JUTBAS
JUTBA DEL 'ÎD AL-ADHŔ 06-03-2001 |
Primera
Parte
al-hámdu
lillâh...
Allâhu
ákbar, Allâhu ákbar, Allâhu ákbaru kabîran wal-hámdu lillâhi kazîra...
Hoy, los musulmanes del mundo celebran el ‘îd al-Adhŕ, la Fiesta
Grande en la que se conmemora a Sidnâ Ibrâhim al-Jalîl -‘aláihi s-salâm-.
Hoy es un Día Grande para la Umma. Ayer al atardecer, los hu˙˙â˙
-los peregrinos- abandonaron la llanura de ‘Árafat, han recorrido el valle de
Minŕ donde hoy han lapidado a Shaitân para desembocar finalmente, como
un torrente desbordado, en Meca para la Gran Circunvalación, el Tawâf
al-Ifâda. Después, de nuevo en Minâ, se rasuran la cabeza y sacrifican
un camello o un cordero en memoria del gesto de Abraham, que instituyó los Manâsik
del Ha˙˙, los Ritos de la Peregrinación.
Abraham -Sidnâ Ibrâhîm
al-Jalîl, ‘aláihi s-salâm- ocupa un puesto relevante entre los grandes
profetas. Pertenece al número de los Űlű l-‘Açm, los de resolución firme.
Su Tradición se perdió con el tiempo, y Sidnâ Muhammad (s.a.s.) la recuperó
devolviéndonosla pura. Por eso asociamos a ambos en nuestros saludos cuando al
final de cada Salât, sentados, pronunciamos el as-Salât
al-Ibrâhîmía: allâhumma sálli ‘alŕ Muhámmadin wa ‘’alŕ
âli Muhámmadin kamâ sallâita ‘alŕ Ibrâhîma wa ‘âla âli
Ibrâhîm, wa bârik ‘alŕ Muhámmadin wa ‘alŕ âli Muhámmadin kamâ
bârakta ‘alŕ Ibrâhîma wa ‘alâ âli Ibrâhîm, fî l-‘âlamîn ínnaka
hamîdun ma˙îd, ˇAllah! Ilumina a Muhammad y a la gente de
Muhammad como iluminaste a Abraham y a la gente de Abraham, y bendice a Muhammad
y a la gente de Muhammad como bendijiste a Abraham y a la gente de Abraham; en
los mundos, Tú eres el Elogiado, el Glorificado...
Allâhu
ákbar, Allâhu ákbar, Allâhu ákbaru kabîran wal-hámdu lillâhi kazîra...
Ibrâhîm al-Jalîl abandonó a su gente cuando se sintió insatisfecho con la
idolatría que practicaban. Le parecían ignorantes que adoraban piedras y
estatuas en lugar de buscar la Verdad. Salió de su pueblo, dejó atrás las
tonterías de los suyos y pidió al Uno-Único que lo guiara. Al atardecer vio
aparecer en el cielo la primera estrella. Emocionado, pensó que ella debía ser
su dios, pues está por encima de todas las cosas y tiene un brillo
esplendoroso. Al poco salió la luna y apagó a la estrella. Ibrâhîm al-Jalîl
creyó encontrar en la luna algo más poderoso que la estrella y pensó que ella
era el dios verdadero. Al amanecer, el sol hizo desvanecerse a la luna y su
brillo cubrió todos los horizontes. Ibrâhîm, en el colmo de la alegría,
imaginó que hasta entonces había estado ciego y por fin había descubierto al
Seńor del Universo. Pero al atardecer volvió a repetirse el ciclo y algo
estalló en el corazón de Ibrâhîm: intuyó a Allah, el que no tiene ocaso. Lo
encontró en la sucesión de las realidades, sosteniendo el devenir, trascendiéndolo
todo, estando por encima de todo lo imaginable, penetrando en todas las cosas,
gobernando todos los acontecimientos.
A
partir de entonces, se convirtió en el Jalîl, el Confidente de Allah, el Íntimo.
Así nos lo cuenta el Corán, ofreciéndonos una imagen maravillosa y bella del
proceso que siguió Abraham. Primero, el materialismo y la grosería de su
pueblo lo desengańaron. Su espíritu era elevado y buscó asilo en el culto a
las estrellas. Pero también le resultó poco. Y al final desembocó en el Tawhîd,
en el conocimiento del Uno-Único.
El
Tawhîd es un desafío tremendo y exige una gran capacidad. Al Tawhîd
sólo se llega cuando ante el ser humano se desvanecen los dos mundos, el de su
realidad inmediata y el de su imaginación. Entonces, habiendo matado a sus
dioses, pasa a los espacios infinitos de Allah y ahí fluye con la Verdad que
sostiene todas las existencias. Esta fue la experiencia y la enseńanza de Sidnâ
Ibrâhîm al-Jalîl (‘aláihi s-salâm) que Sidnâ Muhammad recuperó para
nosotros, y nos las devolvió puras.
Allâhu
ákbar, Allâhu ákbar, Allâhu ákbaru kabîran wal-hámdu lillâhi kazîra...
Sidnâ Ibrâhîm al-Jalîl (‘aláihi s-salâm), junto a su hijo Ismâ‘îl
(‘aláihi s-salâm) reconstruyó en el desierto de Arabia, en un lugar inhóspito,
la Kaaba, la Casa Antigua, para que sirviera a la humanidad de recordatorio de
la Verdad a la que él había llegado. La Kaaba, en Meca, simboliza todos esos
procesos. Los antropólogos dicen que, cuando al atardecer los hu˙˙â˙
abandonan ‘Árafat para dirigirse hacia el oeste, hacia Meca, repiten con ello
un rito con el que los antiguos ‘perseguían al sol poniente’. No se si será
cierto, pero es interesante. Es como repetir el gesto de Abraham: en Minŕ los
peregrinos lapidan a Shaitân y matan con ello a su ídolo, para después
dirigirse a Meca y circunvalar la Casa de Allah Insondable. Desembocan en el Tawhîd,
y eso es lo importante. Ahí es donde son plenamente musulmanes, hombres y
mujeres rendidos a la Verdad, entregados a su Seńor, fluyendo alrededor del
Absoluto. Al acabar las siete circunvalaciones, los peregrinos besan o saludan
la Piedra Negra, jurando con ello fidelidad al Uno-Único.
Allâhu
ákbar, Allâhu ákbar, Allâhu ákbaru kabîran wal-hámdu lillâhi kazîra...
Eso es el Islam, escenificado en el esfuerzo titánico de los hu˙˙â˙
que se someten a privaciones y fatigas para cumplir con los Manâsik y vivir en
toda su intensidad el proceso de Ibrâhîm al-Jalîl (‘aláihi s-salâm). Cada
ańo, el Islam recupera esa enseńanza, la asume, y se sostiene sobre ella. Esa
es la grandeza del Ha˙˙, la Peregrinación a la Casa Antigua.
Segunda
Parte
al-hámdu
lillâh...
Allâhu
ákbar, Allâhu ákbar, Allâhu ákbaru kabîran wal-hámdu lillâhi kazîra...
El Tawhîd es reconocer a Allah, es descubrir su Verdad Inmensa. El Tawhîd
es rendirse a esa Verdad envolvente, fluir con ella. Y se trata de una gran
exigencia en la que no caben las concesiones ni las frivolidades. En sueńos,
Allah ordenó a Sidnâ Ibrâhîm (‘aláihi s-salâm) degollar a su propio
hijo, matar lo que más quería. żEstaría dispuesto a llevar a cabo ese
supremo sacrificio? Allah le mandaba vaciar completamente su corazón, matarlo,
para entregárselo a Él Solo, pues Él es lo Único Verdadero. La tristeza
embargó a Sidnâ Ibrâhîm (‘aláihi s-salâm), pero se apresuró a cumplir
la orden que había recibido. Llamó a su hijo y le contó lo que su Seńor le
había ordenado. Sidnâ Ismâ‘îl (‘aláihi s-salâm) se arrojó al suelo y
ofreció el cuello a su padre. Cuando Ibrâhîm puso su cuchillo sobre la carne
de su hijo, Allah impidió que se cometiera el asesinato, y ordenó a Ibrâhîm
sustituir por un cordero a su hijo.
Allah
no desea atormentar al hombre. Sin destruirse a sí mismo, el ser humano puede
reconciliarse con su Seńor. Esa es la segunda gran enseńanza de la historia de
Sidnâ Ibrâhîm al-Jalîl (‘aláihi s-salâm). Al sacrificar en esta fiesta
un cordero, los musulmanes simbolizamos con algo poderoso nuestra absoluta e
incondicionada sumisión a Allah, que no nos niega ni nos aniquila, sino que nos
relanza cuando somos capaces de asumir su gran reto y afrontar un desafío que
saca de nosotros lo mejor.
Allâhu ákbar, Allâhu
ákbrar, Allâhu ákbaru kabîran wal-hámdu lillâhi kazîra...