JUTBAS

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Primera Parte  

     al-hámdu lillâh...  

     

       En la jutba del viernes pasado hablamos de la existencia en el ser humano de dos cuerpos, uno físico y material, el Jalq, y otro de carácter espiritual, el Júluq, nuestra naturaleza íntima, determinante de nuestra manera de ser y de nuestro comportamiento. Al igual que el Jalq demanda cuidados y atenciones, el Júluq exige que lo alimentemos, lo desarrollemos, lo eduquemos y lo conduzcamos a su plenitud. Como en todo, la moderación y el equilibrio son el estado en el que las cosas están en paz.

         La falta de equilibrio es la causa de las enfermedades en el cuerpo material, y del mismo modo sucede en el universo del Júluq, el mundo espiritual humano. También a semejanza del cuerpo material, el Júluq se alimenta y crece. Las pasiones, los instintos, las iniciativas y las reacciones de cada ser humano, que son la forma de exteriorizarse de su mundo interior, son los lugares de actuación de la voluntad con la que se incide sobre ese universo espiritual y se le va guiando, se le va alimentando y se le va dando la forma adecuada.

         Si el cuerpo material está sano, lo que debe hacer cualquier persona es salvaguardar su salud. Si está enfermo, sus esfuerzos deben dirigirse a procurar el restablecimiento. Si el Nafs, el yo del ser humano, está sano, la persona tiene que proteger esa salud e incluso aumentar su fuerza, y si ese yo está enfermo, debe eliminar la enfermedad y sustituirla por la salud. El remedio es amargo, y para soportarlo hay que armarse de paciencia. Combatir una enfermedad es emplearse en una batalla en la que hay que saber soportar el rigor de los sinsabores. Cuando alguien ha detectado en sí los síntomas de un mal, deberá corregirlo con disciplina y paciencia, deberá ser constante hasta convertir su avaricia en generosidad, su ignorancia en sabiduría, su egoísmo en desinterés, su soberbia en humildad, su idolatría en unicidad, su avidez en paz, y todos sus vilezas en dignidad y grandeza. Se exige en ello constancia, un espíritu luchador, que no se venga abajo, que no haga concesiones a la enfermedad y acabe triunfando en sí mismo. Tener paciencia en esa batalla es fundamental, al igual que el enfermo debe tomar el medicamento amargo que le restituya la salud. Es más, en esa batalla interior deberá ser aún más firme porque la enfermedades del cuerpo al menos acaban con la muerte mientras que las enfermedades espirituales duran y se intensifican después de la muerte, y acompañan al Nafs, atormentándolo, en la eternidad de al-Âjira. Son el combustible del Fuego infinito que menciona el Corán.

         Cada musulmán tiene que observarse y detectar su propia debilidad y remediarla. Quien sea orgulloso tiene que emplearse a fondo en alcanzar la modestia y la humildad, quien se sienta proclive a la avaricia tendrá que hacer actos de generosidad hasta que su miedo a la pobreza desaparezca, quien disfrute calumniando deberá atar su lengua, y así con todas las cualidades miserables para trasformarlas en sus opuestos, cambiando su mal Júluq por un Júluq hermoso que lo haga digno ante su Señor.

El Nafs, el yo del ser humano, está lleno de trampas, por ello es siempre aconsejable acompañar a un maestro experto en las artimañas del ego y que pueda guiarte en el arte de convertirte en una mejor persona. Pero en ausencia de un maestro, nadie está eximido de hacer los esfuerzos que entienda más convenientes, y es preferible equivocarse a conformarse con tener un mal carácter y un mal comportamiento que acaben matando el corazón.

¿Cómo puede una persona reconocer sus defectos? Cada miembro del cuerpo cumple una función específica, y signo de enfermedad o debilidad o atrofia es que no cumpla con ella o la realice con insuficiencia. Una mano está enferma si no tiene fuerza, los ojos están enfermos si no sirven para ver con claridad, y la enfermedad del Corazón, en tanto que órgano central en el ser humano, en tanto que razón de su ser, es que no pueda aprender, que carezca de sensibilidad, que no alcance la sabiduría, que no ame a Allah, que no sienta placer en acomodarse a la Voluntad de su Señor que lo hace palpitar, el que no prefiera a su Creador antes que cualquier otra cosa. Si una persona lo conociera todo salvo a Allah, no sabría nada. Signo de conocer a Allah es amarlo. Quien conoce a Allah, invariablemente lo ama. Y signo del amor debido a Allah, el engendrado por un verdadero conocimiento, es que el corazón no desee con mayor intensidad ninguna otra cosa. Quien, por tanto, sienta más inclinación por cualquier cosa que no sea Allah es que su corazón está enfermo. Es como un estómago que sienta una satisfacción mayor en digerir fango que en consumir pan. Se dice entonces que ese estómago está enfermo.

         La verdadera enfermedad del corazón, la que está en la raíz de todas las demás enfermedades, es siempre ambigua y esquiva. Casi nadie siente sus síntomas. Y quien reconoce los síntomas teme el remedio, que es muy amargo. El remedio consiste en llevarte la contraria a ti mismo, lo que recibe en árabe el nombre de Mujâlafat an-Nafs. También se le llama Mujâlafat al-Hawà, llevar la contraria a todas tus inclinaciones, que en realidad significa llevar la contraria a todas tus frivolidades y arbitrariedades. Y cuando alguien quiere tomar la medicina a pesar de su amargura, no encuentra al médico que se lo de. Esa medicina la tienen los sabios, los ‘ulamâ, los expertos en el Islam, pero la mayor parte de ellos, en estos tiempos, padecen la misma enfermedad. Pocas veces un médico enfermo sirve de ayuda, porque la duda inmediatamente asalta al paciente. Es por ello por lo que ahora se repite con insistencia que la Nación Musulmana sufre una terrible enfermedad. Su decadencia, su escasez de fuerzas, todo le viene del mal que la aqueja en su Yo.

       

        al-hámdu lillâh...  

        

        La ciencia de los corazones se desvanece entre los musulmanes cuando hasta hace poco tenía entre ellos a abundantes expertos y maestros extraordinarios. Los pocos que quedan no son reconocidos, y la gente toma remedios sin sabiduría. Puedes ver a los musulmanes entregarse a las prácticas islámicas, pero sin espíritu, y así la ‘Ibâda carece de la eficacia que tiene en manos de un sabio.

         La recuperación del Islam pasa por la recuperación de la ciencia de los corazones. Volver a dar a esta medicina su puesto central entre las ciencias del Islam es una exigencia urgente. Y el Islam está en nuestras manos, en las de cada musulmán y de cada musulmana. Nuestro mejoramiento como musulmanes será la señal de que el Islam vuelve a gozar de salud. Y así es como se añade al esfuerzo personal el mérito de la atención a la comunidad. Con cada paso que demos sobre la senda del Júluq, el Islam entero se restablece. Es porque todo está estrechamente vinculado entre sí, como enseña el principio mismo del Islam, que es el de la Unicidad.

                              

du‘â ...

 

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