JUTBAS
Primera
Parte
Desde
septiembre hemos ido aprovechando las jutbas de los viernes para repasar
juntos, en esta mezquita nuestra de Sevilla, los pilares del Islam, los Arkân
ad-Dîn, que sirven de cimiento a nuestro universo espiritual. Se trata de las
principales ‘Ibâdas o prácticas que dan consistencia al Islam, y por ello se
las llama Arkân, Pilares. Sólo nos falta hacer mención de una de esas prácticas
fundamentales: el Çakât.
En cierta ocasión,
Rasûlullâh (s.a.s.) dijo que el Islam se elevaba sobre cinco pilares: la Shahâda
-que consiste en proclamar que Allah es la Única Verdad y el Único Eficaz,
abandonando con ello el culto a cualquier clase de ídolos siguiendo la senda de
Sidnâ Muhammad (s.a.s.), que es el Mensajero de Allah (Rasûlullâh); tras las
Shahâda viene el Salât -que es recogerse ante Allah cinco veces al día
como mínimo; en tercer lugar, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) citó el Çakât, del
que hablaremos en esta jutba y que es entregar un porcentaje de nuestros
bienes a quienes lo necesiten; después mencionó el Siyâm (o Sáum),
el ayuno, obligatorio en Ramadán y aconsejado en otras fechas; por último,
viene el Haÿÿ, la Gran peregrinación a Meca y que debe cumplir todo
musulmán con posibilidades, al menos una vez en la vida.
Con frecuencia, en el
Corán, la orden de realizar el Salât va acompañada de la de dar el Çakât:
wa aqîmû s-salâta wa âtû ç-çakâh, estableced el Salât
y entregad el Çakât... Por tanto, tiene el mismo nivel de importancia. Es
un pilar fundamental en el Islam y está relacionado con el proyecto comunitario
del Islam. El Çakât no es una limosna: es un impuesto regulado de observación
obligada por todo el que se considere musulmán. Es una obligación que pesa
sobre aquellos que poseen bienes y es un derecho de aquellos que carecen de
ellos. No es un acto de caridad ni está encomendado a la buena voluntad de
nadie. El Çakât es exigible; y los musulmanes, al-hámdu lillâh, son
perfectamente conscientes del carácter contundente de este Pilar. Cada año, el
décimo día del primer mes lunar (el día de ‘âshûrâ, del mes de muhárram,
para el que faltan ya pocos días) los musulmanes hacen cuentas para cumplir
estrictamente con esta obligación y entregan parte de sus bienes a quienes
necesiten de ellos.
Los tipos de bienes
sobre los que graba el Çakât y sus porcentajes están detallados en las obras
de Fiqh. Lo importante a tener en cuenta es la condición de ‘Ibâda de esta
práctica. Se trata de un gesto con un trasfondo espiritual. Al entregar el Çakât
a los necesitados, el musulmán agrada a Allah y con ello se acerca a Él. Con
ello se cumplen varios objetivos: se remedian necesidades sociales y a la vez
hay una elevación espiritual. Al seguir estrictamente lo que la Ley Revelada
dice sobre esta obligación, el musulmán se inserta en la práctica de una
‘Ibâda; al solidarizarse con los demás, se convierte en cimiento de su
propia comunidad. El Çakât es, pues, un puente que nos comunica por un lado
con Allah y por el otro con nuestros semejantes, y de ahí su grandeza. El Çakât
es pura relación.
Allah nos ha puesto a
prueba al establecer este Pilar del Islam. Con ello el musulmán demuestra que
ama a Allah más de lo que los hombres comunes aman al dinero, el supremo ídolo
de todos los tiempos. Allah nos ha impuesto regalar parte de lo que más nos ata
-los bienes materiales- como signo de amor a Él. Al desprendernos
voluntariamente de parte de lo que hemos ganado ponemos con ello a Allah por
delante de todo. Además, al hacerlo nos libramos de la acusación de avaros,
una de las cualidades más viles y más extendidas entre los seres humanos. El
Çakât nos eleva por encima de la avaricia. Y, también, al cumplir con el Çakât,
damos a Allah las gracias por los bienes con lo que nos ha enriquecido. El Çakât
es un acto de Shukr, de gratitud, porque al obedecer el mandato de Allah
reconocemos implícitamente que todo es suyo, que Él nos lo ha dado pero que no
deja de pertenecerle. Esto nos permite un desapego que nos sumerge en el Tawhîd,
en la Unidad que rige todas las cosas.
Una cosa importante,
es que no puede haber ninguna pretensión. Al entregar el Çakât, el musulmán
cumple con algo obligatorio. No es un gesto de caridad por el que pueda presumir
ni echar nada en cara a nadie. Por
ello se aconseja la discreción de modo que el musulmán se evite a sí mismo
toda arrogancia o altanería. Pero si teme que se sospeche que no ha entregado
el Çakât no es malo que lo haga públicamente, porque ello animará a los demás
y así difunde el bien. Sólo en ese caso se le recomienda que haga conocer su
Çakât, si sirve de modelo para alguien.
El musulmán no debe
considerar jamás que lo que da a sus hermanos sea demasiado o mucho. Al
contrario, debe creer que es poco lo que entrega a los demás por Allah. Quien
piensa que da más que los otros no puede evitar echarlo en cara a alguien, y
eso está prohibido. Se ha dicho que una acción es meritoria cuando cumple tres
condiciones: cuando no es tenida en mucho por quien la realiza, que la haga
pronto y que la sepulte en el anonimato.
El musulmán debe
entregar, de lo que posee, lo mejor y lo más noble. Rasûlullâh (s.a.s.) dijo
que Allah es bueno y no acepta más que lo bueno. Aunque se ponga en manos de
los necesitados, el Çakât es algo que se entrega a Allah, y esto debe ser muy
tenido en cuenta por el que lo da. Lo que ofrezcamos a Allah es lo que
encontraremos tras la muerte.
El Çakât es uno de
los pilares del Islam y sobre él y lo que se desprende de él construimos una
sociedad solidaria y activa no basada en la caridad sino en la obligación
sentida por todos de ser responsables de todos. El Islam es una Nación de
iguales hermanados en un sentido de la trascendencia que nos hace desbordarnos
en busca de una plenitud que no está en el retraimiento sino en la convivencia
y en el crecimiento que se produce en los encuentros.
Con
la imposición del Çakât Allah quiere apartarnos de la avaricia y la avidez.
Lo contrario a la avaricia es la generosidad y ésta, más que un gesto, es la
actitud del que propicia la vida. El que es generoso participa del Acto de
Allah, y por ello se eleva. El verdaderamente generoso no se ve a sí mismo, egoístamente,
sino que fluye con la existencia y se convierte en su propagador. Y la vida está
por encima de intereses personales, miserias y cortedades.
El
Islam quiere hacer de nosotros hombres y mujeres generosos, que den sin esperar
recibir, que se expandan sin tenerse como centros de nada, que sean
constructores de algo grande, que participen en los cimientos del universo. Eso
es el Islam en su esencia y quien no lo comprende puede imitar los gestos del
musulmán pero no puede serlo. El Islam es algo profundo, tremendamente
profundo, y en su centro está el Çakât como foco de la aspiración de cada
musulmán a superarse a sí mismo y a hermanarse con todos en Allah Uno-Único.
El
Çakât debe entregarse anualmente y consiste en un porcentaje concreto sobre
bienes concretos, aplicando sus normas a la realidad de cada tiempo y según las
circunstancias cambiantes. Pero el musulmán no debe limitarse al Çakât:
siempre que pueda debe ayudar a los demás dándoles de lo que tiene. Se llama sádaqa
a los çakâts voluntarios. Un musulmán no debe ser desatento ni vivir sin
saber de los problemas de los demás. Al contrario, es verdaderamente musulmán
el que no deja de solucionar problemas, el que es cobijo para las gentes. Es en
eso en lo que realmente debemos crecer. La espiritualidad indolente y anodina de
los eremitas no es islámica.
El
que trabaja para dar, el que aprende para enseñar, el que se ofrece voluntario
para lo que los demás rechazan, el que no permite que nadie sea desatendido, el
que se preocupa porque los difuntos sean lavados y enterrados, el que limpia las
mezquitas de los musulmanes, aquél con el que todo el mundo cuenta, ése es el
señor de los musulmanes. Rasûlullâh (s.a.s.) dijo en cierta ocasión que señor
y dueño de la gente es el que está a su servicio. El que los demás
dependan de ti para lo que sea te convierte en indispensable. Y el que responde
a esa expectativa es el generoso, el que merece la mejor consideración. Y todo
ello porque así se participa en el movimiento del cosmos entero y se es agente
y protagonista de la realidad.
du‘â ...