JUTBAS

     INDICE

Primera Parte  

     al-hámdu lillâh...  

       

        El eje en torno al que gira el Islam, su corazón, su centro más auténtico, es a lo que en árabe se le llama al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar, ordenar el bien y prohibir el mal. Esta expresión es coránica y es vital conocerla y comprender su significado y alcance. Allah nos dice en el Corán al-Karîm: wa l-tákun mínkum úmmatun yad‘ûna ilà l-jáiri wa yâmurûna bil-ma‘rûfi wa yanháuna ‘áni l-múkari wa ûlâika húmu l-muflihûn, haya entre vosotros una nación que invite a lo mejor, ordene el bien y prohiba el mal: ésos son los destinados al éxito.

         El musulmán no debe tolerar la ausencia del bien ni la presencia del mal. No puede substraerse y dejar que mueran la verdad, la justicia, la generosidad,... y existan en su lugar la mentira, la injusticia, el abuso. El Islam nos invita a luchar, a ser activos, a no consentir la violación de derechos, ni los nuestros ni los de los demás. Y si esto se relega al olvido o si pasa a un segundo plano, todo se desmorona por su propio peso. Todo lo que no se apoye en el sólido principio de al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar, es frivolidad y autoengaño, es errar por completo la diana del Islam. Si no somos conscientes de que nuestra obligación más grande y nuestro primer deber es ordenar el bien y prohibir el mal, entonces es que no sabemos absolutamente nada del Islam.

         Se nos dice que es obligación del musulmán al-amr bil-ma‘rûf, ordenar el bien. Se trata de mejorar todo lo mejorable, de hacer crecer lo bueno, de enseñar la rectitud, las nobles cualidades, la justicia, animar a la generosidad, tratar de que lo hermoso crezca, que lo noble impere, que lo sabio se imponga, que lo auténtico resplandezca. Se trata de que lo bueno no quede oculto sino que se expanda, en nosotros mismos y en cuanto nos rodea. Y se nos dice que es obligación del musulmán an-náhy ‘áin l-múnkar, prohibir el mal, es decir, combatir la injusticia, eliminar la mentira, hacer que desaparezca lo malvado, lo que daña al ser humano, sea al nivel que sea. Tolerar el mal, la mentira, el oscurantismo, la opresión, el hambre, lo que tortura al ser humano, es signo de que el corazón de quien lo consiente está muerto y no vale para Allah.

         En la cita con la que hemos encabezado esta jutba el Corán promete a los que tienen presente en sus acciones el gran principio de al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áini l-múnkar que de ellos será el éxito, el falâh. Es el éxito en esta vida o ante Allah, que es el mayor de los triunfos, que consiste en alcanzar su Rahma, su Misericordia exuberante que crea Jardines Eternos. Ésta es la promesa de Allah para aquellos que son creadores de jardines en esta tierra: si ahora no obtienen el éxito en su empresa, que sepan que lo que les aguarda junto a Allah es infinitamente mejor, y por ello que nada los desanime y sigan adelante sobre la senda de al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar.

         En seguir esa senda de al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar debemos ser firmes y contundentes, sin hacernos concesiones. Un célebre hadiz de Rasûlullâh (s.a.s.) es claro: “Quien de vosotros vea un mal que lo elimine con su mano, quien no pueda que lo haga con su lengua, y quien no pueda que lo maldiga en su corazón, y eso es lo menos que puede hacerse dentro del Îmân”. El musulmán que sea testigo de un mal, de una mentira, de un abuso, de una injusticia, tiene la obligación inmediata de oponérsele con todas sus fuerzas, con su mano, sin andarse con rodeos. Si no puede erradicarlo porque sus fuerzas sean insuficientes, que censure ese mal, que no calle. Si sus palabras son inútiles, si su vida peligra, si no tiene salida, al menos que deteste con toda la energía de su corazón la existencia de ese mal, que no permita que su corazón lo justifique o se acostumbre a él. Eso es lo mínimo y a punto está de ya no ser musulmán.

         Esta firmeza, esta radicalidad en la expresión, es lo que hace hermoso este principio fundamental del Islam. Se busca que el musulmán lo tenga claro, que no se pierda en disquisiciones, que no convierta el tema en oportunidad para debates o dilaciones, porque se trata de algo urgente. En esto de lo que estamos hablando no hay matices.

         Por ello, para la idea de bien, en el enunciado de este principio básico del Islam se emplea la palabra ma‘rûf, que es lo que todas las personas entienden por bien. No es un bien metafísico ni una entelequia extraña: es lo que el sentido común dice a todos los seres humanos que es el bien. Es una palabra que no necesita definición. Se trata de la rectitud, la bondad, la justicia. Para mal se utiliza aquí la palabra múnkar, que designa en realidad lo que la gente entiende como malo, lo que el sentido común dice que es malo y reprobable, y es la mentira, la injusticia, la mezquindad. No hace falta ser un experto para esto, por eso mismo es una obligación de todos. La elección de los términos ma‘rûf y múnkar entre las muchas palabras que en árabe quieren decir bien y mal es sintomática. El bien es lo que todos los sensatos entienden por bien y el mal es lo que todos los sensatos entienden por mal, y son el bien que hay que imponer y el mal que hay que erradicar.

         Esto nos exige ser sensatos y prudentes a la hora de emprender el camino de al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar. El Islam nos obliga a luchar al lado del bien y combatir el mal con sentido común. Por ello se usan esas palabras sencillas, el ma‘rûf y el múnkar, en lugar de otras que darían pie a especulaciones. El Islam nos ordena ponernos en marcha ya para esa lucha que es la quienes aman lo mejor y detestan lo malo, sin postergar el asunto. Es la vida misma.

         Tan asentado está en el Islam el principio del al-amr bil-ma‘rûf wa n-nahy ‘áni l-múnkar, que todos los musulmanes son conscientes de que existen una absoluta identificación entre el Islam y esa sólida ley. No hay Islam sin ordenar el bien y prohibir el mal. Ahora bien, algunos musulmanes han desviado la cuestión. Se ven obligados por el Islam a ordenar el bien y prohibir el mal, pero con frecuencia ello es peligroso. Algunos musulmanes han optado por lo más cómodo: desvirtuar el significado de ma‘rûf y múnkar. Para esos musulmanes, el bien es hacer el Salât correctamente, tener una barba de un tamaño determinado o que las mujeres no dejen ver ni uno sólo de los pelos de su cabeza, y el mal es lo contrario. Con ello se simplifica el ma‘rûf y el múnkar y no se corre ningún riesgo. Confunden el principio del al-amr bil-ma‘rûf wa n-nahy ‘ani l-múnkar con predicar un Islam estéril. Y, además, y es lo peor, están logrando que no sea posible otra interpretación de ese hermoso principio del Islam, quedando ridiculizado el tema por ellos mismos.

         Por ello, más que nunca, los musulmanes debemos recuperar el justo valor de nuestro Islam. No debemos permitir que las circunstancias deformen lo más auténtico del mensaje de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Nosotros somos responsables, y no podemos delegar nuestra responsabilidad en manos de nadie. El Islam es nuestro. Y en estos tiempos en que las condiciones en las que viven los musulmanes propician todo tipo de confusiones, debemos retomar el Islam tal como lo enseñó Sidnâ Muhammad (s.a.s.), y no como lo quieran los que, por ignorancia o por maldad, van por caminos retorcidos.

           

       

        al-hámdu lillâh...  

  

       En todo, el Islam es sensatez y buen criterio. El Islam es la justa medida en las cosas. Y esto es lo más difícil. Los extremismos son fáciles, lo desafiante es la cordura y la sabiduría. No se es mejor musulmán porque se vaya haciendo el loco por ahí, se es musulmán construyendo un mundo mejor. Necesitamos profundizar en nuestro conocimiento del Islam, necesitamos urgentemente corregir distorsiones y enderezar malentendidos para que el Islam vuelva a ser luz, tal como brilla en su misma esencia. 

       El Islam es confianza absoluta en Allah y rendición incondicionada a la Verdad, y es andar con la cabeza erguida. Todas sus enseñanzas van encaminadas en ese sentido. Con esas herramientas el musulmán forja su comunidad, ilumina su realidad y se orienta hacia su Único Señor, dejando atrás los fantasmas de la ignorancia, la maldad y la injusticia. 

       

                              

du‘â ...

 

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