JUTBAS
Primera
Parte
al-hámdu
lillâh...
Una de las ideas-fuerza en el Islam es la que recibe en árabe el nombre de al-Âjira. ¿Qué es al-Âjira?
Nosotros solemos traducir esta palabra como Universo
de Allah. Sin embargo, habitualmente se vierte al castellano como el
Más Allá de los musulmanes, la Otra
Vida. Efectivamente, al-Âjira
significa la Otra, o la Última, en
oposición a Duniâ, el mundo
inmediato, nuestra vida actual.
Ahora bien, en el Islam existen matices que ofrecen consonancias más amplias.
Duniâ
es el mundo de las apariencias, la sucesión de fenómenos en un vértigo que
impide al ser humano contemplar la esencia profunda, la verdad unitaria que
sostiene y vertebra ese universo cambiante. Duniâ,
con sus pasiones y sus fantasmas, su exuberancia y su miseria, nos hipnotiza,
entretiene, consume nuestro tiempo y nuestros esfuerzos, y nos desvía de la
Realidad. Nos aferra a sus ilusiones, nos esclaviza atándonos a lo que sabemos
que está condenado a desaparecer, nos apega a lo que, al fin y al cabo, es
nada... Todas nuestras obsesiones tienen su origen en el Duniâ. Pocos son los que van más allá.
El mundo verdadero es
al-Âjira, que sólo la muerte nos
mostrará en toda su grandeza y claridad, una vez dejemos atrás, en la tumba,
el tiempo y el espacio, las circunstancias del Duniâ,
las condiciones, miedos, esperanzas, conflictos y contradicciones en los que
vivimos y que nos hechizan.
Ahora, en este
momento, para nosotros el Duniâ es
lo evidente, mientras al-Âjira está
velado, pero la muerte descorrerá ese velo y nos sumergirá en esa Otra Vida,
la verdadera, la que no ha dejado de ser en ningún instante. El Corán dice: bal tûzirûna l-hayâta d-duniâ wa l-â:jiratu jáirun wa abqà
“Preferís la vida del Duniâ, pero al-Âjira
es mejor (es más rica) y más duradera”. Hay musulmanes que en esta vida
ya han descorrido ese velo que nos separa de la Vida, y por ello ya están en
ese otro mundo, que es majestuoso, eterno,... Son los awliyâ, los que han intimado con Allah. Los demás, debemos hacer
el esfuerzo por imaginarlo, presentirlo de manera que salgan alas a nuestra
existencia.
El Duniâ
es espacio para el ego mientras que al-Âjira
es jardín para el corazón. En realidad, toda sensibilidad espiritual es un
asomo a al-Âjira. Trascender
significa superar lo inmediato para descubrir su trasfondo inmenso, que es a lo
que llamamos al-Âjira. Y ese
universo infinito es accesible: sólo hay que afinar los sentidos, hacer aguda
nuestra mirada, de modo que rasgue el velo. Al-Âjira
es ya omnipresente como Omnipresente es Allah; sólo nuestra cortedad, nuestra
pesadez, nuestras esperanzas puestas en el Duniâ,
nuestros reparos ante lo desconocido, nuestra ignorancia que nos limita, nos
impiden vislumbrarla. Allah dijo a Sidnâ Muhammad (s.a.s.): “Hoy
tu mirada es de hierro”, refiriéndose a que su capacidad para ver se había
afinado y se había vuelto penetrante desde el momento en que él mismo (s.a.s.)
se había vuelto ‘ingrávido’.
El musulmán sabe que
el tema de al-Âjira no es un dato, no consiste en una doctrina, si no que es
el horizonte del hombre de espíritu. Para conocer al-Âjira no hay que leer libros, ni convencerse de nada, sino que
hay que prepararse. Es decir, hay que suavizar nuestras aristas, hacernos
afilados, volvernos ingrávidos, porque con eso trasgredimos el mundo del Duniâ
y penetramos en el secreto de al-Âjira.
Nada sustituye a esa obligación.
Que conste, sin
embargo, desde el principio, que no se trata de infravalorar este mundo en el
que nos ha tocado vivir, ni que las reflexiones sobre al-Âjira
son una huida de la realidad. Nada más lejos de la espiritualidad de un musulmán.
Al contrario, se trata de sobredimensionar nuestras existencias, eliminar
estrecheces, enriquecerse en los Dos Mundos, tal como nos enseñó Sidnâ
Muhammad (s.a.s.), que en sus invocaciones pedía a Allah lo mejor en el Duniâ
y en al-Âjira: rabbanâ â:tinâ fî d-duniâ
hásanatan wa fîl-â:jirati hásanatan wa qinâ ‘adzâba n-nâr.
Todo lo que sea
‘mejorar’ es acercarse a al-Âjira.
Corregir la conducta, eliminar ataduras, definir nuestro oriente, hacer infinita
nuestra aspiración, todo ello, tan presente en el Islam, es seguir la senda
recta que conduce al infinito intuido por la gente de espíritu. Y todo ello
como ganancia que hace más vivible esta vida y labra a la vez el mejor de los
destinos en la Presencia de Allah en al-Âjira.
Un musulmán se esfuerza en dejar los comportamientos viles, en avanzar en la
conquista de las cualidades nobles, como solidaridad con el Duniâ
y con la vista puesta en al-Âjira.
Se llama Riyâda,
ejercicio, disciplina, al esmero con
el que el musulmán se hermosea para Allah, revertiendo su belleza sobre los Dos
Mundos. Y es que la palabra Riyâda
viene de Riyâd, jardín:
se trata de construir lo mejor. Eso es en lo que el Corán permite rivalizar: wa fî dzâlika fal-yatanâfasi l-mutanâfisûn “en pos de eso que compitan los que aman competir”.
Es por ello por lo
que el Islam pone el acento en la importancia de la acción. Y, además, amplía
hasta lo indecible el horizonte del musulmán. Todo, aderezado con la enseñanza
del Tawhîd, la Unidad,
gracias a lo cual el musulmán sabe que nada se pierde. Los esfuerzos del ser
humano, sus instantes, no se desvanecen en el olvido sino que por siempre
reverberan en mundos sólo dados a la intuición de quienes tienen corazones
abiertos.
Purificarse, hacer el
Salât, ayunar en Ramadán, combatir las injusticias, perfeccionar los
comportamientos, hacerse maestro en la cortesía, todo ello no son pérdidas de
tiempo. Al contrario, es signo de una conciencia para la que no hay límites. El
fruto de esas luchas es paz interior en este mundo y algo aún infinitamente
mejor junto a Allah.
al-hámdu
lillâh...
Quienes han visto al-Âjira con el
ojo de sus corazones la han descrito para hacerla apetecible a los seres
humanos. Quien pasa a intuir y presentir esa Belleza Absoluta, necesariamente se
convierte en aspirante a ella, se hace murîd. Y no le molesta renunciar a
muchas cosas que agradan al resto de sus contemporáneos pero que sabe que lo
atan al Duniâ y le impiden adentrarse en esos espacios infinitos. En realidad,
no renuncia a nada sino que la fuerza de su deseo le arrastra dejando atrás lo
inservible. Es como quien ha encontrado un tesoro dentro de un cofre: lo de
menos es el cofre. Y el cofre es como el Duniâ mientras que el tesoro que
guarda es al-Âjira.
A quien Allah ha
favorecido haciéndole desear al-Âjira necesita seguir la disciplina, y ésta
consta de tres partes: una condición con la que debe cumplir, un asidero y una
fortaleza segura.
La condición
consiste en que el velo sólo es retirado cuando se abandonan los dzunûb. Los
dzunûb son las torpezas del ego. El cumplimiento estricto del Islam en todos
sus niveles es el contenido de esta condición.
El asidero es un
maestro que lo conduzca gradual y convenientemente para que las ilusiones, las
obsesiones, las confusiones -todo a lo que se llama demonios en un lenguaje
tradicional- no lo aparten de la vía que conduce a al-Âjira.
Por último, la
fortaleza segura es la soledad. Es decir, el aspirante debe ser intenso en sus
recogimientos, practicar el Dzikr, velar a las puertas de Allah,...
El objetivo de la Riyâda,
el ejercicio y la disciplina,
es que el corazón del aspirante esté siempre con
Allah.
du‘â ...