JUTBAS
Primera
Parte
Está
a punto de empezar el mes de Ramadán, a cuya significación e importancia
dedicaremos, in shâ Allah, las próximas jutbas. Como sabéis, Ramadân
es el noveno mes del año lunar, y los musulmanes lo dedican al ayuno, que en árabe
se dice Siyâm o Sáum. El Corán dice: sháhru
ramadâna l-ladzî: únçila fîhi l-qur-ân “El
mes de Ramadán, en el que fue revelado el Corán,...”, por tanto, con
nuestro ayuno los musulmanes celebramos la revelación del Corán. Imitamos así
a Sidnâ Muhammad (s.a.s.) que se retiraba durante un mes, el noveno mes lunar,
a la cueva de Hirâ, en las proximidades de Meca, y ahí orientaba todo su ser
hacia Allah, hasta que empezó a serle revelado el Corán.
El Corán fue
revelado como respuesta a la absoluta entrega de Sidnâ Muhammad (s.a.s.): periódicamente,
Muhammad (s.a.s.) lo abandonaba todo para simplemente ponerse ante Allah y
dedicarse a Él, hasta que llegó al fondo... El Corán también nos enseña que
el ayuno nos es prescrito -a nosotros los musulmanes- “tal
como fue prescrito a las naciones que os han precedido yâ:
ayyuhâ l-ladzîna â:manû kútiba ‘aláikumu s-siyâmu kamâ kútiba
‘alà l-ladzîna min qáblikum la‘állakum tattaqûn”. Es decir, el
ayuno, el Siyâm, no es un invento nuestro, sino una práctica común de
la humanidad. Sabemos que cuando Sidnâ Muhammad (s.a.s.) se retiraba para
ayunar en la cueva de Hirâ con ello seguía una tradición antigua, la de los
hanífes, los ascetas árabes que renunciaban a la idolatría de su pueblo y
buscaban al Uno-Único. El Islam, nuestro Islam, es continuidad, es la
permanencia del sentido de la espiritualidad de la humanidad. Curiosamente, es
mencionando el ayuno de Ramadán cuando el Corán anuncia el carácter del Islam
como continuación de tradiciones anteriores. Es muy importante tener esto en
cuenta. Los musulmanes no pretendemos poseer una ‘religión original, novedosa
y exclusiva, como si fuera una moda’, sino que practicamos una espiritualidad
que hunde sus raíces en los ‘orígenes’. Y el ayuno simboliza lo más
simple: la actitud del ser humano que lo abandona todo para ‘proponerse’ únicamente
a Allah, para ‘exponerse’ al Uno-Único. El Siyâm es lo más simple,
lo más sencillo, lo más puro, lo más desnudo de pretensiones...
Y efectivamente, en
un hadîz qudsi, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dice que Allah ha dicho: “El
ayuno me pertenece,... as-siyâmu
lî”. Es decir, existe una estrecha vinculación entre Allah y el Siyâm,
y es la simplicidad, la sencillez, la unicidad... El ayuno no consiste en hacer
cosas sino en dejar de hacerlas: es abandonar las muftirât, es decir,
dejar de comer, de beber y de mantener actividades sexuales durante el día,
desde que sale el sol hasta que se pone. El ayuno consiste en dejar de hacer
cosas, y, por tanto, no puede ser fingido, no puede ser imitado. Es algo entre
la criatura y su Señor. Es esencialmente íntimo, un puente entre el corazón y
Allah que nadie ve, puesto que no tiene forma alguna. Este aspecto profundo del
ayuno es esencial. El ayunante, el sâim, sin saberlo, está
‘practicando la sinceridad’. Y por ello el ayuno lo vincula inmediatamente
con Allah, lo pone ante Él, sin que el ayunante se de cuenta. Y, así, en el
mismo hadiz qudsi Allah dice: “Y Yo
recompenso por él”, es decir, Allah mismo se hace cargo de compensar al
ayunante, es decir, Allah se le entrega... debido a la estrecha vinculación que
se establece durante el Siyâm.
Las prácticas islámicas,
las ‘Ibâdât, son una disciplina en la que el musulmán, a la vez que
se acerca a Allah, lo va conociendo íntimamente. En realidad, acercarse a Allah
es sinónimo de irlo conociendo. La expresión ‘acercarse a Allah’ no
significa otra cosa: es conocer a Allah y disfrutar de lo que se deriva de ese
conocimiento, es decir, de la Báraka
-la Bendición, la Fecundidad- y de la Rahma
-la Misericordia, la Abundancia-,
pues Allah es Karîm, es Generoso, Desbordante.
Acercarse a Allah es ir penetrando en su Inmensidad, es rozar la eternidad.
Conocer a Allah es despertar a Él, es irnos dando cuenta de que jamás hemos
estado lejos de Él porque Él está más cerca que nosotros de nosotros mismos:
Él lo sostiene todo. Vivir esto es conocer Allah, y el ayuno es sumergirse
plenamente en Allah. Esto es lo que hace del Siyâm uno de los pilares
del Islam. El ayuno consiste en abandonar la comida y la bebida por Allah porque
resulta que Él es tan grande que absorbe toda la atención del hombre que se le
va acercando y lo va conociendo. En realidad, abandonamos la comida y la bebida
-lo que creemos que nos sostiene- para darnos cuenta de que en realidad es Él
el que nos sostiene, y cada atardecer comemos y bebemos lo que Él nos da, su
alimento vivificante. Y al final, al cabo de ese proceso, está el
desbordamiento de la Rahma, que abarca al buscador. Ese desbordamiento de
la Rahma, en el caso de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), fue la revelación del
Corán.
La razón nos pone en los aledaños de Allah, nos hace saber algunas cosas sobre Él, nos habla de su Grandeza, de su condición de Causa de todas las cosas, nos describe su Poder, etc. Es muy importante que el musulmán ejercite su inteligencia. Pero la razón ‘no nos da a Allah’, no nos lo entrega ni nos deja ‘saborearlo’. Las ‘Ibâdât sí nos permiten saborearlo; es más, es como si estuvieran modeladas para que así sea. El musulmán sabe que no sólo hay que acercarse a Allah racionalmente, no sólo debemos dirigirnos a Él con la cabeza, sino con todo lo que somos. Debemos acercarnos a Allah con nuestro cuerpo, nuestra inteligencia, nuestro corazón. Todo debe conocer a Allah. Y lo mismo que reflexionar sobre Allah nos produce vértigo, lo mismo que nos embarga la perplejidad cuando enfocamos mentalmente el tema de su carácter absoluto, nuestro cuerpo, cuando se acerca a Allah, siente hambre y sed... Así debe ser. El corazón se inquieta ante Allah, va del temor al amor, y el cuerpo también padece a Allah, hasta que a la puesta del sol se le satisface alimentándolo con lo que Allah ha creado. Durante un día de Ramadân hay ‘encogimiento’ ante Allah y hay ‘distensión’, durante ese día se ha estado ante la Grandeza de Allah y ante su Belleza, se le ha temido y se ha disfrutado de Él, nos secuestra y nos devuelve, durante ese día se le ha conocido plenamente. Durante Ramadán, todo es de Allah: Él nos pone nerviosos, nos fatiga,... y nos relaja por las tardes, cuando el sol se pone. Todo viene de Él, y nuestras reacciones son ante Él. Todo esto es muy importante, porque el musulmán vive a Allah, se da cuenta de sus propias actitudes ante Allah, calibra sus excusas y sus propias mentiras, descubre sus aspiraciones y sus límites,... se va conociendo a sí mismo y a su Señor, se va descubriendo conforme descubre a Allah, conforme va ‘saboreando’ cómo Allah lo abarca todo.
El mes de Ramadán comenzará, in shâ Allah, el próximo lunes o martes,
dependiendo de la aparición de la luna. Esta incertidumbre pone nerviosos a
muchos. Es posible que en gran parte del mundo musulmán se comience a ayunar un
día antes que nosotros aquí en occidente. Y hay quienes se preguntan por qué
no nos ponemos de acuerdo. Existen medios técnicos capaces de detectar la luna
y de comunicarlo a la humanidad entera inmediatamente. Este es un debate abierto
entre los musulmanes desde hace varias décadas y ha provocado una pequeña
división entre quienes quieren unificar el día de comienzo y finalización del
mes para todos y quienes prefieren seguir con la técnica tradicional que
consiste en la visualización directa de la luna por medios humanos, aunque ello
suponga que en cada zona del mundo el comienzo y el final del Siyâm se
produzca casi siempre con un día de diferencia.
Personalmente, estoy
con los que sostienen esta última opinión y no por rechazo a los medios
modernos sino porque el deseo que anida en la tendencia de la primera opinión
es el de ‘aunar’ a los musulmanes. Los musulmanes, al-hamdu lillâh,
estamos unidos, y no se nos tiene que aunar en torno a fechas. No están unidos
los gobiernos y los estados, y tampoco se les va a unir con fechas. Por otro
lado, la existencia de un ‘día de duda’ (yáum ash-shakk) está previsto en la Sharî‘a y tiene una
simbología importante. No hay porqué renunciar a él. Es más, creemos muy
importante el que se mantenga: ante Allah no debemos tener certezas. Con el día
de la duda vivimos que solo Allah sabe, y que en sus Manos está todo. Nuestra
duda es el signo de nuestra humanidad, es nuestra dependencia respecto a Él. La
inseguridad de si mañana será o no Ramadán es una inquietud sana...
Es importante
prepararse para Ramadán. Su clave es la intención, por lo que debemos
alimentarla para que cuando llegue el mes sea una intención poderosa capaz de
afrontar el reto, que no sólo consiste en dejar de comer y beber durante el día,
sino en valorar lo que antes nos pasaba inadvertido y practicar la sinceridad
ante Allah.
du‘â ...