ÍNDICE

Materiales y fuentes

(INTRODUCCIÓN)

 

Las biografías de las personas se establecen según la información contenida en diversos géneros de materiales. Entre las fuentes escritas hay algunas que nos enseñan mucho, otras carecen de un gran contenido, sobre todo en lo relativo a puntos que generalmente pueden interesar.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre la biografía de un hombre ordinario: rey, poeta, filósofo, científico, juez, asceta, etc., y la del Enviado de Allah (Rasûlullâh o Nabiullâh). En ella reconoceremos no solo las cosas materiales y comunes a los demás mortales, también encontraremos en ella hechos extraordinarios como las revelaciones, los prodigios y otros fenómenos misteriosos para las gentes ordinarias, y que son sin embargo la clave de su envergadura espiritual. Por lo tanto, si ese Mensajero-Profeta ( Rasûl-Nabí) ha reunido en sí varias cualidades a la vez, algunas muy extrañas, la empresa que consiste en describir su vida exige cualidades excepcionales al biógrafo. Para empezar, el biógrafo debe sentir una simpatía sincera y una voluntad de comprensión profunda de su tema, con el fin de hacer un estudio objetivo e imparcial. Es necesario también que conozca  suficientemente la historia antigua del país para mejor apreciar la aportación de su héroe; la historia internacional de esa época como telón de fondo, importante para comprobar las consecuencias sobrevenidas en la historia mundial como consecuencia de la actividad de Muhammad (s.a.s.); debe tener conocimientos de sociología para comprender como pudo elevar el nivel de la cultura y de la civilización de sus discípulos; debe saber de humanidades, para valorar el Qur-ân; también tiene que poseer nociones  de psicología para comprender la transformación que se iba produciendo en el seno de la comunidad musulmana; debe saber de antropología, espiritualidad, tradiciones, etc. Sin pretender tener ninguna de esas cualidades, pensamos que la historia total de Muhammad (s.a.s.) está aún por escribir.

Los materiales contemporáneos de Muhammad (s.a.s.) son de una gran riqueza. A la cabeza de todos ellos está el Qur-ân, es decir, la colección de revelaciones dictada y reunida bajo las órdenes del Nabí Muhammad (s.a.s.). Después vienen los Hadices (sus dichos y hechos que configuran la Tradición de los musulmanes, la Sunna, importantísimo referente para interpretar adecuadamente la significación práctica del Qur-ân en el ejemplo de su aplicación por parte de Muhammad –s.a.s.-). Los Hadices son breves narraciones que relatan lo que Muhammad (s.a.s.) hizo o dijo según lo han transmitido sus Compañeros (los Sahaba). Recordemos, de pasada, que entre el gran número de personas que abrazaron el Islam en vida de Rasûlullâh (s.a.s.), hay más de 100.000 que han transmitido a la posteridad cada uno al menos, un hecho de la vida de su Maestro. La cantidad de fuentes inmediatas y de testigos oculares de la vida de Muhammad (s.a.s.) no tienen paralelo en la historia de la humanidad.

Además de las dos fuentes principales sobre la vida y enseñanzas de Muhammad (s.a.s.) –el Qur-ân y la Sunna-, está la poesía de su época, en la que las descripciones y las alusiones a los acontecimientos de la vida del protagonista de la Sira constituyen una preciosa fuente de información. Un célebre proverbio árabe dice: “la poesía es la cancillería de los árabes”.

Actualmente existen cientos, incluso millares de inscripciones en Meca (Makka) y Medina (probablemente también en Taif, Jaibar, etc.) y el trabajo para juntarlas y estudiarlas apenas ha comenzado. Ya se han publicado muchas de ellas a lo largo de estos últimos años.

Desgraciadamente, las crónicas que datan de aquella época de los países vecinos faltan. La Comunidad Musulmana (ÿamâ’a) tuvo desde sus principios relaciones con Abisinia, Egipto, Bizancio e Irán, sin hablar de las leyendas concernientes a Malabar (India del Sudeste) e incluso China. Margoliouth asegura que no hay ninguna literatura copta de Egipto contemporánea de nuestro tema. En la corte de los emperadores bizantinos había cronistas oficiales, pero por una desafortunada coincidencia la tradición de las crónicas se interrumpió durante el siglo que nos ocupa. Zonaras, Nicéforo, Teófano, y otros datan de una época muy posterior. Tampoco encontramos nada en las fuentes iraníes, indias o chinas. Probablemente era demasiado temprano como para que los vecinos de los árabes dieran importancia a los acontecimientos que estaban en curso en la península arábiga, habitada por nómadas y desgarrada siempre por incesantes guerras intestinas.

Los musulmanes comenzaron a redactar la biografía (Sira) de su Nabí muy pronto. Algunas de esas biografías fueron compuestas en los tiempos de los Compañeros (los Sahaba): al principio se trataba de relatos de sus campañas y expediciones, y a continuación se escribieron obras de un interés más amplio. Los tratados de Hadiz que datan del primer siglo de la Hégira (Hiÿra) han llegado hasta nosotros prácticamente íntegros, pero las biografías de Rasûlullâh (s.a.s.) escritas en la misma época parecen haberse perdido definitivamente. Entre los trabajos más antiguos que todavía existen cabe señalar un fragmento de la Sira de Ibn Is-Haq (muerto en el 151 H.) que se conserva en la biblioteca Qarawiyin de Fez. Poseemos algunos extractos de otra Sira redactada por Musa Ibn ‘Uqba, camarada de Ibn Is-Haq, que se encuentra en Berlín. Entre las obras que nos han llegado íntegramente, están las biografías escritas por Al-Waqidi (muerto el 207 H.). Pero una de las Siras más importantes y antiguas que se conservan es la de Ibn Hisham (muerto el 210 H.), que utilizó abundantes fuentes anteriores, entre ellas las de Ibn Is-Haq. Pero más importante aún es la obra de Ibn Sa’d (muerto el 230 H.), pues en su voluminoso diccionario biográfico llamado Tabaqat, habla no sólo de Nabíullâh (s.a.s.), sino también de cientos de sus Sahaba.

La Arabia preislámica conoció una historia nacional, bajo la forma de datos genealógicos. Ibn Al-Kalbi (muerto el 204 H.) y después su discípulo Al-Baladuri (muerto el 279 H.) continuaron ese trabajo en la época islámica y conservaron los datos en inmensas enciclopedias. Esas obras, así como las redactadas por Mus’ab (muerto el 236 H.) y por su discípulo Ibn Bakkar sobre el mismo tema, han llegado hasta nosotros y nos cuentan acontecimientos que no encontraremos en otras fuentes.

Ibn Habib, Ad-Dinawari, At-Tabari, Al-Ya’qubi, Al-Mas’udi y otros, no escribieron biografías de Rasûlullâh (s.a.s.), pero las obras de estos autores clásicos encierran informaciones preciosas sobre nuestro tema.

La historicidad es una de las características más sobresalientes de la vida del Nabí Muhammad (s.a.s.). A diferencia de los profetas antiguos de él tenemos una imagen exacta, gracias a su transmisión a través de fuentes fiables. El Islam surgió en un medio obsesionado por la genealogía y donde se valoraba la fuerza de la memoria, propia de las gentes de los desiertos. Con los primeros musulmanes se establecieron rigurosos criterios para garantizar los datos que se transmitían, siendo este un hecho único en la historia de la humanidad. Todo esto debemos sumarlo al carácter descentralizado del Islam. Ninguna iglesia ni ninguna otra institución monopolizó jamás un conocimiento que siempre se entendió como público y como bien común de los musulmanes, de manera que es posible rastrear y contrastar en una gran cantidad de opiniones distintas.