arraigan en el corazón, es el
estudio y recitación del Corán, qirâat al-Qurân al-Karîm. El musulmán
no sólo lee el Corán para enterarse de lo que dice, sino que su simple lectura
tiene una influencia enorme sobre el espíritu. En los sonidos del Corán -que
es Karîm, Noble y Generoso- hay Báraka, es decir, bendición,
energía, fecundidad, y un sin fin de beneficios de todo tipo, y hay también Rahma,
misericordia infinita... La recitación del Corán es un recorrido y un paseo
por el Yanna, por la exuberancia de la bondad de Allah, y sin duda por
ello dijo quien mejor conocía el Libro -Rasûlullâh (s.a.s.)- que el Corán es
un Jardín para los sabios...
Cuando te dispongas a
leer o recitar el Corán -y siempre deberás hacerlo en árabe pues ninguna
traducción lo sustituye ni de lejos- debes estar en Tahâra,
tienes que haber hecho antes las abluciones necesarias. Debes adoptar una
postura respetuosa para con el Corán, a ser posible orientado hacia la Qibla y
sentado en el suelo sobre las piernas en la posición con la que se acaba el Salât,
con la cabeza baja y el corazón presente, si bien la lectura más provechosa es
la que se hace de pie durante el Salât.
Los musulmanes tienen
la noble costumbre de leer y recitar el Corán todos los días, mejor a la
salida y a la puesta del sol, y mejor aún en el seno de la noche. Se han
impuesto esa disciplina y han dividido el Corán en partes iguales de modo que
cada cierto tiempo determinado completan una lectura del texto entero. Hay
muchas posibilidades y variantes, y la más difundida y cómoda es la forma
usada en el Norte de África donde la gente recita el Corán al mes, habiendo
dividido el Corán en sesenta partes iguales (sesenta hiçb, los sittîn
hiçb), y leen una de esas partes al amanecer y otra al atardecer. Y,
así, mes a mes, van repitiendo el Corán, asentándolo en su cotidianidad y
sumergiéndose en la vivencia de sus sonidos y de sus significados. En la mayoría
de las mezquitas del Norte de África se reúnen los musulmanes a la hora del faÿr
y del magrib para formar un círculo, la halqa, y recitar
el hiçb. Quien no puede hacerlo en la mezquita lo hace en su
casa, y eso ha conseguido que el Magreb sea la zona del mundo islámico donde más
gente se sepa el Corán íntegro de memoria...
Cada cual debiera
marcarse su propio ritmo, sin exagerar ni quedarse corto. Sería hermoso
recuperar en nuestra tierra, en al-Ándalus, la recitación diaria del Libro, de
memoria. In shâ Allâh, algún día será así, y entonces la Báraka del Corán
volverá a difundirse por esta tierra bendita y sedienta de espíritu. Debemos
prepararlo afinándonos nosotros en esta ‘Ibâda, en esta práctica islámica
fundamental. Para ello tenemos que conocer todas las ‘cortesías’
necesarias, los adab que dan cuerpo a una buena lectura y recitación del
Corán, para que desde el principio todo vaya como debe ir.
Es mustahabb
-es decir, está muy recomendado- embellecer la voz al recitar el Corán. Si no
se tiene buena voz se debe hacer un esfuerzo discreto. Esto no quiere decir que
se recite el Corán como si fuera una canción, lo cual fue muy censurado por
los sabios de las primeras generaciones Islam, los ‘ulamâ del Sálaf,
que lo declararon makrûh, detestable. Es siempre preferible la buena
pronunciación, clara y calmada, sin confusiones ni atropellos ni alardes de
nada.
La
recitación debe hacerse en silencio o mucho mejor en voz baja de modo que el
lector se escuche a sí mismo, pero no se debe alzar la voz ni gritar. Durante
la recitación en grupo para animarse los unos a los otros, o para memorizar, o
para apartar el sueño, o para superar la pereza,... en esas ocasiones no es
censurable que el tono sea alto, pero jamás de forma exagerada ni molesta para
otros.
Quien tenga en su
casa un ejemplar del Corán debe leer diariamente alguna página al menos,
aunque se lo sepa de memoria y lo recite con asiduidad, para que el Libro no esté
abandonado; además, por supuesto, de tratarlo con respeto y preferencia entre
todos los demás libros en señal del valor que se da a su contenido.
El lector de Corán
debe ser consciente de lo que está haciendo, y es pronunciar con su boca lo que
ha venido al mundo desde Allah Inimaginable, siguiendo un proceso misterioso,
hasta aparecer bajo el formato que conocemos, adoptando así una forma en la que
se expresa la amabilidad y sutileza de Allah hacia nosotros, que ha querido
facilitarnos el entendimiento y el disfrute de algo tremendamente profundo y en
sí realmente inaccesible. Nos asomaremos así al Corán como hay que asomarse,
con un sobrecogimiento en el que empecemos a adivinar la verdadera dimensión y
alcance del Libro. Y esa intuición es la que también nos revelará el
verdadero significado de cada palabra, pues saborearemos en cada una de ellas la
profundidad infinita de la que nos viene. El Corán es, ciertamente, un obsequio
que llega hasta nosotros atravesando eternidades que jamás seremos capaces de
intuir, pero que son capaces de sugerir al corazón atento un cúmulo de
sensaciones que lo arrojan a un vértigo del que vuelve más sabio y más
humano.
Es importante que
durante el estudio del Corán nos ejercitemos en el Tadábbur, la
meditación, la concentración, que consiste en que hagamos un gran esfuerzo por
entender lo que leemos. Esto está íntimamente relacionado con lo anterior,
porque la meditación y la comprensión sólo serán auténticas cuando tengamos
desde el principio la consideración de la inmensidad ante la que estamos al
leer el Corán. El Corán reside en la ‘Ázama, en la
Inmensidad, y ése es su contexto verdadero y ahí es donde debe ser entendido.
Con ello obedeceremos órdenes tajantes que se nos dan en el mismo Corán, que
nos obliga a leer con Tadábbur. Iremos pasando de un nivel a otro,
profundizando, pero debemos empezar por el principio, que es el entendimiento
literal y sencillo y su puesta en práctica para que se nos conduzca, por la
nobleza de nuestra intención, a un estadio interior más hondo, y así paso a
paso hasta lo infinito.
Muy importante es
relacionarse con el Corán, imbrincarse en él, dejarse guiar por él. Esto
quiere decir que debemos esforzarnos por ‘sentir’ cada pasaje. El Corán
busca crear en nosotros emociones diferentes, sucesivas e incluso opuestas: unas
veces alegría, otras terror; unas veces nos marea, otras nos relaja; a veces
nos desconcierta y otras es llano y fácil. Es importante sumergirse en las
sensaciones que quiere comunicarnos porque en su seno comprenderemos más cosas.
Cada una de esas emociones es una puerta hacia siempre más, y exigen en
nosotros calidez, predisposición y una gran sensibilidad. Estemos atentos a los
musulmanes cuando les veamos recitando el Corán y comprenderemos el sentido de
lo que acabamos de decir: la lectura que hacen del Libro es tremendamente
vivida, y se nota. Estemos atento a ello y aprenderemos mucho sobre la
espiritualidad, sobre la capacidad del ser humano para sumergirse en el poder de
la Palabra Revelada. Mientras seamos incapaces de hacer lo mismo es que todavía
estamos muy lejos...
Segunda Parte
al-hámdu
lillâh...
Hay
cosas que nos impiden comprender el Corán, y muchas vienen de Shaitân.
Shaitân personifica el estar lejos de Allah, el establecerse en el mundo
de la oscuridad, la arrogancia, la ignorancia, las obsesiones, las fobias y las
manías, todo lo cual tiene orígenes misteriosos, tenebrosos, inidentificables,
‘demoníacos’, y por ello se resumen en la palabra Shaitân. Por
ejemplo, los expertos en estos temas dicen que viene de Shaitân la
obsesión por la perfección que hace que nos apartemos de lo esencial ante el
Corán y nos preocupemos por cosas secundarias como la corrección en la
pronunciación, la ortografía, etc. Estas manías alejan a muchos del Corán y
los mantienen exclusivamente en su superficie, atentos a lo que tiene una
importancia meramente relativa.
También
tiene sus orígenes en Shaitân toda inclinación hacia el mal y toda
insistencia en él, y el mal es algo que acaba ‘oxidando’ el corazón, y ya
no llega a él lo significado por Allah. El Corán queda filtrado antes de
llegar al centro de esa persona, y llega desvirtuado, significando lo que el ego
del lector quiere que signifique. Por esto se prescribe la purificación antes
de leer el Corán, para subrayar esta gran verdad, a la que tiene que estar
atento el musulmán, que debe irse puliendo ante el Corán si quiere conocer su
hondura. El Corán lo exige, y se hace a sí mismo inaccesible al dominado por
Shaitân.
Algo también muy
importante que debe saber el que emprenda el estudio y la lectura del Corán es
que el objetivo del Libro no es entretenerle sino trasformarle. No debe
pretender satisfacer ninguna curiosidad en el Corán, sino escuchar en él a su
Señor, al Dueño de sus instantes y de su destino. Sólo así ‘entenderá’
realmente el Corán.
Por último, quien se
siente para leer el Corán debe deshacerse antes de su fuerza y de su poder,
debe dejar atrás antes todo lo que es, tiene que abandonarse en los umbrales de
la puerta por la que va a entrar en la Presencia del Rey, desnudándose de sí
mismo y de su mundo, para acceder con la mayor de las simplicidades al universo
de su Señor Verdadero. Ése es el que es colmado...
du‘â ...