JUTBAS

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Primera Parte  

         al-hámdu lillâh...  

        

               En la jutba del viernes pasado hablamos de la importancia del matrimonio en el Islam y la sensatez que debe guiar a quienes se proponen fundar una familia. Queremos insistir hoy en la necesidad de una buena convivencia, la cual tiene grandes exigencias y responsabilidades de las que todos debemos ser conscientes.

         La mu‘âshara, la convivencia, tiene unos mínimos a los que hacen referencia los tratados de Fiqh, es decir, los libros de derecho islámico. Para empezar, hay recomendaciones que se deben tener en cuenta a la hora de elegir un compañero o compañera. Por supuesto, hay elementos subjetivos que cada cual debe valorar. En los tratados de Fiqh sólo se alude a unos criterios generales que apelan a la prudencia y al sentido común. Y, así, se aconseja que, en primer lugar, se de importancia a la seriedad en la práctica del Islam del posible cónyuge. A uno de sus Compañeros, Rasûlullâh (s.a.s.) le ordenó que buscara una esposa poseedora de Islam (‘aláika bi-dzâti ad-dîn, ‘Escoge a la que tenga Dîn’). Una persona ‘tiene’ Islam cuando lo practica con rigor y está adornada por las cualidades, méritos y virtudes que se supone que deben caracterizar al musulmán. Por tanto, se trata de una persona de honda espiritualidad, y es generosa, noble, sincera, valiente, responsable,...

En segundo lugar, se subraya en los tratados de Fiqh que la persona con la que se comparta la vida debe tener un buen carácter y una manera educada de comportarse.

        En tercer lugar se señala que se preste atención también a la apariencia física, buscando a una persona que resulte agradable y atractiva y cuya belleza inspire amor, porque esto es una acicate importante para la fidelidad.

        Después vienen otras consideraciones de orden menor, como la procedencia del cónyuge, es decir, que sea de buena familia, que ambos sean fértiles, casar entre sí a los de condición virgen, que no sean parientes próximos, etc.

        Una observación final llama la atención sobre que estas condiciones no pueden ser una exigencia exclusiva del hombre, sino que él también debe responder a las expectativas naturales de la mujer. Un hombre  acudió ante el Profeta (s.a.s.) a preguntarle con quién le aconsejaba que casara a su hija, y Rasûlullâh (s.a.s.) le dijo: “Que el marido sea temeroso de Allah, de modo que si la ama la respete, y si surgen desavenencias entre ellos no la trate injustamente”.

         Una vez celebrada la boda, la mu‘âshara -la convivencia- debe ser regida por unas condiciones mínimas de las que se hacen eco los tratados de Fiqh. Del hombre se espera que tenga el carácter propio de un musulmán, que se comporte con su mujer de acuerdo a los Ajlâq al-Islam, las cualidades del Islam, que sea, pues, generoso, sincero, noble, tolerante, afable, etc., y sobretodo que sea capaz de aguantar los malos momentos de su compañera, que no reaccione con ira ni violencia ante ella, sino que se sea todo lo contrario: paciente e, incluso, resignado ante los arranques de mal genio o frivolidad de su esposa. Se le dice que no debe ni tan siquiera pretender corregirla, y sólo en el caso de que la convivencia se le haga insoportable se divorcie de ella.

        También se espera de él que sea cariñoso y tierno hacia ella, no despreciando los juegos amorosos, pues como decía ‘Âisha (r.) Rasûlullâh (s.a.s.) jugaba con sus esposas y las acariciaba, y aconsejaba a sus Compañeros no mantener relaciones sexuales más que después de juegos y caricias. No obstante, los tratados de Fiqh aconsejan que en todo se sea prudente y comedido para evitar que el afecto degenere y se convierta en tontería o pesadez que rebaje al hombre ante su mujer.

        También se espera que el hombre sea comedido en sus celos, no siendo desapegado de su mujer ni excesivamente temeroso. No debe espiar a su mujer ni sospechar de ella, ni planear para sorprenderla. Rasûlullâh (s.a.s.) prohibió a los hombres volver de noche de los viajes.

        Del hombre se espera también que sea generoso con su mujer sin caer en despilfarros. No debe ser avaro ni desmedido, ni egoísta ni altanero, sino sencillo y acogedor con los suyos.

        Una cosa importante: quien se case debe aprender todo lo que el Fiqh enseña respecto a las mujeres, sabiendo así lo relativo a la menstruación y las normas que comporta, etc.

        Si un hombre tiene varias mujeres, debe tratarlas a todas de igual manera, no haciendo gala de preferencias ni creando entre ellas celos o rencillas. Tiene que ser justo con todas, dotándolas por igual para que vivan satisfechas y con holgura.

        En los momentos de desavenencia o mal carácter de la mujer es cuando más se espera del musulmán, quien no debe caer en la ira ni mostrarse grosero ni tomar medidas extremas. Rasûlullâh (s.a.s.) jamás levantó la mano contra ninguna mujer, y el Corán permite apartarse de ellas en el lecho durante un tiempo, sin humillarlas, y si la calma no llega con ello al hogar, le está permitido al hombre recriminar a su mujer, dentro de unos límites para que tal recriminación no suponga ofensa a una musulmana. Los malos tratos están absolutamente excluidos.

        En cuanto a lo que respecta a la mujer, se espera de ella que valore a su esposo, que lo respete, que sienta hacia él una auténtica devoción, con un firme asiento en los valores del Islam. Se cuenta que las mujeres de los primeros musulmanes, cuando sus maridos salían para buscar el sustento de la familia, les decían: “No nos traigáis nada harâm. Somos capaces de aguantar el hambre, pero no aguantaríamos el Fuego de Allah”.

        La mujer debe procurar agradar a su marido, al igual que éste debe hacerlo con ella. Debe guardar su secreto, proteger sus bienes e intereses, recibir bien sus celos si no son excesivos, atender a sus consejos, comunicarle los suyos, facilitar su confianza, adornarse para él, agradarle en la medida de sus posibilidades, pedir su permiso, ganarse su consentimiento en todo, evitar las desavenencias y el hacerle reproches, conformarse con lo que le procure, poner por delante de los suyos los deseos de su esposo,... En realidad, se trata de lo mismo que se espera del hombre, pero añadiendo la sensibilidad y las cualidades propia de las mujeres.

        El matrimonio y la vida en común son ocasión para que dos personas se conozcan en profundidad y se comunique o adivinen mutuamente sus secretos. El Fiqh advierte con severidad que esos secretos deben ser guardados por ambos. Nada hay más reprobable que el que se aprovechen las desavenencias o el divorcio para hacer público el secreto del otro. La confianza no debe ser traicionada en ningún caso. Rasûlullâh (s.a.s.) dijo en cierta ocasión: “Quien estará en peor situación ante Allah el Día de la Resurrección será el hombre que se haya entregado a una mujer y su mujer se le haya entregado, y él después difunda el secreto de su esposa”.

 

       al-hámdu lillâh...  

             

            En lo que respecta a los hijos, el Fiqh hace las siguientes recomendaciones. Primero, que no se celebre el nacimiento de un varón con más alegría que el nacimiento de una niña. Esa costumbre preislámica fue prohibida por Rasûlullâh (s.a.s.) que enseñó que nadie sabe quién será mejor para él, si su hijo o su hija. Segundo, es muy importante la elección del nombre, que debe ser bello y conveniente. Tercero, la celebración de una fiesta, la ‘Aqîqa, en la que se comunique a la gente el nombre que se ha elegido para el recién nacido. Cuarto, la circuncisión de los varones. Estos son los primeros derechos de todo nacido en el Islam. Y todo ello, por supuesto, rodeado del afecto que deben sentir los padres por sus hijos.

du‘â ...

 

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