Elección de Meca como centro
(INTRODUCCIÓN)
La
posición central de Makka (Meca) entre los viejos continentes ha sido expuesta
ya: nada era más apropiado que el “ombligo de la tierra” como cuartel
general para un movimiento universal. Makka está situada en una región de
Arabia llamada Hiÿâç
(el Hiyaz), una región desértica desprovista de agricultura y además, al
abrigo del pillaje o de conquistadores ambiciosos. Comercio y caravanas, únicos
medios de subsistencia, atraían hacia el país alguna riqueza, pues una doble
protección le había sido dada por la naturaleza y por el hombre: 1) Makka está
situada en un valle rodeado de altas montañas, accesible solo por estrechos
desfiladeros fácilmente defendibles. 2) En Makka se halla un misterioso
santuario construido según la tradición por Adán, y que fue reconstruido por
Abraham y su hijo Ismael –antepasados de los árabes- como símbolo que
recordara la Unidad del Creador de todas las cosas. Ese edificio extraño, de
forma cúbica (que le valió el nombre de Kaaba
–el Cubo-) se convertiría en el espacio de reconciliación entre las
tribus árabes, no decreciendo su importancia y la estima en que ese edificio
fue tenido en toda la antigüedad preislámica, a pesar de que los descendientes
de Ismael degeneraron con el tiempo en cultos idolátricos, olvidando el
significado original de la Kaaba.
Si
las otras ciudades de Arabia eran abastecidas por una sola feria anual, sabemos
que cuatro grandes zocos se celebraban en los alrededores de Makka: Mina, Maÿanna,
Dzul-Maÿaç y ‘Ukaç. Las rivales de Makka, en la Arabia oriental, Suhar y
Daba, solo disfrutaban para la celebración de sus ferias anuales de un solo mes
de tregua; por su parte Makka disponía de tres meses consecutivos de paz. La
generalidad de los árabes se contentaban con esos cuatro meses de tregua,
aunque una costumbre protegía en especial a algunas familias de Makka durante
ocho meses, contra toda agresión y pillaje. Estas tradiciones ancestrales,
junto a las múltiples alianzas en toda Arabia y gracias a los pactos con los
soberanos de Persia, Abisinia, Bizancio, etc., dio a los makkíes una seguridad
desconocida hasta entonces en las demás regiones de Arabia. El Corán (al
Qur-ân)
se lo recordará más tarde: “A causa del pacto de los Quraish, a causa del pacto para las caravanas
de invierno y verano: que reconozcan únicamente al Señor de ésta Casa, que
los alimenta contra el hambre y les asegura contra el miedo”.
La
importancia de Makka era en cualquier caso tan grande, que a pesar de su estado
desértico, los emperadores romanos y bizantinos, los reyes persas y abisinios,
todos y cada uno en su momento, intentaran anexionarse la ciudad a sus
territorios. Pero la Madre de las Ciudades
(Umm
Al-Qura),
tal como era llamada Makka antes del Islam, jamás soportó una dominación
extranjera.
Como
república comercial, Makka estaba bien organizada sobre una base oligárquica.
La autoridad era detentada hereditariamente por una decena de familias (los
clanes de la tribu de Quráish), estando las tareas administrativas repartidas
entre un gran número de individuos. Ese “consejo de ministros” era
controlado por un “parlamento” constituido por todos los ciudadanos adultos.
A
pesar de la mediocre difusión del arte de la escritura en Makka, sus habitantes
se interesaban mucho por la literatura: poesía, prosa, retórica y ficción
narrada públicamente en las veladas, etc. En el interior del santuario -la Kaaba-,
se colgaban los mejores poemas, tanto de los makkíes como del resto de los árabes,
siendo esa distinción la mayor recompensa. Por otro lado, los makkíes
prestaban una buena educación lingüística a sus hijos, y por ello los
enviaban a las tribus que mejor conservaban la lengua de los antepasados, para
que entre ellos se hicieran fuertes y fueran educados durante varios años.
En
vísperas del Islam los makkíes eran idólatras, pero mantenían la idea vaga
de una Verdad Unica Trascendente: Allah. Eso es lo que habían heredado de sus
ancestros Abraham e Ismael. Los ídolos
(los asnâm)
les servían de intercesores. Habían olvidado la Unicidad Absoluta de la Verdad
Creadora y que tenían que dirigirse a Ella directamente: no hay nada
interpuesto entre cada hombre y su Señor. Esto es lo que en esencia el Qur-ân
vendría a reinstaurar, recogiendo el fondo de la espiritualidad abrahámica.
El
espíritu de curiosidad de los árabes también había facilitado la penetración
de sistemas espirituales extranjeros, como el cristianismo, el zoroastrismo, el
agnosticismo, etc., a los que se convirtieron un pequeño número de seguidores.
No era extraño que en un mismo hogar encontraran refugio los adeptos de
diferentes tendencias. Alrededor de la Ka‘ba
había cientos de ídolos, representantes de los ídolos de otras tantas tribus
de Arabia. Incluso se ha dicho que en el interior de la Ka‘ba podían
contemplarse iconos que representaban a Abraham, Ismael, Jesús y María.
Las
costumbres y hábitos de los makkíes eran bastante refinados, gracias sin duda
a sus viajes y también al contacto con los extranjeros que pasaban por su
ciudad durante la peregrinación o el tránsito de las caravanas.
El Islam solo tuvo que pulir sus virtudes y darles un ideal que realizar, a la vez que sustituía sus vicios por méritos y nobles cualidades (Makârim al-Ajlâq).