JUTBAS

     INDICE

Primera Parte

 

         al-hámdu lillâh...

                   En cierta ocasión, Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: “La búsqueda de conocimiento es una obligación que incumbe a cada musulmán (tálabu l-‘ílmi farîdatun ‘alà kúlli múslim)”. Aprender, por tanto, es una farîda, es una obligación, algo que Allah exige a cada musulmán y musulmana, es un deber ineludible con el que todo mukállaf -toda persona con sentido de la responsabilidad- tiene que cumplir sin excusas ni aplazamientos y en la medida de sus posibilidades. Y quien ejecuta las órdenes de Allah obtiene una doble recompensa: el fruto de la realización de algo provechoso y una recompensa aún mayor reservada para el momento en que el ser humano se encuentra con Allah tras la muerte en al-Âjira, el Universo Infinito.

         Hay una ciencia que incumbe a todos los musulmanes sin excepción, hay un estudio que es obligatorio para todos, y se le llama fard ‘áin, ‘obligación de cada uno’, y esa ciencia indispensable es el conocimiento del Islam. Después, además, cada cual debe especializarse en una rama del saber que le ataña por la razón que sea; esta ciencia que depende de cada cual es llamada fard kifâya, ‘obligación que necesita de quien la cumpla, sea quien sea’... Es decir, todos los musulmanes están obligados a conocer el Islam individualmente, y además cada cual profundizará en cualquier otra rama del saber para satisfacer las necesidades de su comunidad: si se faltara a esta segunda obligación se considera que toda la comunidad es responsable de un delito y debe subsanarlo.

         Conocer el Islam es fard ‘áin, es una obligación de cada musulmán que no puede delegar en nadie... ¿Por qué es tan importante conocer el Islam? Por muchos motivos. Sólo mencionaremos aquí algunos en consonancia con el tema que estamos tratando. En el Islam no existen castas sacerdotales, por lo que cada musulmán es responsable de su espiritualidad y de los pasos que da hacia su propio crecimiento interior. En segundo lugar, cada musulmán recoge y transmite el Islam, y debe hacerlo con fidelidad y rigor. Si juntamos estas dos ideas nos daremos cuenta del alcance que tiene el tema y comprenderemos la razón de la insistencia en la necesidad de que cada musulmán tome las riendas del universo de sus saberes. Cada musulmán es un garante, es un notario del Islam.

         Del Islam debemos conocer en primer lugar la ‘Aqîda, su cosmovisión, y en ella descubriremos las verdades que cimentan el mundo entero, las esencias que son fundamentos del universo y de cada uno de nosotros, y de nuestro destino. Con la ‘Aqîda sabremos quién es Allah, nuestro Creador y Único Señor, y abandonaremos los ídolos, las religiones y las supersticiones, claudicando solamente ante Allah, que nos sostiene en cada instante y del que dependemos para todo. Las enseñanzas de la ‘Aqîda en torno al Tawhîd, es decir, en torno a la Unidad y Unicidad de Allah, son radicales, progresivas, exigentes, comprometedoras. No se trata de simples enunciados sino de auténticos desafíos en los que ir sumergiéndose hasta profundidades irrepresentables. Y conociendo a Allah descubriremos lo que somos: criaturas absolutamente sujetas en cada uno de sus instantes a esa Verdad Absoluta que rige a cada criatura desde los comienzos hasta el final. Nos libraremos así de la idolatría, de las dependencias, de los apegos, de los conflictos y frustraciones en los que vivimos a causa de nuestras tonterías, y orientaremos nuestras mentes y nuestros corazones hacia Allah, el Señor de los Mundos, el Uno-Único, el que nos hace ser en cada instante y hacia el que nos encaminamos en cada uno de nuestros pasos. Y en la ‘Aqîda descubriremos el papel que cumplió y cumple Sidna Muhammad (s.a.s.) como Profeta y Mensajero que nos revela la Voluntad de Allah: cumpliéndola nos sumergimos en la Verdad que gobierna el universo y nos acompasamos con los ritmos que se orientan hacia la Rahma de Allah, hacia su Abundancia y Bondad infinitas, alejándonos... Y la ‘Aqîda nos enseñará también que todos los musulmanes somos iguales, que debemos conformar comunidades de hermanos en las que unos se apoyen a los otros...

         Por tanto, tras el conocimiento de la ‘Aqîda, que es la base de todo, debemos emprender el estudio del Fiqh, es decir, la manera de hacer las cosas como musulmanes. El Fiqh es una ciencia inmensa. Debemos estudiar con orden, paciencia, rigor y fidelidad el Fiqh, que es los aspectos prácticos del Islam -siempre con el Corán y la Sunna como referentes- con el ánimo de descubrir sus enseñanzas y para ser musulmanes, sin caprichos ni arbitrariedades, conformes a la Revelación en todos los actos, dando forma al Islam con nuestros cuerpos y junto a los demás musulmanes. El conocimiento del Fiqh es importantísimo porque es la ciencia que nos hará sentirnos verdaderamente musulmanes a la vez que nos une a los demás musulmanes, dándonos realidad, materializándonos en este mundo, pues el Islam no es una abstracción sino una transformación. El Fiqh nos cimenta y cimenta nuestras comunidades, por lo que no debemos en ningún momento desatender su estudio, al contrario, debe ser la base sobre la que asentemos nuestra realidad como musulmanes. Siendo, por tanto, una cuestión capital, debemos abordar el Fiqh con una extraordinaria seriedad, y no permitir que nadie nos engañe en materia de Fiqh ni debemos permitirnos engañar a nadie, pues sobre todo ello recae una maldición terrible. Todo intento por desvirtuar el Islam es un intento de estafa contra el que advierte el Corán, maldiciendo a quien intente engañar a los musulmanes adjudicando a Allah órdenes, prohibiciones o enseñanzas que no haya revelado.

         Por último, y junto al estudio de la ‘Aqîda y el Fiqh, no debe faltar nunca una ciencia de una importancia trascendental, el ‘ilm al-ijlâs, la ciencia de la sinceridad pura, y que también ha sido llamada Tasawwuf o sufismo, y es la ciencia de la relación del Siervo y su Señor. En esta ciencia, que jamás debe faltar, se estudia el método que se ha de seguir para ser auténticamente musulmán en lo más profundo del corazón, para lo que hay que purificar todos nuestros comportamientos de modo que en cada acto seamos sinceros hasta la pureza más absoluta, y cada uno de esos actos nos pondrá entonces en presencia directa de Allah, y sea un instante de paz, de profundidad, de sabiduría, de saboreo de realidades esenciales, de plenitud, de perfección,... Esta ciencia es la de nuestros maestros de espíritu, que nos enseñan todos los defectos de nuestro egoísmo y el modo de superar los obstáculos y los engaños con los que nos desvía de la Verdad para acomodarnos a los caprichos, ignorancias e injusticias del ego.

         Estas tres son algunas de las ciencias necesarias en las que debe profundizar obligatoriamente cada musulmán y cada musulmana: la ‘Aqîda con la que orientar adecuadamente su Imán, su sensibilidad espiritual; el Fiqh con el que corregir sus actos y tener una senda práctica sobre la que guiar sus pasos; y el Tasáwwuf, el sufismo, con el que purificar su intención y ahondar en su capacidad para acoger lo infinito. Al conjunto de estas tres ciencias es a lo que se llama Sharî‘a, y también se le da el nombre de Dîn, de acuerdo a un célebre hadiz en el que Sidna Muhammad (s.a.s.) denomina Dîn al conjunto de tres cosas: el Imân o sensibilidad espiritual, el Islam o acción conforme a la Revelación, y el Ihsân, la excelencia, que es relacionarse directamente con Allah.

 

Segunda Parte

         al-hámdu lillâh...

                 El Islam consiste en actuar conforme a lo que se sabe. Es necesario aprender el Islam y aplicarlo, y nunca quedarse en un extremo: la acción del ignorante no es meritoria y la ciencia del que no hace nada es pura especulación inútil. Esto lo debe tener absolutamente claro cada musulmán, y es una de las bases del Islam.

         El Islam, por tanto, es la conjunción de ‘ilm, ciencia, y de ‘ámal, acción. Cuando ambos coinciden perfectamente, el resultado es un Islam pleno y completo, sabio y capaz de transformar al musulmán y a su entorno. Necesitamos en Andalucía de un ciencia que nos ponga en movimiento y necesitamos de un entusiasmo que nos conduzca al conocimiento, y sólo así se darán las condiciones que hacen falta para alcanzar la meta que el Islam propone a cada musulmán, una meta que no es otra que el califato, la soberanía. Sólo es califa el que sabe y actúa; sólo se libera de la idolatría y de la mentira el que aprende y hace de su saber el detonante de una acción transformadora que lo saque de las tinieblas para conducirlo a un mundo iluminado.

         El Islam es aquello que se alcanza con el saber y la acción. Ésta es quizás una de las mejores definiciones que podemos dar del Islam. Quien alumbra su mente con el Corán y la Sunna y activa su cuerpo con el cumplimiento de sus enseñanzas, y cada uno de sus actos está regido por el conocimiento que tiene de lo que Allah quiere, ése sin duda alcanza la meta, que es el califato, la plena soberanía del ser humano, la centralidad en la existencia, y el Jardín tras la muerte, en al-Âjira, el Universo Infinito de Allah...

 

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