JUTBAS
Primera
Parte
Ramadán
es el mes del Corán, es el mes en que fue revelado el Libro, es el momento en
que se manifestó el Islam, y por eso durante este mes todo es más intenso, el
Islam se hace omnipresente, se materializa... El Corán enseña que lo más
importante en las ‘Ibâdas -en las prácticas islámicas- es el Dzikrullâh,
el Recuerdo de Allah: wa la-dzikru llâhi ákbar, “el Recuerdo de
Allah es lo más grande...”, y el ayuno de Ramadán es una ‘Ibâda que
dura sin interrupción un mes, y de ahí su intensidad, su fuerza, y el por qué
los musulmanes estiman tanto este mes y son pocos los que no cumplan con sus
exigencias mínimas.
A lo largo de este
mes nuestra sensibilidad se acrecienta, y es algo fácil de notar: estamos más
excitables, para bien y para mal, y eso es bueno. Nos conocemos mejor durante
este mes que es Karîm, que es Noble y Generoso, porque es un tiempo de la
verdad, de lo auténtico. Debemos prestarnos atención durante este mes en el
que todo es revelado y nosotros nos revelamos a nosotros mismos. Por eso decimos
que Ramadán es generosidad, porque todo se nos da, todo se nos ofrece, y
nuestro carácter más recóndito se nos muestra, se nos entrega, nos presenta
la oportunidad para descubrirnos. Ramadán es una ocasión única: al mostrarnos
nuestras aristas nos permite limar nuestras asperezas. Realmente, aprovecha su
ayuno aquél que sale de Ramadán con una idea más clara de lo que él mismo es
y de lo que debe hacer para mejorar como ser humano.
Ramadán es un
obsequio. Ciertamente, es duro. Durante él nos privamos de cosas que nos
apetecen y nos abstenemos de cosas a las que estamos acostumbrados, y siempre es
pesado romper con la rutina. Y, además, Ramadán fatiga al cuerpo: éste se
cansa pronto, se vuelve perezoso cuando no se le da lo que quiere. Pero a cambio
de esa debilidad momentánea, a pesar de esa fatiga física, el ayuno de Ramadán
comunica fuerza. Es como el ejercicio que agota pero fortalece, nos cansa pero a
la vez comunica vigor y energía al cuerpo. Ramadán es un obsequio porque nos
da mucho más de lo que nos quita. Privando al cuerpo del alimento que lo
fortalece, simultáneamente le está comunicando una fuerza más poderosa,
porque alimenta la voluntad. Y la eficacia de esto la advertimos cuando
recordamos que cientos de millones de personas ayunan con nosotros, sea cual sea
su condición, y superan las dificultades porque en ellos hay algo poderoso.
Esto último es algo
muy importante que nos enseña Ramadán y que después, lamentablemente,
olvidamos pronto. Lo que nos hace superar las dificultades que nos plantea Ramadán,
esa voluntad poderosa que nos empuja y nos permite afrontar privaciones con tal
de cumplir con algo como Ramadán, esa voluntad es capaz de trastocarlo todo.
Tenemos en nosotros el germen de lo que podría trasformar nuestra realidad y
conducirnos adonde queramos. Si somos capaces de superar el ayuno, podemos, sin
duda, alcanzar las metas que nos propongamos. Y esta es la gran enseñanza que
debemos extraer del esfuerzo que estamos haciendo ahora para cumplir con rigor
las duras exigencias de este mes que es extraordinariamente generoso porque nos
está regalando la posibilidad de algo infinitamente mejor siempre, de crecer
hasta donde podamos, sin que nada nos detenga.
En realidad, si lo
pensamos con detenimiento, el Islam entero se basa en la confianza en la fuerza
de la voluntad humana. Por ello, el verdadero cimiento del Islam es el Yihâd,
es el esfuerzo, la lucha, el combate. El Yihâd es la esencia del sendero por el
que caminamos hacia Allah. El Yihâd es lo que hace del Islam algo vivo, en
movimiento, en constante efervescencia, y es porque los musulmanes son formados
en la conciencia clara de que el ser humano existe para actuar, para ser y para
hacer, para conquistar metas y alcanzar cumbres. Sólo el desarraigo de las
generaciones actuales está haciendo olvidar a los musulmanes estas esencias de
su Islam, y es un desarraigo planificado para rendirlos ante dioses que nuestros
antepasados jamás hubieran aceptado...
Ramadán tiene una
envergadura enorme. Es difícil hacer una valoración justa de todas sus
implicaciones. Sus beneficios son infinitos, pero lo más grande de Ramadán es
el Recuerdo de Allah, y a este punto es al que siempre hay que retornar.
Recordar a Allah es asomarse a la eternidad, es arriesgarse a lo descomunal, y
ahí es donde el ser humano, al perder de vista los límites que nos
condicionan, saborea la grandeza de la Verdad que lo hace ser. Es ahí, en esa
rendición absoluta a su Señor, donde el hombre se agranda. Cada instante del
musulmán debe ser Recuerdo, debe ser ‘vivir en Allah’, pero durante Ramadán
no hay excusas para faltar a esa gran exigencia del Islam. Y es como si todo
fuera conjugándose para hacer de ese Recuerdo algo inevitable. Por eso hablábamos
al principio de esta charla de la densificación del Islam en este mes de ayuno.
Hasta nuestro cuerpo es abatido por la fuerza de Allah. Ojalá fuéramos tan
sensibles como nuestro cuerpo, porque entonces sentiríamos el Poder de Allah
haciéndonos ser, estructurándonos, y en esa sensación entraríamos en
comunicación con la existencia entera: ahí desaparecerían nuestros miedos,
nuestros fantasmas, ahí se diluirían nuestras frustraciones, ahí se apaciguaría
nuestro dolor, y nuestra existencia pasaría a ser un Jardín, que es lo que
Allah ha prometido a los suyos.
La
base del Islam es el Tawhîd, la Unidad y Unicidad de Allah, y el Tawhîd
es también un camino: el camino hacia la integración de esa Unidad en nuestra
existencia. Quien realmente ‘sabe’ que su Señor es Uno queda trasformado
por la fuerza de esa Verdad. ‘Saber’ que Allah es Uno no es una ‘declaración’,
es una conquista, y por eso, ese saber es logrado por quien está constantemente
en Yihâd, en lucha y esfuerzo. Sólo derribando dioses el ser humano profundiza
en el conocimiento de su verdadero Señor. Quien ‘ayuna’ de dioses, quien se
abstiene de ellos, quien los deja atrás, avanza en el Tawhîd, se
adelanta hacia Allah.
El musulmán ha
abandonado la idolatría. Eso era fácil. Rasûlullâh (s.a.s.) advirtió sin
embargo que había una forma de idolatría sutil de la que no se libra tan fácilmente
el musulmán. Ash-shirk al-jafí, la idolatría invisible: ésa es
la forma de idolatría que debemos combatir con más ahínco. Se trata de la
arrogancia, la adoración de nosotros mismos. Y esta lucha interior es
perfectamente simbolizada por este mes de Ramadán, en el que privamos de
alimento a nuestro egoísmo. En Ramadán nos sujetamos a nosotros mismos, nos
poseemos, en lugar de abandonarnos a nuestros caprichos, y podemos aspirar
entonces a algo más elevado. Ojalá seamos conscientes de todas las
implicaciones del ayuno, al igual que somos conscientes de sus exigencias, y al
igual que cumplimos con éstas, ojalá alcancemos las metas que nos muestran.
du‘â ...