LA HISTORIA DE ADÁN

 

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         Allah creó la tierra en dos días, la sujetó con montañas que la equilibraran, y la hizo próspera. Después, a lo largo de cuatro días, la aprovisionó de víveres en cantidad suficiente para las necesidades de las criaturas que iban a vivir ahí. Tras ello, se dirigió al cielo, que era humo, y le ordenó, así como a la tierra: “Venid a Mí, de grado o a la fuerza”. Y le respondieron: “Acudimos a Ti obedientes“...

          Después, Allah se asentó en majestad sobre el Trono, y sujetó el sol y la luna a cursos en órbitas que señaló para ellos. También creó a los ángeles que elogian Su grandeza, proclaman la gloria de Su inmensidad y le rinden una devoción pura.

          Su Voluntad quiso entonces crear a Adán y a su descendencia para que habitaran la tierra y la poblaran. Informó a los ángeles de Su deseo, diciéndoles que iba a dar existencia a unas nuevas criaturas que trabajarían la tierra y circularían por ella libremente, y sus descendientes se instalarían en sus diferentes zonas, se alimentarían de sus productos y extraerían de sus entrañas los bienes que Él había guardado, y se sucederían los unos a los otros.

          Los ángeles son criaturas que Allah ha purificado para consagrarlas por completo a Su servicio. Los ha colmado de bondades, les ha mostrado la vía en la que Él se satisface y los ha guiado en Su obediencia, de modo que jamás se apartan de lo que Allah quiere. Les resultó duro que Allah quisiera crear nuevos seres para Sí, creyendo que habían faltado a su deber o que alguno de ellos había cometido una falta, y acudieron a justificarse ante Su Señor y le dijeron: “¿Vas a crear a otros, cuando nosotros no hacemos sino glorificar Tu alabanza y proclamamos Tu misterio sin cesar? Aquellos que vas a crear se querellarán entre sí por los bienes de la tierra y se disputarán sus riquezas. Sembrarán la corrupción y harán correr la sangre, y sacrificarán vidas inocentes?”. Lo dijeron para justificarse y para apartar de sus corazones la confusión. Esperaban que Allah los designara como Sus representantes sobre la tierra por su primacía a la hora de reconocerlo como Señor de todas las cosas y porque su único instinto era el de obedecerle. La decisión de Allah les había trastornado, no por que dudaran de Su sabiduría sino pensando que había en ellos algún defecto. En sus palabras no había ninguna acusación ni con ellas pretendían denigrar al ser humano ni a su descendencia, pues los ángeles son criaturas cercanas a Allah, Sus servidores más dignos, y no ponen sus deseos por delante de los de Allah, y siempre actúan bajo Su inspiración.

          La respuesta de Allah dio firmeza a sus corazones y suavizó sus costumbres. Él le dijo: “Yo sé lo que vosotros no sabéis. Conozco mejor que vosotros la sabiduría que hay detrás de Mi acto. Doy la vida a quien quiero, libremente. Hago reinar a las criaturas que elijo, y no por ningún merecimiento. Ya veréis lo que ahora escapa a vuestro entendimiento, lo que está oculto en el hombre. Cuando le haya dado forma y haya insuflado en él de Mi Espíritu, llevad la frente al suelo delante de él”.

          Y fue así como Allah extrajo a Adán de la arcilla, de un barro maleable, semejante al que utiliza el alfarero, y sopló en él y la vida corrió por la nueva criatura, surgiendo un hombre completo. Allah ordenó entonces a los ángeles que se prosternaran ante él en signo de reconocimiento, y ejecutaron la orden que se les dio, salvo Iblis - o Shaytân, que es lo mismo-, que, arrastrado por el orgullo, prefirió desobedecer la orden de Allah. Allah le preguntó por el motivo de su rebelión: “¿Por qué no te prosternas ante lo que he creado con Mis propias Manos? ¿Es por orgullo? ¿Acaso te consideras un alto personaje?”.

          Iblîs creía estar hecho de una materia más noble que Adán, pues había sido creado de fuego mientras que el hombre era de barro. Pensó que era superior, y que Adán no lo igualaba en rango. Iblîs le dijo a Allah: “Soy superior a Adán. Me has creado a partir del fuego y a él lo has sacado de la arcilla”. Con estas palabras, Shaytân gritaba en alto su rebelión y se declaraba desobediente. Rechazó la orden de Su Creador y se negó a llevar la frente al suelo ante lo que Allah había creado con Sus propias Manos. Fue el primer kâfir, el primer que se negó ante Allah.

          Allah lo castigó por su rebelión, diciéndole: “Abandona este lugar de felicidad, y seas lapidado y maldito hasta el Día de la Resurrección”. Entonces, Iblîs le pidió a Allah que le dejara vivir hasta el Fin del Mundo, y Allah se lo concedió: “Sea así. Vivirás hasta el límite fijado para el mundo”. Cuando hubo obtenido lo que quería, Iblîs, en lugar de volverse agradecido, se cerró aún más en su orgullo y quiso arrebatarle a Allah a los hombres, y dijo: “Puesto que has hecho que me pierda, yo cortaré Tu camino a los hombres, y los apartaré de Ti. Estaré a la derecha y a la izquierda de cada ser humano, iré por delante de él y detrás de él, y no encontrarás entre ellos a quien te reconozca”.

          Allah expulsó a Shaytân de Su misericordia. Prolongó su vida y le dijo: “Ve por el camino que has escogido y sigue la senda del mal que quieras. Embauca con tus palabras a quien te escuche. Lanza contra los hombres a tus seguidores. Comparte con ellos sus riquezas y sus hijos. Les prometerás mentiras, les darás esperanzas falsas. Pero no te dejaré a solas con ellos, ni te doy poder sobre sus corazones. Aquellos que me prefieran, los que me consagren sus corazones, los que me sean fieles, serán liberados de ti, de tus mentiras y de tu sufrimiento. Sólo serán tuyos los que te elijan. Y con vosotros haré un fuego eterno”.

          Los ángeles se habían prosternado ante Adán, cumpliendo con la orden de Allah y reconociendo con ello el alto rango del hombre en la creación. Pero Allah aún aumentó más la dignidad del ser humano haciéndolo partícipe del saber. Allah comunicó a Adán los nombres de todas las criaturas, es decir, le enseñó la diferencia que hay entre ellas y a relacionarlas con la habilidad del lenguaje, con lo que el hombre se convirtió en una criatura inteligente, capaz de razonar y enjuiciar. Allah puso las criaturas ante los ángeles, y, para ponerlos a prueba, les dijo: “Decidme los nombres de todos estos seres, si es que os creéis más meritorios que Adán”. Con ello, les mostraba la falta en ellos de una habilidad que sí había depositado en Adán y que lo hacía idóneo para ser el depositario de la ciencia y la sabiduría. El mérito de los ángeles reside en su fidelidad absoluta a Allah, derivada de su pureza innata, pero el mérito del hombre consistiría en hacerlo desde la conciencia, como elección suya en medio del saber, lo cual lo pondría por encima incluso del rango de los seres más puros al ser el resultado de un esfuerzo y una intención propia.

          Los ángeles fueron incapaces de poner nombre a las criaturas. No pudieron encontrar la respuesta a la orden que Allah les había dado, y reconocieron su ignorancia, y le dijeron a Allah: “Tu Nombre sea elogiado. No sabemos más que lo que Tú nos has enseñado. Tú eres el Señor de la Ciencia y de la Sabiduría”.

          Entonces, Allah se dirigió a Adán, y le ordenó que informase a los ángeles de los nombres de las criaturas, convirtiéndolo en maestro de los seres puros. Allah había depositado en el ser humano una capacidad única, el conocimiento vivo. A pesar de sus defectos, en comparación con los ángeles, había en él algo que lo ponía en situación de superioridad. Esa virtud del hombre es la más apreciada de Allah, y es la que dignifica al ser humano cuando convierte su inteligencia en guía por la vida. Gracias a ello, el hombre, cada ser humano, es califa, una criatura singular y única, la que mejor expresa la Grandeza e Inmensidad de su Señor.

          Los ángeles se dieron cuenta entonces de que, a pesar de toda su pureza y de toda su devoción, en el hombre había un misterio que se les escapaba. Allah les dijo: “¿No os he dicho que sólo Yo sé los secretos que hay en los cielos y en la tierra, que Yo sé lo que decís y lo que os reserváis?”. Los ángeles reconocieron la dignidad del ser humano, y entendieron por qué Allah les había ordenado que llevaran la frente al suelo ante él, y se pusieron al servicio del hombre contra Iblîs.

          Allah hizo del Jardín del Paraíso el lugar de residencia de Adán y de su mujer, y le dijo: “Reconoce los bienes con los que te he favorecido. Yo te he creado, y te he hecho a mi gusto. He insuflado en ti de Mi espíritu, y he ordenado a los ángeles que se prosternen ante ti, y te he iniciado en parte de Mis conocimientos. Mira a Iblis: lo he expulsado de Mi misericordia y lo he maldecido en el momento en que se rebeló contra Mí. Y he aquí el Paraíso, que he hecho para que sea tu residencia. Si te aferras a Mí, recompensaré tus actos, y estarás eternamente en este Jardín. Pero si me traicionas serás abandonado a tu suerte, te expulsaré de Mi Casa, y te arrojaré al fuego. No olvides que Iblîs es tu enemigo y el de tu mujer, y está al acecho. Que no os haga salir del Jardín, pues fuera de él sólo conoceréis la miseria”.

          Allah hizo entrega del Jardín a Adán y a su esposa, y declaró lícito para ellos todo lo que contenía, para que lo disfrutaran a su antojo. En el Jardín no pasarían hambre ni sed, ni calor ni frío, ni se avergonzarían por nada. Sólo les prohibió acercarse a uno de sus muchos árboles. Para que no se confundieran jamás, Allah les señaló claramente ese árbol. Allah les dijo que no comieran de los frutos de ese árbol, o de lo contrario se convertirían en criaturas perversas, y serían contados entre los que se han alejado de Allah. Allah les dijo: “Oh, Adán, permanece en el Jardín, tú y tu esposa, comed de sus frutos a vuestro gusto, pero no os acerquéis a este árbol pues con ello os pondrías al lado de los injustos. En este Jardín no conoceréis ni el hambre ni la desnudez, no tendréis sed ni probaréis la intemperie”.

          Adán y su esposa habitaron en el Jardín, donde disfrutaron de todo lo que se puede desear. Caminaban sin preocupaciones entre sus árboles, descansaban a su sombra y recogían sus frutos. No sentían sed ni hambre, y lo que tomaban era por gusto. Y así estuvieron durante un tiempo, en el mayor de los goces.

          Su felicidad produjo envidia en Iblîs. No podía soportar ver a Adán y a su esposa en ese estado de perfección, sobre todo a causa de haber sido expulsado del Jardín por su motivo. Adán había sido la causa de toda su degeneración y la desgracia en la que estaba condenado a vivir hasta el Fin del Mundo, y se propuso buscar su ruina. Por ello, decidió acercarse discretamente a Adán, y habló con él hasta convencerle de sus buenas intenciones asegurándole que solo quería darle buenos consejos. A Adán y a su esposa les dijo: “Vuestro Señor os ha prohibido ese árbol para evitar que os convirtáis en ángeles o seres inmortales

          Adán y su esposa se negaron a creer lo que Iblîs les decía, y entonces él pasó a utilizar juramentos y palabras seductoras. Les aseguró que sólo deseaba su bien, que no quería hacerles ningún daño, sino todo lo contrario, que deseaba verlos en un estado aún mejor. Insistió durante mucho tiempo, describiéndoles con todo detalle las ventajas que conseguirían comiendo del árbol prohibido, el estado superior al que accederían con ello. Tanto repitió Iblîs sus promesas que ellos cayeron finalmente en la trampa, y comieron lo que Allah les había prohibido comer. Resultó entonces que en ello no había nada bueno, sino todo lo contrario.

          Habían seguido las órdenes de Shaytân, que era su enemigo, y habían desobedecido a Allah, que era su Creador. Allah les dijo: “¿No os había prohibido que comierais de ese árbol? ¿No os dije que Shaytân era vuestro peor enemigo?”.  Entonces se dieron cuenta de lo que habían hecho y lo lamentaron. Despertaron del olvido al que los había conducido Iblîs, y supieron que se habían alejado de Allah, causándose daño a sí mismos pues lejos de Allah solo hay miseria y frustración. Le dijeron a Allah: “Señor, nos hemos equivocado. Si no nos perdonas y no tienes piedad de nosotros, estaremos perdidos”. Pero Allah les respondió: “Salid de aquí, y sed enemigos unos de otros. En la tierra tendréis un asilo y ahí permaneceréis durante un tiempo”.

          Allah aceptó a Adán y a su esposa, y les perdonó su falta. Sus corazones se purificaron de nuevo, y la esperanza de volver al Jardín guió su existencia sobre la tierra. A partir de entonces, el Jardín es algo que el hombre debe merecer, y lo conquista mejorando su carácter y actuando rectamente. Y desde entonces, cumpliendo Su promesa de estar al lado de los que Le eligen, Allah ha enviado a la tierra a Mensajeros suyos que recuerdan a los hombres la existencia de un buen camino y un mal camino, uno que los lleva de vuelta al Jardín de sus orígenes, y otro que los conduce al fuego de Shaytân.

          Nuestra existencia en la tierra, por tanto, se extiende desde la expulsión en los principios de la creación hasta el Fin del Mundo, y nuestra experiencia en ella determina nuestro destino final en al-Âjira, la eternidad que viene después de la Resurrección. La vida en este mundo es la prueba a la que Allah nos somete: los más nobles eligen a Allah y se reencuentran con Él tras la muerte en el Jardín, y los que se dejan seducir por Shaytân y siguen sus sugestiones se alejan de Allah y se dirigen al Fuego que hay fuera de la misericordia del Único Creador.